miércoles, 31 de marzo de 2021

MOMENTOS Y FIGURAS DE LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN

El domingo de Ramos leímos este año el relato de la Pasión de Jesús según Marcos, y lo comenté en una entrada anterior. El viernes próximo leeremos la Pasión según el evangelio de Juan. 
¿Cómo es Jesús en su Pasión, en el Evangelio de Juan?

Es un Jesús consciente de su preexistencia, que a través de la muerte retornará a la condición que había abandonado temporalmente para estar en este mundo. No es una víctima de sus enemigos; elige libremente entregar su vida con la absoluta certeza de que la recobrará. El Jesús joánico es omnisciente, no puede sorprenderle desprevenido lo que sucede en la pasión. Elige a Judas sabiendo que va a traicionarlo, y él mismo lo envía a que cumpla su misión malvada. En el huerto, Jesús no es sorprendido por Judas y el destacamento que va a prenderlo: él mismo se adelanta para encontrarse con ellos. El relato juega con los símbolos de la luz y las tinieblas: cuando Judas dejó a Jesús era de noche, ahora viene con antorchas para prender al que es la luz del mundo. Jesús aquí no se ha postrado en huerto para pedir que pase de él este momento, pues para este momento ha venido; no se siente abandonado por el Padre, porque el Padre y él son una sola cosa. Si alguien se va a postrar, son los que vienen a arrestarlo, representantes del poder religioso (judíos) y político (romanos): ellos caen al suelo cuando Jesús usa el nombre divino: YO SOY. Ellos no tienen poder sobre él, pero sí sobre sus seguidores, por eso Jesús protege a los suyos pidiendo que les dejen marchar.


El proceso de Jesús aquí es también es diferente
: no es un procedimiento formal ante Caifás, el sumo sacerdote, sino un interrogatorio policial ante Anás, su suegro. Buscan encontrar algún elemento subversivo en su movimiento o su enseñanza, para entregarlo a los romanos. Jesús se muestra seguro de sí mismo y supera a Anás, de modo que los guardias irritados lo abofetean.

Así, Jesús muestra su inocencia, mientras que su más conocido seguidor, Simón Pedro, muestra su debilidad. En este evangelio es Pedro el que corta la oreja del sumo sacerdote, pero luego niega incluso haber estado en el huerto. Su negación, contrastada con la actitud de Jesús, aparece más destacada acá que en los otros Evangelios. También aparece alguien más en la escena: otro discípulo, presumiblemente “el discípulo al que amaba Jesús”. Quienquiera que fuese históricamente, fue el testigo por excelencia de la comunidad de la que nació este evangelio (18,15; 19,35; 21,24); aparece como una figura de contraste con Simón Pedro, el testigo apostólico más conocido de la Iglesia en general, y en cada escena este Discípulo Amado aparece más favorecido que Pedro.

Luego ya el relato gira hacia el proceso romano: Jesús ante Pilato; muy diferente a los sinópticos, es una escena perfectamente montada en dos planos: los sacerdotes y la multitud fuera, Jesús dentro, y Pilato que va y viene entre ellos. Afuera gritos y presiones, y adentro un diálogo tranquilo y penetrante. Jesús aquí no se calla, responde con elocuencia a sus acusaciones; no rechaza el título de “Rey de los judíos”, si Pilato quiere presentarlo así, pero no fue esa la razón por la que vino al mundo, sino para dar testimonio de la verdad. Es Pilato el que acaba juzgado en su diálogo con Jesús; Jesús no le teme, es Pilato el que se asusta, y el que se encuentra en una encrucijada: es un hombre que conoce la verdad, pero no es capaz de dar testimonio de ella.

El evangelista desplaza la escena de la flagelación y los ultrajes a Jesús a este momento, antes de que sea sacado fuera, y ahí coinciden todos, resaltando la crudeza de los gritos que piden la crucifixión de Jesús como respuesta al Ecce homo de Pilato. Aparece como una acción literalmente inhumana, y como una renuncia de los judíos a sus esperanzas mesiánicas. En este evangelio el sentimiento antijudío es mucho más fuerte, y ha de enmarcarse en la situación concreta de aquella comunidad cristiana, expulsada de la sinagoga y perseguida. Finalmente, Pilato entrega a Jesús a los sacerdotes para que sea crucificado.

Aquí tampoco hay un Simón de Cirene; es el propio Jesús quien carga la cruz, como signo constante de que es dueño de la situación. Juan destaca en pequeñas viñetas los elementos fundamentales de su particular teología: Pilato afirma la realeza de Jesús al poner un cartel en todas las lenguas del imperio: latín, hebreo y griego. Algunas referencias a los salmos 106 y 22, prestando especial atención a la túnica sin costuras que no es rasgada. Esta túnica ha sido interpretada por algunos como símbolo sacerdotal (Jesús sería no solo rey, también sacerdote) y por otros como símbolo de unidad.

Al pie de la cruz Jesús no está solo, como en los sinópticos; al contrario, ahora le acompañan varias mujeres, entre las que destaca su madre, y el Discípulo Amado. Son dos figuras simbólicas para este evangelista, y que se encuentran al final del relato; cada una de ellas es un personaje histórico, pero aquí cobran un relieve mayor. El Jesús que agoniza deja su madre natural como Madre del Discípulo Amado, y este discípulo es designado como su hijo, y por tanto se convierte en hermano de Jesús. Queda así constituida una familia de discípulos, que nace ya al pie de la cruz (y que pasa a ser el lugar de nacimiento de la Iglesia).

