martes, 5 de enero de 2021

EPIFANÍA ES MÁS QUE LOS REYES MAGOS...

En el Occidente cristiano la religión se hizo cultura, y muchas de las tradiciones que compartimos tienen un origen cristiano, religioso, aunque luego se vivan hoy por la mayoría desde otra perspectiva, más civil, plural, o laica. Así sucede con el ciclo Adviento-Navidad-Epifanía; en el ámbito popular el adviento tiene poco reflejo, desde temprano empiezan a aparecer los signos navideños, que están vinculados con las luces, los arbolitos, o los nacimientos en el mejor de los casos, y luego la epifanía se reduce a los reyes magos, día especial para los niños, juguetes y regalos. No está mal que la fe se haga cultura, pero una vez que eso sucede se nos escapa de las manos, no podemos tutelarla, se hace deudora, pero no dependiente, de la práctica religiosa. 

¿Por qué es importante el Adviento? Porque nos recuerda la importancia de la espera, de preparar lo que ha de venir, ya sea con la confianza, con el deseo, o con las obras. Suele decirse que tanto alcanzamos, cuanto esperamos. De ahí que pasar por alto el Adviento implica recibir menos, encontrar menos en lo que celebramos, quedarnos en la superficie de la vida. La Navidad puede ser una fiesta muy bulliciosa, de muchas luces y colores, en la que en realidad nada nuevo aparezca en nuestra vida, en la que no celebremos el regalo de la propia vida, o de empezar siempre de nuevo, con nuevas oportunidades. 

La Navidad suele ser también una fiesta muy nostálgica, en la que se reúne la familia o los amigos, y en la que se evocan momentos del pasado o personas ausentes. Pero es, en esencia, la fiesta del renacimiento, de la vida nueva que sabe reconocer las oportunidades que vienen constantemente a enriquecer nuestra existencia. Es decir, no ha de ser una fiesta que mira únicamente al pasado, sino que construye, desde sus símbolos o representaciones, el porvenir. 

¿Y la Epifanía? A nivel religioso es la fiesta de la manifestación de Dios al mundo, y se sostiene en los textos bíblicos que nos hablan de pastores y reyes de Oriente, únicos depositarios en principio de la Buena Nueva del niño nacido. El que es promesa y nacimiento, es también anuncio, proclama liberadora; y los destinatarios primeros de ese anuncio son los que están más abajo y los que están más lejos. 

Está bien hablar a los más pequeños de esos misteriosos personajes del Oriente que cargan regalos para el Niño Dios; regalos simbólicos que significan la vida que luego ha de vivir: oro, incienso y mirra. Pero la fe cristiana no puede quedarse en eso, no puede rebajarse a los culturalmente asumido, sino que debe necesariamente ir más lejos; ha de hablar de un Dios que se manifiesta de manera plena y total, que entra en la historia, y asume lo humano con toda su complejidad, rompiendo nuestra lógica, nuestros esquemas, y derribando nuestros muros, en un camino de amor infinito, gratuito e incondicional. 

El relato es sencillo, pero sorprendente: unos hombres sabios venidos de lejos, siguiendo la luz de una estrella misteriosa, reconocen la plena revelación de Dios en un niño recién nacido, envuelto en pañales, acostado en un pesebre, acompañado de María y José, y algunos animales. También unos pobres pastores han recibido el aviso y acuden presurosos. Dios asume la vulnerabilidad, la fragilidad, la desnudez de un niño y así revela todo su misterio de amor, mostrándose a personas que no son, según los cánones religiosos, merecedores de la salvación. 

¿Qué significa todo eso? Que la salvación es para todos, que nadie está excluido de ella, que nada ni nadie queda fuera del amor de Dios, y que todos somos convocados a colaborar en el proyecto humanizador que vino a traer Jesús, y todo eso es, en verdad, una Buena Nueva. 

Estaría bien preguntarnos hoy, como mujeres y hombres de fe, como comunidad eclesial, si somos para el mundo esa Buena Noticia; si nuestro mensaje no se queda en tradiciones culturales, en exigencias morales, en anuncios de probables castigos, sino que mira más hondo y más lejos, convirtiendo cada momento del año en verdadero Adviento, verdadera Navidad, verdadera Epifanía; en fin, en otra oportunidad para empezar de nuevo, y experimentar el perdón y el amor; en oportunidad para crecer y madurar, y formar parte de un proyecto liberador y salvador para todas y todos.

Fray Manuel de Jesús, ocd

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