miércoles, 3 de abril de 2024

¡¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!!!


"La Resurrección no es un acontecimiento único,
sino una liberación del poder y de la luz de Dios
en la tierra y en la historia 
que continúa alterando todas las cosas,
infundiéndoles la gracia y el poder
de la santidad misma de Dios.
Es como si se hubiera abierto una puerta
y lo que brotara no acabara nunca
y la puerta no pudiera ser cerrada".

Megan McKenna

miércoles, 27 de marzo de 2024

LAS TRES PROFECÍAS DE JESÚS

"Después de la oración habitual de los Salmos, todavía en camino hacia el lugar del reposo, Jesús hace tres profecías

Se aplica a sí mismo la profecía de Zacarías, cuando dijo que se heriría al «pastor» –que sería asesinado– y que, consiguientemente, se dispersarían las ovejas (cf. Za 13,7; Mt 26,31). Zacarías había aludido en una misteriosa visión a un Mesías que sufre la muerte y, por tanto, a una nueva dispersión de Israel. Sólo esperaba la salvación de Dios a través de estas tribulaciones extremas. Jesús da una forma concreta a esta visión, en sí misma sombría y dirigida hacia un futuro desconocido: sí, se hiere al pastor. Jesús mismo es el Pastor de Israel, Pastor de la humanidad. Y toma sobre sí la injusticia, la carga destructiva de la culpa. Se deja golpear. Se pone de parte de los vencidos de la historia. Ahora, en esta hora, eso significa también que la comunidad de los discípulos se dispersa, que esta nueva familia incipiente de Dios se disgrega antes incluso de haber comenzado a establecerse verdaderamente. «El pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11). Estas palabras de Jesús, basándose en Zacarías, aparecen bajo una nueva luz: ha llegado el momento en que se cumplen. 

Sin embargo, a la profecía de adversidad sigue inmediatamente la promesa de salvación: «Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14,28). «Ir delante» es una expresión típica en el lenguaje de los pastores. Jesús, pasando a través de la muerte, vivirá de nuevo. Como el Resucitado, es plenamente ese Pastor que en la travesía de la muerte guía por el camino de la vida. Ambas dimensiones forman parte del Buen Pastor: dar la propia vida e ir por delante. Más aún, el dar la vida es ya un preceder. Él guía precisamente por este dar la vida. Justamente mediante este «dar», Él abre la puerta hacia la inmensidad de la realidad. A través de la dispersión se produce la reunión definitiva de las ovejas. Al comienzo de la noche en el Monte de los Olivos aparece la palabra sombría del golpear y del dispersar, pero también la promesa de que precisamente así Jesús se manifestará como el verdadero Pastor, reunirá a los dispersos y los guiará hacia Dios, introduciéndolos en la vida

La tercera profecía es una ulterior modificación de las conversaciones con Pedro en la Última Cena. Pedro no se fija en la profecía de la resurrección. Percibe sólo el anuncio de muerte y dispersión, y esto le ofrece la oportunidad de ostentar su valor inquebrantable y su fidelidad radical a Jesús. Al ser contrario a la cruz, no puede entender la palabra resurrección y quisiera –como ya en Cesarea de Felipe– el éxito sin la cruz. Él confía en sus propias fuerzas.

 ¿Quién puede negar que su actitud refleja la tentación constante de los cristianos, e incluso también de la Iglesia, de llegar al éxito sin la cruz? Por eso se le ha de anunciar su debilidad, su triple negación. Nadie es por sí mismo tan fuerte como para recorrer hasta el final el camino de la salvación. Todos han pecado, todos necesitan la misericordia del Señor, el amor del Crucificado (cf. Rm 3,23s)".

Benedicto XVI
Jesús de Nazaret II

sábado, 23 de marzo de 2024

LA MUERTE DE JESÚS FUE CONSECUENCIA DE SU VIDA

"Al relatar la pasión de Jesús, cada evangelista coloca sus propios acentos en aquello que le interesa subrayar. Esto explica que, a partir del hecho histórico de la muerte de Jesús, se hayan construido relatos cargados también de intencionalidad teológica. 