En 19, 29-30, mojan una esponja empapada en vinagre en un hisopo y se la ofrecen a Jesús; el hisopo también tiene un sentido simbólico, ya que en la Escritura (Éxodo 12,22) se usa para asperjar con la sangre de los corderos pascuales las casas de los israelitas. Jesús muere a la hora de nona, la misma hora que en la Pascua judía los sacerdotes empiezan a sacrificar los corderos pascuales en los recintos del templo. Con su muerte, Jesús da sentido a la misteriosa aclamación de Juan Bautista: “Ahí está el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1,29).

Para este cuarto evangelista, incluso el grito de Jesús (“Tengo sed”) se sitúa dentro del control soberano que este tiene sobre todo lo que sucede, pues lo hace para que se cumpla la Escritura, y sabiendo que todo había ya terminado. Toma el vinagre, dice “Todo se ha cumplido”, y entrega el espíritu. Todo muy diferente al final en Marcos (que leímos el pasado domingo), en que el grito de Jesús expresa angustia. Incluso la frase “inclinando la cabeza, entregó el Espíritu” hace pensar en la teología joánica, pues aquí se conserva mucho más la antigua comprensión cristiana según la cual la comunicación del Espíritu Santo era una parte esencial de la muerte y resurrección de Jesús. Es ahí cuando el Espíritu es una realidad para los discípulos, que parece entregarse de modo anticipado a los dos seguidores idealizados por la comunidad joánica como sus antecesores.

Finalmente, aquel que ha muerto de modo soberano también sigue realizando su obra salvífica después de morir: de su costado manan agua y sangre. El agua es símbolo del Espíritu, pero también es posible que aquí refieran a los dos canales a través de los cuales se comunica el Espíritu a la comunidad de discípulos: bautismo y eucaristía. Para sepultar al Jesús soberano hay un sepulcro nuevo, y se usa una cantidad extraordinaria de mirra y áloe, y envuelven el cuerpo en lienzos impregnados en perfumes aromáticos. Y el encargado es también José de Arimatea, pero también aparece Nicodemo, un personaje exclusivo de Juan, que antes había visitado a Jesús de noche, pero no era discípulo. Parece cumplirse aquello de “cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

De principio a fin, el relato de la pasión en el cuarto evangelio muestra a Jesús como un rey soberano que vence al mundo; es el contraste del relato que leímos al comenzar la semana, y es la imagen de Jesús que ha primado siempre en la mente de los cristianos.

(Lo anterior es un resumen de un texto de Raymond Brow)

martes, 30 de marzo de 2021

JUEVES SANTO: MISTERIO DE FRATERNIDAD

 
El primer día del Triduo Santo celebramos el Misterio, a menudo ignorado, de la presencia de Cristo en la comunidad eclesial. Celebramos la inauguración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, el banquete fraterno que realiza singularmente (sacramentalmente) el amor de Dios para con sus hijos. Dios nos ha llamado en Cristo, en quien reconocemos nuestra verdadera identidad, y nos invita a participar, a ser parte, a sentarnos a su mesa y degustar sus manjares. 

El ministerio público de Jesús tuvo lugar de modo eminente en comidas en las que manifestaba cuánto deseo tenía Dios de reunir a sus hijos en una misma mesa y hacerles partícipes de su salvación. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré”. En la Eucaristía escuchamos de modo renovado la llamada de Cristo hecha en el bautismo; Él nos acepta de una manera total, con todo lo que somos y traemos, y al comer juntos el pan y beber la copa, nos hacemos uno con Él. No hay nada nuestro que no le pertenezca, ni nada suyo que no sea nuestro

Esa dimensión de banquete y fiesta parece estar ausente en quienes asisten a la eucaristía dominical impulsado más por el deber o el temor que por el gozo y el deseo de “permanecer”. Ese misterio de unidad y fraternidad se manifiesta además en el amor, como modo de vida y voluntad de entrega generosa a los demás: permanecer en Su amor es compartir y dar amor; no cualquier amor, sino el mismo que recibimos, el de Cristo, que se manifiesta además en ministerios concretos de servicio a la comunidad, a la asamblea litúrgica. 

Celebrar para nosotros no es algo meramente exterior: celebrar es vivir el misterio juntos, y expresarlo en comunión, escucha, entrega; cantarlo y orarlo, caminando y de rodillas, pero siempre juntos, siempre uno con él, Cuerpo suyo. Cuerpo que se entrega, ahora sí, para ser partido y repartido, porque el amor cuando es verdadero no se guarda para sí, se pierde, se ofrece, se "sacrifica": es decir, se hace sagrado. 

Antes de terminar, no olvido un gesto que es imprescindible para entender y vivir lo anterior: lavar los pies de Jesús en los hermanos, abajarse, porque con orgullo y soberbia no hay comunión posible. Somos hombres y mujeres imperfectos que han experimentado el amor y el perdón de Dios, y por eso podemos decir también hoy: Yo sé bien de quien me he fiado. Solo entonces estamos listos para abrazar la cruz, para entrar sin miedos en el Viernes Santo

Fray Manuel de Jesús, ocd

miércoles, 24 de marzo de 2021

MOMENTOS Y FIGURAS DE LA PASIÓN SEGÚN SAN MARCOS

El relato de la pasión en el Evangelio según San Marcos está íntimamente conectado con lo que este mismo evangelio narra del ministerio público de Jesús.

