lunes, 27 de abril de 2020

PARA VIVIR LA RESURRECCIÓN: MARÍA MAGDALENA

Juan ubica en el centro del evangelio de Pascua la figura de María Magdalena, y desde entonces en la Comunidad de Jesús ha sido admirada, llamándole santa, y también "bienaventurada amiga de Dios". A pesar de que su biografía no es clara, pues se le relaciona a veces, y a veces no, con la mujer pecadora de san Lucas y con María de Betania, la hermana de Lázaro, o con la mujer de la que Jesús expulsó siete demonios, ella es símbolo del misterio de que mucho se le concede a quien mucho ama. Como hemos estado compartiendo algunas ideas de Anselm Grün respecto a la resurrección de Jesús no podía faltar el reflexionar en torno a esta figura femenina para seguir intentando vivir la Pascua, el paso del Señor por nuestra vida....

UNA MUJER DESGARRADA: En dos Evangelios se dice que Jesús expulsó siete demonios de María Magdalena. Acompañó a Jesús y tuvo indudablemente una cercanía especial con él. Si consideramos lo que implica estar poseída por siete demonios entonces reconoceremos que María Magdalena era una mujer completamente desgarrada. No tenía identidad, ningún eje central que orientara su vida. Hoy diríamos de ella que vivía al borde, cuya sanación era casi imposible. Y sin embargo, Jesús no tuvo miedo de María Magdalena, vio su desgarramiento y su falta de identidad, su temor... pero también vio su anhelo de amor. La liberó de los siete demonios que no le dejaban vivir y amar de verdad. Al encontrar a Jesús, Magdalena recuperó su dignidad como mujer, y supo cómo rehacer y centrar su vida, ahora sí, en el amor. Magdalena volvió a nacer al encontrarse con Jesús, y experimentó de una manera singular que el amor triunfa siempre sobre la muerte, porque todo lo que en ella estaba muerto despertaba a una nueva vida.


Fue ese amor el que llevó a María Magdalena a la tumba de Jesús muy temprano en la mañana, cuando todavía estaba oscuro. Los hombres, el sexo fuerte, huían o se escondían, mientras la mujer desafía el temor y sale a buscar a su Señor para ungirle con perfumes. En esta historia hay un modelo: la historia de un amor que busca más allá de la muerte, y por eso sale todavía a oscuras con el ansia de encontrar lo que ha perdido. Parece que no está ya lo que se ama, pero sigue vivo, está presente, en el anhelo, en la esperanza. Nos preguntamos: ¿Cuál es mi anhelo más profundo? ¿A dónde me lleva mi deseo de amar? Dios y el amor van siempre juntos, por eso hay que seguir el anhelo de amar hasta el final. Entonces encontraremos al Resucitado, lo mismo que María Magdalena.

San Juan nos cuenta en su evangelio cómo María Magdalena, inmediatamente después que quitaron la piedra del sepulcro, corrió hacia Simón Pedro y el discípulo que Jesús amaba. Y les dijo las palabras que aparecen narradas en otras dos ocasiones por Juan: “Se han llevado a mi Señor, y no sabemos dónde lo han puesto”. Allí no hay ninguna creencia en la Resurrección, sólo la desilusión por no haber encontrado el cuerpo de Jesús, que ella quería ungir. Magdalena quería manifestar su amor a Jesús velando junto a su cadáver, y era un modo también, según algún comentarista, de encontrar consuelo a su dolor. Y entonces comienza la carrera pascual: Simón y Juan, los discípulos más cercanos, corren al sepulcro; Juan va más rápido y llega primero, pero le cede a Pedro el ingreso, y este entra al sepulcro. Pedro ve las vendas en el suelo y el sudario plegado aparte, pero no hay cuerpo. Pedro ve, pero no comprende, no puede imaginar la razón de la tumba vacía, sino que simplemente confirma lo que dijo la Magdalena. No puede ver el sentido. Juan en su evangelio presenta a Pedro como una persona que se guía por la razón y la voluntad, y así nos dice que quien desea juzgar las cosas sólo a partir de la mente no puede comprender el misterio del Resucitado.

El otro discípulo, que la tradición equipara con Juan, entra al sepulcro después, y dice: “vio y creyó”. Este discípulo ve con el corazón, y el corazón que ama comprende y cree. No precisa el texto cuánto alcanzaba de comprensión el discípulo, pero deja claro que el camino para adentrarse en el misterio del Resucitado no es la razón, sino el corazón. Es necesario un corazón que ame y que se sepa amado. El discípulo favorito que aparece en este evangelio como figura, es tanto el que ama a Jesús como el que sabe amado por Él. Aquel que se sabe amado por Jesús hasta el fondo de su corazón puede creer en la resurrección, y confía en que el amor es más fuerte que la muerte, que el amor perdura, y es más valioso que todo lo demás.

Pero demos un paso más: ni a Pedro ni al discípulo amado se les ha dado el regalo del primer encuentro Ha sido María Magdalena la que ha encontrado en su búsqueda al Señor Resucitado. Sólo a la mujer que ama apasionadamente se le permite hablar con el Resucitado. La Magdalena no es sólo la pecadora, sino que ama mucho, y de hecho de ningún otro santo corren tantas leyendas en la historia de la Iglesia como de esta mujer misteriosa a la que el amor de Jesús transformó por completo. Ella amó mucho y fue amada de tal manera que experimentó la gran transformación del amor.

En el evangelio de Juan se expone con claridad cómo el duelo de María Magdalena se convierte en alegría. Mientras Pedro y Juan regresan a casa, María permanece junto al sepulcro. Desea quedarse cerca del lugar donde su amado Señor fue sepultado. Y estando María llorando junto al sepulcro, vio a dos ángeles de blanco, sentados en el sitio donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Ellos le preguntaron: ¿Por qué lloras?, y ella contestó: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". 

