jueves, 23 de diciembre de 2021

CELEBRAR A JESUCRISTO EN LA NAVIDAD

 

Preparándome para las celebraciones de la ya inminente NAVIDAD, encuentro en mis lecturas algunas ideas sencillas que me parecen iluminadoras para vivir este tiempo litúrgico de manera renovada. Es un tiempo propicio para "aquellos que todavía buscan y quisieran reencontrar la persona de Cristo".

 Puede suceder que en nuestras catequesis y predicaciones no hablemos suficientemente de Cristo; su persona se pierde en medio de otros muchos conceptos e imágenes religiosas. Incluso en este tiempo navideño puede primar lo anecdótico, quedándonos en la admiración ante el niño en el pesebre, con ternura, pero también con un exagerado edulcoramiento, olvidando lo esencial de esta festividad litúrgica.

Fijémonos en el párrafo siguiente: 

 "Los orígenes de la Navidad no tienen verdaderamente nada en común con una tan pronunciada insistencia sobre la infancia de Jesús. Al contrario, la venida del Verbo en la carne está íntimamente ligada al misterio de la Pascua y es una de las características típicamente cristianas de la Encarnación. Esto no significa sólo "Dios con nosotros", sino también nosotros, rescatados con Dios. La humanidad trastornada ha sido hecha partícipe de su rescate para entrar en la vida misma de Dios. En el pensamiento tradicional de la Iglesia, la Encarnación no tiene nada de poético, supone un realismo casi brutal: la venida del Verbo en la carne significa el cumplimiento de la voluntad del Padre hasta la muerte en cruz. Y otra característica de la Encarnación según la fe cristiana: No es venida de Dios para estar con nosotros, sino venida para que nosotros estemos con él". 

 Sería pues un punto de partida para un proceso de divinización, que no se realiza por sí mismo, sino en la medida en que seamos capaces de acoger y trabajar con ese Cristo que viene a nosotros para transformar nuestra historia y la historia de nuestro mundo. Más allá de conceptos teológicos vinculados a esta verdad de fe, necesitamos entender el sentido, la utilidad, de esta venida de Dios al mundo en nuestra carne, y comprenderla en conexión con el misterio de la Alianza de Dios con su pueblo y con la Pascua

La Navidad es más que un recuerdo folklórico que permite activar tradiciones, u oportunidad para celebrar con la familia y los amigos, o incluso irnos de vacaciones aprovechando los días feriados. La Encarnación de Cristo es el elemento necesario para la comprensión de todos los sacramentos, y sobre todo de la celebración de la Cena, actualmente de la Misa. 

¿Cómo soñar con un contacto real con Dios sin esta Encarnación?

(Ideas tomadas de Adrien Nocent, Celebrar a Jesucristo)

miércoles, 22 de diciembre de 2021

LA HISTORIA DEL VERBO DE DIOS

La historia del Verbo de Dios
(Juan 1,1-5.9-14) (forma breve)

Dos advertencias:

1. Según muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga, con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo de Dios en cinco etapas.

2. Para comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con razón, la del libro del Eclesiástico.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico.

Segunda etapa: el Verbo y la creación

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Aunque parece una nueva matización del Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol, luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios.

Tercera etapa: el mundo, creado por el Verbo, lo ignora.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

Cuarta etapa: la Palabra se instala en Israel; unos lo rechazan, otros la acogen.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente añadido destruye el dramatismo del himno primitivo.

Quinta etapa: el Verbo se hace carne y habita entre nosotros.

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Reflexión final

El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre.

José Luis Sicre

LITURGIA DE NAVIDAD (LAS TRES MISAS).

La celebración de tres misas el día de Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa Misa del Gallo, por la noche, se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la misa del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico brevemente el mensaje global de los tres evangelios.

(Nota mía: En realidad son cuatro misas, porque hay una Misa de Vísperas de Navidad, con los mismos motivos bíblicos y litúrgicos).

El de la misa del Gallo nos habla de un niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como Salvador, Mesías y Señor.

El de la misa de la aurora indica diversas reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye.

El evangelio de la misa del día, el Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores: es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación. Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios.


25 de diciembre. Misa de medianoche

Aunque desconocemos el día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sab 18,14-15).

En cualquier caso, el papa Sixto III (siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor. Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a esta hora.

La liturgia, con tres lecturas preciosas y muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin agotar al auditorio.

Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)

 El profeta se dirige a un pueblo que camina en tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos:

el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado, igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón;

el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y túnica;

la aparición de un niño, que se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización. Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será obra del celo de Dios.

Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).

El autor une la primera venida de Jesús («se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.

¿Un niño pobre o un personaje maravilloso? (Lucas 2,1-14)

El evangelio de esta noche consta de dos escenas radicalmente distintas, pero que se complementan.

