sábado, 29 de junio de 2019

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

En el Evangelio de Lucas el viaje a Jerusalén ocupa diez largos capítulos; no es un viaje topográfico, sino un viaje teológico, una especie de recurso literario de Lucas, a lo largo del cual Jesús va instruyendo a sus discípulos. No los instruye en una cátedra, o desde una academía, sino desde el camino, las viscisitudes cotidianas, los obstaculos que van apareciendo. Un viaje iniciático, que tiene como meta Jerusalén, y allí la entrega de la vida, la muerte, o como Lucas la describe: el tiempo de ser llevado al Cielo. Jesús asume este viaje con decisión, atrevimiento y valentía. 

En ese viaje a Jerusalén había que pasar por Samaria, y es curioso que Lucas presente siempre a Jesús en buena relación con los samaritanos, como también suele hacerlo el Cuarto Evangelio. Sin embargo, en este pasaje, Lucas resalta el rechazo: como ellos iban a Jerusalén, los samaritanos se niegan a recibirlos y darles acogida. Los samaritanos eran considerados herejes por los judíos; ellos solo creían en el Pentateuco y habían construido un lugar de culto para ellos, en el monte Garizín, con su propia liturgia.

Los discípulos no toleran a los herejes, a los que tienen creencias diferentes, y no soportan verse rechazados, por lo que piden a Jesús que baje fuego del cielo y arrase a esos samaritanos, cosa que Jesús rechaza. Escribe exactamente José María Castillo, de quien tomo estas ideas: " Lo que Jesús no soporta es a los que se consideran discípulos suyos y quieren unir el Evangelio con la intolerancia religiosa. Evangelio e intolerancia religiosa son incompatibles". 

 Luego de la decisión de Jesús de ir a Jerusalén, lo primero que hace Lucas es dejar bien claro que SER DISCÍPULOS DE JESÚS ES UNA COSA EXTREMADAMENTE SERIA.  Esto implica que el seguimiento puede hacerte entrar en conflicto con otras lealtades, quizá con las más serias lealtades de la vida.

 Se habla aquí de tres lealtades fundamentales
1. Renunciar al status, estar dispuestos a perder seguridades, instalaciones, dignidades, para verse como los animales del campo. 
2. Renunciar a las convicciones religiosas tradicionales, al modo convencional de entender a Dios y la religión: eso es lo que significa enterrar al propio padre, ya que para los judios piadosos el último servicio a los muertos era considerado como la cima de todas las obras buenas de la Ley. 
3. Renunciar a ataduras que impidan el servicio incondicional al Reino: es la libertad ante los vínculos de sangre que más condicionaban a la gente en el modo de vida patriarcal que vivió Jesús. 

Y por qué Jesús pide estas renuncias tan radicales para seguirle? Por la radical humanidad de Jesús hecha pasión dominante y determinante de su vida, que deben  abrazar también sus discípulos. Por la comunión en un mismo proyecto, que es proyecto por la vida, por la seguridad y dignidad de todo ser humano, hijo de Dios, por la felicidad y la plenitud para todos. Como ese cartel del Sagrado Corazón que vi ayer: Aquí cabemos todos. Los particularismos son contrarios al Reino, porque este implica comunión, echar abajo los muros y tender puentes, construir una nueva humanidad fraterna, compasiva y solidaria. 

El seguimiento es más que una religión y sus prácticas, más que una ideología; es un nuevo estilo de vida, un renacimiento, que se hace siempre "camino a Jerusalén", es decir, en medio de la vida, teniendo la muerte en el horizonte, pero también la vida, con la libertad que Dios nos ha dado (esa esa nuestra vocación, dice Pablo), sabiendo lo que Dios ha hecho con nosotros, y dejándonos guiar por el Espíritu. 

(Ideas de: José María Castillo, Enrique Martínez Lozano, Diario Bíblico y propias)

LA LUZ QUE GUARDA LA PALABRA

Cuando predicamos o comentamos la Palabra de Dios debemos provocar, no inquietar, al oyente; debemos hacerle desear el bien, más que temer el mal; debemos sembrar el deseo de comprometerse y servir, no sentimientos de culpa e indignidad. 

Usando varias expresiones del papa Francisco: "Toda palabra en la Escritura es primero don que exigencia" y "La verdad ha de ir siempre de la mano de la belleza y del bien". El papa también habla del lenguaje positivo en la predicación: "Que da esperanza, orienta hacia el futuro y no nos deja encerrados en la negatividad". 