María es valiente, pues aun en medio del dolor entra al sepulcro, pero la misma tristeza no le deja ver más allá de lo acontecido, está cautiva de su tristeza. Ella habla de Jesús como si le perteneciera, quiere consolarse al menos ungiendo su cuerpo muerto; no escapa del dolor, lo abraza, lo convierte en camino, y es el mismo dolor quien le guía para reencontrar a su amado.
Entonces, una vez que ha conversado con los ángeles, María se vuelve, y ve a Jesús ante ella. El diálogo con los ángeles provoca en ella una transformación, abre una puerta, y ante esa puerta está Jesús. Sin embargo, ella aún no le reconoce; vuelve a establecerse un diálogo, casi el mismo de antes: ¿Por qué lloras? porque se han llevado a mi Señor. Dice el evangelio que ella cree que es el jardinero. María se aferra al muerto, y por eso no ve al viviente. María, que ha sido valiente, necesita desprenderse de lo viejo, del pasado, del dolor que la ciega, para reconocer a Jesús que está de pié ante ella. Entonces la voz de Jesús irrumpe, y rompe el muro, la barrera que la separa de la nueva realidad; él le dice: María, y ella le llama: Maestro. Vuelve a reconocerse la relación especial de María Magdalena con Jesús: Él era su Señor y es su Maestro. La voz de Jesús, que ella conoce tan bien, vuelve a despertarla, llevándola a entrar en la nueva realidad o "nueva visión". El dolor de María atrae a Jesús, y el amor de Jesús despierta a María de su letargo doloroso.

Una hermosa imagen para nuestra meditación y contemplación es este encuentro entre Jesús y la Magdalena. Una invitación provocativa para que experimentemos en la propia vida que el amor es más fuerte que la muerte. Llévale a Jesús tu dolor, acude confiado a tu Señor y Maestro, y su voz, que habla en tu interior, pronunciará tu nombre, y te despertará. Somos importantes para Jesús, ha grabado nuestro nombre en la palma de su mano, no olvidemos nunca cuánto somos amados.

(Texto preparado a partir de otro de Anselm Grün)

sábado, 25 de abril de 2020

SER IGLESIA EN TIEMPOS DIFÌCILES


El Sagrario, con el pan consagrado en nuestras celebraciones eucarísticas, es el corazón de la comunidad cristiana; late ahí nuestra fe, la misma que nos convoca para reunirnos en torno a la mesa del Señor, escuchar su Palabra y compartir el pan que nos da vida. Es un rincón propicio para la oración y el recogimiento, para sentir el latido de la Iglesia, porque creemos que ahí está Cristo presente de una manera especial y ùnica

Pero ahora mismo, escuchando a la gente a mi alrededor, temo que esto se absolutice, como si no pudiéramos encontrar a Jesús en ninguna otra parte; como si Dios pudiera ser limitado a un solo lugar, como si no se pudiera orar, sino en ese lugar del templo. Nosotros también tenemos un corazón, y no necesitamos verlo para saber que late dentro, que impulsa la sangre y la vida en nuestros cuerpos; así, también al pasar por un templo católico, sabemos que hay un sagrario en el que late el corazón de una comunidad cristiana. Podemos orar, o hacer la señal de la cruz, sin verlo, porque el mismo Maestro dijo: “Dichosos los que crean sin ver”. 

En tiempos difíciles se pone a prueba la fe, y por ello también salen a flote muchas actitudes que se le parecen, pero no brotan del amor a Dios, sino del miedo y la falta de confianza en él. Parece fe, pero en realidad es superstición; es un intento de agarrarse a palabras, gestos, ritos, porque necesito ver, tocar, lo mismo que Tomas, el incrédulo. Se olvidan las promesas del Señor de la historia, y su invitación a no tener miedo. “Gente de poca fe, ¿por qué dudan?”. 

Ahora es el momento de mostrar que de verdad creemos, momento de estar disponibles y confiar, de ahondar en lo que significa la Iglesia, el bautismo, la comunión de fe y de vida de los cristianos. Otra cosa es andar extraviados, incapaces de ver al que sigue caminando a nuestro lado, intentando hacernos comprender que cada paso que damos en la vida nos acerca más al corazón de Cristo y a la salvación. 

Aquel que decimos que “se hizo carne” sale hoy a nuestro encuentro en esta crisis; en los desafìos que supone para nuestra vida y nuestra economìa, nuestra familia o nuestros hijos; en los enfermos y en los que buscan combatir y vencer la enfermedad; en los pobres y débiles que la pasan mal porque no tienen las mínimas condiciones de vida para enfrentarlo; en los perjudicados de siempre, haya o no una crisis sanitaria. Ahí está Cristo, tendido en medio del camino, y nosotros dando un rodeo para correr a buscarlo en nuestras mediaciones, litúrgicas o sagradas, cuya función es ayudar a que le veamos, no ocultarlo

Las palabras del ángel a los discípulos resuenan hoy también para nosotros, como un reclamo de la fe verdadera, la que es profunda, orante, fraterna y solidaria: ¿Qué hace ustedes ahora mirando al cielo?; ese que buscan está en la Galilea de la vida, en la prueba y la esperanza de la gente. Vayan allí, y le encontraran. Quiero decir, en resumen, que las mediaciones están bien si nos conducen al centro de la vida para ejercer allí nuestra condición de cristianos, fraternos y solidarios, luego de sentirnos Iglesia, aunque de momento no podamos reunirnos físicamente en un lugar, o recibir la comunión, o ver el Sagrario o el Santísimo expuesto. Es momento de crecer y madurar la fe, momento de mostrar que Cristo vive en medio de los suyos, y no se acobarda; momento de orar y encontrarle “en espíritu y verdad”. 

Al final, no se trata tanto de si podemos reunirnos o no en nuestros templos, o si sacamos el Santísimo o la Virgen a recorrer el barrio o la ciudad, o si “vale” seguir la Eucaristía por televisión o confesarse por teléfono. La pregunta es si realmente somos Iglesia; si la “comunión” que anhelamos recibir es la expresión de una comunión real entre nosotros y con Cristo; si somos gente de tradiciones o supersticiones, o gente de fe que se reconoce hijo, hermano del otro; discípulo convencido, capaz de reconocer que la verdadera y plena bendición hoy para la gente y el mundo es la presencia del Cuerpo de Cristo, nosotros, su Iglesia, anunciando una vez más el perdón, la esperanza y el amor de parte de Dios, en medio de esta crisis.

Fray Manuel de Jesùs, ocd


viernes, 24 de abril de 2020

DE JESÚS, PASANDO POR LA EUCARISTÍA, A LA VIDA COTIDIANA

Comenzando a leer en nuestras Eucaristías el capítulo 6 del Evangelio de Juan: el discurso del Pan de Vida de Jesús. Referencias: hacia atrás, Moisés y el Éxodo; hacia adelante: la celebraciones de la comunidad cristiana en torno a la Palabra y el Pan de Vida compartido. Me sirve de pretexto esta lectura para tratar de sintetizar las ideas que voy rumiando en estos días; sigo preocupado por el sentido de nuestras Eucaristías. 

