domingo, 19 de septiembre de 2021

SOBRE EL "CREDO" (2)

CREO EN DIOSPara nosotros, «Dios» es, sobre todo, la palabra peor usada de la historia. Dios no es un nombre propio y, hablando con precisión, tampoco es un nombre común… Es la manera de referirnos al Misterio infinito. Misterio insondable que nunca podrá ser «objeto» de mi conocimiento, puesto que conocerle sólo significa adentrarse más en Él como Misterio. La postura de rodillas, quería expresar esa renuncia a poseerlo ni siquiera con nuestro conocimiento: la convicción de que más le conoceremos cuanto más nos sintamos envueltos y conocidos por Él, Alteridad suprema y, al mismo tiempo, mi identidad más profunda.

Lo que digo al comenzar el Credo pronunciando la palabra «Dios» como término de mi fe, es que ese Misterio insondable es un misterio Acogedor. Y por eso puedo decir que confío en el Misterio que está fuera del espacio y del tiempo y que es la Fuente de todo ser.

Alteridad acogedora: Ese término, «acogedor», con que designamos el misterio de Dios brota de su manifestación a nosotros en la historia antes enunciada: creación, encarnación y novedad de vida.

No nace de una conquista de nuestra razón… nuestra razón puede, sí, asomarse a las fronteras, tanto de sí misma, como de la realidad que ella percibe. En ese sentido hablaba Eugenio Trías de «la razón fronteriza». Y la inteligencia humana podrá quizás, con más o menos acierto, atisbar algunas cualidades de ese «más-allá» de nuestra experiencia del ser.

La filosofía ha tratado de entender la realidad de Dios, pero el Dios del que hablan los filósofos no se parece mucho al Dios de nuestra fe.

Spinoza: desear que Dios nos quiera es desear que no sea Dios.

 Aristóteles pensaba que Dios no puede tener amigos, porque entonces sería imperfecto.

Religiosamente, podremos intuir al Misterio con los dos célebres adjetivos de R. Otto: «fascinosum et tremens» (fascinante y amenazador).

 En el mensaje cristiano esos dos adjetivos se nos sintetizan en este otro: acogedor.

Desde nuestra experiencia de limitación, la razón tendería más bien a pensar que ese «Más-allá» es un Poder absoluto que puede ser amenazador y al que, por eso, hay que intentar ganarse. Así se ha orientado la humanidad muchas veces hacia el más allá, a lo largo de su historia. Y un ejemplo típico de esta orientación es la extraña aparición de los sacrificios humanos, los cuales no brotan de ninguna maldad o brutalidad humana, sino de la necesidad de ofrecer a «la divinidad» lo mejor de nosotros, que será la única cosa digna de ella y capaz de congraciárnosla: se ofrecían precisamente los primogénitos.

La Biblia tiene el mérito de haber desterrado de la religiosidad humana esa práctica aberrante. Y lo hace con delicadeza, dando por supuesta la buena voluntad de quienes la ejecutaban y poniendo ese mismo error nada menos que en Abrahán, padre de nuestra fe.

La misma Biblia no se libra de esa mentalidad insegura que cree deber ofrecer a la divinidad lo mejor de nosotros para tenerla de nuestra parte: y así proclama que ni los animales con defectos físicos pueden ser ofrecidos, ni puede ofrecerlos el sacerdote con defectos.

Y el Primer Testamento sigue creyendo que Dios necesita templos donde morar (y no que los templos son una necesidad puramente nuestra). Aquí comienza a hacerse visible la observación que anotaba D. Bonhoeffer en sus cartas de la cárcel: el Dios que se revela (en Jesucristo) pone del revés todo lo que el hombre religioso imaginaría o concibe de Dios. Porque Dios no quiere ni necesita recibir ningún don ni ningún culto del ser humano; solo espera de él esa entrega confiada... y la bondad que de ella debe brotar.

En conclusión, nuestra entrega confiada al Misterio Acogedor, nos introduce ya en el ámbito de la iniciativa reveladora de Dios (en los tres pasos dichos de creación, encarnación y vida nueva): es exactamente una respuesta a ella.