La historia de Juan Bautista, entregado a Herodes, y martirizado por este, preanuncia el destino del propio Jesús, destino de profetas en Israel; el mismo Herodes, al plantearse la cuestión de quién podría ser Jesús, evoca a Juan Bautista, a quien él mismo mando a decapitar, y que ahora ha resucitado (6,16). A poco de iniciar el ministerio de Jesús, Marcos nos dice que ya fariseos y herodianos planeaban su muerte (3,6), y el mismo Jesús predijo varias veces su muerte violenta (8,31; 9,31; 10, 33-34). Sus discípulos, sin embargo, no comprendieron nada. Toda esta situación llega a su punto crítico cuando Jesús entra en Jerusalén y purifica el templo, declarando que debía ser casa de oración para todas las naciones (11,17-18). Una mujer que admiraba a Jesús lo prepara para la muerte ungiendo su cuerpo para la sepultura (14,3-9), y uno de sus amigos, uno de los Doce, conspiró contra él y lo entregó a los sacerdotes que eran sus enemigos (14, 1-2.10-11). Jesús, que sabía de esta traición (14,21), declaró en la Última Cena que estaba dispuesto a derramar su sangre por todos como signo de la alianza que Dios renovaba con su pueblo. Todo lo anterior permite comprender que la muerte de Jesús no fue algo inesperado, sorprendente para él, sino que su mismo ministerio público lo anunciaba o prefiguraba.

Resalto los momentos más importantes del relato, que se comprenderán mejor luego de la lectura atenta del texto bíblico que comentamos:

1. Jesús había aceptado la necesidad de sufrir y morir antes de que pudiera llegar el reino de Dios. Con esa certeza fue con los suyos al monte de los Olivos, pero ellos no lo habían entendido así. Las palabras que Jesús les dirige contienen un trágico mensaje: todos se dispersarán (14,27). Pedro lo niega, pero tiene que escuchar que será precisamente él quien se muestre particularmente infiel hasta el punto de negar tres veces a Jesús.

2. La pasión de Marcos empieza con esa nota lúgubre y la oscuridad se intensifica hasta que Jesús exhale su último aliento al día siguiente. Ninguno de los que han sido sus seguidores le prestará ayuda alguna y morirá solo. La tragedia parece casi demasiado grande para el mismo Jesús; luego de separarse del grupo más numeroso de discípulos, y también de los tres más cercanos que le acompañan, confiesa con dolor: “Mi alma está triste hasta la muerte” (14,34). Antes había dicho: “Quien quiera salvar su vida la perderá”, pero ahora con más insistencia que en los otros evangelios, ora para que esta hora o esta copa pueda apartarse de él; y aunque ha predicho las negaciones de Pedro, se turba cuando ve que este no puede velar ni una hora con él. Al final, sin que tenga una respuesta evidente de Dios a sus súplicas, se levanta decidido a encontrarse con el traidor, dejando que demos por supuesto que ha comprendido la respuesta de Dios (que debe beber la copa y afrontar la muerte).

3. Para Marcos, que difiere aquí de los otros evangelios, la aceptación por parte de Jesús de su destino puede verse en el hecho de que acepta el beso de Judas sin reaccionar, ni tampoco frente al que corta la oreja del criado del sumo sacerdote. Dice: “Que se cumpla la Escritura”, y al ver los suyos su pasividad o su aceptación lo abandonan y huyen. Marcos reitera que fue abandonado “por todos”, y la figura del joven que huye desnudo, una especie de aspirante a discípulo, expresa ese abandono total; si los primeros discípulos lo dejaron todo para seguirlo (1,18.20) (10,28), al final lo dejan todo para huir de él.

4. A algunos autores, tanto antiguos como modernos, imbuidos de ideales platónicos, les resulta escandalosa la actitud de Jesús hacia la muerte. Pero, la respuesta cristiana no está en minimizar la angustia de Jesús, sino en subrayar la importancia de la vida en este mundo, de modo que la muerte sea vista como una distorsión y no como una liberación esperada, como un enemigo que, debido a la victoria de Jesús no puede vencer, pero sigue siendo, pese a todo, un enemigo. Recordamos que según la teología bíblica la muerte entró al mundo a causa del pecado; los seres humanos fueron creados por Dios para gozar de su presencia y no morir, y en la historia de Israel, en los mismos salmos, aparece como un ámbito de alienación de Dios. Será, según 1Cor15,26, el último enemigo a vencer. La obediencia que muestra Jesús a la voluntad de Dios y la confianza que esto le exigió son más impresionantes aún si se comprende la condición satánica del enemigo al que enfrentaba.

5. Viene luego el proceso del sanedrín y la negación de Pedro; ambos momentos transcurren en paralelo, ambos serán interrogados y se quiere presentar el agudo contraste entre el comportamiento de ambos. En el primer caso, Jesús frente a la asamblea de sumos sacerdotes, ancianos y escribas (el sanedrín judío), se presentan falsos testigos que se contradicen entre sí. La frase con que se acusa a Jesús, respecto al templo, resulta algo incoherente en el contexto, y parece apuntar más bien a una explicación cristiana posterior sobre la sustitución del templo por la Iglesia (14,58). Parecen remitir estas imágenes al Siervo sufriente de Isaías, en quien los primeros cristianos vieron reflejado a Jesús. El sumo sacerdote, buscando provocar a Jesús, le pregunta: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?”. Ya Dios había proclamado a Jesús como Hijo suyo, en el bautismo (1,11) y en la transfiguración (9,7), y Pedro lo había proclamado Mesías (8,29), por lo que no sorprende que la respuesta de Jesús sea afirmativa. Pero luego explica que no es solo el príncipe, ungido de David: es el Hijo del Hombre que al final de los tiempos vendrá de la presencia de Dios para juzgar al mundo. En esto el sumo sacerdote ve una blasfemia y obliga a todos los jueves a condenar a Jesús. Nadie alza la voz para defenderlo, y la malicia del proceso se subraya cuando algunos del sanedrín escupen y golpean a Jesús (otra vez el Siervo sufriente). Tanto el tema de la destrucción del templo como el reconocimiento de Jesús como Mesías/Hijo de Dios son evidentes en todo el Evangelio de Marcos.

