domingo, 17 de enero de 2021

SEGUIR A JESÚS...

 

Para este domingo II (B), el tema de reflexión en nuestras celebraciones eucarísticas será la VOCACIÓN o llamada de Jesús al discipulado. Durante mucho tiempo limitamos la "vocación" al sacerdocio, o la vida consagrada en la Iglesia, pero todo cristiano ha de saberse "llamado", y por tanto con una vocación, que en un lenguaje más comprensible para hoy podríamos expresar como sentido o razón de vivir. Somos llamados para dar testimonio de una experiencia de encuentro con Jesús, que va más allá de un conocimiento intelectual, de una devoción o una tradición. No puede ser testigo el que no ha visto y caminado con Él.

Las lecturas del día me hacen pensar en tres condiciones importantes para vivir el llamado de Jesús: En primer lugar, la experiencia personal; el VER cómo vive Jesús, o cómo se vive en Jesús. En segundo lugar, como Samuel, la disponibilidad, muy relacionada con el ESCUCHAR. Y luego, el tercer lugar, la integralidad del seguimiento, SENTIR: implica toda la persona, no una parte de ella; por eso Pablo incluye, no solo lo espiritual, sino también lo corporal. El cuerpo material que tenemos también es para Cristo, también participa del camino que me conduce a la salvación. 

 Seguir a Jesús es algo muy serio, con necesarias implicaciones existenciales; se trata de abandonar la lógica del mundo para abrazar la lógica del Reino. Es un verdadero desafío, que supone implicarse de verdad en la búsqueda cotidiana del Dios humanizado, que viene a nosotros por caminos que, a menudo, desechamos porque no nos parecen suficientemente "divinos".  

  Es el SEGUIMIENTO lo que convertirá al cristianismo en una verdadera alternativa para el mundo; es nuestro modo de ser COMUNIDAD lo que actuará como semilla, luz o levadura para la transformación de nuestra realidad. 

Fray Manuel de Jesús, ocd

lunes, 11 de enero de 2021

LA PROPUESTA DE JESÚS Y SU NOVEDAD

En este ciclo litúrgico vamos leer fundamentalmente el Evangelio de Marcos, sobre todo los domingos, pero también los días de semana, y hoy corresponde Mc 1, 14-20, además de la Carta a los Hebreos, que también seguiremos leyendo durante los próximos días.
 
En el pasaje del Evangelio de hoy, Marcos resume la propuesta de Jesús en cuatro puntos:

1. El tiempo se ha cumplido: es decir ha llegado el final de una etapa y va a comenzar otra, la definitiva.

2. El Reino de Dios está cerca: es decir, Dios mismo se ha acercado a nosotros, y nos propone un proyecto.

3. Conviértanse: es decir, cambien la dirección de su vida, reorienten sus prioridades, modifiquen su modo de pensar y de sentir.

4. Crean: es decir, para esto se necesita la fe, la confianza, el apostarlo todo. 

Para esto, Jesús empieza llamando a colaborar con él, a participar  del proyecto, como miembros activos, y va buscando discípulos entre gente sencilla, pobre y trabajadora. Ellos aceptan el desafío, que supone dos cosas: estar con Jesús y caminar con él; es decir, cercanía y movimiento. Acompañar a Jesús no es instalarse, acomodarse, sino caminar, crecer, moverse. Significa aceptar los riesgos del camino, la constante novedad de Dios, y asumir la dinámica del Reino, que es la prioridad fundamental. 

 Tanto los discípulos, como la gente con la se van encontrando, descubren en Jesús algo nuevo, que no han visto en otros maestros o predicadores: tiene una "autoridad" diferente. Los escribas o maestros de la Ley sabían mucho acerca de lo que decían las Escrituras, pero eran meros repetidores de la tradición, no se dejaban interpelar por ella desde su singularidad y libertad. Jesús conoce la Ley, pero su mirada está puesta sobre el ser humano concreto, y por eso no repite la Ley, sino que la interpreta, buscando el bien de los que se siguen o escuchan.

Esto, por supuesto, escandaliza, revuelve a los demonios, pero Jesús sabe cuál es su misión, y su autoridad brota de su filiar relación con Dios, a quien llama Padre. En Jesús se hace presente el tiempo nuevo de Dios, y hoy nos sigue llamando, interpelando, proponiendo, sumando. 

martes, 5 de enero de 2021

EPIFANÍA ES MÁS QUE LOS REYES MAGOS...