Por ejemplo,  Lucas, en concreto, pone mucho cuidado en subrayar la inocencia de Jesús: Pilato la declara por tres veces; Herodes, implícitamente; y, de una forma expresa y contundente, el centurión romano al pie de la cruz. Lucas es también el único que pone en boca de Jesús las palabras sobre el perdón a quienes lo están crucificando, así como la promesa de vida al compañero de suplicio que se dirige a él. Suprime el grito del Salmo 22 (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), y lo sustituye por el Salmo 31,6, que expresa una confianza más explícita (“En tus manos encomiendo mi vida”). 

Con todo, más allá de las peculiaridades propias de cada autor, es claro en todos ellos que la muerte de Jesús fue consecuencia de su vida: lo mataron porque estorbó a la autoridad

El “descuido” grave de la tradición cristiana consistió, precisamente, en desconectar la cruz de lo que había sido la práctica concreta del Maestro. De ese modo, la cruz vino a convertirse en un valor “abstracto” en sí misma: lo que nos habría salvado sería la cruz; bastaba creer en ello, aunque se desconociera la vida histórica de Jesús. 

Este planteamiento produjo, entre otras, dos consecuencias graves: el dolorismo y el doctrinarismo. El dolorismo consiste en la afirmación de que “el dolor es siempre bueno”. Si lo que nos había salvado había sido la cruz, y la cruz es dolor, la conclusión se imponía por sí misma: el dolor es bueno y a Dios le agrada. 

El doctrinarismo hizo del cristianismo “la religión de la cruz”, y parecía que ser cristiano era más una cuestión de creer –en el sentido de creencia o doctrina– que de vivir. Olvidada la práctica de Jesús, en sus rasgos más concretos, críticos, novedosos e incluso subversivos, se instauró una nueva “ideología religiosa”. 

Frente a ambos riesgos –de matriz eminentemente “religiosa” y egoica, aparte de mítica–, haríamos bien en recuperar la sencillez del evangelio y la práctica de Jesús, que me parecen van en la dirección de los sabios versos del gran poeta Antonio Machado: “Y más que un hombre al uso, que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. 

La cruz contiene el relato de un hombre bueno, que es aplastado por un poder político y religioso inhumano. Es, por eso también, un grito contra toda injusticia y de solidaridad con todos los crucificados".

Enrique Martínez Lozano.

sábado, 2 de marzo de 2024

EL VERDADERO CULTO (TERCER DOMINGO DE CUARESMA.B)

EL TEXTO EVANGÉLICO PARA ESTE TERCER DOMINGO DE CUARESMA: "Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús" (Jn 2, 13-22).


Comparto el comentario de Enrique Martínez Lozano sobre el pasaje anterior del Evangelio de Juan, según aparece en dos de sus libros; 

"La historicidad del relato –que se narra en los cuatro evangelios que han llegado hasta nosotros– parece innegable. Sin embargo, los tres sinópticos lo sitúan al final de la vida de Jesús, mientras que Juan lo coloca prácticamente al inicio mismo de su actividad

Parece claro que esta actuación de Jesús tuvo mucho que ver con su muerte. De hecho, en el juicio ante el Sumo Sacerdote Caifás, constituirá una de las acusaciones más graves contra él: “Nosotros le hemos oído decir: «Yo derribaré este templo hecho por hombres y en tres días construiré otro no edificado por hombres»” (Mc 14,58). Incluso será un tema que aparezca como insulto dirigido al crucificado: “Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz” (Mt 27,40). 

Decía que, a diferencia de los sinópticos, el cuarto evangelio coloca este episodio al inicio mismo de la actividad de Jesús. El motivo parece ser el siguiente: Juan muestra una particular insistencia por subrayar la novedad de Jesús. Por eso, empieza por mostrarlo como el que realiza la nueva alianza (bodas de Caná) y el nuevo culto (episodio del templo y diálogo con la samaritana), asentando con rotundidad la necesidad de “nacer de nuevo” (diálogo con Nicodemo) para poder comprender y vivir su propuesta. 