En fin, dice "Más que como expertos en diagnósticos apocalipticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio". 

(Textos tomados de EVANGELII GAUDIUM).

jueves, 27 de junio de 2019

LA HONDURA DEL CORAZÓN DE JESÚS

Una persona con corazón es una persona profunda y a la vez cercana; entrañable y comprensiva, capaz de sentir emociones a la vez que de ir al fondo de las cosas y los acontecimientos.  

El corazón ha simbolizado para la gran mayoría de las culturas el centro de la persona, donde vuelve a la unidad y se fusiona la multiple complejidad de sus facultades, dimensiones, niveles, estratos: lo espiritual y lo material, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual. Una persona con corazón es no la dominada por el sentimentalismo, sino la que ha alcanzado una unidad y una coherencia, un equilibrio de madurez que le permite ser objetivo y cordial, lúcido y apasionado, instintivo y racional; la que nunca es fría, sino siempre cordial, nunca ciega, sino siempre realista. 

 Tener corazón equivale para el hombre antiguo a ser una personalidad integrada. En fin, el corazón es el símbolo de la profundidad y de la hondura. Solo quien ha llegado a una armonía consciente con el fondo de su ser consigue alcanzar la unidad y la madurez personales. 

 Jesús, el hombre para los demás, tiene corazón porque toda su vida es como un fruto logrado y maduro, un fruto suculento de sabiduría y santidad. Su corazón no es de piedra, sino de carne. Su
 vida es un signo del buen amar, del saber amar. 

 Pero sobre todo, Jesús en su corazón es la profundidad misma del hombre. En él está la fuente del Espíritu que brota como agua fecunda hastra la vida eterna.

(Misal de la Comunidad)

jueves, 20 de junio de 2019

EL CUERPO DE CRISTO: PRESENCIA Y MEMORIA

Nuestra vida humana está poblada de presencias, unas visibles y otras invisibles; unas cercanas y otras lejanas... A veces la presencia toma la forma de ausencia, a veces de recuerdo.

 Una manera singular de presencia, la más misteriosa y honda, es la que tiene lugar en el fondo último de nuestro ser en aquello que funda, es decir, en nuestra misma vida personal. Ese fondo, que es Dios, está presente en nosotros de un modo substancial y a la vez consciente, a traves de un sentimiento inefable que nos inspira; un sentimiento de confianza, de fe, de cobijo y acogida entrañable. 

 Pero la presencia de Dios en nuestra vida histórica ha tomado cuerpo palpable y tangible en Jesús; se ha encarnado en el ámbito espacio temporal de una persona concreta, nacida en un tiempo y un lugar determinados.

 Sustraído a nuestra experiencia sensible tras la ascensión, la presencia de Jesús cambia de signo pero no de realidad

 Ahora nos encontramos con Él a través de una presencia en forma de memoria.  Es su memoria la que nos acerca y nos lo hace presente; especialmente su memoria litúrgica y sacramental. Efectivamente, en la reunión eucarística, los cristianos hacemos, ante todo, memoria de Jesús, de su vida, de su muerte y de su resurrección, y así lo hacemos presente y presencia. 

 Pero de modo análogo a lo sucedido en su vida terrena, su presencia ahora no es desencarnada; toma encarnadura en el ámbito espacio temporal. Ese ámbito se lo ofrecen los símbolos del pan y del vino que se nos entregan a nosotros como comida y comunión lo mismo que Jesús se nos entregó en persona, brindándonos su cuerpo y su sangre. 

(Tomado del MISAL DE LA COMUNIDAD)

miércoles, 19 de junio de 2019

EL CUERPO DE CRISTO

"Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, carente de convicción y compromiso. La eucaristía fue para las primeras comunidades el acto más subversivo imaginable. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba, conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido y comprometiéndose a vivir como él vivió.

El problema de este sacramento, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente su esencia, que es su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos, que sirven para comunicarnos son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato.

El primer signo es el Pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El pan se parte para comerlo, es decir, el signo está en la disponibilidad de poder ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia que fuera aniquilado por los jefes de su religión. La posibilidad de morir por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad.

El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales, porque como era la vida, pertenecía solo a Dios. La sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramento no pertenece a lo esencial y nos despista de su verdadero valor.

La realidad significada es una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don.

El principal objetivo de este sacramento, es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, es un autoengaño. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrados, lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como sino cuando me dejo comer, como hizo él...