En el Occidente cristiano la religión se hizo cultura, y muchas de las tradiciones que compartimos tienen un origen cristiano, religioso, aunque luego se vivan hoy por la mayoría desde otra perspectiva, más civil, plural, o laica. Así sucede con el ciclo Adviento-Navidad-Epifanía; en el ámbito popular el adviento tiene poco reflejo, desde temprano empiezan a aparecer los signos navideños, que están vinculados con las luces, los arbolitos, o los nacimientos en el mejor de los casos, y luego la epifanía se reduce a los reyes magos, día especial para los niños, juguetes y regalos. No está mal que la fe se haga cultura, pero una vez que eso sucede se nos escapa de las manos, no podemos tutelarla, se hace deudora, pero no dependiente, de la práctica religiosa. 

¿Por qué es importante el Adviento? Porque nos recuerda la importancia de la espera, de preparar lo que ha de venir, ya sea con la confianza, con el deseo, o con las obras. Suele decirse que tanto alcanzamos, cuanto esperamos. De ahí que pasar por alto el Adviento implica recibir menos, encontrar menos en lo que celebramos, quedarnos en la superficie de la vida. La Navidad puede ser una fiesta muy bulliciosa, de muchas luces y colores, en la que en realidad nada nuevo aparezca en nuestra vida, en la que no celebremos el regalo de la propia vida, o de empezar siempre de nuevo, con nuevas oportunidades. 

La Navidad suele ser también una fiesta muy nostálgica, en la que se reúne la familia o los amigos, y en la que se evocan momentos del pasado o personas ausentes. Pero es, en esencia, la fiesta del renacimiento, de la vida nueva que sabe reconocer las oportunidades que vienen constantemente a enriquecer nuestra existencia. Es decir, no ha de ser una fiesta que mira únicamente al pasado, sino que construye, desde sus símbolos o representaciones, el porvenir. 

¿Y la Epifanía? A nivel religioso es la fiesta de la manifestación de Dios al mundo, y se sostiene en los textos bíblicos que nos hablan de pastores y reyes de Oriente, únicos depositarios en principio de la Buena Nueva del niño nacido. El que es promesa y nacimiento, es también anuncio, proclama liberadora; y los destinatarios primeros de ese anuncio son los que están más abajo y los que están más lejos. 

Está bien hablar a los más pequeños de esos misteriosos personajes del Oriente que cargan regalos para el Niño Dios; regalos simbólicos que significan la vida que luego ha de vivir: oro, incienso y mirra. Pero la fe cristiana no puede quedarse en eso, no puede rebajarse a los culturalmente asumido, sino que debe necesariamente ir más lejos; ha de hablar de un Dios que se manifiesta de manera plena y total, que entra en la historia, y asume lo humano con toda su complejidad, rompiendo nuestra lógica, nuestros esquemas, y derribando nuestros muros, en un camino de amor infinito, gratuito e incondicional. 

El relato es sencillo, pero sorprendente: unos hombres sabios venidos de lejos, siguiendo la luz de una estrella misteriosa, reconocen la plena revelación de Dios en un niño recién nacido, envuelto en pañales, acostado en un pesebre, acompañado de María y José, y algunos animales. También unos pobres pastores han recibido el aviso y acuden presurosos. Dios asume la vulnerabilidad, la fragilidad, la desnudez de un niño y así revela todo su misterio de amor, mostrándose a personas que no son, según los cánones religiosos, merecedores de la salvación. 

¿Qué significa todo eso? Que la salvación es para todos, que nadie está excluido de ella, que nada ni nadie queda fuera del amor de Dios, y que todos somos convocados a colaborar en el proyecto humanizador que vino a traer Jesús, y todo eso es, en verdad, una Buena Nueva. 

Estaría bien preguntarnos hoy, como mujeres y hombres de fe, como comunidad eclesial, si somos para el mundo esa Buena Noticia; si nuestro mensaje no se queda en tradiciones culturales, en exigencias morales, en anuncios de probables castigos, sino que mira más hondo y más lejos, convirtiendo cada momento del año en verdadero Adviento, verdadera Navidad, verdadera Epifanía; en fin, en otra oportunidad para empezar de nuevo, y experimentar el perdón y el amor; en oportunidad para crecer y madurar, y formar parte de un proyecto liberador y salvador para todas y todos.

Fray Manuel de Jesús, ocd