domingo, 27 de septiembre de 2020

LOS ÁNGELES DE HOY

 JUAN ZAPATERO BALLESTEROS, zapatero_j@yahoo.es

SANT FELIU DE LLOBREGAT (BARCELONA).

ECLESALIA, 28/09/20.- El 29 de setiembre la Iglesia celebra la festividad de los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. Pensando en ello, me he retrotraído a los tiempos de mi infancia; concretamente a las clases de religión en la escuela del pueblo y a la “doctrina” en la iglesia. Eso de la “catequesis” llegaría con el concilio Vaticano II. Eran tiempos de nacionalcatolicismo y, por tanto, todo estaba supeditado a la influencia, en el mejor de los casos, o al poder que la Iglesia ejercía en nuestro país. La religión, y más en concreto el catecismo, había que sabérselo de memoria (en lenguaje de hoy lo habríamos denominado asignatura troncal). Ello era llevaba a cabo en la escuela por el maestro de turno. La iglesia, la parroquia del pueblo, en la persona del sacerdote del momento era la que se encargaba de enseñar a todos los niños y niñas lo que se conocía como Historia sagrada: pasajes del Antiguo Testamento y la vida de Jesús.

Recuerdo muy bien que en una de estas sesiones nos explicó el sacerdote el tema de los ángeles y su estructuración en jerarquías. Si no me falla la memoria, yo diría que eran nueve. Baste decir que todo ello respondía a la visión cósmica existente respecto al universo y a la imagen de un dios soberano de quien emanaban todos los poderes (era sobre todo y fundamentalmente un dios omnipotente y todopoderoso). Un dios lejano y distante, cuyas criaturas estaban debajo de él y le debían absoluta obediencia, veneración y respeto. Entre medias estaba otro grupo formado por los coros angélicos. De ellos, los arcángeles eran los que ocupaban el penúltimo puesto en inferioridad. Estaban al servicio directo de Yahvé para cumplir misiones especiales. De entre estos arcángeles, los mas destacados eran, sin duda, Miguel, que capitaneó la derrota infringida a Satán y a los ángeles rebelados contra Yahvé. Rafael, que acompañó a Tobías en su viaje y le aconsejó en todo momento en nombre de Yahvé. Y, finalmente, Gabriel, cuya función era la de llevar a cabo misiones especiales, buenas noticias concretamente. Anunció a Zacarías el nacimiento del Bautista y a María que sería la madre le Mesías.

Como se desprende de lo anterior, la visión de los coros angélicos, de los arcángeles en este caso, responde a una visión cosmológica y a una estructuración jerárquica tanto celeste como terrenal según el lenguaje simbólico de la Biblia; de manera particular del Antiguo Testamento. Así las cosas, la pregunta que surge es si se puede, o mejor quizás, si tiene sentido seguir hablando hoy de ángeles en un mundo con una visión y un lenguaje totalmente diferente, incluso opuesto en muchos casos a los de entonces; y también con una concepción de Dios que nada o muy poco tiene que ver con la que tenía el Antiguo Testamento.

Sin dejar de lado el simbolismo propio de los arcángeles, concretamente de estos tres, creo que tiene sentido, y mucho, seguir hablando hoy día de personas, grupos, etc., que continúan ejerciendo, y de qué manera, las mismas funciones que realizaron aquellos ángeles, concretamente los tres mencionados; entendidas estas funciones desde el lenguaje alegórico de la Biblia, pero aplicadas al mundo y a la sociedad de nuestros días. Más aún; ángeles y funciones que traspasan las creencias y, por lo mismo, ejercidas por todo tipo de hombres y mujeres que, a su vez, van a estar al cuidado también de todo tipo de gente, sin distinción ni diferencia.

