lunes, 11 de abril de 2022

EL AMOR ES UN MANDAMIENTO

 

A menudo la lectura de un artículo en las redes o en un periódico desencadena mis reflexiones; unas veces las rumio solo, y otras comparto lo que pienso. Esta vez es una corta reflexión que lleva por título "El amor es un mandamiento", apenas cuatro párrafos, pero suficientes para ponerme a dar vueltas  con la mente en torno a ciertas palabras. La primera frase: "El no obedecer a Dios es pecado, porque estamos faltando a Su ley", y luego en el segundo dice: "Cristo nos ordena que debemos amarnos los unos a los otros"; finalmente en el último párrafo afirma: "Su gracia permanecerá con aquellos que cumplan Su voluntad". 

En mi experiencia de fe, pienso que amar a Dios va mucho más lejos que "obedecerlo", y seguirle es también mucho más que "cumplir una ley"; Cristo no ordena amar, sino que propone, invita, llama para que seamos parte activa de su proyecto de amor, y Su gracia no está condicionada por nuestra respuesta, siempre es mayor y va delante, abriéndose camino. Claro que la invitación de Dios es para todos, pero su paciencia es infinita, y tiene un camino para cada ser humano. 

El amor es mandamiento nuevo que supera toda ley, porque es algo que está escrito en lo más profundo de cada ser humano, y tiene que ver con nuestra esencia; el llamado de Dios en Cristo no pende sobre nuestras cabezas como una sentencia o una amenaza, sino como una llamada interior, una verdad que nos identifica, una invitación a participar de un Misterio inefable, el de la Vida

¡Es tan importante usar las palabras adecuadas cuando hablamos de Dios! El amor se aprende, nadie ama a su prójimo por obligación, por ley. Cristo es nuestro Maestro para aprender el amor, que tiene su fuente en Dios, y que suple nuestra incapacidad para ser plenos a la hora de entregarnos al servicio de los demás con su inagotable Gracia. Ya lo dijo Santa Teresa: con regalos castiga Dios y nos cambia el corazón

Fray Manuel de Jesús, ocd

 

sábado, 9 de abril de 2022

RECUPERAR LA SENCILLEZ DEL EVANGELIO Y LA PRÁCTICA DE JESÚS

 


"Al relatar la pasión de Jesús, cada evangelista coloca sus propios acentos en aquello que le interesa subrayar. Esto explica que, a partir del hecho histórico de la muerte de Jesús, se hayan construido relatos cargados también de intencionalidad teológica. Lucas, en concreto, pone mucho cuidado en subrayar la inocencia de Jesús: Pilato la declara por tres veces; Herodes, implícitamente; y, de una forma expresa y contundente, el centurión romano al pie de la cruz. Lucas es también el único que pone en boca de Jesús las palabras sobre el perdón a quienes lo están crucificando, así como la promesa de vida al compañero de suplicio que se dirige a él. Suprime el grito del Salmo 22 (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), y lo sustituye por el Salmo 31,6, que expresa una confianza más explícita (“En tus manos encomiendo mi vida”). Con todo, más allá de las peculiaridades propias de cada autor, es claro en todos ellos que la muerte de Jesús fue consecuencia de su vida: lo mataron porque estorbó a la autoridad. El “descuido” grave de la tradición cristiana consistió, precisamente, en desconectar la cruz de lo que había sido la práctica concreta del Maestro. De ese modo, la cruz vino a convertirse en un valor “abstracto” en sí misma: lo que nos habría salvado sería la cruz; bastaba creer en ello, aunque se desconociera la vida histórica de Jesús. Este planteamiento produjo, entre otras, dos consecuencias graves: el dolorismo y el doctrinarismo. El dolorismo consiste en la afirmación de que “el dolor es siempre bueno”. Si lo que nos había salvado había sido la cruz, y la cruz es dolor, la conclusión se imponía por sí misma: el dolor es bueno y a Dios le agrada. El doctrinarismo hizo del cristianismo “la religión de la cruz”, y parecía que ser cristiano era más una cuestión de creer –en el sentido de creencia o doctrina– que de vivir. Olvidada la práctica de Jesús, en sus rasgos más concretos, críticos, novedosos e incluso subversivos, se instauró una nueva “ideología religiosa”. Frente a ambos riesgos –de matriz eminentemente “religiosa” y egoica, aparte de mítica–, haríamos bien en recuperar la sencillez del evangelio y la práctica de Jesús, que me parecen van en la dirección de los sabios versos del gran poeta Antonio Machado: “Y más que un hombre al uso, que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. La cruz contiene el relato de un hombre bueno, que es aplastado por un poder político y religioso inhumano. Es, por eso también, un grito contra toda injusticia y de solidaridad con todos los crucificados". 

(Enrique Martínez Lozano, Otro modo de leer el Evangelio).