La comunión no tiene ningún valor si la desligamos de signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que Es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me necesite. Es una pena que sigamos oyendo misa sin pensar en la importancia que tiene celebrar una eucaristía.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo...".

FRAY MARCOS
(Religión Digital)

martes, 18 de junio de 2019

LA MISIÓN NO ES PRINCIPALMENTE LO QUE HACEMOS, SINO LO QUE SOMOS...

"Esencialmente es una cuestión de ser más que de hacer. Fluye de nuestro encuentro personal con Jesucristo, quien nos llama a estar con él y a acompañarlo en su misión en el mundo. Solo desde nuestra intimidad con Jesucristo, descubriendo que nos ama incondicionalmente, podremos crecer en una conversión continua y ser misión en nuestro mundo. Visto de esta manera, nuestro llamado a ser misión tiene lugar donde vivimos, cuando damos testimonio de amor en nuestra comunidad, familia, parroquia y vecindario. Es un llamado a crecer en la santidad expresada en las acciones amorosas de la vida cotidiana".

(Documento conjunto O. Carm/OCD) 

lunes, 17 de junio de 2019

HAZ LO QUE PUEDAS...

 Algunos libros que leemos en momentos importantes de nuestra vida resultan ser inolvidables, y en  mi caso uno de esos libros es JUAN CRISTOBAL, de Romain Rolland. Hoy amanecí recordando particularmente un pasaje de ese libro, lo busqué y aquí lo comparto. El protagonista, Juan Cristobal, está viviendo un momento complejo, el paso de la adolescencia a la juventud, marcado por la perdida de su padre (Melchor), un hombre bueno pero debil, a quien mataron sus vicios, y también por sus primeras experiencias dolorosas de amistad y amor. En ese contexto transcurre este encuentro con el hermano de su madre, ya mayor, que cierra una etapa de su vida...

Un día que salía de una taberna, en las afueras de la ciudad, vio en la carretera a algunos pasos de sí, la sombra paliducha de su tío Gottfried que llevaba a cuestas su carga de buhonero. Hacía algunos meses que el pobre hombre no había vuelto a la ciudad y sus ausencias se iban hacien do cada vez más largas. Cristóbal le llamó, muy gozoso. Gottfried, encorvado bajo el peso de su carga, se volvió, miró a Cristóbal, que se entregaba a una mímica extravagante y se sentó en un marmolillo para esperarle. Cristóbal con el rostro muy animado, se acercó dando zapatetas y sacudió fuertemente la mano de su tío con grandes demostraciones de afecto. Gottfried le miró largamente y le dijo: —Buenos días, Melchor. Cristóbal creyó que su tío se equivocaba y soltó una carcajada. —El pobre chochea, pensó para sí, y pierde la memoria. Gottfried parecía en efecto más aventajado, apergaminado y encogido; respiraba con dificultad y con mucha frecuencia. Cristóbal seguía perorando. Gottfried se echó su carga a cuestas y se puso de nuevo silenciosamente en marcha; volvieron juntos, Cristóbal gesticulando y hablando a gritos, y Gottfried tosiendo y callándose. Habiéndole Cristóbal interpelado nuevamente, le dijo: —¡Vamos a ver! ¿Por qué me llamas Melchor? Ya sabes que me llamo Cristóbal. ¿Has olvidado mi nombre?