Creo que es de justicia destacar el hecho que continúa habiendo los “Miguel”, no sé cuántos, en nuestros días. Hombres, mujeres, grupos e instituciones, sin violencia física, sino todo lo contrario, sirviéndose de las palabras y las obras para intentar erradicar el sufrimiento que producen en tantos pobres la falta de educación, de sanidad y de condiciones de vida digna. Baste recordar cuántos países y zonas concretas de otros carecen de infraestructuras elementales: viviendas mínimamente dignas, acceso al agua potable, a la alimentación y a otros servicios fundamentales para tener salud.

Mujeres y hombres comprometidos contra las numerosas esclavitudes modernas, como pueden ser, entre otras, la trata de blancas, la explotación sexual de adultos y menores, la explotación del trabajo infantil.

Personas que han hecho de la erradicación de la violencia de género, de la desaparición de la desigualdad social y de la discriminación por motivos de sexo, ideología u otras toda su razón de vivir. En fin; la lista podría ser felizmente larga.

También del acompañamiento de los “Rafael” es de justicia hablar. Por mencionar algunos casos concretos, traer a colación todos esos hombres y mujeres, de edades muy distintas, por cierto, que dedican parte de su tiempo a estar con quienes se encuentran solos/as y/o abandonados/as. Voluntarios que dedican una parte de su tiempo a compartirlo con personas mayores que, por una razón u otra, se encuentran pasando la última etapa de su vida en una residencia. O a quienes pasan las horas y los días solas y solos en casa, limitados por razón de salud y/o con movilidad limitada. 

Mención especial habría que hacer de quienes han decidido dedicarse como personas voluntarias al mundo de la cárcel. Creo que es más que plausible la labor que hacen estos hombres y mujeres: nada menos que infundir esperanza, cuando precisamente es lo primero que se pierde cuando alguien entra en uno de esos centros.

A veces no hace falta la presencia física; también desde la distancia se puede acompañar a quienes se encuentran solas y solos. Quien conozca el Teléfono de la Esperanza podrá dar razón de lo que este medio aporta a personas que viven la soledad física, mental y psicológica.

Finalmente, no podemos dejar de hablar de los “Gabriel”. Las buenas noticias que tanto hacen falta en medio de desánimos, amenazas de todo tipo y de malos agoreros encargados de esparcir miedo como el instrumento más propicio para dominar y subyugar, si fuera necesario, a la gente y al pueblo en general. Son esas personas que, sin ocultar en ningún momento la realidad, por muy cruda que pudiera ser, hacen lo que pueden y más para infundir dosis de esperanza, sin las cuales la utopía se acaba y resulta casi imposible seguir caminando. Se me ocurre pensar, en el plano de la religión y de la fe, en esos teólogos y teólogas que no escatiman tiempo ni trabajo de cara a borrar una imagen de Dios opresora y terrorífica, para cambiarla por un Dios que ama y perdona sin condiciones. Que no es poco para quienes intentamos andar el camino de la fe cada día.

Y todo esto de los ángeles de hoy no es algo que se le ha ocurrido a alguien y ya está. El sentir popular lo viene haciendo desde siempre, calificando precisamente como ángeles a personas que han llevado a cabo alguna de estas acciones; en algún caso de manera un tanto extraordinaria. Me viene a la mente el caso de Elisabeth Eidenbenz que consiguió salvar del horror de los nazis a numerosos niños y niñas. Tal fue su compromiso con esta causa que recibió precisamente el calificativo de “Ángel de Elna” (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

OBEDECER A CRISTO ES HACER EL BIEN

"Con su predicación sobre el Reino de Dios, Jesús se opone a una religiosidad que no involucra la vida humana, que no interpela la conciencia y su responsabilidad frente al bien y al mal. Lo demuestra también con la parábola de los dos hijos, que es propuesta en el Evangelio de Mateo (cfr. 21, 28-32). A la invitación del padre de ir a trabajar a la viña, el primer hijo responde impulsivamente “no, no voy”, pero después se arrepiente y va; sin embargo el segundo hijo, que enseguida responde “sí, sí papá”, en realidad no lo hace, no va. La obediencia no consiste en decir “sí” o “no”, sino siempre en actuar, en cultivar la viña, en realizar el Reino de Dios, en hacer el bien. Con este sencillo ejemplo, Jesús quiere superar una religión entendida solo como práctica exterior y rutinaria, que no incide en la vida y en las actitudes de las personas, una religiosidad superficial, solamente “ritual”, en el mal sentido de la palabra" (Francisco),