Y eso es, exactamente, lo que se necesita para dar el paso de la “religión” a la “espiritualidad”: nacer de nuevo, pasar de una consciencia egoica, con la que nos habíamos familiarizado porque venimos de ella, a otra consciencia transpersonal, que quiere nacer en nosotros. Es difícil y costoso –Nicodemo dirá que es como pedirle entrar en el vientre de su madre para nacer otra vez–, pero es posible; más aún, es el camino de la sabiduría y de la bondad, que tanto nos impresiona en Jesús

Para la religión, el “templo” es un espacio sagrado separado; para la espiritualidad, el “templo” es todo lo real, porque todo es presencia y manifestación de Dios". 

(Otro modo de leer el Evangelio)

"Indudablemente, no se trató de una mera “purificación” del templo, sino de un “gesto profético” –en la línea de los realizados por los grandes profetas de su pueblo– que significaba proclamar el final del templo, tal como el propio evangelio expresará nítidamente un poco más adelante: “Créeme, mujer, está llegando la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén… Ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoran en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24). 

El mayor riesgo de la religión es su absolutización. Es entonces cuando se hace indigesta e incluso peligrosa. Y constituye una tentación en la que es fácil caer: por un lado, porque se articula en torno a la experiencia de lo Absoluto; por otro, porque sus mediadores encuentran en ello el modo más eficaz de sostener y alimentar su propio poder. 

Se trata de un riesgo en el que han caído todas las religiones, provocando confusión y sufrimiento, a la vez que alentando posturas ateas y anticlericales. El propio Jesús denunció con fuerza ese engaño, lo cual, por cierto, provocó su ejecución. 

Frente a esa trampa, la religión solo es constructiva cuando se vive al servicio de la espiritualidad –en cuanto dimensión profunda y constitutiva del ser humano– y de la vida. La religión es una construcción humana; la espiritualidad, una dimensión básica y universal del ser humano. Religión es lo que tenemos; espiritualidad es lo que somos.

(Guía para volver a casa)

Enrique Martínez Lozano


miércoles, 14 de febrero de 2024

VOLVER AL CAMINO

Hoy comenzamos nuevamente el
Ciclo Pascual; me gusta mucho este tiempo litúrgico, y me propongo seguir dos textos: Una vida con propósito, de Rick Warren (ya hace años lo seguí en otra Cuaresma), y Vuelve a descubrir a Jesús, de Matthew Kelly; ambos tienen 40 capítulos, uno para cada día. No significa aceptar pasivamente sus ideas, sino confrontarme con ellas, y tratar de alimentar la oración personal, y enriquecer mi reflexión diaria de la Palabra de Dios. Compartiré acá a lo largo de estos 40 días algunas de mis reflexiones:

VOLVER AL CAMINO

A lo largo del año tenemos momentos en los que hacemos alto y renovamos propósitos; es fácil perderse en atajos y recovecos, y tenemos que volver al Camino. Dos ideas fundamentales: 

1. No se trata de mí, se trata de Dios. Dios es el Todo, yo una parte. Dios es más grande

2. Cuando necesito revisar mi vida, reconducirla, volver a empezar, recordar que conversión es siempre volver a Jesús. Jesús es el nuevo comienzo supremo. El Dios de Jesús, el Dios de nuestra fe, es el Dios de las segundas oportunidades y de los nuevos comienzos.

Al comenzar la Cuaresma nos encontramos dos imágenes bíblicas: Jesús que invita a la conversión, porque el Tiempo de Dios está aquí, “ahora” dice Pablo, tiempo de gracia y oportunidad, y luego Jesús que va al desierto, empujado por el Espíritu, y allí es tentado para asumir un camino religioso (de éxito, poder, influencia, reconocimiento) que no es el suyo, ni el del Padre.

ASUMIR QUE: El Espíritu nos conduce al lugar donde podemos crecer; debemos revisar nuestras imágenes de Dios y nuestra religiosidad para purificarlas; la vida puede verse como camino y como desierto, como el lugar donde se prueba nuestra fe, donde maduramos como discípulos, donde sentimos la cercanía de Dios.

Nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo, aunque ya lo hayas intentado muchas veces antes; a Dios le encantan los nuevos comienzos, y dice, por boca de Jesús: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá” (Mateo7,7). Siempre estamos comenzando. 

¿En qué aspectos de mi vida está Dios invitándome a experimentar un nuevo comienzo?

¿Cómo puedo renovar mi propósito de vivir para Dios (“En obsequio de Jesucristo”), reconociéndole como el Todo, el fundamento, la fuente que no deja nunca de manar, “aunque es de noche”?

Fray Manuel de Jesús, ocd

martes, 13 de febrero de 2024

EL CORREDOR

Un colega un día me vio con una camiseta de maratón y me preguntó en tono burlón:
¿Tú corres?
Le dije que si.
¿Y eres de los buenos o de los malos?
Soy de los buenos, le dije.
Ah si, ¿Y en qué lugar llegas?
He llegado tercero, sexto, en el puesto 30, 70, 250, 1200...
Depende de la cantidad de personas que se anoten al maratón.
Ufff, entonces. ¿En qué lugar llegan los malos?
Los malos no llegan ni a inscribirse mi colega.
Siempre habrá gente que critica tu vida, tu trabajo, lo que haces y cómo lo haces.
Pero esas personas no se atreven a hacer ni la mitad de lo que haces tú.
Aprendizaje: No dejes que los pensamientos negativos de los demás le quiten valor a lo que haces.

(Compartido por Emilio Frías, en Facebook)
El Niño y la Verdad

viernes, 9 de febrero de 2024

VUELVE LA CUARESMA, Y EL 14 ES MIÉRCOLES DE CENIZA...

Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Comienza con el texto de Marcos 1, 15: “Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio”. La Cuaresma se concentra en estos dos temas: nos representamos nuestro propio desierto y las tentaciones que allí nos asaltan, y procuramos convertirnos para dar paso a Dios en nuestra vida.

Es tiempo para revisar en que etapa del camino cristiano y espiritual estamos, tiempo de arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo. En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas, para construir la comunidad de Jesús. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a descubrir a Cristo en nosotros: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. 

La Cuaresma es el tiempo de perdón y de reconciliación fraterna. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para participar de la resurrección. No hay resurrección sin cruz, no hay Pascua sin cuaresma.


El miércoles de ceniza es la puerta de entrada a la Cuaresma, tiempo de gracia y renovación; como todos los años, escucharemos las fuertes y desafiantes palabras del profeta Joel: Rasguen el corazón, no los vestidos: conviértanse al Señor su Dios. Son una invitación a todos, nadie está excluido:

1. Rasguen el corazón y no los vestidos de una penitencia artificial, puramente exterior.

2. Rasguen el corazón y no los vestidos de un ayuno formal y de cumplimiento que nos sigue manteniendo satisfechos, y que no está centrado en el compartir, en la solidaridad.

3. Rasguen el corazón y no los vestidos de una oración superficial y egoísta que no llega a las entrañas de la propia vida para dejarla tocar por Dios, que más que rezos no se convierta en relación de amistad, en algo tan vital como el respirar.

4. Rasguen los corazones, abran sus corazones, porque sólo en un corazón rasgado, abierto, puede entrar el amor misericordioso del Padre que nos ama y nos sana. Rasguen los corazones dice el profeta, y Pablo nos pide casi de rodillas “déjense reconciliar con Dios”.

Cambiar el modo de vivir es el signo y fruto de este corazón, abierto y reconciliado, por un amor que nos sobrepasa. Ésta es la invitación de este tiempo, frente a tantas heridas que nos dañan y que nos pueden llevar a la tentación de endurecernos, frente a la rutina o el pesimismo espiritual, frente a una culpabilidad no liberadora.

Rasguen los corazones para experimentar en la oración silenciosa y serena la suavidad de la ternura de Dios. Rasguen los corazones para poder amar con el amor con que somos amados, consolar con el consuelo que somos consolados y compartir lo que hemos recibido.

sábado, 3 de febrero de 2024

EXPERIMENTAR LA UNIDAD...