Tres momentos para la reflexión
1. La voluntad de Jesús: "Hagan esto en memoria mía". La pregunta es: ¿Qué nos manda Jesús que hagamos? ¿Repetir mecánicamente un rito, unas frases, unos gestos, como algo mágico? ¿O el ritual expresa y apunta a una realidad que no vemos con los ojos velados por la falta de fe? ¿Qué quiso decir Jesús? No puede entenderse su voluntad  si no es en el contexto en que se expresa: una comida, la presencia del Maestro y los discípulos en plan de amistad, de inminencia de la muerte, de la voluntad de entrega y servicio de Jesús.  El que Juan sustituya el relato  que todos conocemos por el lavatorio de los pies es altamente significativo, y siempre ha de estar presente al pensar la Eucaristía. 

2. Lo que hace la comunidad desde los inicios: reunirse, escuchar juntos la Escritura, compartir la mesa. Este es el rito que asumen los cristianos: lo ven como voluntad de Jesús, expresión de comunión con él, testimonio existencial. Va cambiando en sus formas a lo largo de la historia, pero conservando lo esencial hasta el presente. Existe el riesgo de cosificar el Misterio que celebramos, misterio de amor y comunión. A menudo no nos reunimos "con", "en", sino "para"; como se dice "aplicar la misa" por determinadas intenciones. ¿Dónde queda la gratuidad del encuentro? ¿Por qué se circunscribe todo a "comer la hostia", como si sólo ahí hubiera comunión, y no en toda la celebración? 

 3. Su interpretación: Es fundamental la interpretación que damos a lo que celebramos, el entender cómo se expresa y realiza el Misterio de nuestra fe. ¿Tienen valor esos ritos, símbolos, palabras, por sí mismos o son la expresión de algo más hondo, más alto, expresado por Jesús en aquella Última Cena ? Celebrar la Eucaristía implica "vivir eucarísticamente". Creo que con demasiada frecuencia nos quedamos en las formas y no vamos a la vida, que es lo más importante. Nuestras Eucaristías no pueden estar al borde del camino, sino ser camino ellas mismas, expresión de vida.

Lo expresa cabalmente Lucas en su relato de los discípulos de Emaús, que leeremos el próximo domingo: Jesús no está en un lugar distinto de la misma vida. Es en medio de ella donde cobra sentido la Eucaristía: la Palabra y el Pan de Vida se convierten en fraternidad, testimonio y solidaridad, o no son el camino de Jesús. ¿Cómo hacer que nuestras celebraciones sean verdadera expresión de lo que vivimos, y al mismo tiempo alimenten la vida nueva que vivimos en Cristo? ¿Cómo librarnos de esas "misas" que parecen, al menos en el lenguaje que usamos, manipular a Dios a nuestro antojo, usarlo para tapar nuestros agujeros, o tranquilizar nuestra conciencia?

He pensado y sigo pensando estos temas, porque creo que la Eucaristía es la expresión cabal de lo que significa ser cristiano y ser Iglesia; mientras nos quedemos en lo exterior y no busquemos dentro del Misterio que celebramos, seguirán siendo ritos religiosos que la gente usa con superstición, pero mira también con escepticismo. Lugares, expresiones, personajes, vinculados a unos rituales que buena parte del mundo relaciona con el pasado y no con el futuro y con la Vida. 

Fray Manuel de Jesús, ocd.

sábado, 18 de abril de 2020

NUESTRA VIDA HOY ES GALILEA (Segunda semana de Pascua)


En San Marcos y San Mateo, el ángel pide a las mujeres que digan a los discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea: allí lo  verán" (Mt 28,7). No sucede lo mismo con San Lucas, para quien Jerusalén constituye el centro, la meta, hacia la cual han de dirigirse los discípulos y su predicación. Pero Marcos y Mateo hablan de Galilea, es allí a dónde deben regresar los discípulos después de la Resurrección; no es en la santa ciudad de Jerusalén, sino en su tierra, en su casa, allí donde viven y trabajan, en medio de la vida cotidiana, donde van a volver a encontrar a Jesús.

 Galilea era la tierra donde conviven  judíos y gentiles, de ahí que estuviera mal vista por los más observantes  y la clase dirigente  judía. Galilea corresponde no sólo a lo cotidiano, sino al mestizaje, a la mezcla de la cual resulta nuestra vidaNuestra vida hoy es Galilea; en nosotros conviven mezclados judíos y gentiles. En nosotros están juntos la cercanía y la distancia de Dios, la fe y el escepticismo, el amor y el odio, lo vivo y lo rígido, la salud y la enfermedad, la solidaridad y el egoísmo, la luz y la oscuridad.  Convivimos con personas que buscan a Dios y con personas que lo rechazan o niegan, o simplemente que  no se preocupan por él; con  personas que amamos y con otras con las que tenemos poco en común. Personas que ofrecen lo mejor de sí en el momento de la crisis y personas que, al contrario, siembran desánimo, miedo y desesperanza. 

 Es ahí, en medio de esa mezcla, donde está nuestra Galilea, y es ahí donde vemos al Resucitado. Necesitamos ojos nuevos para verle, para reconocerle; lo primero es aprender a mirar, y luego más tarde conseguiremos oír. Es más fácil celebrar al Resucitado que reconocerlo en medio de la vida: en los muchos rostros e historias de gente que pasa a nuestro lado, en la alegría que supera el dolor, o la pobreza que sabe compartir lo poco, o en la abundancia que se vuelve solidaridad y desprendimiento. En la libertad o el riesgo frente a la imposición y el miedo, en la naturaleza, en la música, en todo el arte. También en los que se movilizan para aliviar el sufrimiento y la necesidad de sus semejantes.
Cierras los ojos un momento y escuchas los aleluyas pascuales que te regala la vida continuamente, y que siempre sabes escuchar.


A lo largo de todo el tiempo pascual la Escritura nos va regalando claves para vivir con gozo nuestra fe, creciendo siempre y madurando espiritualmente. Esta segunda semana de Pascua, tras el asombro compartido con los discípulos por la Resurrección del Señor, somos invitados a buscarle en medio de la vida, a contemplarlo ahí, a sentirlo caminando a nuestro lado, invitándonos a su mesa y partiendo el pan para nosotros. Y recuerda: las dudas son parte del camino, de la búsqueda: ¿era necesario...? Mirando nuestra vida con los ojos del Resucitado podemos ver que todo estaba en las manos de Dios, que estuvo bien, que todo sirvió para que se formara en mí la imagen de Dios que me sostiene y me libera. Confiemos en el Señor, también ahora que somos probados, y oremos con las palabras del apóstol:

"Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para nosotros en el cielo".