El nacimiento de un niño pobre

La primera escena, que se desarrolla únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede causar.

Frente a los poderosos, los débiles, representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer, aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén. Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»).

Los «nacimientos» que se montan actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño.

Es una escena de pobreza y humillación. Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación? ¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá cultura ni formación?

El Salvador, el Mesías, el Señor

La segunda escena se desarrolla en cielo y tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos.

Por otra parte, el anuncio modifica totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo», porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Afortunadamente, los pastores no son especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial alabando a Dios y proclamando la paz.

¿Qué harán los pastores? Quien desee saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora.

Pero el lector del evangelio puede ponerse en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles. Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador.



25 de diciembre. Misa de la aurora

El evangelio de la misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.

Tres reacciones ante la noticia (Lucas 2,15-20)

El evangelio empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.

Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.

Una buena noticia para Jerusalén y la Iglesia (Isaías 62, 11-12)

Este breve pasaje recoge una imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.

La liturgia aplica este anuncio de la llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua profecía.

Una buena noticia para nosotros (Carta a Tito 3,4-7)

El evangelio habla de tres reacciones ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.

Ante todo, lo ocurrido es una manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros propios méritos.

Además, la salvación que entonces tuvo lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17).



25 de diciembre. Misa del día

La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magnificat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta.

«El Señor ha consolado a su pueblo» (Isaías 52,7-10)

El texto de Isaías de la misa de la aurora presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos. Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como Mesías y Salvador.

«El Señor nos ha hablado por su Hijo» (Hebreos 1,1-6)

Imaginemos al autor de la carta ante el pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la glorificación del Señor.

Lo primero que destaca es la novedad de que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa final».

Luego acumula palabras para describir la dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo. Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas: «reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad y su encumbramiento por encima de los ángeles.

San Ignacio de Loyola, al hablar del nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº 110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante) sino su triunfo y su gloria.

(Jose Luis Sicre, FE Adulta)

sábado, 11 de diciembre de 2021

EUCARISTÍA: EL ROSTRO DEL RESUCITADO EN LA COMUNIDAD QUE SE REUNE EN SU NOMBRE

 

Son muchos  los que piensan que la celebración de la eucaristía se comienza con los ritos iniciales, cuando el sacerdote dice: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Y no es cierto, la celebración se inicia antes: cuando se comienza a reunir la comunidad cristiana. Porque Cristo, que nos invita, está ya ahí esperándonos para darnos la bienvenida, iniciando así la fiesta

 Según el evangelio de Mateo, las últimas palabras de Jesús antes de ascender a los cielos fueron estas: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Estas palabras aseguran su presencia en la asamblea de los hermanos. El autor del Apocalipsis tuvo una viva experiencia de la presencia del Resucitado en la celebración litúrgica del día del Señor (el domingo) cuando sintió que Cristo le ponía la mano en el hombro y le decía: Soy yo, no temas (Ap. 1, 12-17). En la asamblea eucarística, el Señor mismo nos pone también a nosotros la mano sobre el hombro en señal de amistad y nos dice: Soy yo, no teman. El concilio Vaticano II nos asegura que "en estas asambleas, aunque sean pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Jesucristo en cuyo nombre se reúne la Iglesia" (LG 26). 

 La comunidad cristiana, con muchos o pocos miembros, pero unidos, es el primer lugar de la presencia del Resucitado. Ella es como un grandísimo pan hecho de multitud de granos (de personas) en el que Cristo está presente. Lo olvidamos y por eso no cuidamos la formación de la asamblea, llegamos tarde y de ese modo no respetamos a nuestros hermanos y a Jesucristo que nos invita y nos está esperando. Lo primero que hemos de hacer al llegar es saludarle y darle gracias porque nos ha invitado a su cena y saludar a los hermanos. Ahí comienza la misa


 El Señor está ya desde el inicio, pero con una condición: que los presentes estén reunidos en su nombre. Esa fue su promesa y su condición cuando dijo: Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20). La expresión "en mi nombre" significa en comunión con mi persona. No basta con estar físicamente juntos, hay que estar unidos a la persona de Jesús, mediante la adhesión de fe y de amor, y hay que estar también unidos entre nosotros para que el Señor resucitado deje sentir su presencia en la asamblea eucarística. 

 Si estamos unidos, la presencia del Resucitado brilla en el rostro de la comunidad, que, de ese modo, invita a otros a creer en él y a unirse a ella. Que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17,21). 

Antonio Vidales (La Eucaristía. Misterio de fe y escuela de solidaridad).

miércoles, 8 de diciembre de 2021

ORACIÓN A MARÍA.....