"La oración silenciosa (contemplación sin objeto) no es propiamente una actividad, sino un estado de consciencia, o de presencia, caracterizado por la no dualidad: en él, caen las aparentes separaciones y se experimenta la Unidad que, subyaciendo a todas ellas secretamente las abraza"

(Enrique Martínez Lozano).

jueves, 1 de febrero de 2024

MENSAJE PARA LA CUARESMA 2024 DEL PAPA FRANCISCO

Publicamos a continuación el Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma de 2024 cuyo tema es «A través del desierto Dios nos guía a la libertad».

Mensaje del Santo Padre

A través del desierto Dios nos guía a la libertad

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.

El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.

En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.

Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]

Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2023, I Domingo de Adviento.

FRANCISCO

 


[1] Cf. Ch. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid 1991, 21-23.

ORACIÓN DEL ANCIANO

Señor, yo pertenezco a las personas a las que llaman viejas. Vivo en el atardecer de la vida. Pronto será de noche. No me dejes solo en mis últimos pasos.
Mi vida ha tenido valor y sentido, gracias a Ti. He soñado, trabajado, sufrido y amado. Tengo más pasado que futuro, pero tengo un valioso presente, un aquí y un ahora.
Te pido que me conserves lejos de toda amargura, del deseo de imponer mi saber y mi experiencia, del peligro de defender que todo lo que hice fue correcto. Te pido que me libres de todo endurecimiento, del debilitamiento de mis ilusiones, de la búsqueda de falsas esperanzas.
Te pido que me ayudes a que no me cierre a lo nuevo que sigue llegando, que no hable siempre y en todas partes de lo que era y ya no es, y sobre todo que no cultive la compasión o la lástima por mí mismo.
Quisiera poder ayudar a otras personas a vivir mejor hasta el final del camino, a confiar y a apostar por la verdad, el bien y la belleza de las cosas simples. Quisiera hablar de ti, aunque falle mi memoria o me falten las palabras.
Yo me he sentido siempre acompañado por tu amor, y espero que sea así hasta el último día.
Y hasta el último día, consérvame la alegría de vivir.
Amén.

domingo, 28 de enero de 2024

JESÚS: ENSEÑAR CON AUTORIDAD (Domingo IV-B)

"Llegó Jesús a Cafarnaúm y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea" (Mc 1, 21-28)

 Desde el inicio mismo de su relato, Marcos destaca el “enseñar con autoridad” como un rasgo característico del modo de hablar de Jesús. Se trata de una forma que produce asombro (admiración) y que tiene poder sobre las fuerzas (espíritus) del mal. 

Al mismo tiempo, recoge el contraste de ese modo de enseñar con el propio de los letrados (escribas o doctores de la ley, los “teólogos oficiales” del judaísmo). 

Para comprender en profundidad lo que el evangelio quiere transmitir, quizás sea bueno empezar distinguiendo entre “autoridad” y “poder”. Este se impone por medios más o menos coercitivos; aquella se reconoce por parte de los demás. La enseñanza “con autoridad” parece requerir dos condiciones: se trata de un mensaje que, por un lado, brota de la experiencia; y, por otro, ayuda a vivir. La palabra auctoritas proviene del verbo augere, que significa aumentar (y, en cierto sentido, aupar). De acuerdo con ello, enseña “con autoridad” quien habla desde la propia experiencia y, con ello, ayuda a crecer a quienes lo escuchan

Este modo “nuevo” de enseñar contrasta, según el texto, con el que era habitual en los letrados que, a tenor de lo dicho, debía ser abstracto y rutinario. Del “discurso académico” –o enseñanza “oficial”– se suele decir vulgarmente que “deja la cabeza caliente y el corazón frío”: suele ser repetitivo, con frecuencia plagado de citas más o menos eruditas –como si quisiera basar la autoridad de que carece en textos ajenos tras los que esconde su falta de experiencia personal–, y difícilmente ayuda a vivir. 