Fray Manuel de Jesús

jueves, 16 de abril de 2020

PARA VIVIR LA RESURRECCIÒN: LEVANTARSE, DESPERTAR Y SER LIBRES

Aunque la Resurrecciòn de Cristo es el centro de nuestra fe, sucede que no marca tanto nuestra vida cotidiana como quisièramos; hablamos mucho de penitencia y de pecado, de culpa y de confesiòn, y muy poco de alabanza, perdòn, agradecimiento y vida. Son temas que no deben quedarse en este tiempo litùrgico, sino centrar y marcar nuestra vida como cristianos. De ahì la utilidad de las reflexiones que vamos encontrando, pues nos ayudan a incorporar la resurrecciòn a nuestra espiritualidad y testimonio de fe. Ya he compartido en otros años algunas ideas tomadas de Anselm Grûn, y ahora vuelvo a apoyarme en èl para lo que comparto a continuaciòn, tres dimensiones fundamentales de la experiencia del encuentro con el Resucitado: levantarse, despertar, liberarse.

RESURRECCIÒN SE RELACIONA CON LEVANTARSE: Todos tenemos nuestros "sepulcros", es decir, lugares, recuerdos, estados anímicos, que lastran nuestra vida, pero a los cuales nos hemos acostumbrado; también podemos instalarnos en lo negativo, acomodarnos en la indiferencia, la resignación o la depresión, y permanecer ahí, llenos de miedo a la vida, al desafío del presente. Jesús, en los Evangelios, ayuda a mucha gente a levantarse, a ponerse en pié, a incorporarse y erguirse, frente a todo lo que coarta la vida en la persona. Recuerdo ahora su encuentro con el hombre ciego de nacimiento, sentado al borde del camino, pidiendo limosna; el camino es la vida, que transcurre, pero el hombre no anda, no se pone en pié, solo pide, reclama, se queja. Jesús le devuelve la vista, y lo mejor, lo incorpora al camino, a la vida. Así también en los relatos de la Resurrección de Cristo: vemos el sepulcro abierto y vacío, y ya el Señor es dueño de la vida y de la muerte, ya esta última no puede retenerlo. Nosotros, hombres y mujeres de fe, recibimos la fuerza del Resucitado, y por ello podemos salir también de nuestras oscuridades y dependencias, de nuestros temores y angustias, es decir, de nuestros sepulcros. También Pedro, cuenta el libro de los Hechos, levantó a un hombre tullido en el nombre de Cristo, una vez que él y los demás apóstoles habían superado sus propios temores, llenándose de fuerza para realizar su misión. Nosotros, también discípulos, podemos llevar a otros esta buena nueva: La resurrección acontece en nosotros también y al mismo tiempo podemos compartirla, llevando alegría, comunión y bendición a los demás. Recuerda: La fuerza de la resurrección está en nosotros, en mí y en tí, en todos; la gracia de Dios, sus ángeles, han corrido la piedra que tapaba la entrada del sepulcro y ahora podemos levantarnos, erguirnos, y salir al camino, para vivir de verdad, sin miedos.

RESURRECCIÓN SE RELACIONA CON DESPERTAR: Salir del sepulcro, levantarse y volver al camino, implica un "despertar"; es decir, un alcanzar una nueva visión. Aprender a mirar la realidad con los ojos de Cristo, nuestro Maestro y Señor, y aprender de él a relacionarnos de un modo diferente con la realidad. Tenemos los ojos abiertos, sí, pero no vemos, es como si estuviésemos ciegos, y todo se presente ante nosotros desvirtuado; por eso los discípulos no consiguen al principio reconocer al Señor resucitado, porque siguen mirando con ojos viejos. Los ojos de la fe, ojos nuevos, descubren una realidad diferente. Todo aquello que nos inquieta y agobia, que nos asusta o deprime, forma parte del sueño del que debemos despertar, y para ello debemos encontrar a Dios en Cristo. Experimentar al Dios de Jesús es despertar. Levantarnos con el Resucitado de nuestras tumbas es vivir con los ojos abiertos y no dejarnos engañar por ilusiones y espejismos; es alcanzar una nueva sabiduría, que tiene que ver con la escucha atenta y la disponibilidad para vivir la aventura del Evangelio.  

RESURRECCIÓN SE RELACIONA CON LIBERACIÓN: Cuando Jesús resucitó, dice Mateo, se sintió un fuerte terremoto que asustó a los guardias que cuidaban el sepulcro; así también, cuando Jesús resucita, algo grande se pone en movimiento, aunque muchos, cansados o dormidos, no se hayan dado cuenta. La vida de todos aquellos que estuvieron cerca de Jesús cambió irremediablemente, y aunque a veces la oscuridad estuvo cerca y el temor a lo que podía suceder, ya luego volvió el valor y la seguridad en lo que había sido anunciado y prometido. Venimos también con nuestras historias, vivencias, buenas o malas, y ellas forman parte de lo que somos, pero recibir la fuerza del Resucitado  supone adquirir una nueva libertad, interior, y también libertad frente a los poderes de este mundo. Libertad frente al miedo, la desesperanza, la angustia, las viejas heridas. La resurrección rompe nuestras cadenas, y somos invitados a celebrar la fiesta de la vida, y no solos, sino siempre en comunión de fe y de vida con otros, hermanas y hermanos en el camino de la Vida nueva.

PREGUNTAS:

¿Qué significa para mí ahora mismo "levantarme" con el Cristo resucitado en esta Pascua? ¿Qué miedos o cargas no me dejan andar? ¿Cómo puedo  crecer en sabiduría y escucha para participar de una nueva visión resucitada? ¿Ejerzo mi libertad de hijo/hija de Dios o soy esclavo de prejuicios, miedos, tradiciones, esquemas o acomodamientos? Pensar en gestos concretos con los que hacer visible a Cristo Resucitado en mí.


RECUERDA:
Si ahora mismo nos sentimos cansados, tristes, deprimidos, desesperanzados, ahondemos en nuestra comunión con el Jesús resucitado; no se trata solo de pedir una cosa u otra, sino de orar para crecer en la comunión con Aquel en el que somos uno. Si él resucitó, también nosotros estamos ya fuera del sepulcro, libres de las vendas que nos envolvían, capaces de ponernos en pié para CAMINAR, de abrir los ojos de verdad para VER y sobre todo LIBRES para emprender la aventura de la VIDA.