(monoteísmo: unicidad de Dios defendida en el Primer testamento; competencia con los dioses de los pueblos vecinos; dioses de la fertilidad o la fecundidad; la monarquía idolátrica). 

(Hay una alegoría y una forma sencilla de oración que nos lo pueden acercar. Intentemos rezar sintiéndonos como sumergidos en Dios, anegándonos en Él, como en un océano inmenso que nos envuelve por todas partes. Esa es nuestra realidad ante Dios: «en Él vivimos, nos movemos y somos» (Hch 17,28). Ahora bien, cuando, hundidos en el mar, respiramos, nos ahogamos porque el agua inunda nuestros pulmones. Mientras que, si respiramos inmersos en ese mar de Dios, viviremos, porque Él es como nuestro aire, porque su infinitud no solo nos envuelve, sino que alienta en todo nuestro vivir. Algo de eso quiere decir lo del Misterio-Acogedor. Y ahora es el momento de decir: «Confío en Dios».

Ignacio Glez-Faus

Confío...

UN VERDADERO DESAFÍO (DOMINGO XXV-B)

Jesús le está diciendo a los apóstoles que su vida va a terminar como terminan los últimos de este mundo (juzgados, condenados y ejecutados como malditos), y ellos se ponen a discutir con pretensiones de ser ellos los primeros. Pensaban al revés de como pensaba Jesús” (José María Castillo).

Otros dos aspectos importantes sobre el Evangelio de este día: el miedo de los apóstoles a enfrentar la verdad del camino de Jesús: ellos no entienden, ni quieren entender, porque les da miedo ese camino. Al evangelista no le preocupa contarnos las miserias de los primeros discípulos, no ocultan sus miedos, porque lo importante no es dar una buena imagen de ellos, sino mostrarnos la verdad del camino humano que lleva a Dios: reconocer y aceptar los límites, y crecernos con el auxilio de la Gracia.

Y luego la invitación de Jesús cuando pone en medio a un niño: no nos equivoquemos, en aquel entonces no se valoraba y cuidaba a los niños como hoy; un niño era menos que un esclavo, no era nada. Jesús lo presente justamente como lo que menos vale, diciendo que al acoger al niño (al último, al que menos vale a los ojos del mundo), lo acogemos a él, y acogiéndolo a él, llegamos a Dios.

El camino que propone Jesús era un verdadero desafío para los discípulos, y lo es siempre, también hoy para nosotros: ¿Seremos capaces de elegir el último lugar, capaces de caminar y trabajar, con y por los últimos, hasta dar la vida?

Fray Manuel de Jesús, ocd.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

HACER LA DIFERENCIA

Gillian es una niña de siete años, muy inquieta, que no puede estar sentada en la escuela. Ella continuamente se levanta, se distrae, vuela con pensamientos, y no sigue las lecciones. Sus maestros se preocupan por ella, la castigan, la regañan, recompensan las pocas veces que está atenta, pero nada. Gillian no sabe cómo sentarse y no puede estar atenta. Cuando vuelve a casa, su madre también la castiga. Así que no sólo Gillian tiene malas notas y castigo en la escuela, sino que también sufre de ellos en casa.

Un día, la madre de Gillian es llamada a la escuela. La señora, triste como alguien esperando malas noticias, toma su mano y va a la sala de entrevista. Los profesores hablan de enfermedad, de un desorden obvio. Tal vez sea hiperactividad o tal vez necesite una medicación.

Durante la entrevista llega un viejo maestro que conoce a la niña. Pide a todos los adultos, madre y colegas, que lo sigan en una habitación contigua desde donde todavía se puede ver el salón. Cuando se van, le dice a Gillian que volverán pronto, y enciende una vieja radio con música.

Mientras la chica está sola en la habitación, inmediatamente se levanta y comienza a moverse hacia arriba y hacia abajo persiguiendo la música en el aire con sus pies y su corazón. El maestro sonríe mientras los compañeros y la madre lo miran entre confusión y compasión, como se hace con frecuencia con los viejos. 
Así que él dice:
′′ Ves? Gillian no está enferma, Gillian es bailarina!"