La enseñanza “con autoridad” no es rutinaria ni repetitiva…, incluso aunque “repita” muchas veces la misma cosa. Porque, al nacer de la experiencia viva –y, por tanto, del presente–, siempre conlleva una característica de novedad. Quien la escucha, siente que están poniendo palabras a su propia vivencia y experimenta en su interior una corriente de vida llena de vitalidad y frescor. ¿Desde dónde hablo? ¿Para qué hablo?

Enrique Martínez Lozano
Otro modo de leer el Evangelio

viernes, 26 de enero de 2024

LOS PILARES DE LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA.

Tengo un libro en el librero que recogí de una caja con cosas que alguien donó a la parroquia hace ya tiempo; su título es “Redescubre el catolicismo. Una guía espiritual para vivir con entusiasmo y determinación”, y su autor, Matthew Kelly. Es evidentemente un libro nacido en los Estados Unidos, tiene ese estilo propio de una cultura que busca a menudo presentar la fe con el mismo estilo de los libros de autoayuda. El libro llamó mi atención, y a la vez me produjo cierto rechazo, pero lo tomé y lo subí a mi habitación para echarle una ojeada. Lo he intentado varias veces, he leído algunas páginas, me he detenido en el índice y buscado algún tema en particular. De una de esas lecturas parte la siguiente reflexión:

En la tercera parte del libro, el autor presenta lo que llama “Los siete pilares de la espiritualidad católica”; los pone en este orden: la confesión, la oración diaria, la misa, la biblia, el ayuno, la lectura espiritual y el rosario. Es preciso no confundir los elementos más típicos de lo católico, en la mirada popular, con sus pilares o elementos fundamentales. Suele decirse muchas veces: "Yo soy católico, porque creo en la Virgen o en los santos", pero eso no es realmente ser católico, aunque sean elementos típicos del catolicismo. Pensando en lo anterior, hice mi propia reflexión:

Debemos partir de algo fundamental: ser católico es una manera de ser cristiano; somos cristianos en la iglesia o comunidad católica. Ser cristiano es básicamente ser seguidor o discípulo de Cristo, por tanto, el primer pilar de la espiritualidad católica debe ser Cristo.

El segundo es la Eucaristía, o la misa: ahí vive la Iglesia o comunidad de Cristo; de ella se sostiene y alimenta. Ser cristiano es ser Iglesia, participar activamente de la vida de la Iglesia, estar en comunión con el Cristo que está en su comunidad, que es su cuerpo. Por eso, hablar de oración y del sagrario, antes de la eucaristía es perder de vista el orden de prioridades, lo esencial. La primera oración de la Iglesia es la liturgia, y luego Dios está en todas partes, también en el sagrario donde la comunidad conserva las formas consagradas para la oración y para llevar a Cristo a los enfermos. Comer a Cristo va primero que contemplar a Cristo en la Exposición de la forma consagrada. La certeza de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía es un elemento fundamental de la fe católica, aunque lamentablemente se entiende de forma restrictiva y materialista.

El tercer pilar de la espiritualidad de la Iglesia es la Sagrada Escritura, en especial el Nuevo Testamente, y más central aún, los Evangelios. La Palabra proclamada en cada celebración de la Iglesia hace presente a Cristo en medio de los suyos, y también la Palabra que acompaña a cada cristiano cuando lee y ora en su hogar, en su trabajo o en cualquier espacio de la vida. Y no simplemente leerla, sino saber interpretarla.

El cuarto pilar de la espiritualidad católica es la vida sacramental, que además de la Eucaristía, incluye el bautismo, que es la puerta de entrada a la comunidad, la reconciliación y la unción de los enfermos, la confirmación, el matrimonio y la ordenación sacerdotal. Los sacramentos son puertas abiertas al Misterio, que mantienen en activo a la comunidad eclesial, haciéndola crecer, renovándola, sanándola y enriqueciéndola con dones y talentos. En cada sacramento llega Cristo a nosotros.