Fray Manuel de Jesús

sábado, 11 de abril de 2020

LEVÁNTATE PARA UNA VIDA NUEVA

El Viernes Santo celebramos la muerte de Jesús, y el Sábado Santo velamos, en oración y esperanza, para celebrar su resurrección. Dice la tradición de la Iglesia que él bajó hasta el abismo, o el infierno, es decir, el lugar de los muertos, y cuando salió, los llevó con él.  Así resuena hoy la llamada de Dios en el corazón de los cristianos, que ha de ser a su vez repetidor de la llamada del Padre al mundo entero: LEVÁNTATE

Sal de tus abismos, de tus sepulcros, de tus muertes, y escucha la voz amable y cálida de quien te llama a ser lo que eres, a encontrar tu verdadera identidad en el corazón del Creador. Desecha esas imágenes celestes elaboradas por nuestros propios miedos y manipulaciones. 

DIOS ES AMOR, y el amor es más fuerte que la muerte. 
LEVÁNTATE, tú eres mi hijo, no tengas miedo, que para ti he preparado mi descanso, mi PLENITUD

La Escritura es para mí una constante fuente de sorpresas, pues me regala luces para entender mi camino espiritual. Hace muchísimos años que leo cada mañana el salmo 94, y la frase: “Y no entrarán en mi descanso”. Me gustaba esa imagen, porque la sentía como una promesa de paz, aunque no deja de resultar para muchos como una amenaza que apura la conversión. Pero esta mañana he comprendido, en mi lectura, que ha de leerse esa frase, en paralelo con otra, de Génesis; tras haber trabajado arduamente en la creación, dice que Dios: “Al séptimo día descansó”. El descanso es la satisfacción, el completamiento, la PLENITUD

Es la razón de la oración del alma enamorada de Juan de la Cruz: no reparar en las migajas, sino quererlo todo, como Teresita. Es no dejarse enredar en el puente, y correr a la otra orilla, donde nos espera el Padre con los brazos abiertos, para empezar la fiesta de la VIDA. ¡Cuánto debemos caminar para entenderlo! ¡Cuánta vida perdida para ganar la verdadera!


¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!!!!

Fray Manuel de Jesús

jueves, 9 de abril de 2020

JUEVES SANTO: LA EUCARISTÍA A LA LUZ DEL LAVATORIO DE LOS PIES

Aunque ya he publicado varias entradas sobre el tema, no me resisto a compartir lo que escribe Fray Marcos, en FE ADULTA, para este jueves santo, a propósito de la Eucaristía. Expresa con claridad algunas inquietudes que me rondan desde hace ya algún tiempo en relación con el sacramento...


"La liturgia de este día se centra en el recuerdo de la cena: el lavatorio de los pies y las palabras y gestos que dieron lugar a la eucaristía. Ni los evangelistas, ni los exégetas se ponen de acuerdo si fue o no fue una cena pascual. No tiene mayor importancia, porque para nosotros lo esencial está en lo que va más allá del rito judío de la cena pascual. Esta Pascua no es ya la pascua de los judíos. Es curioso que los tres evangelistas, que narran la institución de la eucaristía, no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía.

Tampoco sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. La protesta de Pedro deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada. Sin embargo, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última cena se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón, porque en esos gestos, en esas palabras, está encerrado lo que fue Jesús durante su vida y todo lo que tenemos que llegar a ser nosotros como cristianos. 

Debemos tomar conciencia de la importancia de los que celebramos, como la toma el evangelista Juan cuando hace esa grandiosa obertura: “Consciente Jesús de que había llegado su “hora”, la de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, les demostró su amor en el más alto grado. Pero no es menos sorprendente el final del relato: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

Comenzamos por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente ahí como en la celebración de la eucaristía. Lavar los pies era un servicio que solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve, no como señor. Lo importante no es el hecho físico, sino el simbolismo que encierra. La plenitud de Jesús como ser humano está en el servir a los demás. Fijaos que ese profundo simbolismo es lo que se quiere manifestar en el evangelio de Juan.

El más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundiza en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Sospecho que la eucaristía se había convertido ya en un rito mágico y formal, vacío de contenido, y Juan quiso recuperar para la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. Jesús denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder o en el dominio de los demás, pero proclama que la verdadera plenitud humana está en parecerse a Dios, que se da siempre y a todos sin condiciones ni reservas.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaos! No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amar a los demás, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como una devoción más, que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Debemos hacer un verdadero esfuerzo por superar la tentación de seguir oyendo misa y comprometernos en la celebración de la eucaristía.

En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en una visión espiritualista y abstracta que no afecta a mi vida concreta. La presencia real de Cristo en el pan y en el vino, entendida de una manera estática y física, nos ha impedido durante siglos descubrir el aspecto vivencial del sacramento y dejarnos al margen de la verdadera intención de Jesús al compartir esos gestos con sus discípulos.

Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero signifi­cado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Recordemos que “cuerpo” en la antropología judía del tiempo de Jesús, quería decir persona, no carne. Como si dijera: meteos bien en la cabeza que yo estoy aquí para partirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dando mi propio ser a los demás. Yo soy sangre (vida) que se derrama por todos, es decir, que da Vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que me bebe. Eso soy yo. Eso tenéis que ser vosotros.

Por haber insistido exclusivamente en la presencia real de Cristo en la eucaristía, nos acercamos al sacramento como a una realidad misteriosa, pero que no tiene valor de persuasión, no me lleva a ningún compromiso con los demás. La presencia real, por el contrario, debía potenciar el verdadero significado del gesto. Nos debía recordar en todo momento lo que Jesús fue y lo que nosotros, como cristianos, debemos ser. El haber cambiado este sentido dinámico, por una adoración, ha empobrecido el sacramento hasta convertirlo en algo aséptico, que poco me exige y poco me motiva.

Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir, manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana, solo la alcanzaría cuando llegara a la donación total en la muerte asumida y aceptada. Solo un Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Descubrir que destrozarnos, para que nos puedan comer, es también la meta para nosotros, es el primer objetivo de un seguidor de Jesús

Juan no menciona la eucaristía en el relato de la última cena, pero en el c. 6 encontramos la explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de Vida”. “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que cree, nunca pasará sed”. Queda claro que comer el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre al servicio de los demás hasta deshacerse por ellos. El mayor peligro que tenemos hoy los cristianos es acercarnos al sacramento como medio de unirnos a Dios, olvidándonos de los hombres.