Recomienda que su madre la lleve a una clase de baile y que sus colegas la hagan bailar de vez en cuando. Ella asiste a su primera lección y cuando llega a casa le dice a su madre:
′′ Todos son como yo, nadie puede estar sentado allí!"

En 1981, después de una carrera como bailarina, abriendo su propia academia de baile y recibiendo reconocimiento internacional por su arte, Gillian Lynne se convirtió en la coreógrafa del musical "Cats". Además fue la coreógrafa de “El Fantasma de la Ópera”, fundó su propia productora y ganó todos los premios y reconocimientos de su profesión.

Ojalá todos los niños "diferentes′′ encuentren adultos capaces de darles la bienvenida por lo que son y no por lo que carecen.
Larga vida a las diferencias, a las pequeñas ovejas negras y a las incomprendidas. Ellos son los que crean belleza en este mundo.

(Tomado de Facebook)

sábado, 11 de septiembre de 2021

¿QUIÉN ES JESÚS? (DOMINGO XXIV-B)

"La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada porque nos empeñamos en comprenderlo desde nuestra racionalidad. Ni el instinto, ni los sentidos, ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea el fracaso absoluto. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas intelectuales para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material, que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.

¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento discursivo. No servirán de nada ni filosofías ni psicologías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior, que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las ‘posibilidades de ser’ que el hombre tiene. La clave de todo el mensaje de Jesús es ésta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien.

Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero tendremos que dejar muy claro, que no se puede responder a esa pregunta si no nos preguntamos a la vez ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo de una persona. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con mi propia vida.

La cruz, como súmmum del dolor, no tiene valor alguno; como símbolo de la entrega total, es la meta de la vida humana. La hora de la plenitud de Jesús fue la hora de la muerte en la cruz. Ahí consumó su carrera. Se identificó con Dios que es don total. Ya no necesita más glorificaciones ni exaltaciones; entre otras razones, porque no hay después, sino un eterno ser en Dios. Jesús vivió y predicó que lo específicamente humano es consumirse en la entrega al bien del hombre concreto, el que me encuentro en el camino de cada día".

Fray Marcos

CAMINOS DE SALVACIÓN

 

En la evolución de toda la creación hay un ascenso de la humanidad, coronada con la presencia de Cristo en virtud de la promesa: Dios será todo en todos. Pero, entrecruzado con este ascenso hay otro: el del pecado, dirigido contra la historia ascendente y plenificadora de la salvación en Cristo. 

 Los seres humanos somos mediadores unos de otros para bien o para mal. Facilitamos o impedimos el crecimiento de la gracia, de la salvación, de la liberación total. Al nacer, se nos entrega un mundo viejo, aunque provisto con la imagen de Dios. Nacemos incompletos y nos hacemos paulatinamente

Cristo es el principio, la imagen primigenia, el prototipo del hombre nuevo. En el camino de la difícil realización del mundo y de nosotros mismos, en el tramo de nuestras propias decisiones y actitudes, se presenta la culpa como una piedra en la que podemos tropezar. 

En la  esfera de la confrontación de nuestra intimidad con la de Cristo, aparece el pecado como una sombra. Estamos en situación de pecado, pero en vías de salvación gracias al amor que Dios nos tiene. Recordemos, sin embargo, que el pecado es una lesión al prójimo, pero  sólo se descubre cristianamente delante de  Dios. Nace del corazón, pero se manifiesta públicamente en los fratricidios, corrupciones sociales y políticas, estructuras injustas y opresoras, idolatrías totalitarias, fascismos estatales, etc. 

Todo es iniquidad personal porque lesiona los intereses de la comunidad humana, o mejor dicho, los intereses del Reino de Dios. 

La clave del discernimiento es la justicia.

