miércoles, 16 de abril de 2014

JUEVES SANTO

En la tarde de este jueves iniciamos los cristianos la celebración más importante de todo el año litúrgico: el TRIDUO PASCUAL, que hace memoria de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, llamado Cristo o Mesías. Me gustaría compartir algunas ideas sobre la primera de estas celebraciones, la del JUEVES SANTO, que es memorial de la Pascua de Jesús y aniversario de la Última Cena que tuvo Jesús con los suyos antes de encarar la muerte. Esta celebración hace referencia a la voluntad de Jesús de llevar a su plenitud el sentido del banquete pascual judío. Cristo aparece como el verdadero "cordero pascual", que se ofrece al Padre en sacrificio para alcanzare una vida nueva a los seres humanos.
 La nota dominante del Jueves Santo es el amor, que instituye la Eucaristía y el orden sacerdotal. Entiendo que esto supone fraternidad y servicio. La Eucaristía es el sacramento del misterio de la Iglesia, como comunidad reunida en el amor. También en este día, o en días previos, suele celebrarse la llamada "Misa Crismal", por ser en la que se bendicen los oleos que utilizamos en los sacramentos durante todo el año; esta misa manifiesta la unión de los sacerdotes con su obispo diocesano. La misa de la Cena del Señor debe celebrarse en las últimas horas de la tarde, y el sagrario ha de estar vacío y abierto antes de la celebración de esta misa.
Un momento importante en esta celebración es el LAVATORIO DE LOS PIES: la liturgia nos invita a contemplar el gesto de Cristo lavando los pies a sus discípulos. Esto no debe quedarse en la mera anécdota, sino que debemos prestar atención profunda a este gesto y a lo que implica como actitud de servicio.. Este rito nació en Toledo en el año 694, alcanzando luego gran popularidad en el mundo monástico, pues las abadías lo celebraban muy solemnemente, como expresión de la caridad para con los pobres.
Lamentablemente con el paso del tiempo estos fueron sustituidos por monjes, y quedó más como gesto ritual que como verdadera expresión de servicio. Este rito ha de ser celebrado con sencillez, evitando los ruidos y trasiego de muebles, preparando con antelación lo necesario. Según las normas litúrgicas, este rito no es obligatorio, puede omitirse, y además no necesariamente han de ser 12 personas, y también su condición puede variar.
 Ha de resaltarse en este día la caridad de la comunidad que celebra, destacando por ejemplo el momento de acogida al templo, el rito de la paz, o las ofrendas dedicadas a los pobres. En este día no se dice el Credo, y se utiliza el primer prefacio de la Eucaristía, el más antiguo, cobrando particular relieve el momento en que se dicen las palabras de Jesús en la Última Cena. Si es posible ha de darse la comunión bajo las dos especies.
 Al final de la Eucaristía se traslada el Cuerpo sacramentado del Señor al "Monumento", donde se reserva para la comunión eucarística del Viernes. El Monumento ha de ser sencillo y no el momento para exhibir los objetos de valor que la comunidad conserva. Evitar también un excesivo barroquismo. Se lleva el Santísimo al Monumento al final de la celebración en procesión y luego allí se ora en silencio luego de algún canto adecuado, como el Tantum Ergo. La asamblea permanece orando, se puede hacer una sencilla meditación también sobre los temas propios de la jornada: eucaristía, sacerdocio, mandamiento del amor, y se pueden leer también pasajes del Evangelio. Esta adoración se realiza con solemnidad hasta la medianoche.

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