"¡Dios te salve, mujer y madre de misericordia! Vida, esperanza, fortaleza nuestra. ¡Dios te salve! A ti clamamos los hijos tuyos, a ti te invocamos los que luchamos en este valle donde construimos el Reino.  Óyenos, Señora, compañera nuestra, camina con nosotros en nuestra andadura histórica y en medio de nuestro esfuerzo muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu fe y amor comprometido. ¡Valiente! ¡Compasiva! ¡Silencio orante en la acción, María! Lucha con nosotros, Santa Madre de Dios, para hacer posible hoy las promesas de Jesucristo como fruto de la gracia y del trabajo de los hombres". 

martes, 7 de diciembre de 2021

UN AMOR DESINTERESADO

 

"¿Damos cabida en nuestro cristianismo al fariseísmo de querernos ganar a Dios? ¿No tenemos a veces la pretensión de merecer el amor de Dios, su protección, su ayuda, sus beneficios y todo esto de un modo bastante utilitario? ¿Qué conciencia tenemos nosotros de la misericordia? Existe el riesgo de desfigurarla, viéndola como un amor facilón que ni es comprometedor ni comprometido.Es grave despistarse en esto, pues se trata del amor con que Dios nos ama y del amor con el que hemos de querer nosotros a los demás.

 En la misericordia, todo lo que el amor tiene de generosidad, de gracia, de ternura, lo tiene de exigencia. Nada compromete y exige más que el amor desinteresado que no pide nada. Nadie merece nunca el amor de nadie; ni el de una persona, ni el de Dios-Persona. Cada uno es amado sin méritos, gratuitamente, misericordiosamente, y si no, no es amado.

 La eucaristía es la celebración de la misericordia de Dios que en Cristo nos ama hasta el colmo de su sacrificio".

Teófilo Cabestrero

Adviento para hombres de hoy

viernes, 3 de diciembre de 2021

ADVIENTO: CUATRO ORACIONES; CUATRO ESTACIONES

Al comenzar otro ADVIENTO, prestemos atención a las oraciones con las que comenzamos la eucaristía los cuatro domingos de este tiempo litúrgico, la llamada ORACIÓN COLECTA, que recoge el sentir de la comunidad cristiana en la celebración que comienza. Vamos a ver lo que pedimos como Iglesia cada semana, en la misma medida en que vamos encendiendo los cuatro cirios de la CORONA DE ADVIENTO, y anhelando vivir una vez más espiritualmente el nacimiento de Cristo en nuestra vida.

Primer domingo: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno”. Avivar la llama, que puede haberse medio apagado (encendemos el primer cirio, y con él, los carbones medio apagados de nuestra vida de fe, que a menudo pierde vigor, ánimo, fuerza); levantarnos del acomodamiento y la rutina, para volver al camino y salir al encuentro del que viene. Todo lo que se ha ido muriendo en nosotros necesita renacer de nuevo. Estaría bien preguntarnos por las obras de la fe, de nuestro compromiso, como bautizados, en la comunidad, en la familia, en la sociedad. La promesa de Dios siempre está actuando en nuestra vida, aunque nosotros no lo percibamos muchas veces, y aunque podemos ganarnos el cielo con obras (es un regalo de Dios, eso debe quedar claro),las obras de la fe apresuran la llegada al mundo del salvador. Y al final habla de “sentados a su derecha”: una imagen de la salvación, de pertenecer a Cristo, de estar a su lado, con Dios. EN RESUMEN: Avivar la llama de la fe, preparar los caminos del que viene, obrar con justicia y santidad, y certeza interior de ser salvos por amor.

Segundo domingo: “Señor todopoderoso. Rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida”. Empieza la oración, empatando con lo anterior: Dios, rico en misericordia, por eso caminamos con una certeza interior, nos sabemos amados por el amor. Ya nos hemos puesto en camino, animados por la comunidad eclesial, por la liturgia de este tiempo, pero debemos estar alertas para no perder ese espíritu, en medio de los afanes del mundo (que siempre ofrece más y más, y nunca sacia; en medio de esa navidad de lentejuelas que nos impone el consumismo, y por la que somos arrastrados sin darnos cuenta). Necesitamos de la sabiduría de Dios, que está contenida en su Palabra, a la que podemos acudir cotidianamente, para encontrar a Cristo vivo, naciendo y renaciendo siempre en nuestra vida. Anhelo de plenitud que solo se encuentra en Dios, frente a esa oferta siempre incompleta de nuestro mundo. EN RESUMEN: Dios rico en misericordia; caminar sin descanso para encontrar a Cristo, y ver contrapuestos la oferta del mundo y la plenitud que viene de Dios (no se excluyen totalmente, pero invitan a discernir y tomar elecciones).