Gottfried, sin pararse, fijó en él sus ojos atentamente, movió la cabeza y dijo con frialdad: —No, eres Melchor, te reconozco perfectamente. Cristóbal se detuvo aterrado. Gottfried continuaba su trotecillo y Cristóbal le siguió sin replicar. Se había disipado su embriaguez. Al pasar cerca de la puerta de un café-concierto, se acercó a uno de los espejos que había a la entrada, desierta en aquel momento, y se miró, entonces reconoció a Melchor y volvió a su casa enteramente trastornado. Pasó una noche de angustia interrogándose y escudriñando su alma. Ahora comprendía. Sí, reconocía los instintos y los vicios que habían surgido en él y le causaban horror. Pensó en la velada fúnebre pasada junto al cadá- ver de Melchor, en las promesas hechas, y pasó revista a la vida que había hecho desde entonces: había hecho traición a todo lo prometido. ¿Qué había hecho por su Dios, por su arte y por alma? ¿Qué había hecho por su eternidad? Todos los días los había desperdiciado y manchado; no aparecía ni una obra, ni un pensamiento, ni un esfuerzo durable, sino un caos de deseos que se destruían unos a otros. Todo era viento, polvo y nada. ¿De qué le había servido querer? No había hecho nada de lo que había querido. Había hecho lo contrario de lo que se había propuesto y había llegado precisamente a lo que no quería hacer: tal era el balance de su vida. Aquella noche no se acostó. A eso de las seis de la mañana —era aún de noche—, oyó a Gottfried que se preparaba a partir. Porque Gottfried no había querido detenerse más. Al pasar por la ciudad había ido, según su costumbre, a abrazar a su hermana y a su sobrino; pero había anunciado que se pondría en marcha al día siguiente por la mañana. Bajó Cristóbal. Vio Gottfried su rostro pálido en el que se leían las huellas de una noche de dolor. Le sonrió cariñosamente y le preguntó si quería acompañarle un poco. Salieron juntos antes del alba. No tenían nece sidad de hablar, pues se comprendían. Al pasar cerca del cementerio, dijo Gottfried: —Entremos, ¿quieres? Jamás dejaba de hacer una visita a Juan Miguel y a Melchor, cuando pasaba por allí. Cristóbal no había entrado en el cementerio desde hacía un año. Gottfried se arrodilló ante la fosa de Melchor y dijo: —Oremos, para que duerman en paz y para que no vengan a atormentarnos

Su pensamiento era una mezcla de extrañas supersticiones y de buen sentido: a veces sorprendía a Cristóbal; pero en aquella ocasión lo comprendió perfectamente. No se dijeron ni una palabra más hasta que salieron del cementerio. Al cerrar la rechinante verja, siguieron, a lo largo de las tapias, en medio de los campos que empezaban a despertarse, el estrecho sendero que pasaba bajo los cipreses plantados junto a las tumbas, de los que goteaba la nieve. Cristóbal se echó a llorar. —¡Ah, querido tío, cuánto sufro! No se atrevía a hablarle de su aventura de amor, porque sentía un miedo extraño de molestar o mortificar a Gottfried; pero habló de su vergüenza, de su mediocridad, de su cobardía y de la violación de sus promesas. —¿Qué hacer, querido tío? He querido y he luchado; y, después de un año, me encuentro en el mismo punto que antes, y ni aun eso siquiera, pues he retrocedido. ¡No sirvo para nada! ¡He perdido mi vida y soy un perjuro! En esto iban subiendo la colina que domina la ciudad y Gottfried dijo con bondad: 

-No será la última vez, hijo mío. No se hace todo lo que se quiere. Se quiere y se vive, que son dos cosas distintas. Hay que consolarse. Lo esen cial, no lo olvides, consiste en no cansarse de querer y de vivir. El resto no depende de nosotros

Cristóbal repetía con desesperación: —¡Soy un perjuro!¿Oyes? —dijo Gottfried. En esto cantaron unos gallos en el campo. —También cantaron para otro que igualmente fue perjuro. Cantan to das las mañanas para cada uno de nosotros.

Día llegará —dijo Cristóbal amargamente— en que no cantarán para mí… Ese día no tendrá mañana. ¿Y qué habré hecho yo de mi vida? 
Hay siempre un mañana —dijo Gottfried. 
Pero, ¿qué hacer si no sirve de nada querer?
Vela y ora
Ya no creo

Gottfried sonrió: —No vivirías si no creyeses. Todo el mundo cree. Ora
¿Y a quién? Gottfried le mostró el sol que aparecía en el horizonte rojizo y glacial. —Sé piadoso en presencia del día que nace. No pienses en lo que serás dentro de un año o dentro de dos años. Piensa en el día de hoy. Abandona tus teorías. Todas las teorías, hasta las que se proponen por objeto la virtud; son malas, necias y hacen daño. No hagas violencia a la vida. Vive hoy y muéstrate piadoso hacia cada día. Ámalos, respétalos y sobre todo no los manches, no les impidas florecer. Ámalos aunque sean grises y tristes como el de hoy. No te inquietes por ello. Ves, ahora es el invierno. Todo duerme, pero la buena tierra se despertará. Lo principal es ser buena tierra y paciente como ella. Sé piadoso. Espera. Si eres bueno, todo irá bien. Si no lo eres, si te muestras débil, si no sales adelante con tu empresa, no por eso hay que ape sadumbrarse. Seguramente eso obedece a que tus fuerzas no llegan a tanto. Entonces, ¿a qué querer más?, ¿a qué apesadumbrarte por lo que no puedes hacer? Hay que hacer lo que se puede… Als ich kann (Como yo pueda)

Es demasiado poco, dijo Cristóbal haciendo una mueca. Gottfried rió amistosamente. —Es más de lo que nadie hace. Eres un orgulloso, quieres ser un héroe y por eso no haces más que tonterías… ¡Un héroe!… No sé exactamente lo que es, pero me lo figuro: un héroe es el que hace lo que puede. Los de más no lo hacen.