sábado, 26 de septiembre de 2020

LA VERACIDAD DE LA VIDA CRISTIANA

Para este domingo XXVI: el tema es la veracidad de la vida cristiana (Mateo 21, 28-32). No se trata tanto de defender “verdades”, como vivir en la verdad; Occidente centrado en la razón (verdad racional), frente a una verdad del corazón, que abarca toda la vida. También este texto tiene en cuenta la finitud humana: la verdad se alcanza en el camino, podemos equivocarnos y podemos rectificar también. Está vinculado con el perdón, porque no somos perfectos ni infalibles: Dios comprende nuestra debilidad y nos permite rectificar. 

Para Enrique Martínez Lozano, el texto habla de varias cosas: lo que importa no es lo que crees, sino lo que haces; la ética está por encima de la religión, las creencias son objetos mentales que tarde o temprano debemos abandonar para encontrar la verdad (todas las creencias son erróneas, por cuanto ninguna puede apresar la verdad), y puede ser que a menudo los que consideramos pecadores estén más cerca de Dios.

No importan las creencias –meras construcciones mentales, sin otro valor, en el mejor de los casos, que el de ser “mapas” ilustradores del camino–, que terminarán cayendo antes o después, sino el amor y la bondad, es decir, aquellas actitudes y acciones que van en coherencia con la verdad de lo que somos; que nacen de la certeza de nuestra unidad que me hace ver al otro como no-otro de mí”.

 

PAGOLA dice que “las cosas no son siempre lo que parecen”.

FRAY MARCOS, que “rectificar es más humano que acertar a la primera”. Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital que, inevitablemente, se manifestará en las obras.

Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos: “sí voy”, pero nos quedamos siempre donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante”, para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida real. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio.

Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio, u oír hablar de él, para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”.

Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma, nos anclamos en el pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es fundamentalismo puro y duro.

También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo: “no”, cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo: “sí”, con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación.

 Vuelvo con Martínez Lozano: “A veces, la persona religiosa pone el énfasis en las creencias, hasta el punto de hacer depender de ellas la misma “salvación” de la persona. Detrás de esa insistencia, tan poco evangélica, suele esconderse inseguridad psicológica o necesidad de control. Y es caldo de cultivo de fanatismos, exclusivismos y condenas…”.


Todas tus parábolas, una vez iniciadas,
tienen un final
que nos alcanza como lanza afilada.

Recogen, en síntesis, lo que es historia cotidiana
de pugna y respuesta
a tu respetuosa invitación y llamada.

Y expresan en pocas palabras humanas
nuestra rebeldía
que algo tendrá que ver con tu espíritu y semejanza.

Los hay que saben expresar muy dignamente
respeto y obediencia:
es lo que se espera de gente religiosa y prudente.

Pero se quedan en la caravana en la que estaban;
no les da la gana
de interpretar tus gestos, hechos y palabras.

Dicen sí, porque es la respuesta correcta,
pero no hacen nada
aunque la brisa sople con fuerza y en dirección buena.

Y los hay que, desde el principio, se rebelan
y no quieren ser
ni siervos, ni beatos ni hijos deudores.

Saben recapacitar para encontrar en camino,
respuesta adecuada,
para trabajar la viña y vivir como hijos.

Quizá, Señor, te agrade más la frescura y rebeldía,
nuestra libertad,
que las palabras adecuadas de una respuesta perfecta.

Quizá temas más nuestro ser e historia vacíos
de amor y vida
que todos nuestros cuestionamientos e impertinencias.