(Misal de la comunidad)


jueves, 9 de septiembre de 2021

UNA ESPIRITUALIDAD DESDE ABAJO

 

La cruz nos recuerda el misterio del ser humano, nos muestra el camino de la verdadera humanización: hemos de decir sí a las contradicciones que viven en nosotros. Como personas pertenecemos tanto a la Tierra como al Cielo, estamos entre la luz y la oscuridad, entre el hombre y la mujer, entre lo alto y lo profundo, entre el bien y el mal. Solo alcanzamos nuestra integridad cuando reunimos las contradicciones en nosotros y las soportamos: aceptamos nuestra propia división, los conflictos irresolutos, y dejamos entrar a Dios en esta tensión. Nuestra vida no es un crecimiento lineal, sino una especia de “vía crucis”, pero es a través de nuestras heridas por donde el amor de Dios ingresa en nosotros, nos transforma y nos cura.

Una espiritualidad desde arriba comienza por los ideales que nos mueven, y el ascetismo y la oración como sendas para alcanzar el ideal, mientras que una espiritualidad desde abajo parte de nuestra realidad concreta para elevarse luego a Dios. No ve el camino hacia Dios como una calle de una sola dirección en la que siempre se llega a Dios, sino que, por extravíos y rodeos, pasando por fracasos y decepciones, llegamos a Dios. No es mi virtud la que me abre el camino, sino mis debilidades, mis errores y hasta mis pecados.

En el camino espiritual es muy importante conocer la imagen única que Dios tiene de mí
; los ideales tienen una función vital, los modelos a los que miramos también (los santos), porque despiertan la vida en nosotros. Pero también pueden enfermarnos si a la vez que miramos hacia arriba, perdemos el contacto con la tierra, con nuestra propia realidad.

Podemos dar vueltas en torno a nosotros mismos con ambiciones de perfección y no crecer, no avanzar, porque olvidamos que el camino de Jesús es misericordia y amabilidad con el pecador. Recordemos la parábola del fariseo y el publicano: es el pecador el que abre su corazón a Dios en esa historia, porque el corazón destruido, herido y quebrado es la brecha por donde Dios puede entrar. Es el ascenso desde el descenso, la humildad es abrazar la propia humanidad, abrazar la cruz.

El camino de la adultez, camino creciente en la experiencia de la vida, conduce también a descender con valor hacia la propia oscuridad, soledad y tristeza. Así la imagen de Dios surge en uno, porque entramos en contacto con nuestra verdadera esencia. En las horas de mayor necesidad puede el ser humano experimentar su ser verdadero y allí, en el dolor, el sufrimiento, la pérdida, el desamparo, encontrar al Dios que le carga en sus brazos, lo libera, lo ama y lo ilumina.

Así, volviendo a la cruz, ella nos recuerda que, en todo momento y lugar, Dios está, y a él le pertenece el mundo, y él hace que este mundo sea más humano. La cruz nos recuerda que estamos totalmente cercados por la presencia amorosa y redentora de Dios. Por eso, toda decepción es posibilidad, y en las heridas crecen perlas; donde estoy herido, también estoy vivo, y si acepto mis heridas, puedo transformarlas en una fuente de vida y de amor.

El ser humano verdadero es vulnerable; no se trata tanto de resolver todas las contradicciones y tensiones, sino de hacerlas fructíferas. Es bueno tener sentido del humor, porque nos relaja y reconcilia con nuestros límites, y la herramienta más importante es el arte de no desesperar jamás de la misericordia de Dios.

Dios es quien me transforma
, quien, por mi fracaso y mis pecados, por mis frustraciones y decepciones, me abre para sí, para que yo finalmente deje de confundir a Dios con mi propia virtud, y me entregue a él con todo mi ser. A quien se encuentre con su propia humanidad, nada de lo humano le será ajeno. Estará reconciliado con todo lo humano que venga a su encuentro, y también con lo débil y enfermo, con lo imperfecto y lo fracasado. Verá todo circundado por la benevolente mirada de Dios y por la misericordiosa visión de Jesús. Y así, no podrá otra cosa más que mirar con una actitud misericordiosa y benevolente todo aquello que venga a su encuentro dentro de su propia alma y en todo hombre.