¡Ah! —suspiró Cristóbal—, ¿a qué vivir entonces? Eso no vale la pena. Hay, sin embargo, gente que dice: “¡querer es poder!”

Gottfried se echó de nuevo a reír dulcemente: —¿Sí?… Pues te aseguro que los que tal dicen son unos grandes embusteros. O si no, no quieren gran cosa… 

Habían llegado a la cima de la colina y allí se abrazaron cariñosamente. El pobre buhonero siguió adelante con paso fatigado. Cristóbal se quedó pensativo viéndole alejarse y repitiendo en su interior la frase de su tío: —Als ich kann. Luego sonrió, pensando para sí: Efectivamente… Después de todo… es suficiente. Volvió hacia la ciudad. Crujía bajo sus pasos la nieve endurecida. El helado soplo del invierno hacía estremecerse, en lo alto de la colina, las desnudas ramas de los árboles. Hacía colorearse sus mejillas, quemaba su piel y activaba el ardor de su sangre. Allá abajo parecían reír los rojos tejados de las casas bajo las brillantes caricias del sol. La tierra helada p
arecía regocijarse, sacudida por un acre placer. El corazón de Cristóbal sentía lo mismo que ella y él pensaba en su interior: Yo también me despertaré. Tenía aún lágrimas en los ojos. Se secó con el revés de la mano y miró riendo al sol que se ocultaba tras una cortina de vapores. Pasaban por encima de la ciudad pesadas nubes cargadas de nieve, impulsadas por la tormenta. Cristóbal les hizo una higa. Soplaba el viento glacial… 
¡Sopla, sopla!… ¡Haz lo que quieras de mí! ¡Llévame en tus alas!… Yo sé muy bien a dónde he de ir.

(Romain Rolland, Juan Cristobal, Libro Primero)


domingo, 16 de junio de 2019

LOS MARGINADOS SEXUALES, EL AMOR Y DIOS

Este es un artículo que recojo de facebook, escrito por Bernardo Baldeón Santiago

En la casa de una persona importante como era el fariseo Simón, que había invitado a Jesús a comer, aparece de repente una mujer. No estaba en la lista de los invitados.Su aparición en la casa de un hombre tenido por honrado y religioso como Simón es todo un atrevimiento. ¡Qué descaro! No se da el nombre; sólo sabemos su oficio: «una pecadora de la ciudad…».

Llega al banquete con la esperanza de encontrar a alguien que no la mire como un objeto de placer. Tiene la esperanza de ofrecer el propio corazón, la esperanza de ser comprendida al fin y encontrar un corazón. Había tenido muchos amantes, pero era Jesús el único que la amaba de verdad. Cada uno reza a su modo; la oración de la pecadora aquí está hecha de silencio, de lágrimas y de besos con que cubría los pies de Jesús. Y Simón piensa: Si este hombre fuera profeta sabría que esta es una pecadora. Jesús toma la defensa de aquella mujer extraviada, que parecía no tener defensa. Jesús, que se fija en el corazón y no en las apariencias, se da cuenta de que ella era mejor que todos aquellos que la estaban condenando. Y les dice: «Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor» (Lc 7,47).

Un sacerdote que en Barcelona se dedicaba al apostolado en los barrios marginados y en las cárceles, paseando un día por las Ramblas, vio que una señora, llamada Rosi, se acerca a él y le dice: «Mi marido se ha arruinado con el juego y está enfermo. Me escribe que vuelve definitivamente de Alemania y quiere vivir de nuevo conmigo». La Rosi vino de Alemania hacía 20 años, cuando su marido la dejó por otra. Desde entonces ha hecho de todo: camarera de barra americana, prostituta, cuidadora de niños, y ahora fregaba las habitaciones del hotel… Ella dice que a su marido no puede quererle. Pero que están casados todavía. Y que su marido está enfermo. Y que necesita a alguien que lo cuide, y que si las otras mujeres lo han dejado, ¿va a dejar que se muera sin que lo cuide nadie? No; dice que ella cuidará de él. Y de él cuidó.