Dice más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me “come” vivirá por mí”. No hay una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también esa misma Vida definitiva, que no se verá alterada por la muerte biológica. Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte” a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber Vida. No se trata de renunciar a nada, sino de conseguirlo todo".



Hoy va de AMOR. ¡Para volverse loco!

Los mil significados de la palabra nos despistan

La misma religión nos ha metido

por callejones sin puerta de salida

Con el AMOR, Jesús apuntó al infinito

Y quedamos mirando al simple dedo

El primer cristianismo lo vio claro

Usó el término “ágape” con un significado novedoso

aplicable solo a Dios que nos identifica con Él.

El Amor del que hablamos es Dios mismo.

Ni hay sujeto que ame ni hay amado.

No hay nada fuera de Él. No hay relación.

En Él todo queda unificado, no confundido

Lo poco que entendemos nos asusta.

No queremos ni hablar de sumergirnos

en el agujero negro de la Luz y la Vida.

Merodeamos en el horizonte de sucesos

sin dejarnos caer en lo absoluto

que haría nuestra meta irreversible.

Si no mantengo el ego, no lo acepto.

La salvación que espero es potenciarlo.

Ahora veréis por qué falla el mensaje.

El evangelio está sin estrenar. No es aceptable.

Lo hemos manipulado hasta la nausea.

Dios no es “cáritas” sino “ágape”, UNIDAD absoluta,

que nos permite seguir siendo sin ego.

Amar no es ir al otro sino al UNO.

FRAY MARCOS
(Tomado de FE ADULTA, con algunos retoques de mi parte)



miércoles, 8 de abril de 2020

LA EUCARISTÍA: CAMINO DE HUMANIZACIÓN.


Hay diferentes caminos para llegar a uno mismo, para ejercitarse en la individuación; están los métodos psicológicos, que nos enseñan a relacionarnos con nuestro pasado, con la sombra y el inconsciente, que nos ayudan a terminar con las falsas imágenes de uno mismo y a ahondar en nuestra propia esencia. Pero también están los métodos de la meditación y la contemplación, y en la contemplación ocupa un lugar importante la práctica de la buena respiración, estar atentos al flujo del aire en nosotros. La estructura de la respiración es una imagen decisiva para el camino de la persona hacia el sí mismo.  Se concreta en cuatro pasos: aceptar, soltar, ser uno y ser nuevo.  Cada camino hacia uno mismo pasa por estos cuatro pasos, y se aplica lo mismo en sentido psicológico y en sentido espiritual. 

 Estos cuatro pasos de la humanización constituyen también la estructura de la Eucaristía; aquí se vuelve a representar el camino que una vez realizó Jesús, para que seamos partícipes y para que, al igual que Jesús, y en comunión con él, nos transformemos, encontremos nuestro ser trascendente y seamos uno con Dios. Así, con Jesús, en la Eucaristía, seguimos su camino de hacerse hombre y llegar al Padre; de ese modo nos introduce también en el misterio de la vida humana. El camino de Jesús es un camino arquetípico, un camino que es típico para cada vida humana y que pone en movimiento algo en nosotros; según Carl Jung, los arquetipos son como agitadores que revuelven y producen algo en nosotros. 


Cuando nos entregamos al camino de Jesús, Él genera en nosotros una curación, su redención, y nos lleva a nuestra forma genuina a la vida verdadera. Ese camino tiene cuatro pasos, como antes dijimos, que se desarrollan consecutivamente en la Eucaristía (aceptar, soltar, ser uno y ser nuevo), y sobre los que vamos a dar algunas ideas a continuación: 

ACEPTAR: Es lo que sucede en la primera parte de la Eucaristía. Tras el saludo, en el que nos percibimos y aceptamos mutuamente, viene el acto de contrición, cuya finalidad es reconocernos en nuestra verdad y aceptarnos a nosotros mismos. Me presento ante Dios tal como soy, con lo bueno, y también con lo malo, con mis sombras, con mi culpa. No se trata de fingirse los peores, no es degradarse, ni despreciarnos: es ofrecer a Dios nuestra verdad, lo que somos. De lo contrario quedamos divididos, y por tanto separados de nuestra esencia, de nuestro verdadero ser, y así separados de Dios y de las personas. La culpa excluye, separa, divide; el acto de contrición busca llevarnos a la misericordia de Dios, en la que somos reconciliados,  y devueltos a la unidad del ser, a Dios y a la comunidad, donde somos uno. 

 Luego, toda la liturgia de la Palabra trata en torno a la aceptación; las lecturas, el Evangelio, quieren decirnos la verdad de lo que somos, revelarnos el misterio profundo del ser humano: que somos valiosos para Dios, que Dios mismo habita en nosotros. Es importante que nuestra dignidad y nuestra luz salgan y se manifiesten. A veces no solo reprimimos nuestra sombra, sino también la luz que llevamos dentro.

SOLTAR: Este es el segundo paso de la humanización, y tiene lugar cuando celebramos la muerte de Jesús en la Cruz, su entrega; ahí aprendemos a soltar, y al mismo tiempo a abrazar lo que cada día nos crucifica, el estar de acuerdo con las personas que cruzan mi camino, con lo que nos sale mal, con la enfermedad, con lo impredecible. Entonces sucede que aquello que nos crucifica se convierte en la Eucaristía en camino de vida verdadera

 El acto de soltar se concreta en los ritos de la preparación de las ofrendas y en la transustanciación.  Con el pan y el vino presentamos a Dios nuestra vida y la elevamos al ámbito divino; le entregamos nuestra cotidianidad, nuestro trabajo, nuestros éxitos, nuestros anhelos, nuestro amor, nuestras alegrías.  Le ofrecemos todo a Dios para que lo acepte y lo transforme. Soltamos, le cedemos todo a Dios, lo dejamos en sus manos, para que él nos lo devuelva transformado. 

También el acto de soltar se relaciona con la transustanciación, donde nuestras ofrendas se transforman por el Espíritu de Dios en cuerpo y sangre de Jesucristo. Es un momento de creación, en el que el pan y el vino son convertidos en ofrenda divina, en cuerpo y sangre, y así nos regala Dios en su Hijo presente un nuevo comienzo. Lo humano, lo cotidiano, una vez ofrecido, es recreado y entra en el ámbito divino, que es su origen último. Lo que ofrecemos, junto al pan y al vino, se nos devuelve como pan de vida y bebida de salvación. Lo que ofrecemos, se santifica, se hace santo. 

