miércoles, 30 de octubre de 2019

NECESITAMOS SANTOS...

Comienzo por por una intuición de Simone Weil: "No es suficiente, hoy en día, ser meramente santos, sino que debemos tener el tipo de santidad que nuestro tiempo requiere”. Creo que muchos de los santos tradicionales, justamente por esa razón, continúan siendo un recurso invaluable; sin embargo, no está de más que nos preguntemos: ¿cuáles son las necesidades del mo­mento actual? ¿Qué santidad es hoy más necesaria?


Los ejemplos que conocemos de santidad tendían a enfatizar un ascetismo negador del mundo; hoy necesitamos ejemplos de disciplina y abnegación al servicio del mundo y solidarios con los sufrimientos humanos.

Hay incontables santos que exhibían la virtud de la caridad; necesitamos santos que combinen la caridad con una sed profética de justicia.

Gran parte de la historia cristiana ha sido escrita por manos masculinas; necesitamos recordar el ejemplo y los dones de las mujeres santas y proféticas.

La lista tradicional de los santos ha estado dominada por el clero y los religiosos; necesitamos prestar especial atención a los testimonios de los laicos, de aquellos cuya vocación es infundir el espíritu del evangelio en el mundo.

La historia de la Iglesia tiene tendencia a ser escrita en términos occiden­tales; necesitamos recor­dar la lucha de los santos que tradujeron el evangelio al idioma de las culturas lo­cales, no occidentales; que abrazaron la sabiduría de otros caminos religiosos e intentaron comprender la fe en términos de nuevos horizontes intelectuales y cul­turales.

Necesitamos ejemplos de santidad más allá del claustro; santos inmersos en el universo del arte, de la literatura, en el mundo académico, en el de las lu­chas políticas, y en la vida cotidiana. Necesitamos profetas que presenten un de­safío tanto a la Iglesia como al mundo, para que reflejen mejor la justicia y la mi­sericordia de Dios. 

Debemos prestar atención a la visión de los místicos, que ven a través de la sombra de la cotidianeidad y nos recuerdan, así, al Dios que es siempre más grande que nuestras teologías o nuestra imaginación.

¿Existen santos que hablen a todas estas preocupaciones? Algunos, tal vez. Pero el desafío es recurrir, para nuestro camino, un camino que comienza en el punto en que se halla cada uno de nosotros, al testimonio parcial de muchos com­pañeros santos.
Estamos hechos de lo que admiramos. Pero en esto, como en cualquier otra búsqueda, es posible cultivar nuestro gusto. Resulta importante aprender a reco­nocer qué es bueno, a entrenar nuestros oídos a discernir la verdad, a honrar lo que es verdaderamente honorable, a elegir normas morales que estén más allá de nuestro fácil alcance"

Y claro, nosotros necesitamos ser santos, aquí y ahora.

(Recreando un texto de Robert Ellsberg)

sábado, 26 de octubre de 2019

SOY MUCHO MÁS DE LO QUE CREO SER

El desaliento, que a veces nos invade, es consecuencia de un desenfoque espiritual. Nada tienes que conseguir ni por ti mismo ni de Dios. Dios ya te lo ha dado todo y te ha capacitado para desplegar todo tu ser. No tengas miedo a nada ni a nadie. Tu ser profundo no lo puede malear nadie, ni siquiera tú mismo. Tus fallos son solo la demostración de que no has descubierto lo que eres, pero todas las posibilidades de alcanzar esa plenitud siguen intactas. Piensa en esto: las limitaciones que descubres cada día, y que tanto nos hacen sufrir, no pueden malograr todas las posibilidades que me acompañan siempre.

Cuando te sientas abrumado por tus fallos, descubre que para Dios eres siempre el mismo. Alguien único, irrepetible, necesario para el mundo y para Dios. Se habla mucho últimamente de la autoestima. Es imprescindible para poder desarrollarte, pero nunca puede apoyarse en las cualidades que puedes tener o no tener y que son secundarias. Esa pretensión de desplegar la autoestima en las cualidades adquiridas, o por adquirir, nos llevará siempre a un rotundo fracaso. Tomar conciencia de que lo que soy no depende de mí es la clave para una total seguridad en lo que soy. Soy mucho más de lo que creo ser. A pesar de mí, mi valor es infinito.