No sé lo que dije,
hace un instante...
pero he venido,

me has acogido
y estoy contento...
y muy satisfecho.

Florentino Ulibarri

(Los comentarios están tomados de FE ADULTA)

domingo, 20 de septiembre de 2020

EL DIOS DESCONCERTANTE DE JESÚS...

Como otras veces, recojo algunas ideas de las reflexiones que suelo leer para preparar la predicación de cada domingo; no busco un mensaje para dar en primer lugar, busco una BUENA NUEVA que recibir, para luego compartirla.Aquí lo referido a la historia del amo que contrata jornaleros a lo largo del día y acaba pagando a todos el mismo salario (Mateo 20, 1-16).

Si se contrasta esta parábola que leemos, con otra rabínica anterior, salta a la vista la novedad del mensaje de Jesús, una novedad que puede resumirse en una palabra: gratuidad.

La parábola anterior –seguramente conocida por el propio Jesús y sus oyentes– era similar en todo a esta evangélica, salvo en el final. Cuando “los primeros” protestan, el amo les replica: “Es cierto, vosotros habéis aguantado toda la jornada, pero estos últimos han trabajado con tanto empeño que en solo una hora han hecho el mismo trabajo que vosotros en todo el día”.

Esta respuesta “deja las cosas en su sitio” y “salva” nuestro sentido habitual de la “justicia”: cada uno debe recibir según su esfuerzo o sus méritos. Porque no es “justo” que “los últimos sean los primeros”.

La idea del mérito colorea todos los ámbitos de la existencia, incluido el religioso, donde ha dado lugar a una “religión mercantilista”, que conduce fácilmente al fariseísmo: el creyente no solo presume de sus buenas obras, sino que se considera “justo” –por encima de los demás, según otra lúcida, elocuente y conocida parábola (Lc 18,9-14)– y merecedor de los favores divinos (o con “derechos” ante Dios). Es la “religión del ego”.

(Enrique Martínez Lozano)


"No es fácil creer en esa bondad insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede escandalizar que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o agnósticos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo mejor es dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y esquemas".
(José Antonio Pagola)


Tan desconcertante es el Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo. Dios da a todos los seres lo mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería Dios.

La salvación de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes de él estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús no vino para hacer cambiar a Dios, sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios aceptando su salvación.

Con la parábola que leemos este domingo, el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar.

El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito. Queremos decir para todos sin excepción. Los que nos creemos buenos y cumplimos todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra religiosidad, que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.

El evangelio nos propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta manera de actuar a todas las instancias civiles? Lo que Jesús pretende es que despleguemos una vida plenamente humana. Si se pretende esa relación, imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.


Meditación

El amor de Dios no se funda en mí, sino en Él.
No tenemos que amar para que Dios nos ame
sino amar como Dios nos ama y porque Él ya nos ama.
Lo que Jesús intenta una y otra vez en el evangelio,
es llevarnos al descubrimiento del verdadero Dios.

Fray Marcos

sábado, 19 de septiembre de 2020

ABRIENDO ESPACIOS NUEVOS PARA DIOS Y EL SER HUMANO

"Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda".

"Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la ‘seguridad' doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras".

"La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal". 

(Papa Francisco)

jueves, 10 de septiembre de 2020

DIEZ AÑOS DE SACERDOTE: IGLESIA Y EUCARISTÍA


(El siguiente artículo fue publicado en la revista PALABRA NUEVA, en la Habana, Cuba, en el año 2005)

Todavía recuerdo claramente la primera vez que asistí a misa, en la ciudad de Manzanillo, al oriente del país. Creo que días antes o días después, no puedo precisarlo, estuve escuchando desde la puerta del templo como el párroco del lugar celebraba la eucaristía y comentaba la palabra: en ese momento sentí el llamado al sacerdocio. En ese momento no pensé en el cómo, ni en el cuándo; fue una imagen interior que Dios me regaló como motivación interior para que yo empezara a recorrer el camino. Ese día, un domingo por la mañana, un día de junio, asistí a misa dominical con ropa nueva: iba a encontrarme con Jesús, y encontré su rostro en la Iglesia.  