6. Pero si Jesús no claudica en el interrogatorio del sumo sacerdote, otra cosa muy diferente sucede con el comportamiento de Pedro, interrogado por la criada del sumo sacerdote. El Señor confiesa; el discípulo niega. Por tres veces se le pregunta, y primero finge no entender, trata de salir del patio para librarse de la atención de los presentes; luego niega su condición de discípulo, que no iba con Jesús, y termina jurando que no conoce al Maestro, y maldiciendo. Marcos parece querer resaltar que Pedro ha caído en lo más bajo en su vocación de discípulo, pero también muestra la vergüenza de Pedro al recordar lo que Jesús le ha profetizado antes y su llanto. DE algún modo Marcos redime a Pedro en su relato, pues el mismo Jesús que profetiza su negación le incluye en su promesa: “Después de resucitar, iré delante de ustedes a Galilea” (14,28). Es irónico que en el mismo momento en que los miembros del sanedrín se burlan de Jesús, desafiándolo a profetizar, se están haciendo realidad sus profecías. Esta escena alentaría seguramente a muchos cristianos que, en tiempos de persecución renegaron de Jesús, y luego volvieron a la Iglesia.

7. Llega ahora el proceso romano: el sanedrín se reúne en la mañana y envía a Jesús con Pilato, el gobernador romano (solo Juan 18,31 da la razón por la cual el sanedrín, después de condenar a muerte a Jesús, lo envía a Pilatos). Este, supuestamente informado antes de la situación, le pregunta directamente: “¿Eres tú el rey de los judíos?”, pasando del ámbito religioso de las acusaciones anteriores al ámbito político. Hasta ese momento no se ha usado ese título para referirse a Jesús, ni por amigos ni por enemigos, por lo que parece reflejar el temor de los romanos. La respuesta ambigua de Jesús (“Tú lo dices”, 15,4) no complace a Pilato, reapareciendo el motivo del silencio de Jesús en ambos interrogatorios. Pilato se sorprende (lo mismo que las naciones ante el Siervo sufriente), pero no encuentra delito en él, y pretende exculparlo (ve envidia en los sacerdotes), pero estos animan a la multitud a que pida la liberación de otro preso, Barrabás, y gritan que crucifiquen a Jesús. El mismo Pilato pregunta: “Pero, ¿qué mal ha hecho?”, subrayando así el evangelista el modo tan injusto y humillante en que es tratado Jesús por quienes podían haberse entusiasmado con su “rey”. Lo único que calmará a la multitud será la decisión de flagelar y crucificar a Jesús.

8. Es evidente que en la presentación de los sacerdotes y de la multitud hay un propósito antijudío, aunque está menos remarcado que en los otros evangelios. El contraste con Pilato es menor, porque este no hace un esfuerzo muy especial a favor de Jesús y cede ante la muchedumbre para complacerles. No es aquí tan evidente la imagen del romano favorable y el judío hostil que encontramos en otros evangelios; Jesús, resalta Marcos, no encuentra ayuda de nadie, y esta impresión se ve reforzada por la gratuita brutalidad de los soldados, que se burlan, golpean y escupen a Jesús, lo mismo que en el proceso del sanedrín. Ambos momentos terminan igual, no basta con la sentencia, con que muriera. Para Marcos todos entregan a Jesús: el discípulo, el dirigente judío y el dirigente romano, por tanto, todos comparten la culpa.

9. Llegamos a la crucifixión, y Marcos proporciona el relato más breve de este momento. En el camino al calvario identifica a Simón de Cirene, mencionando a sus hijos, Alejandro y Rufo, probablemente conocidos por la comunidad en la que escribía. Describe de modo conciso la crucifixión, poniendo de relieve algunos detalles: ofrecen a Jesús vino mezclado con mirra y se reparten sus vestidos (influencia de algunos pasajes de los salmos: 69,22 y 22,19. Los evangelistas posteriores explicitarán). Divide el tiempo en tres momentos, algo típico suyo (la triple oración de Jesús en el huerto, las tres negaciones de Pedro): Entre tercia y sexta, tres grupos se burlan del crucificado: los que pasan, los sacerdotes y escribas, los criminales crucificados con él; referencias al templo, le invitan a salvarse a sí mismo. Referencia al Salmo 2,8-9 (que luego Mateo reforzará). Burlas sobre su pretensión de ser el Mesías. Insultos. En ese primer período de tres horas, ningún ser humano muestra simpatía a Jesús. Luego en un segundo momento, de sexta a nona, la naturaleza misma se sume en la oscuridad, cubriendo la tierra entera (tal vez referencia a Amós 8,9). Finalmente, a la hora nona Jesús grita con voz potente las únicas palabras que nos trasmite Marcos, las del salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