Fray Marcos

(Recordando al P. Marciano García, ocd, cuya prédica fue siempre de algún modo por estos derroteros)

jueves, 24 de octubre de 2019

APRENDER A ESCUCHAR A DIOS

"La oración sólo será verdadera cuando, con anterioridad a ella, consigamos identificar nuestro propio centro. De no ser así, la oración se convertirá en una colección de actos que practico. La cuestión no es transformar la oración en actos, sino que ella se transforme en una actitud fundamental que parta del centro de nosotros mismos. Esto es muy difícil para nosotros porque nuestra cultura no nos ayuda a ello; nuestra cultura es dispersante, intenta colonizar y compartimentar todos nuestros sentidos y luego ocuparlos continuamente. Siendo esto así, tenemos que luchar contra nosotros mismos para poder llegar a nosotros mismos y constituir y desarrollar nuestro centro".


"No creo que ningún género de oración sea realmente un encuentro con Dios sin el descubrimiento del centro, sin que sepamos escucharnos a nosotros mismos. Sólo escucharemos a Dios si, antes y simultáneamente, nos escuchamos a nosotros mismos. Sin eso, ya puede Dios hablar cuanto quiera, que no lo captamos. O bien hacemos un acto de fe, creemos en que Dios nos habla y vivimos siempre captando por ahí "voces" de Dios. Hasta que un día nos cansamos y decimos: no hay nada, Dios no habla, ha quedado en silencio, ha muerto.  La misma Biblia nos relata experiencias como esa. El ser humano tiene que sintonizar para captar a Dios. Como dice el texto bíblico, él no viene como un huracán o como un rayo que puede ser visto por todo el mundo. Viene en la brisa, tenue, y sólo los que están atentos lo oyen. No tiene voces; es una voz".

Leonardo Boff
"Buscar y desarrollar la centralidad"
En: Mística y Espiritualidad".
L.Boff y Frei Betto
Trota, 1996

martes, 22 de octubre de 2019

QUÍTAME EL MIEDO

Esta semana, en el Oficio de Lectura, volvemos a leer dos textos que siempre disfruto y aprovecho espiritualmente: me refiero al libro bíblico de Ester, y a la Carta de San Agustín a Proba, sobre la oración. El primero, es como volver a leer una novela o ver una película, y me despierta muchos interrogantes acerca de sus personajes y de los avatares de la historia. El segundo es una verdadera catequesis sobre la oración cristiana, muy a propósito esta vez, luego del Evangelio que se proclamó el último domingo. Me resulta curioso que luego de tantos años leyendo las mismas lecturas, sigan resultando atractivas y provocando reflexiones. 

 Esta vez me detengo en parte de una oración que hace la reina Ester, preparando su presentación ante el rey, en defensa de su pueblo:

 "¡Oh Dios poderoso sobre todos! 
Escucha el clamor de los desesperados,
 líbranos de las manos de los malhechores,
 y a mí, quítame el miedo".

Cualquiera de nosotros la podría hacer suya en algún momento del camino, porque es sencilla, fácil de memorizar, y además el último verso vale como reclamo para todo momento de la vida religiosa y espiritual: "Quítame el miedo". El miedo no es bueno ni sano para el espíritu, y así lo recoge la Primera Carta de Juan

"En esto consiste la perfección del amor en nosotros: en que tenemos confianza absoluta en el día del juicio; porque como es él, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor; por el contrario, el amor perfecto desecha el temor, pues el temor supone el castigo y el que teme no es perfecto en el amor". 

También evoco ahora lo que dice otro conocido maestro espiritual acerca del miedo: "Algunos dicen que solamente hay dos cosas en el mundo:Dios y el miedo; el amor y el miedo son las únicas dos cosas. Solamente hay un mal en el mundo: el miedo. Solamente hay un bien en el mundo: el amor. A veces le dan otros nombres. A veces lo denominan felicidad o libertad o paz o gozo o Dios o lo que sea. Pero el rótulo realmente no importa. Y no hay un solo mal en el mundo que no se origine en el miedo. Ni uno solo".

Vale la pena reflexionar en ello, en momentos en que parece ganarnos la partida la violencia, la ira, la venganza; todo eso es la expresión de nuestros temores. El miedo y lo que lo origina es un camino que no conduce al amor de ningún modo, y provoca dolor, porque hiere, separa, enfrenta, odia. No por gusto Jesús dejó esta exhortación a los suyos: "NO TENGAN MIEDO".

 Por eso hoy, me quedé rumiando el pequeño texto del libro de Ester en la oración de la mañana, y repetí una y otra vez:

Señor, quítame el miedo, y haz que sea el amor lo que llene e impulse siempre mi vida, mi relación con los demás, y mi ministerio de servicio a la comunidad.

sábado, 19 de octubre de 2019

UNA DESAFIANTE MIRADA A LA ORACIÓN POR LA JUSTICIA

Como comentario al Evangelio de este domingo, Lucas 18, 1-8, Fray Marcos publica su habitual comentario en Religión Digital, del que comparto acá los párrafos más esenciales. Tal vez no comparta totalmente su visión, pero es indudable que nos hará pensar:  

"La oración, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. Lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín, con su genialidad, nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros.