Los comienzos 

Ese primer momento, los encuentros de ese día, fueron fundamentales en mi fe y en mi vocación. Encontré una comunidad cristiana abierta y acogedora, fraterna y comprometida con el Reino. Recuerdo al grupo de jóvenes, al sacerdote, a la gente mayor, al coro parroquial. Todo eso lo llevaré siempre en mi corazón y a través de todos ellos Dios quiso que yo descubriera la Iglesia, que es su cuerpo. En esa comunidad comencé a estudiar la fe, a leer la escritura, a saborear la fraternidad, y tuve el modelo de un buen sacerdote, su cercanía, su estímulo, y sobre todo su confianza. Qué importantes son todas estas cosas para quien se acerca por primera vez, venciendo ese temor a ser rechazado, a no saber y a hacer el ridículo. Luego, terminó mi trabajo en esa ciudad y regresé a La Habana, a Güines, mi pueblo natal. Sentí mucho abandonar a mis hermanos, y temí no encontrar un espacio semejante, pero enseguida que llegué a mi pueblo corrí a visitar al sacerdote para presentarme. Ya no había marcha atrás. Otra vez el descubrimiento de la comunidad, otra vez Dios hablando a través de los hermanos y hermanas de la iglesia, y de nuevo el ejemplo de un sacerdote jovial y orante, cercano y misionero. Dios sabe hacer muy bien las cosas. En esa comunidad recibí el bautizo, con ese sacerdote compartí entonces mis inquietudes acerca del sacerdocio, e hice mi camino vocacional, hasta desembocar en el encuentro con los Padres Carmelitas, en Matanzas y en La Habana. Ellos me admitieron al convento y al seminario, al que empecé a asistir unos  meses después. 

El seminario 

Fue una grata experiencia verme otra vez sentado en un aula, esta vez en condiciones y perspectivas diferentes a las vividas en mis estudios anteriores. Disfruté mucho entonces, como si la vida estuviera empezando de nuevo, y nuevos horizontes de conocimientos se abrieron para mí. Evoco con nostalgia los amigos de ese tiempo, también los que no llegaron al final del camino, y los profesores y profesoras que me prepararon para ejercer el ministerio. Pienso ahora en Rolando, en Héctor, en Alberto, en René. Éramos menos seminaristas entonces que ahora, y cada viernes en la tarde me iba al seminario a compartir la misa y la mesa con mis hermanos. Esos años resultaron vitales en el desarrollo de mi vocación, y tuve momentos de tensión interior, de fatiga, pero nunca perdí el entusiasmo por llegar a ser como aquellos sacerdotes que iba encontrando en mi camino. Ellos me mostraron toda la fragilidad humana del ministerio, y también me ofrecieron su ayuda, su consejo, haciéndome vislumbrar la parte divina, escondida, detrás de la rutina cotidiana. Ellos me enseñaron a perseverar, a confiar, y me modelaron, a veces con dolor para mí. A todos les evoco ahora con agradecimiento, al padre Salvador, al padre Tony, al padre Teodoro, al padre Marciano, y especialmente al padre René David. Recuerdo que el primer día que entré al Seminario, ordenado ya sacerdote, me pidió que le diera la bendición. 