Ascendemos Dios cuando descendemos a nuestra condición humana, y justamente allí donde no podemos hacer nada, donde fracasamos por nuestras propias ideas sobre nosotros, donde según los parámetros humanos todo sale mal, allí es donde Dios quiere hablarnos y mostrarnos que todo es gracia.

(Resumen de: Anselm Grün, Con el corazón y todos los sentidos)

domingo, 5 de septiembre de 2021

ÁBRETE...

 Las lecturas de hoy son sencillas, pero hermosas, y hablan de la liberación que trae Dios, y que hace ver, oír, hablar y saltar con alegría. No se trata de meros milagros, sino de consecuencias del milagro mayor: el encuentro con Jesús, el seguimiento y discipulado, el compromiso con el Reino. Entonces entramos en un camino progresivo de liberación y desapego, de sabiduría y plenitud. Todo eso está contenido en la palabra que pronuncia Jesús: “Éfeta”, es decir, ábrete.

Ábrete al Dios que ha llegado a tu vida, primero llamando y luego irrumpiendo con fuerza, desatando un viento interior que te saca del encierro en que vives (el ego, tus prejuicios, tus temores, tu ceguera y tu mudez, tu sordera y tu cojera) para convertirte en un hacedor de puentes, en un profeta, en un sacerdote, en un rey… es decir, en un hijo.

Ábrete a tus hermanos, los demás seres humanos, sin separarlos o discriminarlos, por su posición social, por su raza, su opinión, su religión. Todos somos pobres y pequeños para Dios, todos necesitamos de los demás, todos anhelamos la plenitud, la libertad y la alegría verdaderas, aunque no siempre lo sabemos.

Sean fuertes y no teman”, miren que viene Dios a liberar a los cautivos, y quiere que seamos sus colaboradores en esta gran empresa. Mira a tu alrededor y verás cuántos no pueden ver, ni oír ni hablar, ni saltar de gozo: pero si no te abres tú primero, no podrás ser puerta abierta y camino ancho y esperanza viva para los otros.

Fray Manuel de Jesús, ocd

miércoles, 1 de septiembre de 2021

SOBRE EL "CREDO" (1)

AUNQUE ya no se note, el Credo es la narración de una historia: la del amor de Dios al género humano. Esa historia tiene tres partes: Creación, Salvación y «Realización» (o puesta en acto de esa salvación), las cuales coinciden de alguna manera con la obra del Padre, de la Palabra Divina (que nos hace hijos) y del Espíritu de Dios que realiza nuestra filiación. El Credo quiere ser la historia del amor de Dios: desde el origen (creador), a través de nuestro pasado (envía al Hijo) hasta nuestro presente (Espíritu), que nos abre a un futuro esperable. La fe es nuestra respuesta a esa actuación de Dios.

De las muchas profesiones de fe que corrieron en la iglesia primera (muy similares todas ellas), han perdurado dos en nuestra liturgia: el llamado «Credo apostólico», que se remonta a finales del siglo II y el Credo de los concilios de Nicea (año 325) y Constantinopla (381, que completó un poco la fórmula de Nicea). Este segundo es el «credo largo» de nuestras misas. El primero recibe su nombre de la leyenda de que cada uno de los Apóstoles había redactado un artículo. Así lo sugiere el papa Siricio en una carta al Sínodo de Milán (presidido por san Ambrosio) en el 390.

Al hablar de la fe se ha distinguido siempre entre la fe que creemos y la fe con que creemos. La primera se refiere a los contenidos de nuestra fe, y la segunda al acto mismo de creer. Pues bien, la primera palabra del Credo nos orienta hacia este segundo punto, que son los aspectos formales de la fe: qué estoy haciendo cuando digo «creo». Mientras que todos los artículos siguientes desarrollan el primer punto: qué es aquello que creemos. Y al analizar los aspectos formales (o la fe con que creemos) hay que destacar los siguientes aspectos:

 Confío: La afirmación de que creo no es una afirmación cognitiva (creo que Dios existe), sino dinámica: me abandono, me entrego, me fío. Porque, primariamente, la fe no es un saber, sino un encuentro.
El «creo» de nuestro Credo no expresa un mero asentimiento a verdades o enunciados aceptados intelectualmente, sino que proclama una actitud de encuentro personal y de respuesta confiada a ese encuentro. Y cuando lo decimos refiriéndolo a Dios, que no es una persona particular limitada, sino algo así como la totalidad personal del ser, la clave de bóveda, el sentido, la explicación y la plenitud del existir, entonces estamos expresando una actitud global con respecto a la totalidad y el sentido de nuestras vidas; y la estamos expresando con los términos de una relación personal positiva. Es muy importante que esto quede claro. De ahí la simplicidad de nuestra traducción: CONFÍO. La totalidad del misterio que nos envuelve, esa «Nube del no-saber», es una nube acogedora y digna de confianza: entro confiadamente en Ti.

 ¿Creo o creemos?: Pero la fe con que creemos tiene aún otro aspecto importante: además de ser un acto de confianza plena, es una actitud personal y comunitaria a la vez. El Credo apostólico (el breve) comienza con el verbo en singular: «creo...». En cambio, el símbolo niceno-constantinopolitano comienza en plural: «creemos» (DH 125). Desde el punto de vista histórico, es muy probable que ello se deba a que el credo niceno es la proclamación de una asamblea, mientras que el Credo breve es una fórmula que ha brotado de la práctica bautismal, donde el converso debía expresar personalmente su fe, para ser bautizado (quizá respondiendo primero a preguntas y, más tarde, mediante una fórmula aceptada en las diversas iglesias). 

Esta referencia a los orígenes nos permite adivinar que la ambivalencia entre el singular y el plural es importante y no debemos abandonarla. La fe es un acto enorme y decisivamente personal: es la más personal de nuestras decisiones. Pero esto de ningún modo la hace menos comunitaria, sino al revés: porque, en el campo de la fe, cuanto más crece lo personal, tanto más crece lo comunitario.

(Quien dice “yo creo”, dice: “Yo me adhiero a lo que nosotros creemos”, CIC 185)

El elemento de «conocimiento», intrínseco al acto de fe, deriva en buena parte del carácter comunitario de la fe: pues sin unas verdades compartidas y un lenguaje común, no hay comunidad. Toda comunidad necesita (si queremos hablar así) «dogmas» comunes que la constituyen. Por eso, no sin razón, se llama a las primitivas profesiones de fe «símbolos», que, en una traducción más literal, deberíamos decir «aglutinadores»: porque el símbolo une dos cosas que parecían separadas o distintas; y una comunidad que no tuviera símbolos comunes de fe sería una comunidad «dia-bólica», dividida. 
Nuestra fe se apoya en la fe de los demás, sin duda. Pero, a la vez, incluye a los demás en esa opción tan personal: porque no se puede creer en un Dios que no es soledad, sino comunión, más que de una manera que implique comunión y comunidad. Cuando luego, al final del Credo, profesemos o creamos «que existe la Iglesia», no haremos más que explicitar una cualidad intrínseca a esa fe confiada en el Dios que hemos proclamado antes: creemos «en iglesia» (en grupo). La fe, por tanto, es profundamente personal e intrínsecamente comunitaria. Por eso sería mejor no suprimir ninguna de las dos posibilidades, sino alternarlas según convenga.

Antes de ir exponiendo los artículos puede ser bueno explicar el porqué de nuestra fe en un Dios que es Padre-Palabra-Espíritu. De entrada, aclaremos que ese tipo de fe no brota de una deducción racional, sino de la experiencia en torno a Jesús de que Dios se nos ha dado de maneras muy diversas. El Nuevo Testamento habla tranquilamente del Padre, el Hijo y el Espíritu ya antes de confesar expresamente la trinidad de Dios. No obstante, una vez que el acontecimiento de Cristo nos conduce a la profesión de la Trinidad, podemos encontrar una coherencia razonable con ese modo de hablar de Dios, si tenemos en cuenta que Dios es la Plenitud del ser, la infinitud del ser; y que, en Jesucristo, esa plenitud se nos ha revelado como Amor.

José Ignacio González-Faus
CONFÍO...