De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros.

No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. El que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe para restablecer un desequilibrio. Para Dios todo está siempre en absoluto equilibrio, no necesita equilibrar nada. Dios no puede actuar contra nadie por malo que sea. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca contra los opresores.

En la Biblia “hacer justicia” es liberar al oprimido. Esta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia, tal como la entendemos los humanos.

Aquí no se trata de la oración sino de la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No debemos esperar la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre “justos” que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder.

La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente. El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí.

Pedir a Dios justicia, aquí o para el más allá, es mantener el ídolo que hemos creado a nuestra medida. La justicia en el más allá se inventó precisamente para armonizar la idea de un Dios justo al modo humano con la realidad de una injusticia presente. En tiempo de los macabeos se vio que los males que afligían a los seres humanos no se podían explicar como castigo de Dios, porque Antíoco estaba sacrificando precisamente a los más fieles a la Ley. Para superar esa contradicción se sacó de la manga un castigo y un premio para después de la muerte.

El mensaje de Jesús está sin estrenar. ¿A quién de nosotros se nos ha ocurrido alguna vez dar la túnica al que nos roba el manto? ¿Quién ha puesto una sola vez la otra mejilla cuando le han dado una bofetada? Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia".

Fray Marcos

miércoles, 16 de octubre de 2019

RECUPERAR LA GRATUIDAD

"Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios. Esto debían practicar sin olvidar aquello" (Lc 11,42).


Esta crítica de Jesús contra los líderes religiosos de su época puede ser repetida contra muchos líderes religiosos de los siglos siguientes, hasta hoy. Porque muchas veces, en nombre de Dios, insistimos en detalles, y legalismos jurídicos o litúrgicos, y olvidamos la justicia y el amor. 

Por ejemplo, en cierta época el movimiento Jansenista  volvió árida la vivencia de la fe, insistiendo en observancias y penitencias, y creando grandes escrúpulos para acercarse a la comunión, desviando a la gente del camino del amor. La carmelita descalza Teresa de Lisieux se crió en ese ambiente jansenista que caracterizaba a Francia hasta los finales del siglo XIX. Fue a partir de una dolorosa experiencia personal que ella supo recuperar la gratuidad del amor de Dios como una fuerza que tiene que animar por dentro la observancia de las normas. Sin la experiencia del amor las observancias hacen de Dios un ídolo. 

"Ayúdanos, Señor, en la lucha de cada día por la difícil conquista de la libertad cristiana, viviendo del Espíritu y actuando según él. Líbranos de la vieja esclavitud del pecado y del moralismo estéril que desvirtúa la amistad contigo. Amén".

(Pan de la Palabra 2019, San Pablo)

sábado, 12 de octubre de 2019

JESÚS Y LOS DIEZ LEPROSOS

Este domingo, XXVIII, leemos el pasaje de Lucas 17, 11-19; comparto parte del comentario de Fray Marcos, tomado de Religión Digital, que me parece excelente y con valiosas ideas para la reflexión personal


"El relato de hoy debía llamarse: diez leprosos son curados, uno se salva. En el texto vemos con toda claridad que la fe abarca, no solo la confianza sino la respuesta: fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe, por no llevar implícita la fidelidad.

El protagonista es el leproso que volvió. La lepra era el máximo exponente de la marginación. Al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospechas. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar puramente defensiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo, está criticando la idea que los judíos tenían de una relación con Dios exclusiva y excluyente.

No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exégetas apuntan más bien, a una historia del primer cristianismo, encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento estricto de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos datos suficientes para descubrir que esta era la actitud de la primera comunidad.

Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. “Mientras iban de camino”. 4º.- en un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve, ¿dónde están? 7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación: una verdadera salvación. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.

En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. 

Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personali­dad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen.

Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes se sintieron obligados a cumplir la ley: presentarse al sacerdote para que les declarara puro y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la única salvación que esperaban. Los nueve vuelven a someterse a la institución; van al encuentro con Dios en el templo. El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Encuentra la presencia de Dios en Jesús.

La verdadera salvación para el leproso llega en el agradecimiento del don. El problema es que queremos expresar a Dios nuestro agradecimiento como lo hacemos a otras personas. Solo viviendo el don podemos agradecerlo. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del estatus social. Nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades externas y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material.

El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. 

Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones, que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia.

El seguimiento de Jesús consiste en una forma de vivir. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = "motus ab intrinseco" (movimiento desde dentro). No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos.

Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa; solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero, acoplarse a él no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. 

Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas, son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Conformarnos con aceptar de la religión una programación perfecta puede impedirnos esa vida auténtica.

Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza.  

Meditación
La confianza produce la curación, la fidelidad produce la salvación. La identificación con el Otro me libera de la opresión de los otros. En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad.
Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta.
La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento,
que nos llevará a una fidelidad incondicional.


Fray Marcos

jueves, 10 de octubre de 2019

LA GRATITUD FRENTE AL DESALIENTO

El relato evangélico del próximo domingo (Lc 17, 11-19) marca un contraste entre el agradecimiento y la ingratitud; sobre ello habla la siguiente historia:

En una ocasión, el demonio organizó una exposición con todas las herramientas que usaba para engañar y dañar a los humanos. Al enterarse, un ermitaño se acercó al lugar y, entrando en el recinto, observó que había una pared inmensa dedicada a un solo objeto. Al aproximarse, vio un cartel en el que podía leerse:DESALIENTO.  Sorprendido, se dirigió al demonio para preguntarle si realmente esa herramienta era tan peligrosa. Este le contestó que era así: Si consigues que una persona se desaliente o desanime, la llevarás donde tú quieras. Intrigado y preocupado, el ermitaño volvió a preguntar por el remedio que podía contrarrestarla, y el demonio le respondió: El único remedio es la gratitud. Una persona agradecida jamás se desalentará".

El desaliento es característico del ego que ve frustrados sus proyectos. La actitud sabia, sin embargo, empieza por la gratitud: de entrada, dar gracias por todo lo que es. Lo que es, es lo que ahora tiene que ser. Por eso no cabe  sino la aceptación liberadora y la gratitud incondicional.

Enrique Martínez Lozano
Otro modo de leer el Evangelio
DDB

lunes, 7 de octubre de 2019

EL PRÓJIMO ES LA REVELACIÓN DE DIOS PARA NOSOTROS

"Lo importante, lo principal, es amar a Dios. Pero Dios viene hasta nosotros en el prójimo. El prójimo es la revelación de Dios para nosotros. Por esto, hemos de amar también al prójimo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo el entendimiento".

"La condición del prójimo no depende de la raza, del parentesco, de la simpatía, de la cercanía o de la religión. La humanidad no está dividida en prójimo y no prójimo. Para que sepas quién es tu prójimo debes acercarte, verlo y moverte a compasión. Si tú te aproximas, te acercas, el otro será tu prójimo. Depende de ti y no del otro"

"No se trata de desarrollar una religión del culto, de la moral, de las prescripciones legalistas; se trata de hacer prójimos de Cristo a todas las mujeres y hombres que encontramos, heridos, sobre los caminos de nuestro mundo. Se trata de aplazar nuestros minuciosos programas para dar prioridad a la compasión y al servicio a los muchos heridos de este mundo, y así ungirlos con el aceite de la misericordia y con el vino del amor. Se trata de construir una humanidad nueva, mediante la fe en Cristo, buen samaritano, cada día más cercana a la bondad salvadora de Dios".

Gracias Padre, porque en Cristo, el buen samaritano, sales siempre al encuentro del hombre caído. Tú no nos dejas solos en las lágrimas y en la noche, sino que nos recoges en el hogar de tus manos. Haz que por tu gracia demos eso mismo a los demás. Amén.

(Tomado de: Pan de la Palabra 2019, San Pablo)