Tercer domingo
: “Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”. Aquí ya se entra en la segunda parte del Adviento, porque hay una espera viva, activa, espera en FE (confianza); ahora pedimos a Dios llegar y alcanzar lo que esperamos: la vida plena en Dios, mirando a lo definitivo, y el gozo de poder celebrar una vez más el nacimiento en la carne del hijo de Dios. Pedimos recibir el gozo, la ALEGRÍA que viene de Dios y nadie puede arrebatarnos. Cuando Dios nace en nuestra vida, nace con Él la alegría interior, que se desborda luego en obras alegres, que contagian al prójimo. Con el llega la prometida SALVACIÓN (la vida nueva).

Cuarto domingo: “Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección”. Y a las puertas de la fiesta del nacimiento de Cristo, pedimos la gracia para que el ángel también anuncie para nosotros el alumbramiento de Cristo en el mundo en el que vivimos. Sabemos que el niño que va a nacer ha de hacer luego un camino largo, signado por la cruz, la entrega, el sacrificio, antes de resucitar y sentarse a la derecha del Padre. Ese es también el camino el nuestra fe, nuestro camino vital: nacer, crecer, sufrir, padecer (amar, según Teresa), morir, resucitar. La alegría de este nacimiento no es una alegría vana, superficial, vacía (en la liturgia aparece ligada al sacrificio de los inocentes, al martirio de Esteban), sino una alegría profunda, que abraza la vida en Cristo, que se ofrece para hacer el camino del seguimiento, de la progresiva identidad con Él. EN RESUMEN: Vamos a renacer con Cristo, para vivir en Cristo, morir para Cristo, y resucitar con Cristo.


Cuatro palabras que resumen este itinerario espiritual, estos cuatro domingos: FE/ESPERANZA/ALEGRÍA/AMOR (Estos pueden ser los propósitos para los cuatro cirios de tu Corona de Adviento).

Con las ANTÍFONA DEL SALMO con que rezamos estos cuatro domingos de Adviento, hemos compuesto esta oración: 

A ti levanto mi alma, porque Tú, Señor, has estado grande con nosotros; estamos alegres, porque vives en medio de tu pueblo. Restáuranos, una vez más en este Adviento: que brille tu rostro y nos nazca Jesús, que es nuestra salvación. Amén.

Fray Manuel de Jesús, ocd

miércoles, 17 de noviembre de 2021

MAESTRO DE LO ORDINARIO Y DE LA VIDA

 

"Esa tendencia que tienen muchas personas supuestamente religiosas a lo insólito y llamativo es muy poco evangélica. Reacio al relumbrón de lo milagroso, y ante un auditorio que le pedía signos a toda hora, Jesús recurría más bien a lo que tenía más a mano. Ésta es una de sus principales características como orador: inspirarse en lo que constituía la vida cotidiana de quienes le rodeaban, como por ejemplo las aves del cielo y los lirios del campo. Jesús es maestro porque enseña a ver lo extraordinario de lo ordinario, no porque haga cosas raras o difíciles. Sus palabras llamaban la atención de muchos porque nunca hablaba para impresionar – como la mayor parte de los llamados maestros de este mundo – , sino para despertar. Para alimentar por dentro a quienes le escuchaban. Para compartir la dicha de estar vivos. Y a lo que hay que despertar es, precisamente, al lirio, al pájaro, a la nube, es decir, a lo que ha".

Pablo de Ors

Biografía de la luz

sábado, 30 de octubre de 2021

EL VERDADERO PUEBLO DE DIOS (Domingo XXXI-B)

 

La distinción y separación entre minorías y masas ha sido y es una realidad constante en la sociedad. Así lo era también en los tiempos de Cristo. Jesús no se identifica con los saduceos, pertenecientes a la institución sacerdotal; ni con los zelotes, revolucionarios violentos; ni con los esenios,ascetas religiosos; ni con los fariseos, moralistas piadosos; ni con los escribas, minorías de tipo intelectual. Salió fuera de estos círculos. Optó por los pobres y desesperados, mayoría en su tiempo, por no decir en todos los tiempos. 

 Cristo propone para la futura comunidad un nuevo tipo de relaciones. Es fundamental en la Iglesia el título de hermano, que corresponde al fiel bautizado, confirmado y eucaristizado. Los otros títulos, secundarios, son de servicio, de ministerio. Nunca deben reproducirse en la comunidad las relaciones existentes entre amos y esclavos. Las relaciones de dependencia no son rigurosamente cristianas; han de ser siempre fraternales. Sólo así es posible el verdadero pueblo de Dios, comunidad de fieles presidida, con actitud de servicio y no de honor, por los presbíteros y obispos. 

La Iglesia tampoco es, frente al mundo, una minoría distinguida y notable que ejerce poderes, que posee derechos. Los cristianos son hijos de los hombres con una fe y una convicción: solo hay un Padre común a todos los hombres de este mundo, y un solo Señor, Jesucristo, adelantado a la humanidad en el Reino definitivo. 

(Misal de la Comunidad)

sábado, 23 de octubre de 2021

Y LO SEGUÍA POR EL CAMINO...