SER UNO: Este es el tercer paso en el camino de la contemplación y en el proceso de humanización que acontece en la Eucaristía, y sucede en el momento de la Comunión, cuando comemos del cuerpo y la sangre de Cristo. Ahí, al compartir la mesa, somos uno con Jesús, y por Él, uno con Dios. Somos sumergidos en la vida que transcurre entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; somos aceptados en la comunidad de la Trinidad de Dios. Antes, el trabajo de auto comprenderme y aceptarme era más mío, pero ahora Dios hace más, y la aceptación alcanza otro nivel, si yo lo permito, si lo acepto; si Dios es uno conmigo y yo soy uno con Dios, puedo integrarlo todo: mi vida, mi cuerpo, mi espíritu, mis lados claros y oscuros, mis fortalezas y mis debilidades. Me reconcilio con mi historia, con mi pasado, con lo que vino en el presente, y también reconciliarme con mi mortalidad, mi precariedad, mi finitud.

 Cuando yo reconozco y afirmo lo que Dios hace en mí en la Eucaristía, podré abrir mis resistencias a la vida, soltarme y dejarme caer en las manos de Dios. Ahí encuentro la paz, la que viene de Él, y la puedo compartir y ofrecer a los que Él pone en mi camino. 

SER NUEVO: Este es el cuarto paso de la humanización que podemos vivir en la Eucaristía, el renacimiento. Al ser uno con Cristo, hemos renacido, hemos sido recreados gracias a su Espíritu. Ahora somos partícipes de su resurrección que destruye y transforma nuestra muerte. En la comunión nos reconocemos de otro modo, encontramos un UNO que es nosotros, y podemos levantarnos de todos nuestros sepulcros y muertes, de la autocompasión o el rechazo, de la resignación y la decepción, de la tristeza y del miedo. Como dijo Pablo: "El que está en Cristo es una criatura nueva, una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5, 17). Qué importante es saber reconocer, en medio del pasado, de la historia que nos marca y traemos con nosotros, eso nuevo que crea el Espíritu en nosotros constantemente, en cada Eucaristía y en cada momento de la vida también. Ahí están también en nosotros la creatividad, la vitalidad, la imaginación


No es que olvidemos lo que hay, que cerremos los ojos, que ignoremos las heridas; los podemos contemplar ahora todo, porque al mismo tiempo contemplamos a Jesucristo, que nos ha dado su Espíritu, que nos recrea constantemente con su vida eternamente nueva. Si dejamos que ese Espíritu sople en esos momentos de meditación, de oración y de comunión, el pasado, y lo que no nos deja ser lo que somos, pierde su poder sobre nosotros. Seguirá presente por el momento, pues la curación puede llevar tiempo, pero no será la única realidad, no la más importante, no la que me define como persona. En medio de mi vida herida hay algo nuevo, que brota y se abre paso, y la primavera de Dios acabará estallando dentro, con toda su fuerza.

Estos cuatro pasos, caigamos en la cuenta, son los mismos que hemos mencionado cuando tratamos de comprender, desde esta misma perspectiva, el Triduo Sacro: jueves santo (acoger o aceptar), viernes santo (soltar, entregar), sábado santo (ser uno, unidad) y domingo de resurección (ser nuevo, renacer). Toda la vida espiritual está marcada por estos cuatro momentos.

((Resumen personal de textos de Anselm Grün).

JUDAS, NUESTRAS TRAICIONES Y UN AMOR MÁS GRANDE

La liturgia de la Iglesia, en los días que preceden inmediatamente al jueves y viernes santo, insiste en recordar a Judas. Es indudable que la figura del discípulo traidor evoca cosas muy importantes a los lectores de los Evangelios, y no debemos dejar de detenernos en ellas. Judas pone en evidencia que la traición está presente en medio de todo relato humano, traiciones grandes y pequeñas; traición a la amistad, al grupo o a la comunidad, traición a la vida

La deshumanización en los instantes que más nos humanizan, como es este caso la mesa compartida. La mesa es espacio de fraternidad, y era un espacio muy significativo para Jesús, que la compartía con pobres y pecadores como señal de la presencia del Reino. Ahora es en la mesa donde se patentiza la traición de Judas: el que comparte el pan lo va a entregar, e incluso otro lo va a negar, y todos lo abandonaran. Pero curioso, es también en en medio de ese contexto donde nos deja el mandamiento nuevo: ámense unos a otros como yo les he amado

Mateo, en su Evangelio, acentúa fuertemente el fracaso de los discípulos: Judas entrega a Jesús, Pedro le niega, los demás huyen. Pero lo hace, no para criticar o condenar, tampoco para desalentar a los lectores: todo lo contrario. Cuando Mateo escribe la Iglesia era perseguida y muchos cristianos se desalentaban y abandonaban la fe. La pregunta era: ¿Podemos volver? Mateo responde sugiriendo que nosotros podemos romper con Jesús, pero Él nunca rompe con nosotros. Su amor es mayor que nuestra infidelidad. Es un MENSAJE MUY IMPORTANTE que recibimos durante la Semana Santa: la acogida y el amor de Jesús supera siempre la derrota y el fracaso de los discípulos.

La última cena, más que un acto religioso, fue una cena de despedida, un acto profundamente humano, cargado de intimidad, de miedos, de oscuridades, y también de cinismo y de traiciones. Como la vida misma, la vida de un hombre entre los hombres. Y en ella, Jesús mostró la plenitud de lo humano, cuando nos mostró que el amor de Dios está siempre por encima de nuestras traiciones.

Hay un Judas en cada uno de nosotros, pero solo la falta de confianza nos apartará del Maestro.

lunes, 6 de abril de 2020

ENTRAMOS EN LA SEMANA SANTA...

Entramos en la Semana Santa, en los días que gozan del calificativo de "santo". Son días benditos en los que la misericordia de Dios se hace más accesible al ser humano. La Semana Santa es la celebración culminante de todo el ciclo litúrgico, a la vez que es meta obligada en la que desemboca la práctica y vivencia cuaresmales. Los días que median entre el Domingo de Ramos y el Jueves Santo revisten un tono de tristeza por la tragedia que se acelera y la la muerte que se avecina. 

La unción de Cristo (lunes), la entrega salvadora (martes) y la traición de Judas (miércoles) nos introducen de lleno en el Triduo Sacro, que mantiene en cada celebración la intensificación propia en el misterio pascual de nuestra redención. La fragancia del perfume con que fue ungido Cristo es signo adelantado de la unción que va a recibir con su muerte; luego alerta sobre el culto a la personalidad  y el ocultar las propias limitaciones, como si ellas no contasen también en el proyecto de Dios; finalmente nos alerta acerca de las pequeñas traiciones cotidianas que pueden llevarnos a renunciar al propósito original con que comenzamos este camino de liberación y humanización plenas. 