El quinto pilar para la comunidad católica es María, que es más que el Rosario; los católicos tienen una particular devoción a la Virgen que nos distingue de otras comunidades eclesiales. María es figura de la Iglesia, es madre espiritual y compañera de camino, y conecta a la Iglesia con la religiosidad popular. El rezo del Rosario, que es el evangelio de los pequeños, es una oración de mucho arraigo, pero es importante señalar que no es el único modo que tienen los católicos de orar o rezar.

El sexto pilar de la espiritualidad católica son los santos, esa nube inmensa de testigos, que acompañan a la Iglesia con su ejemplo y su intercesión. Una de las verdades más hermosas de la fe católica es lo que llamamos “comunión de los santos”. El riesgo está en suponer que pueden ejercer su misión al margen de Dios o de la vida eclesial, como una especie de semi dioses o dioses pequeños. 

No creo que el ayuno sea un pilar de nuestra espiritualidad católica, aunque la Iglesia vive momentos de ayuno y abstinencia, pero prefiero pensar que es parte del amor a los pobres, al compartir lo nuestro, renunciando incluso a lo necesario, para socorrer al necesitado. La lectura espiritual es muy importante, la formación permanente en la fe, para que todo lo anterior se desarrolle y madure en el creyente, pero no es un pilar en sí de los católicos (ojalá lo fuera).

Otro libro me ayuda mucho más a comprender los pilares de la espiritualidad, ya no específicamente católica, sino cristiana en general. Me refiero a “Espiritualidad cristiana. Temas de la tradición”, de Lawrence S. Cunningham y Keith J. Egan (Sal Terrae).

1. La espiritualidad cristiana presupone una manera de vivir y no una filosofía abstracta o un código de creencias (menos un programa para el éxito). Es un estar en camino, no haber llegado.

2. Esta manera cristiana de vivir es una vida de seguimiento (discípulos), no de mero cumplimiento de normas. 

3. La llamada al camino de seguimiento es una llamada a pertenecer a una comunidad (ser Iglesia, que es más que ir a la iglesia).

4. El camino del seguimiento en comunidad encuentra su expresión más alta en la participación en la eucaristía.

5. Este camino de seguimiento en la comunidad eucarística lo hacemos dejándonos mover por el Espíritu Santo.

6. Por último, toda espiritualidad cristiana auténtica tiene que tender la mano a todos, sin tener en cuenta la clase, el género o la condición social (Compasión y solidaridad).

Otros aspectos complementarios, según este libro, son: ninguna espiritualidad católica auténtica puede permanecer indiferente frente a las otras tradiciones cristianas, ni frente a la búsqueda espiritual que caracteriza a las otras tradiciones religiosas del mundo. Una auténtica espiritualidad católica tiene que ser ecuménica.

También toda espiritualidad cristiana, ya lo dijimos antes, tiene que arraigarse en la palabra revelada por Dios, pero ha de considerar la Biblia no tanto como un texto para ser leído (aunque ciertamente lo es), sino más bien como un texto para ser interpretado. Nunca escuchamos la palabra de Dios en un contexto abstracto, alejado de la cruda realidad de nuestra vida social y personal.

Creo que lo anterior ayuda aún más a entender por dónde ha de ir la vida espiritual, ya se trate de ser católico o miembro de otra comunidad eclesial. Para terminar, unos puntos más que toca el libro que cité último, y que llama a tener presente lo que suele llamarse los “signos de los tiempos”, el presente en que vivimos la fe:

1. La auténtica espiritualidad cristiana tiene que ser holística, integradora de lo espiritual y lo humano. No busca destruir la humanidad de la persona, sino perfeccionarla.

2. La espiritualidad cristiana no se puede limitar a un “cuidado del alma” exclusivamente individualista. Ha de estar presente la solicitud por la propia comunidad, pero también por toda la humanidad.

3. La espiritualidad cristiana tiene que mantener el equilibrio entre el sentido de lo trascendente y el sentido de lo inmanente. Debemos situarnos conscientemente en el mundo que nos rodea.