El ciego Bartimeo, una vez que descubrió a Jesús, le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material (Marcos 10, 46-52) es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego, tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.

Ya en la lectura de Jeremías (31,7-9) encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No ver la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso. Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, prostitutas, adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero nos preceden en el Reino.

La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que de una persona despreciable ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Fray Marcos (Fragmento de su comentario en FE ADULTA)

miércoles, 20 de octubre de 2021

EL SEGUIMIENTO ES EL EJE DEL CRISTIANISMO

El siguiente texto pertenece a un libro que acabo de leer, y que recomiendo: es sencillo y claro, y toca algunos temas sobre la vida de la Iglesia en los que vale la pena reflexionar. 

"A medida que nos asomamos a la vida más íntima de la Iglesia vamos apreciando los fallos que se han producido en ella: de la imagen de un Dios severo y justiciero se pasó fácilmente a la de una Iglesia poderosa y dominadora, que olvidó el kerygma y la catequesis, y cambió la gratuidad de la acción de Dios por las obras y el esfuerzo del hombre. De ahí que una de las consecuencias más nefastas de ese proceso desintegrador haya sido la pérdida del seguimiento de Jesús

La Iglesia tiene que asumir la responsabilidad de haber dejado perder ese rasgo tan esencial de la vida cristiana. En el griego clásico, el verbo seguir era utilizado para describir a los «soldados que caminaban detrás de su jefe, al esclavo que acompañaba a su amo, o a aquel que aceptaba el consejo o la opinión de otro». Esa fue la palabra utilizada por Jesús a propósito de la llamada a sus discípulos, ese fue su gran desafío: «Sígueme». Los que fueron llamados sintieron que aquella palabra se clavaba como una flecha en lo más profundo de su corazón, y lo dejaron todo por él. Pero la mayoría de los cristianos no saben lo que eso significa

En la Iglesia se ha hablado de la práctica de las virtudes, de renuncias y sacrificios, de leyes y de normas, pero no el lenguaje del seguimiento. Eso sería sólo para los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, es decir, los que aspiran a la perfección. Para la mayoría de los fieles «el cristianismo consiste en asistir a misa o practicar los sacramentos, pero el hecho de seguir a Jesús no les dice nada». Se diría que el Señor no ha pasado a su lado, ni los ha mirado a los ojos, ni los ha llamado por su nombre. Por eso, tantos han vivido vacíos de esa presencia que podría haber colmado su vida de amor y de gracia

Pero el cristiano debe ser como un soldado que sigue a Jesús. No basta con haber oído hablar de él, ni saber muchas cosas sobre él, ni siquiera estar bautizados para poder decir que somos seguidores suyos. Ser cristiano no es cargar con un paquete de normas y de leyes, de ritos y de prácticas, sino dejarlo todo para seguirle

Seguir a Jesús significa establecer con él una relación íntima, de cercanía y de convivencia, es decir, de estar con él, de vivir con él, de vivir de su misma vida, de verle de cerca, de oír el timbre de su voz, de guardar su palabra y de quedarse para siempre con él. Sin ese punto de referencia no hay, ni puede haber, vida cristiana. En efecto, ¿qué sentido podría tener nuestra vida si no nos hemos encontrado con él, si él no ha pasado a nuestro lado, ni nos ha mirado, ni nos ha llamado? Él es lo decisivo; él, no una cosa ni una idea. La vida cristiana comienza precisamente con ese encuentro, con esa mirada, con esa llamada: sígueme. Eso supone que dejamos de vivir encerrados en nuestro pequeño mundo para arriesgar el corazón en su seguimiento. 

En los evangelios nunca se habla de seguir una serie de normas, sino de seguir a una persona. Por eso, el seguimiento es el eje del cristianismo. Todo debe girar en torno a Jesús. Los cristianos deberíamos vivir siempre con los ojos fijos en él. La Iglesia tiene que recuperarlo con urgencia porque, de otro modo, viviremos siempre un cristianismo lánguido, que sólo puede dar pasos hacia la muerte".

Tomado de "A vueltas con la Iglesia" de Vicente Borragán Mata (San Pablo)

EUCARISTÍA: EL MISTERIO DE NUESTRA FE

 

La Eucaristía es el misterio de nuestra fe, tal y como lo proclamamos en cada celebración; es el don por excelencia, el corazón mismo de la vida cristiana. Es también un tesoro escondido, un regalo todavía sin abrir para muchos cristianos que participan con frecuencia de la misa, porque suelen reducir ese "misterio" a un  momento concreto de la celebración, y no a toda ella.  