sábado, 5 de octubre de 2019

FE ES CONFIAR Y ES VER MÁS LEJOS

Este domingo toca hablar de la FE. Los apóstoles piden a Jesús más fe, y Jesús les dice que es suficiente tener poca para hacer mucho, pero esa fe no puede estar fundada en nuestras obras o capacidades o servicios, sino en descubrir nuestro lugar en el proyecto de Dios para el mundo. La fe es algo misterioso, que recibimos un día sin buscarlo, sin merecerlo, y que luego encuentra en la práctica religiosa fundamentos, alimento y estructura para crecer y servir. La comunidad es un elemento básico de la fe, porque me recuerda que no soy el centro de nada, sino parte de algo más grande. La fe no son nuestras creencias, a menudo supersticiosas, ni tampoco repetir dogmas, cumplir mandamientos, celebrar ritos; todo eso brota de la fe, y sirve para sostenerla. Pero la fe es otra cosa. La FE ES CONFIAR, y no solo "en Dios", como suele decirse, sino en la Realidad que el sustenta, en la vida que vivimos, en el prójimo que camina a mi lado. La FE es la fuerza de mi vida, el sostén de mi esperanza, el camino del amor. No se trata de "cantidad", sino de calidad. Los discípulos miran a Jesús cuando les habla y enseña, y seguramente se piensan muy lejos de él, y eso los angustia. Por eso dicen: auméntanos la fe. La mirada de Jesús, amorosa como la del Padre, les invita a CONFIAR, a trabajar por el Reino, como buenos administradores, y olvidarse de todo lo demás. "El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe", dice el profeta. Tratemos de pensar lo que significa tener el alma hinchada, luego que los domingos anteriores la Palabra nos ha invitado a aligerar nuestro equipaje, a no cerrarnos y ser indiferentes a la suerte de los otros; también podemos convertirnos en "consumidores" y acumuladores de lo religioso. 
Y luego recordemos que la FE tiene mucho que ver con VER; el profeta contempla el futuro en medio del desastre, y Pablo dice a Timoteo: "Ten delante la VISIÓN que yo te diy vive con fe y amor en Cristo Jesús". Buscamos respuestas inmediatas a nuestros reclamos a Dios, y él nos responde abriéndonos a la ESPERANZA, a una espera diligente y comprometida con la plenitud que está por venir.
Sin FE es imposible entender nuestra relación con Dios, fundada en la gratuidad y el agradecimiento (Nosotros somos pura necesidad, Dios es puro DON). Sin FE no entenderíamos por qué estamos invitados a un banquete al que fuimos llevados desde los caminos del mundo, sin que contaran méritos o deméritos. Sin la FE, nos quedaría simplemente una religión de costumbre y cumplimiento, que no hace crecer ni madurar. 
Es la FE la que nos hace VIVIR.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

Coda: Importante distinguir la FE de las creencias y las supersticiones; es la FE, la confianza, la que permite a Dios ser Dios y ponernos en el camino de lo nuevo, de lo inesperado.

miércoles, 2 de octubre de 2019

LA DIGNIDAD NO SE NEGOCIA

En el primer día de clase, el profesor de “Introducción al Derecho” entró al aula y lo primero que hizo fue pedir el nombre de un estudiante que estaba sentado en la primera fila:

¿Cuál es su nombre?
Mi nombre es Nelson, Señor.
¡Fuera de mi clase y no vuelva nunca más! – Gritó el maestro desagradable.
Nelson estaba desconcertado. Cuando volvió en sí, se levantó rápidamente recogió sus cosas y salió del aula.
Todo el mundo estaba asustado e indignado, pero nadie habló.
¡Muy bien! – Vamos a empezar, dijo el profesor.
¿Para qué sirven las leyes? preguntó el maestro – los estudiantes seguían asustados, pero poco a poco empezaron a responder a su pregunta:
Para tener un orden en nuestra sociedad.
¡No! – Respondió el profesor.
Para cumplirlas.
¡No!
Para que las personas equivocadas paguen por sus acciones.
¡No!
¿Alguien sabe la respuesta a esta pregunta!
Para que se haga justicia – una muchacha habló con timidez.
¡Por fin! Es decir, por la justicia.
Y ahora, ¿qué es la justicia?
Todos empezaron a molestarse por la actitud tan vil del profesor.
Sin embargo, continuaron respondiendo:
A fin de salvaguardar los derechos
humanos …
Bien, ¿qué mas ? – preguntó el maestro.
Para diferenciar el bien del mal, para recompensar a aquellos que hacen el bien …
Ok, no está mal, pero respondan a esta pregunta:
“¿Actué correctamente al expulsar a Nelson del aula?”
Todos estaban en silencio, nadie respondió.
Quiero una respuesta por unanimidad!
¡No! – Todos contestaron con una sola voz.
Se podría decir que he cometido una injusticia?
¡Sí!
¿Y por qué nadie hizo nada al respecto? Para que queremos leyes y reglas, si no tenemos la voluntad necesaria para practicarlas? Cada uno de ustedes tiene la obligación de hablar cuando es testigo de una injusticia. Todos. ¡No vuelvan a estar en silencio, nunca más! Vayan a buscar a Nelson – dijo. Después de todo, él es el maestro, yo soy un estudiante de otro curso.
Aprendan que cuando no defendemos nuestros derechos, se pierde la dignidad y la dignidad no puede ser negociada.

"CUALQUIER INJUSTICIA CONTRA UNA SOLA PERSONA, REPRESENTA UNA AMENAZA PARA TODAS LAS DEMÁS" (Montesquieu)

(Tomado de Facebook)