4. Por último, toda espiritualidad cristiana auténtica tiene que incluir un elemento de discernimiento, como facultad espiritual crítica por la que juzgamos lo que es importante y lo que es periférico, lo que es útil y lo que es nocivo. Esto se basa no solo en la propia experiencia, sino que esta ha de ser moderada o juzgada por la formación de la conciencia, la ayuda de la comunidad, la formación personal, la tradición y los maestros espirituales.

Creo que con todo lo anterior ya podemos entender mejor cuáles son los pilares que hemos de cultivar y cuidar como cristianos católicos que, formando parte activa de la Iglesia, queremos seguir a Cristo y trabajar por su Reino.

Fray Manuel de Jesús, ocd

miércoles, 24 de enero de 2024

EUCARISTÍA Y RESURRECCIÓN

Sigo compartiendo textos que hablan de la Eucaristía, y que ayudan a comprender mejor ese Misterio de fe
:

"Al decir cena del Señor, o día del Señor, en la mente del nuevo testamento hay una designación clara del Kyrios, del Señor resucitado. Así la expresión misma cena del Señor hace patente la conexión interna entre la eucaristía y la resurrección del Señor, entre la eucaristía y la presencia actual, viva y transformadora, del Señor resucitado. 

Desgraciadamente, este dato fundamental ha sido ignorado por generaciones enteras de cristianos; el olvido de esta correlación básica eucaristía-resurrección ha marcado particularmente la espiritualidad occidental del segundo milenio y ha enrarecido la vivencia popular de la misa. El dolorismo teológico alimentado unilateralmente en la muerte sacrificial de Cristo en la cruz, las interpretaciones ultrarrealistas de la presencia eucarística en la edad media con su variopinta gama de milagros de apoyo (el Niño Jesús que aparece en la hostia, hostias que sangran, etc.) y, por fin, sus variantes sentimentales y moralizantes del siglo pasado, el siglo del romanticismo (el «prisionero divino del sagrario», al que debemos consolar en su soledad) tienen un denominador común: el desconocimiento de esta clave resurreccional. También el análisis temático de los cantos eucarísticos heredados del siglo pasado y comienzos de éste nos conduce inevitablemente a idéntica conclusión: la ausencia de la dimensión pascual. 

Una teología jurídica de la redención, hipnotizada por la imagen del rescate, concibe la salvación de los hombres como un valor negociable, como la adquisición de un tesoro de méritos, en definitiva, exterior a la persona misma de Cristo; y exige en lógica consecuencia, como dice F. X. Durrwell, «ciertos ritos de aplicación de los méritos, ciertas estaciones distribuidoras, ciertos funcionarios encargados de la distribución». Esta teología, con su red concatenada de imágenes culturalmente condicionadas, se ha mostrado incapaz de asumir el misterio pascual, y de vertebrar sobre él una teología de la eucaristía que haga justicia a los datos más elementales del nuevo testamento. 

Pero la eucaristía no es una «aplicación de méritos», ni un premio a nuestro buen funcionamiento de cristianos. La cena del Señor se nos ha mostrado como el don gratuito del Kyrios resucitado que nos sale al encuentro como a los discípulos de Emaús, nos invita a su mesa, nos perdona, nos despierta el entendimiento, nos abre los ojos del corazón y nos invita a su comunión. Hoy y aquí, la cena del Señor nos pone en contacto con el Señor resucitado, nos hace partícipes de su nueva vida, de la nueva creación. 

El misterio eucarístico como anticipación (prolepsis) de la vida escatológica invita a la alegría, convoca a la fiesta. Aquí es conveniente recordar que el acontecimiento fundamental constitutivo de la nueva comunidad, Iglesia, no fue la audición del Resucitado, sino su visión. Si la eucaristía debe entenderse como una «forma permanente de la aparición pascual», habrá que concluir que, además de una teología de la palabra justamente valorada y promocionada por la tradición protestante, hay lugar también para una teología de la liturgia donde la belleza conjugada de la luz, el color, la música y todas las demás formas expresivas intenten transparentar la presencia viva y actual del Señor resucitado en medio de la asamblea creyente".

Xabier Basurko
Para comprender la EUCARISTÍA
Editorial Verbo Divino