 Al hablar de eucaristía como  misterio de nuestra fe, es importante primero preguntarnos cómo entendemos la fe. La fe no es la ciega aceptación de verdades doctrinales que no entendemos, sino un encuentro amoroso con todas las personas en las que creemos y a las que amamos, divinas y humanas, vivas y difuntas. La fe es encuentro con el Señor resucitado y, de la mano del Resucitado, es encuentro con cada una de las personas de la familia trinitaria; es encuentro gozoso con la Iglesia terrestre y celeste, que, antes que institución, es comunidad de seguidores de Jesús, de los seguidores que ya llegaron a la meta y de los que aun peregrinamos. Este encuentro se hace realidad en cada celebración de la eucaristía. 

La eucaristía es el misterio de nuestra fe porque es presencia activa del Señor Resucitado; el núcleo esencial de nuestra fe, lo que suscita y avala todo lo que creemos, es la resurrección de Jesús (1Cor 15, 15-17). Lo primero y más esencial de nuestra fe es creer que Jesús resucitó y vive y que, gracias a ello, podemos relacionarnos personalmente con él, y reunirse él con nosotros para cenar juntos. Y eso es la eucaristía: una comida con el resucitado. Cada eucaristía viene a ser como una "aparición pascual", porque eucaristía y presencia viva de Cristo en medio de nosotros vienen a ser lo mismo. 


Volvamos a leer el relato de Lucas, los discípulos de Emaús y su encuentro con el Resucitado, y tocaremos la esencia de cada celebración, al final de la cual también nosotros podemos decir como proclamaron ellos: "Hemos visto al Señor". Él ha estado aquí, nos ha hablado y explicado su Palabra, hemos comido con él.

 Esto que hemos visto y experimentado es el misterio de nuestra fe y no meramente la transformación química del pan y el vino, tema de tantas disputas y enfrentamientos trajo a los teólogos de otros tiempos, católicos y protestantes, como consecuencia de haber cosificado el misterio. Sin fe no podemos ver al Resucitado en la eucaristía; nos pasaría como a los de Emaús que tenían al Señor delante y no se daban cuenta

 De ahí la necesidad de prepararnos para cada celebración, y de prepararla y participar activamente en ellas, de modo que tengamos un verdadero ENCUENTRO y caigamos de rodillas después de cada comunión para decir como Tomás: "Señor mío y Dios mío". Cada eucaristía ha de ser alegre y participada, pero no con una alegría forzada, ni inventando cosas raras para atraer la atención de los participantes; esa ALEGRÍA tiene que nacer de dentro, de la conciencia y la experiencia gozosa de estar reunidos con el Señor resucitado. 

(Notas tomadas de LA EUCARISTÍA, misterio de fe y escuela de solidaridad, de Antonio Vidales, con aportes personales)

lunes, 18 de octubre de 2021

EUCARISTÍA: ¿POR QUÉ LA GENTE NO VA A MISA?

¿Por qué la gente no va a misa, o va a menudo por obligación, e incluso por temor?

1. Por la falta de fe que reina en la sociedad actual: Lo primero que hay que decir es que, si bien un por ciento alto en nuestros países latinos se declara “católico”, en realidad la práctica cristiana no es mayoritaria. No vivimos ya en “cristiandad”, y en nuestras sociedades convivimos con personas de muy diversos credos o de ninguno. Necesitamos presentar la fe de un modo nuevo para un mundo que es diferente al de aquel en que nacieron estas prácticas nuestras, usar un lenguaje nuevo, y volver al Evangelio, volver a Jesús, para que práctica de la fe no sean meras tradiciones o costumbres heredadas. Si no sabes ni entiendes la Eucaristía, o no has experimentado la gratuidad del amor de Dios, te resultará inútil o aburrida. La causa fundamental del abandono de la praxis eucarística, en personas que se declaran cristianas o católicas, es la falta de formación en la fe para poder vivirla en el mundo actual, que se mueve sobre todo por la utilidad y el bienestar. Si en la misa no lo paso bien, ni le veo utilidad, no le veo sentido a participar.

2. Porque la fe que algunos católicos dicen tener no es cristiana: Falta una fe verdaderamente cristiana, que ponga en el centro a Jesucristo; que crea que Jesús resucitó y que vive, que manifieste el deseo de encontrarse con el Resucitado de alguna manera. Jesús no es un héroe del pasado, sino que vive en un eterno presente, y puede ser nuestro hermano y amigo, puede invitarnos a su mesa y cenar con nosotros, como hizo con los de Emaús. Sin fe en el Resucitado, no hay eucaristía, porque es él quien nos convoca; sin embargo, para muchos esa es la principal razón para no sentirse conectados: no se han encontrado con el Cristo vivo.

3. Por desconocimiento de lo que es la eucaristía: Aquí hablamos de un problema con la trasmisión de la fe, ya sea en la familia o en la catequesis. No trasmitimos vida, sino costumbres o doctrinas. Suelen ser muy deficientes nuestras catequesis; preparamos para recibir sacramentos, no para vivir y formar parte de una comunidad. El catequista no es un maestro, es un testigo; no enseña meramente una doctrina, sino que comparte una experiencia de vida.