10. El grito de Jesús en la cruz, lo mismo que antes su angustia en Getsemaní, no deben ser suavizados al interpretarlos; es paradójico que el grito sea citado en arameo, lo cual trasmite el tono de la intimidad de la lengua familiar de Jesús; pero ahora Jesús se dirige a Yahvé como Dios, no como “Padre”. Marcos es brutalmente realista al mostrar que si ese grito desesperado induce a alguien a ofrecer vino a Jesús, no faltan otros que siguen burlándose de él con escepticismo (serán las últimas palabras que Jesús escuchará). En esta hora de oscuridad en la que Jesús lucha con Satanás, es su grito potente el que precede a su último aliento. La respuesta de Dios Padre al grito de su Hijo es descrita por Marcos con aspereza desconcertante: “Y el velo del santuario se rasgó en dos de arriba abajo” (15,38). Se han dado muchas interpretaciones a esta frase, pero la más evidente parece ser el disgusto de Dios, que abandona el templo (el termino implica un desgarrón violento, similar a la acción del sumo sacerdote cuando rasga sus vestiduras durante el juicio a Jesús. También expresa el cumplimiento de la profecía de Jesús, la destrucción del templo, y la apertura del nuevo a todos. Así, el primero llega enseguida, pues un centurión romano, al ver cómo muere Jesús, exclama: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15,39). Aquí aparece el segundo motivo del proceso judío; la respuesta la ha dado un hombre fuera del pueblo judío.

11. Abandonado por sus discípulos, traicionado por Judas, negado por Pedro, acusado de blasfemia, rechazado a favor de un asesino por la multitud, ultrajado por el sanedrín, por los soldados romanos y por todos los que habían acudido a su crucifixión, envuelto en tinieblas y aparentemente abandonado de su Dios, en este momento dramático, Jesús es totalmente justificado. Dios responde a su grito, sustituyendo el templo como lugar de culto y ofreciendo en su lugar a su propio hijo que será confesado tanto por judíos como por gentiles. Solo después de la confesión del centurión se nos dice que algunos seguidores de Jesús, y algunas mujeres que le habían servido o seguido, estaban en el Gólgota, miraban de lejos. Marcos resalta la reacción de una figura judía, José de Arimatea, “miembro respetado del sanedrín”, presentándolo como un acto de valor.

12. Tanto el centurión romano como José de Arimatea representan dramáticamente la perspectiva teológica de Marcos sobre la importancia de la pasión. Sólo podemos creer y llegar a ser verdaderos discípulos a través del sufrimiento simbolizado por una cruz que retira todos los apoyos humanos y nos hace totalmente dependientes de Dios. Jesús fue invitado con escarnio a bajar de la cruz y salvarse él mismo, mientras que la salvación llega únicamente a través de la aceptación de la cruz. Si Marcos describe la crucifixión con una severidad y un vigor mayores que los otros evangelios, tal vez se deba al hecho de que su mensaje tenía que alentar a una comunidad que había soportado pruebas particularmente severas. El mensaje para ellos es que este proceso y sufrimiento no constituía una derrota, sino un ejemplo salvífico del hecho de tomar la cruz y seguir a Jesús.

13. Dos detalles finales: Marcos es el único que dice que Pilato preguntó si ya había muerto Jesús; este énfasis puede apuntar a que los cristianos enfrentaban la afirmación de que Jesús no había muerto en realidad, sino que se había despertado por el frescor del sepulcro (argumento retomado por los racionalistas de los siglos XVIII y XIX). Y luego, la mención de las mujeres a lo lejos, preparan la visita de estas al sepulcro en la mañana del domingo. Para Marcos, el relato de la muerte de Jesús no termina en el sepulcro sino con la resurrección.

Resumen del texto de Raymond Brown, La pasión según Marcos, en "Cristo en los evangelios del año litúrgico" (páginas 201-213).

 

martes, 23 de marzo de 2021

LOS RELATOS DE LA PASIÓN DE JESÚS (2)


Para comprender mejor lo que distingue al Jesús de Marcos, en el relato de su pasión (es el texto que leeremos el próximo domingo de Ramos), presento ahora la imagen de Jesús en su pasión, tal y como aparece en los Evangelio de Lucas y Juan, según Raymond Brown (Cristo en los evangelios del año litúrgico, Sal Terrae).


LA PASIÓN DE JESÚS SEGÚN LUCAS:

El retrato de Lucas es diferente al de Marcos. Los discípulos son presentados bajo una luz más positiva, porque han permanecido fieles a Jesús en sus pruebas (22,28). Si en Getsemaní caen adormecidos (una vez, no tres), es por la tristeza. Incluso los adversarios quedan mejor, pues las autoridades judías no presentan testigos falsos y Pilato reconoce tres veces que Jesús no es culpable. La multitud está de parte de Jesús y se lamenta por lo que le han hecho, y el mismo Jesús se angustia más por los demás que por su propio destino. Cura la oreja del siervo en el momento del arresto, y camino al calvario se preocupa por las mujeres. Perdona a sus verdugos y promete el paraíso al “buen ladrón” que se arrepiente. La crucifixión se convierte en una ocasión para expresar la solicitud y el perdón divinos, y Jesús muere tranquilamente orando: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

LA PASIÓN DE JESÚS SEGÚN JUAN:

El relato de Juan presenta a un Jesús soberano que anuncia como un desafío: “Doy la vida para después recobrarla. Nadie me la quita” (10, 17-18). Cuando van a arrestarlo, los soldados romanos y guardias judíos, caen al suelo impotentes en el instante en que él pronuncia el nombre divino: “YO SOY”. En el huerto no ora para ser liberado de la hora de la prueba y la muerte, porque es en esta hora en la que se encuentra la finalidad entera de su vida (12,27). La autoconfianza de Jesús es una ofensa para el sumo sacerdote (18,22) y Pilato siente miedo cuando Jesús le dice: “No tienes ningún poder sobre mí” (19, 8.11). No aparece nadie para llevar la cruz, porque el mismo Jesús carga con ella, y su realeza es proclamada en tres lenguas y confirmada por Pilato. A diferencia de los otros evangelios, Jesús no está solo en el calvario, pues al pie de la cruz están el Discípulo Amado y la Madre de Jesús. Él establece entre estas dos figuras altamente simbólicas un vínculo mutuo, como hijo y madre, dejando tras de sí una familia de discípulos creyentes. No grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, porque el Padre, ha dicho, está siempre con él (16,32). Sus últimas palabras son una declaración solemne: “Todo se ha cumplido”, y solo cuando él mismo lo decide, entrega su espíritu. Incluso en el momento de la muerte dispensa vida, con el agua y la sangre que brotan de su interior, y su sepultura no está sin preparar, como en los otros evangelios; al contrario, reposa en medio de cien libras de oleos aromáticos, como corresponde a un rey.


Como vemos, hay notables diferencias entre los relatos que narran la pasión de Jesús; esto no debe molestarnos, ni tampoco preguntar cuál es la más fiel o la más correcta. Cada uno se acerca a Jesús de un modo diferente, resaltando algo esencial de su figura: Marcos presenta a Jesús experimentando las profundidades del abandono para al final ser justificado; en Lucas, Jesús se preocupa por los otros y reparte perdón a su alrededor; en Juan, Jesús reina victorioso desde la cruz, controlando todo lo que sucede. Cada una de estas imágenes, y de estos relatos, nos han sido dados por el Espíritu, y ninguna agota el significado que tiene Cristo para nosotros.

Cada año, en la Semana Santa, leemos dos relatos de la Pasión de Jesús, y así el eco de la historia y sus personajes, resuenan en la mente, el corazón y la vida de los creyentes, que con necesidades espirituales diferentes, encuentran sentido para sus vidas en la cruz de su Señor. Una imagen no excluye a las otras, la complementa, y todas juntas expresan un momento de nuestro propio camino de fe.

Fray Manuel de Jesús, ocd

lunes, 22 de marzo de 2021

LOS RELATOS DE LA PASIÓN DE JESÚS (1)

El próximo domingo, al abrir la Semana Santa, leeremos en nuestras eucaristías el relato de la Pasión de Jesús, según el Evangelio de San Marcos. En cada ciclo litúrgico, son tres para los domingos, leemos uno de los sinópticos, y luego el Viernes Santo leemos siempre la pasión según San Juan. Aunque los cuatro relatos refieren al mismo acontecimiento, lo narran de modo diverso, según la visión teológica del autor y de la comunidad en la que escriben. 

La predicación cristiana primitiva prestó atención ante todo a la crucifixión y a la resurrección, y solo más adelante surgieron relatos sobre el ministerio de Jesús, y más tarde, en Mateo y Lucas, sobre su nacimiento. Los relatos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo son el núcleo de cada Evangelio, y de toda la predicación cristiana.

¿Qué es lo que distingue y singulariza el relato de la pasión en el Evangelio de Marcos?

Según refiere Raymond Brown, Marcos describe en su relato el profundo abandono de Jesús, que Dios cambia dramáticamente al final. Desde el momento en que Jesús se dirige al monte de los Olivos, el comportamiento de los discípulos es presentado negativamente. Mientras Jesús ora, ellos se duermen hasta tres veces. Judas lo traiciona y Pedro lo niega y reniega de él. Todos huyen y el último, suelta incluso la sábana que lo cubría para escapar de Jesús (lo contrario de dejarlo todo para seguirlo). Los jueces, tanto judíos como romanos, son presentados como cínicos. Jesús permanece en la cruz seis horas: en las tres primeras se burlan de él, y en las tres siguientes la oscuridad cubre la tierra. Las únicas palabras que Jesús pronuncia desde la cruz son: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", e incluso ese grito angustiado es objeto de burlas. Sin embargo, cuando Jesús exhala el último aliento, Dios actúa para confirmar a su Hijo. El proceso en el sanedrín judío se había centrado en la amenaza de Jesús de destruir el templo y en su pretensión de ser el Hijo mesiánico del Bendito. En el momento de la muerte de Jesús, el velo del templo se rasga y un centurión romano confiesa: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Después de la cruz es posible, por tanto, ver que Jesús no era un falso profeta, como pretendían sus acusadores.

Los estudiosos actuales están de acuerdo en que los evangelios fueron el producto de un desarrollo durante un largo período de tiempo, que no son crónicas literales de los dichos y hechos de Jesús, aunque se basan en recuerdos y tradiciones de tales palabras y acciones. La fe y la predicación apostólicas remodelaron aquellos recuerdos, y eso mismo hizo cada evangelista cuando recogió, sintetizó y modeló las tradiciones que había recibido. Esto significa que, aun cuando hay un solo Jesús en la fuente de los cuatro evangelios canónicos, cada evangelista conoce una faceta diferente de él y presenta una imagen distinta.