Yo me pregunto: Ante esta sociedad que vive de apariencias, ¿quién le quitará de encima lo de haber sido prostituta? Ante la sociedad, para ser reconocida una buena conducta se necesita tiempo, pero basta un momento para perderla. Dios, sin embargo, no se fija en las apariencias; se fija en el corazón. Y a esta mujer se le perdonarán muchos pecados porque ha amado mucho. Jesús lo ha dicho claramente: en el reino de los cielos las prostitutas tendrán preferencia a muchos que pasan por personas respetables.


La capacidad de acogida
Una mujer pecadora está tocando a Jesús. La reacción de Simón es de indignación y escándalo. Aquella mujer es una indeseable a la que habría que alejar rápidamente del Profeta. La reacción de Jesús, por el contrario, es de acogida y comprensión. Sólo parece ver en ella un ser necesitado de amor, reconciliación y paz.
Esta actitud constante de Jesús, descrita a lo largo de todo el evangelio de Lucas, de acogida a los que parecen excluidos de antemano del Reino de Dios, nos ha de obligar a los cristianos a revisar nuestras actitudes hacia ciertos sectores y grupos a los que parece que negamos el derecho de acercarse a Jesús.
Entre estos grupos hay uno del que los cristianos apenas nos atrevemos a hablar: el mundo de los homosexuales y las lesbianas. Un mundo que las Iglesias han preferido casi siempre silenciar, mientras, socialmente, era objeto de distorsiones, desprecios y persecución.

Apenas ni una palabra de esperanza. Sólo condenas y anatemas para reducirlos a la oscuridad, al silencio o al desprecio de los demás. ¿Dónde han podido escuchar una palabra que les hiciera sentirse llamados también ellos al Reino de Dios? ¿Cuándo han podido saber que Dios es también para los indeseables de la sociedad? ¿Quién les ha abierto un acceso al Evangelio?
Y, sin embargo, también los homosexuales y las lesbianas tienen derecho al Evangelio aunque esta simple afirmación suene de una manera extraña y escandalosa a los oídos de bastantes cristianos.
Las comunidades cristianas nos hemos de preguntar qué ayuda hemos ofrecido a estos hombres y mujeres para crecer en madurez humana y responsabilidad cristiana. Qué mensaje han podido escuchar de nosotros para vivir su homosexualidad desde una actitud responsable y creyente.

No basta con adoptar una postura de condena o rechazo cuando la orientación global de la sexualidad de una persona queda fuera de su propio control. Ni se puede condenar de manera total y absoluta la vida de una persona reduciéndola a su sexualidad, sin tener en cuenta otros valores y dimensiones de su personalidad.

No se trata de silenciar las exigencias del evangelio a estos grupos, sino de anunciar y ofrecer también a estos hombres y mujeres la posibilidad de que descubran en Jesucristo su propia dignidad, la aceptación responsable de su condición y la acogida liberadora que les niega casi siempre la sociedad. Quizás este hecho nos ayude al entender la intimidad de Dios en su relación con las personas

miércoles, 12 de junio de 2019

TRINIDAD: LA PROFUNDIDAD DE DIOS ES NUESTRA PROPIA PROFUNDIDAD... (domingo después de Pentecostés).

Normalmente nos movemos en la superficie. Cuando ahondamos en nuestras experiencias, vemos que todo es distinto y que tenemos que seguir ahondando.  Presentimos como que hay una profundidad sin fondo, infinita. A esta profundidad infinita y a ese fondo inagotable de nuestro ser se refiere la palabra "Dios". Dios significa esto:  las profundidades últimas de nuestra vida, la fuente de nuestro ser, de nuestro interés último, de lo que tomamos en serio sin reserva alguna

 Ese fondo íntimo de cada hombre se trasluce ante todo en su apertura a la persona, en la seriedad absoluta de la inclinación de su yo a un personal y al nosotros que de ese encuentro surge.  Así llevamos troquelada en el fondo de nosotros la imagen de la Trinidad del Dios cristiano.

 Este cuño  trinitario de nuestra vida es calco de otro que marca toda la vida de Dios. Nosotros somos el reflejo de Dios pues somos sus hijos y por eso llevamos su señal, que es una señal trinitaria.  Somos la proyección de Dios fuera de Él, en el ámbito de lo creado.