4. Por la falta de testimonio de los que participan en la eucaristía: ¿Qué ve la gente en quienes participamos regularmente en la eucaristía? A menudo ven carencia de madurez espiritual, de valores humanos, de sensibilidad social. Motivaciones utilitarias: siempre vamos a misa buscando algo, cumpliendo. A menudo la gente solidaria no quiere saber de religión y de Dios, porque los que saben de esas cosas no son solidarios. La eucaristía es escuela de solidaridad, de comunión, de compasión.

5. Por la carencia de una comunidad celebrativa: La eucaristía es una celebración de la comunidad y, si no somos comunidad, ¿cómo vamos a vivirla con gozo? El desafío está en desarrollar unas relaciones comunitarias que permitan a los cristianos encontrarse, orar juntos, compartir y asumir compromisos. Por ahí es que nos ganan las sectas: un culto comunitario centrado en la Biblia y los cantos; frente a eso, nuestras celebraciones pecan de rutinarias, incomprensibles y aburridas para muchos. No se trata de hacerla divertida, inventando cosas raras, sino de hacerla comprensible, con calor de familia. Nos falta a menudo recogimiento para vivir el encuentro con y en Jesús. Nos falta alegría; no es cantar para alegrar la misa, sino cantar porque la misa nos alegra, al encontrar en ella, con los hermanos, al Señor resucitado.

6. Por falta de preparación para celebrar la eucaristía: La eucaristía no se improvisa; debemos prepararla y prepararnos nosotros para ella. Estamos y no estamos presentes, porque a veces no seguimos cada momento de la celebración desde lo hondo. No somos meros espectadores pasivos, desde nuestro sacerdocio bautismal somos parte activa de cada eucaristía. Por eso necesitamos conocer sus diferentes momentos y su sentido y significado. Necesitamos tener buenos comentadores y animadores de nuestras misas dominicales, y ayudar de verdad a comprender la Palabra compartida.

7. Por la rutina de muchas celebraciones eucarísticas: La rutina es un serio enemigo, tanto para los fieles como para el sacerdote que preside la celebración. A veces el sacerdote tiene muchas misas en un día o el celebrar diario se le hace rutina: gestos y palabras de memoria. Hemos de cuidar mucho eso, no dejar que lo cotidiano se haga rutina, mera exterioridad, con recursos personales apropiados. Cada eucaristía es un momento único y especial para conectar con Jesús; importante encontrar el equilibrio para no detenernos mucho rato en una parte y luego pasar de prisa por las otras.

(Lo anterior tiene como base un libro de ANTONIO VIDALES, La Eucaristía. Misterio de fe y escuela de solidaridad; es un resumen personal con aportes propios de mi experiencia pastoral)

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sábado, 16 de octubre de 2021

VERDADEROS SERVIDORES DEL REINO

"Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.

Hombres y mujeres del montón, gentes de a pie a los que apenas valora nadie, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas y buenas que solo saben vivir echando una mano y haciendo el bien.

Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana...

Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás.

Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestras calles y hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito, donde solo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en los que brota la amistad, la confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien lo necesite.


Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les harán grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos. Ahí está su grandeza. Ellos son los mejores seguidores de Jesús, pues viven haciendo un mundo más digno, como él. Sin saberlo, están abriendo caminos al reino de Dios".

José Antonio Pagola

miércoles, 6 de octubre de 2021

EUCARISTÍA: ¿OBLIGAR A LOS HIJOS A QUE VAYAN A MISA?

  "De ninguna manera. Ese es el mejor camino para que la detesten. Hay que invitarlos, darles razones y, sobre todo, mostrar la importancia que tiene para nosotros y cómo da sentido a nuestra vida. La mejor pedagogía es la que siguió Jesús, el Maestro, con sus discípulos, por ejemplo, para enseñarles a orar. Nunca los reunió para darles una charla sobre la oración, ni les impuso la obligación de orar. Él oraba intensamente y, como dice Lucas, un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar" (Lc11,1-2). Jesús enseñaba "con autoridad", es decir, con la fuerza de su testimonio, no con órdenes. Pero, en el caso de la eucaristía, ¿cuántos padres, profesores de religión y catequistas viven la eucaristía de tal manera que impresione a los que los ven y les pidan: enséñanos a vivir la eucaristía?".