En el caso de Marcos y Mateo las diferencias son muy pocas en esta parte, pues al parecen comparten una misma tradición; Lucas y Juan, en cambio, presentan una visión diferente.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

sábado, 20 de marzo de 2021

PECADO Y SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

En Cuaresma suele hacerse en cada comunidad cristiana un acto penitencial: se reflexiona en torno al pecado y se ofrece la posibilidad de que, quienes lo necesitan, accedan al sacramento de la reconciliación. Muchos católicos se confiesan con excesiva frecuencia y otros muy poco, por eso vale recordar algunos aspectos importantes de estos temas, según lo refleja de manera sencilla y comprensible, un Diccionario abreviado de Pastoral, editado por Verbo Divino:   

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El pecado, a la luz de la Biblia, es ruptura con Dios, con el hermano necesitado y con uno mismo. Pecar equivale a romper la alianza, traicionar al amor y alejarse de la comunidad de los hermanos. Para Jesús, peca quien no vive la alianza o las exigencias del reino de Dios. En última instancia, el pecado es lo contrario del amor. Es un mal, una relación negativa con Dios (oposición al reino) y con el hermano (egoísmo del hombre).

El pecado tiene una naturaleza religiosa, aparte de una dimensión moral. No es mera culpa contra la conciencia de uno mismo o falta contra la ley. Es deuda en relación a las exigencias de Dios, de Jesucristo, del Espíritu Santo y del Evangelio. Es atentado contra el reino de Dios o mutilación de los compromisos bautismales. Con frecuencia hemos situado el pecado en una esfera legalista o moral (no religiosa), en un plano individual (no comunitario), en un contexto sexual (no social), bajo una moral de actos negativos (no de actitudes positivas). 

El pecado cristiano es infidelidad e injusticia de cara al compromiso bautismal y de fe respecto al reino de Dios. Es rechazo de Dios que es amor, ruptura de solidaridad fraternal y autodestrucción personal.

Es importante advertir que una cosa es el sacramento de la penitencia y otra cosa es el perdón de los pecados. Este perdón es una realidad permanente en la Iglesia, vivimos en una corriente de perdón; el perdón está al principio de nuestro camino de fe. Se actualiza por  la fe y el deseo de conversión. El perdón es el punto de encuentro entre Dios y el ser humano: Dios, infinita misericordia, y el ser humano frágil y falible, reiteradamente infiel. Pero, el perdón que Dios ofrece es anterior a cualquier iniciativa humana, y expresa el triunfo del amor sobre el odio


El sacramento es la expresión simbólica y celebrativa del perdón de los pecados y de la conversión, digamos que es el medio extraordinario; pero no es la única fuente de perdón en la comunidad eclesial, pues tenemos la Eucaristía, la oración personal, la caridad fraterna, el interceder por los enfermos y pecadores, la escucha o lectura de la Biblia, etc.

Tres dimensiones importantes y fundamentales del sacramento de la reconciliación:

1. La acción misma de Dios que, mediante un juicio de misericordia, destruye el pecado y salva al pecador.

2. La conversión del pecador, como fruto de la fe y no simplemente como consecuencia de convicciones morales o sentimientos psicológicos.

3. La reconciliación del pecador con la comunidad cristiana, pues si el pecado separa de Dios y de los hermanos, la conversión reincorpora a la comunidad, y a través de ella, a las amistad con Dios. 

La confesión de los pecados, aislada tanto de la realidad profunda de la conversión como de las otras manifestaciones de esta, no tiene ninguna consistencia sacramental.. Tiene que ser más que una autoacusación o una autojustificación psicológica, para convertirse sencillamente en expresión de la conversión interior y de la confianza en el Dios Amor. Ha de buscarse la actitud profunda de "pecado" que está detrás de las acciones concretas, para manifestarla con humildad y sencillez. 


Para ayudar al examen de conciencia pueden tenerse presentes los siguientes puntos:


Las cuatro rupturas: Ruptura con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con la creación.

Los 10 Mandamientos.

Los pecados capitales y las virtudes contrarias: Soberbia vs. Humildad, Avaricia vs. Generosidad, Lujuria vs. Castidad, Ira vs. Paciencia, Gula vs. Templanza, Envidia vs. Caridad, Pereza vs. Diligencia.

Las Bienaventuranzas (Mateo 5, 3-12).

Después del examen se pueden tomar en cuenta varias resoluciones por escrito, valorando el estado actual para crecer en la fe y revisarlo más tarde. 

 Revisando el Catecismo de la Iglesia Católica, algunas ideas que complementan lo anterior: Suelen distinguirse diferentes tipos de pecado en la moral tradicional (mortal o venial, grave o leve). El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del ser humano. Para que un pecado sea mortal han de darse tres condiciones: materia grave, pleno conocimiento y deliberado consentimiento (libertad). El pecado venial o leve ofende o hiere la caridad; no destruye, decimos, la vida divina en el bautizado, pero puede disminuirla si se hace reiterativo. Pecados capitales son aquellos que pueden ser punto de partida para otros pecados y vicios; se nombran siete, como vimos arriba.  


Fray Manuel de Jesús, ocd

QUEREMOS VER A JESÚS... (Quinto domingo de Cuaresma-B)

UNA NUEVA ALIANZA
: "Haré una alianza nueva, meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo... Todos me conocerán, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados". La experiencia de Dios es siempre nueva y sorprendente, y no está tanto en lo que fue, cuanto en lo que ha de ser y ya es. Alianza fundada en el perdón, del que brotan la conversión y el mundo nuevo.