 Lo que registramos en nosotros no es sino el desdoblamiento pálido y remoto de lo que acaece en el interior de Dios. Su vida es una vida también y, en primer lugar, compartida, comunicada; su vida es diálogo permanente con Alguien (el Hijo) que, sin embargo, no está fuera de la intimidad del que se entrega (el Padre), sino que está absolutamente identificado con Él, siendo igual a Él en todo, gracias a que hay una congenialidad absoluta y radical de vida, de amor (gracias al Espíritu, el tercer  Alguien trinitario)- Dios es vida, movimiento plural. 

No es una cifra abstracta, estática, un motor inmovil, una estrella solitaria.  Dios es muy parecido a nosotros, porque nosotros somos muy parecidos a Dios. Una misma realidad abisal  surca nuestros destinos.

"Dios Padre de misericordia, que has enviado al mundo la Palabra de la Verdad y el Espíritu de la santificación y la unidad, concédenos conocer la fe verdadera y la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad amorosa".

LECTURAS:
Primera: Éxodo 34, 4b-6, 8-9. Dios se muestra presente en un profeta como Moisés, que se acerca al lugar en donde Dios se acerca a él. El mediador invoca su presencia y su guía, y pronuncia su nombre clemente y compasivo sobre el pueblo.

Salmo: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso (Deuteronomio). 

Segunda: 2 Corintios 13, 11-13. La comunidad cristiana debe buscar la unidad, pero sin estandarizar a las personas. Unidad no es uniformidad, sino diversidad. 

Evangelio: Juan 3, 16-18. Dios no ha mandado  su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo. Evangelizar es presentar el rostro benevolente y amoroso de Dios, que no se cansa de llamar desde lo profundo del corazón humano. 

Hemos de meditar siempre en las dimensiones inabarcables de nuestra propia profundidad.  De esta meditación surgirá un inmenso respeto y admiración por nuestra dignidad de hombres (dignidad divina) y por el misterio de Dios. Así empezamos a salvar al mundo.

La vida del creyente cristiano consiste en saber rastrear las huellas de la comunidad trinitaria a través de toda la creación y de todos los acontecimientos históricosLa dimensión religiosa es la dimensión de la profundidad; si tenemos ese sentido de lo profundo, no nos podemos llamar ateos; ser creyentes es sabernos inmersos en el inabarcable misterio de Dios. 

Este Misterio sobre todo es comprensible desde el Amor. El que ama, participa del Amor Divino. El que ama conoce a Dios; el que ama, sabe

(Notas tomadas del MISAL DE LA COMUNIDAD)

viernes, 7 de junio de 2019

PREDICANDO EN LAS REDES...

Alguien comparte la siguiente noticia de la prensa dominicana: "Diputados aprueban resolución que exige lectura obligatoria de la Biblia en las escuelas". Dejo un comentario, y a partir de él se establece el siguiente diálogo...

Yo: Absurdo... Imponiendo religión solo consigues fabricar ateos.

Respuesta: Ese es el problema no es imponer religión como quiera es palabra de Dios aunque a muchos no le guste jesucristo predicaba delante de fariseos y judios y como quiera lo odiaban.

Yo: La educación es laica, la fe no es un conocimiento más como la matemática o la historia. La fe es un don que recibes de parte de Dios. La catequesis se recibe en la comunidad de fe, no en la escuela, a la que asisten estudiantes con creencias diversas o sin ninguna. Se puede estudiar religión, para conocer, y eso incluiría todas las religiones, y la Biblia y el Corán, etc.

Respuesta: Pero si la fe no se enseña nadie la obtendrá.

Yo: La fe es un don de Dios, la religión se enseña en la catequesis. En la escuela se adquiere conocimiento y cultura para la vida.


Respuesta: Déjelo ahí que no nos vamos a entender.

Yo: Siempre que hablemos de imponer, de obligar, de no respetar la libertad del otro, como Dios la respeta, no nos vamos a entender.

Respuesta: Lo mejor es comenzar el día en manos de Dios aquel que no quiera pues que se salga del aula...

Yo: En manos de Dios estamos todos, se lea o no la Biblia.

 En esta misma línea de pensamiento aparecen artículos, opiniones, diatribas, que giran en torno al  este dilema: ¿Quién debe educar a los niños, la familia, la escuela, o la sociedad? Mi opinión es que se debe hacer en común, porque uno no es solo miembro de una familia, sino ciudadano de un país, coresponsable de una sociedad. Y además, en la vida tendremos que coexistir con personas muy diversas, por lo que no nos ayudará tener una educación cerrada. 

 Lo más curioso es que ahora empiezan a surgir dilemas que de alguna manera se pensaron resueltos hace varias décadas, y resurgen como si nada hubiera sucedido. Como dice un dicho conocido: El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra... 