Vivamos los cristianos estos días con profunda devoción, orando así: "Dios, cuyo poder está fundado en un amor infinito, mira la fragilidad de nuestra condición humana, propensa al dolor, la enfermedad y el pecado, y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión generosa de tu Hijo". Amen.

jueves, 2 de abril de 2020

CELEBRAR LA VIDA (Introducción a la Semana Santa)


Al término de la Cuaresma, Jesús aparece ante nosotros como la expresión máxima de la VIDA. Es el mejor modo de cerrar y resumir este itinerario de cinco semanas que ha tenido como propósito proponernos una vez más la CONVERSIÓN, es decir, la necesidad de estar abiertos siempre al cambio, a la transformación interior, y no quedarnos en lo de siempre, acomodados, creyendo que ya está todo hecho.

Sin embargo, nuestra comprensión de algunas realidades y palabras religiosas peca siempre de mediocre, de pietista, y concluimos que es una mera invitación a ser buenos, a portarnos bien y “cumplir”, a rezar, mientras todo lo demás de nuestra vida sigue igual. En más de 2000 años de cristianismo todavía nos cuesta reconocer la VIDA, en grande, con mayúsculas, que Jesús nos propone.

El mensaje de la Iglesia ha tenido a menudo un carácter fúnebre, insistiendo en demasía sobre el dolor, el sufrir, el morir, y luego acompañado por ideas afines: castigo y premio, infierno o purgatorio, las penas y los demonios. Sólo al final de esa larga cadena de propuestas aparece la vida, y con la coletilla siempre de “eterna”; es decir, después, un día en el futuro, no ahora.

Pero el mensaje de Jesús, su “Evangelio”, su buena nueva, comienza por decirnos que tenemos un Dios que es PADRE, y que nos ha llamado a la VIDA. Humanidad y santidad no son vocaciones opuestas, al contrario; la santidad es una llamada a VIVIR EN PLENITUD. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. El pecado tiene que ver con la muerte, con la perdida de orientación y sentido, con la renuncia a nuestra vocación primordial. Convertirse es regresar al camino de la VIDA, de la vida grande, la vida plena, y ahora sí, la VIDA ETERNA. Eterna no tanto por su duración, sino por su calidad, la vida verdadera.

El encuentro con Jesús tiene necesariamente que llevar este significado: encuentro con la VIDA. No debe ser el cristiano un ser humano que se conforma con vivir al “mínimo”, que niega el disfrute y la belleza de la creación, que siempre le está poniendo “pegas” a la vida. Claro que existir lleva implícito también el sufrir, que hay dolor, que se paga un precio por vivir; pero eso no significa rebajar la vida, significa un mayor aprecio por ella, un valorarla con realismo, y un amarla como don precioso de Dios para sus hijos. Defender la vida ha de ser mucho más que rechazar el aborto y la eutanasia (que refieren al principio y al fin de la existencia humana); ha de ser también trabajar incansablemente por la felicidad y la justicia, por la satisfacción de una vida en la que podamos alcanzar nuestras mejores aspiraciones, una vida en la que podamos ser libres y responsables, una vida que es VIDA (en grande) porque está hecha de AMOR.

El itinerario cuaresmal es por tanto un reconsiderar nuestra existencia a la luz de la VIDA que nos ganó CRISTO. “Yo te digo que si tú crees verás la gloria de Dios”. Habrá que preguntarse, no tanto ¿Cómo vivo, sino, Vivo? ¿Estoy VIVIENDO con la PLENITUD para la cual me llamó CRISTO? ¿Veo para creer o creo para ver la gloria de Dios en medio de (mi) la vida?

Digamos que la Semana Santa es como un arquetipo de nuestra propia autorrealización humana; Ese camino a la plenitud, a la felicidad, a la santidad, o a la VIDA se desarrolla en varias etapas, comenzando por la alternancia de triunfo o fracaso que vislumbramos en el Domingo de Ramos. Pero luego el Triduo lo hace más patente:

1- Aceptación, la presencia del amor en nuestra vida, la capacidad de servir (Jueves santo)
2- Abandono, la presencia del mal en nuestra vida, la traición, el rechazo, la muerte (Viernes santo)
3- Unificación o reconciliación con nuestro verdadero ser y vínculo con el Dios de la Vida (Sábado Santo)
4- Renovación, renacimiento, volver a empezar, reconocer la bendición (Pascua)

Quiera Dios que la celebración gozosa de estos misterios vivificantes de nuestra fe nos DESPIERTEN de este sueño de mediocridad, de conformismo, de miedo, de falta de esperanzas, de pecado y pasividad, de sensualismo y de idolatría, para hacernos VERDADEROS Y ALEGRES TESTIGOS DE LA VIDA, Testigos de Cristo, vivo y resucitado, en cada uno de nosotros. El EVANGELIO es un potente estímulo para DEFENDER LA VIDA frente a los poderes de muerte que tienen su fundamento en el pecado de la humanidad (egoísmo, violencia, mentira, afán de poder y de riquezas); como dijo Juan Pablo II a lo largo de todo su ministerio apostólico: “No tengan miedo de acoger a Cristo en sus vidas”, y luego Benedicto XVI añadiría: “Cristo no quita nada y lo da todo”, porque Cristo es VIDA, y vida en abundancia.

No creamos que cambiando a Cristo y la verdad de su evangelio por satisfacciones pasajeras y temporales viviremos más o seremos más felices; ténganlo presente especialmente los más jóvenes, lo saben bien los de más edad. La vida y la felicidad son otra cosa. Dios lo sabe, por eso y porque nos ama no se cansa de llamar. “Yo soy el camino, y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Como a Lázaro, hoy Jesús nos llama también a nosotros a salir de los sepulcros; nos dice, a cada uno: “Levántate y anda”. Vive, busca la Verdad, sirve a tus hermanos. Vivir es casi un mandamiento para nosotros; lo reconoció hace cientos de años San Ireneo, con una frase que es antológica en teología: “La gloria de Dios es el hombre vivo”.

Gracias, Señor, por esta Cuaresma tan especial que hemos vivido en Iglesia; danos, Señor, vestirnos de fiesta en esta Pascua, para contigo CELEBRAR LA VIDA.
Amén.


Fray Manuel de Jesús, ocd