La ordenación 

Como religioso carmelita hice también un camino que me preparó mejor para el momento de mi ordenación sacerdotal. Fuimos varios los que terminamos ese año, y yo quise compartir ese momento con Pablo Fuentes. La Catedral de La Habana estaba repleta de gente, venían de muchas comunidades en las que habíamos trabajado durante esos años; ellos nos habían visto crecer, nos habían enseñado mucho viviendo su fe cerca de nosotros y nos ayudaron siempre con la oración. Cuanta gente anónima puso su mano para que la Gracia de Dios fructificara en nosotros. Aquel fue un día tan especial y yo estaba tan emocionado que no puedo recordar muchos detalles. A menudo vuelvo a leer la homilía que pronunció nuestro arzobispo y cardenal, y repaso sus consejos; también él ha sido alguien que ha estado cerca todos estos años, desde Güines, abierto siempre cada vez que le necesitaba, disponible, cercano. Guardo también una foto muy querida de ese día en la que mis dos abuelas me abrazan llenas de alegría. Ese 11 de septiembre de 1995 mi vida comenzó de nuevo.

El sacerdocio 

Los primeros tiempos ejerciendo el ministerio están llenos de momentos especiales, y de muchas inseguridades. Se hacen muchos descubrimientos, y se cometen muchos errores. Por eso, si quisiera resumir estos diez años ejerciendo el ministerio sacerdotal en una palabra, creo que elegiría Misericordia. Dios ha sido bueno conmigo, y muy paciente. He tenido que aprender muchas cosas, que tropezar y probar caminos, para ahora entender que siempre estamos comenzando. Desde que tuve uso de razón supe que me había concedido el don de la inteligencia, lo cual me permitía estudiar con más facilidad, pero no me hizo más feliz ni más justo. Creo que ahora, con cuarenta y tres años, estoy empezando a ser un poco más sabio, porque estoy empezando a aprender muchas cosas nuevas, las cosas que son verdaderamente importantes en la vida, y que no se aprenden en ninguna universidad, sino en el contacto cotidiano con la gente, especialmente con los pobres. En estos diez años trabajé en varias comunidades de La Habana y Matanzas, y también temporalmente en otros países, y siempre recibí el cariño, el estímulo y la oración de muchísimas personas. Sin ellas, sin su comprensión, su paciencia para conmigo, su confianza, no habría podido sembrar algo en sus corazones. El sacerdote es un servidor de la comunidad, y puede dar en la misma medida en que la comunidad está dispuesta a recibir. Algo descubrí: hay muchos santos y santas entre la gente de a pie, los sencillos, los que trabajan en el mundo; como diría alguien con mucha razón: los pobres nos evangelizan. Muchas familias me hicieron un miembro más, para muchas mujeres que ya peinan canas fui un hijo, para los jóvenes un amigo, para los niños sencillamente el padre Manuel. Recuerdo con especial cariño al Grupo de la Tercera Edad de la Catedral de Matanzas, al Coro de la Misa de once y media del domingo en el Carmen de La Habana, a la comunidad de Guanábana en la que disfrutaba tanto la misa del domingo, a los niños de San Francisco, en Matanzas, y la gente buena de Santa Cruz, fieles y vecinos.  

Diez años son poco y mucho tiempo. No intento hacer loas de lo vivido, sino sencillamente agradecer, infinitamente agradecer, a Dios y a la Iglesia, el permitirme ejercer el sacerdocio a pesar de mis muchas limitaciones. La Iglesia, que es un misterio que nunca me canso de contemplar, el misterio del amor y del perdón, y sin el cual resulta imposible amar realmente a Cristo. Y en la Iglesia, la Eucaristía. Nunca, en estos años, ni en los días de mayor cansancio o inquietud espiritual, fue una carga para mí celebrar la misa, todo lo contrario. En el altar todo lo que rodea se llena de luz, y Jesús está tan cerca que el corazón rebosa de alegría. En la misa las fuerzas se renuevan y la caridad nos urge, el perdón nos purifica, y la iglesia crece. Estas son las cosas en las que se centra mi vivencia del sacerdocio: Cristo, su iglesia, y la Eucaristía

Gracias a todos los que en estos años me acompañaron; me habría gustado simplemente escribir sus nombres, pero son muchos y temo dejar fuera a los más importantes. Todos los días rezo por el aumento de vocaciones al ministerio sacerdotal, especialmente pido al Señor que todos a los que llame sean más santos y mejores que yo.