Antonio Vidales, La Eucaristía (Editorial Claretiana).

domingo, 19 de septiembre de 2021

SOBRE EL "CREDO" (2)

CREO EN DIOSPara nosotros, «Dios» es, sobre todo, la palabra peor usada de la historia. Dios no es un nombre propio y, hablando con precisión, tampoco es un nombre común… Es la manera de referirnos al Misterio infinito. Misterio insondable que nunca podrá ser «objeto» de mi conocimiento, puesto que conocerle sólo significa adentrarse más en Él como Misterio. La postura de rodillas, quería expresar esa renuncia a poseerlo ni siquiera con nuestro conocimiento: la convicción de que más le conoceremos cuanto más nos sintamos envueltos y conocidos por Él, Alteridad suprema y, al mismo tiempo, mi identidad más profunda.

Lo que digo al comenzar el Credo pronunciando la palabra «Dios» como término de mi fe, es que ese Misterio insondable es un misterio Acogedor. Y por eso puedo decir que confío en el Misterio que está fuera del espacio y del tiempo y que es la Fuente de todo ser.

Alteridad acogedora: Ese término, «acogedor», con que designamos el misterio de Dios brota de su manifestación a nosotros en la historia antes enunciada: creación, encarnación y novedad de vida.

No nace de una conquista de nuestra razón… nuestra razón puede, sí, asomarse a las fronteras, tanto de sí misma, como de la realidad que ella percibe. En ese sentido hablaba Eugenio Trías de «la razón fronteriza». Y la inteligencia humana podrá quizás, con más o menos acierto, atisbar algunas cualidades de ese «más-allá» de nuestra experiencia del ser.

La filosofía ha tratado de entender la realidad de Dios, pero el Dios del que hablan los filósofos no se parece mucho al Dios de nuestra fe.

Spinoza: desear que Dios nos quiera es desear que no sea Dios.

 Aristóteles pensaba que Dios no puede tener amigos, porque entonces sería imperfecto.

Religiosamente, podremos intuir al Misterio con los dos célebres adjetivos de R. Otto: «fascinosum et tremens» (fascinante y amenazador).

 En el mensaje cristiano esos dos adjetivos se nos sintetizan en este otro: acogedor.

Desde nuestra experiencia de limitación, la razón tendería más bien a pensar que ese «Más-allá» es un Poder absoluto que puede ser amenazador y al que, por eso, hay que intentar ganarse. Así se ha orientado la humanidad muchas veces hacia el más allá, a lo largo de su historia. Y un ejemplo típico de esta orientación es la extraña aparición de los sacrificios humanos, los cuales no brotan de ninguna maldad o brutalidad humana, sino de la necesidad de ofrecer a «la divinidad» lo mejor de nosotros, que será la única cosa digna de ella y capaz de congraciárnosla: se ofrecían precisamente los primogénitos.

La Biblia tiene el mérito de haber desterrado de la religiosidad humana esa práctica aberrante. Y lo hace con delicadeza, dando por supuesta la buena voluntad de quienes la ejecutaban y poniendo ese mismo error nada menos que en Abrahán, padre de nuestra fe.

La misma Biblia no se libra de esa mentalidad insegura que cree deber ofrecer a la divinidad lo mejor de nosotros para tenerla de nuestra parte: y así proclama que ni los animales con defectos físicos pueden ser ofrecidos, ni puede ofrecerlos el sacerdote con defectos.

Y el Primer Testamento sigue creyendo que Dios necesita templos donde morar (y no que los templos son una necesidad puramente nuestra). Aquí comienza a hacerse visible la observación que anotaba D. Bonhoeffer en sus cartas de la cárcel: el Dios que se revela (en Jesucristo) pone del revés todo lo que el hombre religioso imaginaría o concibe de Dios. Porque Dios no quiere ni necesita recibir ningún don ni ningún culto del ser humano; solo espera de él esa entrega confiada... y la bondad que de ella debe brotar.

En conclusión, nuestra entrega confiada al Misterio Acogedor, nos introduce ya en el ámbito de la iniciativa reveladora de Dios (en los tres pasos dichos de creación, encarnación y vida nueva): es exactamente una respuesta a ella.

(monoteísmo: unicidad de Dios defendida en el Primer testamento; competencia con los dioses de los pueblos vecinos; dioses de la fertilidad o la fecundidad; la monarquía idolátrica). 

(Hay una alegoría y una forma sencilla de oración que nos lo pueden acercar. Intentemos rezar sintiéndonos como sumergidos en Dios, anegándonos en Él, como en un océano inmenso que nos envuelve por todas partes. Esa es nuestra realidad ante Dios: «en Él vivimos, nos movemos y somos» (Hch 17,28). Ahora bien, cuando, hundidos en el mar, respiramos, nos ahogamos porque el agua inunda nuestros pulmones. Mientras que, si respiramos inmersos en ese mar de Dios, viviremos, porque Él es como nuestro aire, porque su infinitud no solo nos envuelve, sino que alienta en todo nuestro vivir. Algo de eso quiere decir lo del Misterio-Acogedor. Y ahora es el momento de decir: «Confío en Dios».

Ignacio Glez-Faus

Confío...