 Doy gracias a Dios porque mi fe me hace libre, abierto y compasivo.

jueves, 6 de junio de 2019

LOS DERECHOS DEL PRÓJIMO...

La Declaración de Derechos Humanos es de ayer, como quien dice, y no hace tanto tiempo las mujeres no podían ni votar, no se consideraban aptas, ni se les admitía en las universidades; y hubo un tiempo en que esclavizar a un ser humano era legalmente permitido, o en que existían leyes que garantizaban que un blanco era superior a un negro, o a cualquier otra raza humana.Hubo un tiempo en que se quitaba la vida a otro porque pensaba diferente al al rey o al emperador o al tirano de turno, o porque su credo religioso no era el de la mayoría, o el del que mandaba e imponía a todos lo suyo. Todo eso era legal, y lo imponían las autoridades a la fuerza, pero además el consenso de los "buenos" y la interpretación de los iniciados lo hacían ver moralmente justo, y así era apoyado por las mayorías. 

Es bueno pensar estas cosas hoy, cuando nos apuntamos a ciertas campañas en las redes, que miran más supuestas leyes que la dignidad del prójimo y sus derechos. Hoy, cuando todavía en muchos lugares del planeta miles no disfrutan de esos derechos, empiezan a llegarme mensajes en los que los presidentes de Estados Unidos o de Rusia parecen ser los portavoces de la moral cristiana. Quede claro: no son de mi grupo, no los quiero de mi parte, no me gusta lo que ellos defienden ni el modo en que lo hacen.

Para mí ser cristiano es amar a todos, mirándoles como les mira Cristo, no juzgando sino acogiendo, perdonando y sanando del único modo posible: con amor. Nadie queda fuera del amor de Dios; esta humanidad imperfecta, que anhela y busca a su manera plenitud, es la misma por la que, según mi credo, Jesús entregó la vida y nos dio VIDA.

Soy parte de ella y con ella camino; sus pecados y sus culpas son las mías. No me veo en otra parte, ni más arriba ni más digno que otros. No me gusta lo que veo en las redes sociales: mucho odio, mucha intolerancia, poquísima capacidad de comunión. Repartimos mensajes que claman por animales abandonados, y al momento deseamos la muerte y el sufrimiento a quien opine lo contrario.

No sé si es coherente todo lo que aquí escribí, tal vez lo modifique en unos días, pero ahora mismo necesitaba compartirlo.

A LA ESPERA DEL ESPÍRITU...

Desde la Ascensión del Señor hasta Pentecostés, la Iglesia, imitando a los apóstoles, se prepara para celebrar la fiesta del Espíritu, que es el que nos permite recibir a Cristo, aprender de Él, ser Iglesia, y crecer en la fe. 

El Espíritu Santo es la Vida de Dios en nosotros, es el abogado, el defensor, el consolador, el animador de nuestra misión evangelizadora. El Espíritu enciende una luz en nosotros, es como una llama que arde, y que calienta e ilumina. Es el Amor que irriga nuestro corazón, la fuente de agua vida que salta hasta la vida eterna. Hablar de Dios es difícil, y hablar de su Espíritu mucho más; por eso en la Escritura aparece mediante imágenes: paloma, huracán, fuego, aliento... 

La fiesta de Pentecostés  expresa un misterio grande, porque habla de la presencia divina en cada ser humano, en el creyente más conscientemente, y en nuestra comunión. El Espíritu crea un lenguaje nuevo, el del amor y el perdón; un lenguaje que mueve, une y entusiasma. El Espíritu apoya nuestras búsquedas, anhelos y proyectos, y sobre todas las cosas UNE, forma COMUNIDAD, construye la HUMANIDAD NUEVA. 

En nuestras celebraciones de esta semana y sobre todo del domingo (que ya cierra el tiempo pascual) podemos ver los signos del agua y el fuego, de los cantos de alabanza y la imposición de manos, y todos ellos nos recuerdan que PENTECOSTES ES LA FIESTA DE LA VIDA, la fiesta del nacimiento de la Iglesia, la llamada a la plenitud del ser humano, creado a imagen de Dios. 

domingo, 2 de junio de 2019

BUSCANDO A DIOS

«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado». 
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo». «¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte. 

Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres». «¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro. 
«Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí.No; no lo he encontrado. ¿Y tú?». ¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo. Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte. 

Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.

(Anthony de Mello)