Fray Manuel de Jesús, ocd.



sábado, 5 de septiembre de 2020

PARA CUMPLIR LA LEY ENTERA

Repasando las lecturas de mañana (domingo 23-A); Ezequiel, Romanos y Mateo…

En el diálogo con Dios aprende el verdadero profeta cuál es su misión; en la búsqueda diaria del rostro de Dios se descubre a sí mismo y su lugar en el mundo.  En la Escritura aparece esto representado con la imagen del Vigía, que atento desde las murallas al peligro que acecha la ciudad, y ceñido con la escucha de la palabra infinita, cumple su cometido, traduciendo y trasmitiendo la llamada de Dios.  Pero el profeta no es salvador, no puede recorrer el camino por nosotros; él habla y luego cada uno ha de tomar el camino de la vida por sí mismo (Ezequiel 33, 7-9).

"A nadie le deban nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley... Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera" (Romanos 13, 8-10)

El Evangelio, una parte del discurso de Jesús acerca de la vida en comunidad, que la entiendo desde las dos lecturas previas: misión profética y profundo amor al otro, dos realidades que han de andar en perfecto equilibrio. Ni anuncio sin amor, ni amor sin llamada; paciencia con el que falla, fuerza de la oración comunitaria, que comparte toda ella la vocación de atar y desatar. La comunidad cristiana es Cuerpo de Cristo, y al celebrar la Eucaristía cumple por antonomasia la palabra del Señor: Yo estoy en medio, cuando ustedes se reúnan en mi nombre.

Toca ahora revisar los comentarios habituales para confrontar, enriquecer o ampliar el mensaje que recibo a nivel personal.  Por ejemplo, Castillo dice que no se puede tolerar la división dentro de la comunidad: creo que hay que partir de lo real, de que esas divisiones y enfrentamientos existen en la realidad, y por eso se habla de cómo resolverlos; tampoco entiendo que el “trátenlos como paganos o publicanos” implique expulsarlos, sino volver a empezar con ellos el camino de evangelización.

 Sobre esto escribe Enrique Martínez Lozano: “En todo grupo o comunidad, las tensiones son inevitables. Son resultado de la diferencia de necesidades y de aspiraciones que vive cada uno de los miembros. La clave está en el modo de gestionarlas. Cuando su gestión no es adecuada, desembocan en conflicto abierto; cuando es acertada, se convierten en oportunidad de aprendizaje y de crecimiento para las personas y para la propia comunidad”.

Por su parte, Fray Marcos resalta el valor de la comunidad como última instancia de perdón y sanación de la persona (no hay persona sin comunidad), y habla del pecado como algo que no es solamente privado, interior, sino como realidad que daña y divide a la comunidad cristiana. El mensaje de PAGOLA, como siempre, sencillo y profundo: invita a habitar en un espacio creado por Jesús; por su claridad lo copio acá, es una catequesis:

En la Iglesia de Jesús no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos, aunque seamos dos o tres. Reunirse en el nombre de Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno a él y desde su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo. El centro de este «espacio Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda comunidad cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus palabras, acogerlas con fe y actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra vida nos permite entrar en contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir creciendo como discípulos y seguidores suyos. En este espacio creado en su nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe y recuperando nuestra identidad cristiana en medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la rutina y tan paralizada por los miedos”.

 En resumen: Pensamos en Comunidad y Caridad como dos palabras y realidades afines, que se complementan necesariamente. Si se pierde un hermano, hay que buscarlo sin descanso y no cejar hasta encontrarlo, y dialogar en todas las instancias posibles, antes de declararlo perdido. “Día a día, poco a poco... el tiempo de Dios no es el nuestro, eso está claro... y en su paciencia infinita, sabe que por muy endurecido que esté nuestro corazón, el Amor, se abrirá camino... poco a poco... día a día” (Salomé Arricibita). El perdón puede transformar profundamente el interior de los seres humanos, y cuando lo presenciamos, nos transforma.