 "Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo". El salmo 50  lo leemos cada viernes en la oración comunitaria; no pido solo un corazón puro, sino también un corazón justo y compasivo, un corazón nuevo. Quiero mostrar a los que te necesitan lo que he experimentado: tu perdón gratuito e incondicional. 

UN CAMINO NUEVO: "Cristo, a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer" No pide Dios una espiritualidad masoquista que busca gratuitamente el sufrimiento, porque eso no es cristiano; Él pide la confianza para abrazar la vida con entereza, confiando en su Providencia, y trabajando siempre por la plena liberación del ser humano. 

UNA NUEVA VIDA
: Que sea nuestra vida la que presentemos como testimonio cuando alguien nos diga: "Queremos ver a Jesús". Jesús no era un superhombre, pero estaba impulsado por la causa de Dios, la del amor y la fraternidad, la única que trae realmente "salvación" al ser humano. Es el camino que siguen los que no piensan en sí mismos, sino que sirven y dan la vida por el bien de todos.

La norma del vivir cristiano es la del grano de trigo: es necesario transformarse para dar mucho fruto. Cristo no ha dudado en seguir este comportamiento. Su cuerpo roto y su sangre derramada son el signo de quien se ha olvidado de sí mismo para conseguir la vida plena. 

"Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí".

Fray Manuel de Jesús, ocd.

sábado, 13 de marzo de 2021

TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO...

Cada cierto tiempo José Antonio Pagola escribe una reflexión de esas que vale la pena guardar y enmarcar; esta es una de ellas, por eso la comparto:

"No es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del evangelio sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.

«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.

Primero. Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no solo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Solo quien se acerca a Jesús como el gran regalo de Dios puede ir descubriendo en él, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.

Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo, es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: la Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.

Tercero
. Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Solo con el corazón lleno de amor a todos podemos llamarnos unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús, sino otra cosa: tal vez nuestro resentimiento y enojo.

Cuarto. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos que introducen en el mundo amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren...? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor.

José Antonio Pagola

sábado, 6 de marzo de 2021

JESÚS, EL TEMPLO, LO SAGRADO

"Destruyan este templo y en tres días lo levantaré"

Escribe Fray Marcos: “En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noé y con Abraham, se nos narra hoy la tercera alianza, la del Sinaí. La alianza con Noé fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley.

 ¿Cómo debemos entender hoy estos relatos? 
Noé, Abrahán y Moisés, son personajes legendarios. La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes se escribió hacia el s. VII antes de Cristo. Son leyendas míticas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada épocaUna cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el ágape, no desde un "toma y daca" con los hombres. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse (el amor) es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo”.

También: “Siempre interpretamos la Escritura de manera que nos permita tranquilizar nuestra conciencia echando la culpa a los demás. Como buen judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo, pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios. Es el culto de ayer y de hoy el que debe ser purificado”.

José Antonio Pagola: "Lo primero que necesitamos escuchar hoy en la Iglesia es el anuncio de la gratuidad de Dios. En un mundo convertido en mercado, donde todo es exigido, comprado o ganado, solo lo gratuito puede seguir fascinando y sorprendiendo, pues es el signo más auténtico del amor. Los creyentes hemos de estar más atentos a no desfigurar a un Dios que es amor gratuito, haciéndolo a nuestra medida: tan triste, egoísta y pequeño como nuestras vidas mercantilizadas".

“La muerte de Jesús hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro para el templo. Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque seguimos pensando que hay realidades que no son sagradas” (Fray Marcos)

(Tomado de FE ADULTA)


jueves, 4 de marzo de 2021

PARA MEDITAR Y ORAR EL MENSAJE DE CUARESMA DEL PAPA FRANCISCO...

Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar… Cuaresma es un camino de conversión y oración, para compartir nuestros bienes, y reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre”.


1. Vivir una Cuaresma con fe es acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo, dejándose alcanzar por la Palabra de Dios, eligiendo una vida sencilla y sobria, apartando lo que estorba, para vivir en la libertad de los hijos de Dios. Como discípulo, ¿Estás siempre a la escucha de la Palabra del Maestro, Cristo? ¿Cómo vives, dejándote alcanzar por esa Palabra, o huyendo de ella?

2. En Cristo recibimos el amor y el perdón de Dios. Ese es el fundamento de nuestra esperanza: que la historia no termina con nuestros errores. La Cuaresma actualiza nuestra condición de hombres y mujeres perdonados y reconciliados con Dios en Cristo: nuestra misión es perdonar y reconciliar. Ser testigos de un tiempo nuevo. ¿Eres testigo creíble del amor y el perdón de Dios? ¿eres un sanador, un reconciliador? ¿Estás abierto a lo nuevo que Dios suscita constantemente en medio de la vida?

3. La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos, para vivir la comunión y la solidaridad. Vivir una Cuaresma de caridad es cuidar a quien lo necesita, al que sufre, está solo o enfermo, marginado, y ayudar a cambiar estructuras injustas. Avanzar hacia una civilización del amor. Nuestro desierto es hoy la compasión. ¿Estas disponible para acompañar y servir al que lo necesita, superando el egoísmo, la indiferencia o la venganza?

A partir de la reflexión anterior, habla a Dios con tus propias palabras.

 

TIEMPO PARA CRECER, ESPERAR Y AMAR (Mensaje de Cuaresma, Francisco)

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2021

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén...» (Mt 20,18).

Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.


Queridos hermanos y hermanas:

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.
Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

1. La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.
En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.


2. La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino
La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19). Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto.

En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).


3. La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.
La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Francisco