martes, 29 de noviembre de 2022

LA SEGUNDA LECTURA DE LOS DOMINGOS DE ADVIENTO (A)

 

Primer domingo (Romanos 13, 11-14): NUESTRA SALVACIÓN ESTÁ CERCA.  Pablo exhorta al cristiano a vivir en el amor de Dios; la razón está en el momento en que vivimos. Este momento es la OPORTUNIDAD última que el Padre ha otorgado al mundo para que encuentre salvación. Es el tiempo último, "escatológico". También porque se inicia en la ENCARNACIÓN y se prolonga, a partir de la Resurrección y Ascensión del Señor, a los tiempos de la Iglesia. La vida en este tiempo último impone al cristiano unas exigencias concretas: brotan de su arraigamiento en el amor del Padre y las concreta San Pablo como vida en el día, en la luz, atentos a la salvación comunicada, vestidos de Jesucristo y apartándonos de las obras de la noche. 

Comentario pastoral: La fe no es una adquisición de una vez para siempre, sino que implica un proceso de constante evolución, una permanente atención a las imprevisibles sorpresas de ese Dios nuestro que siempre está viniendo.


Segundo domingo (Romanos 15, 4-9): CRISTO SALVA A TODOS LOS HOMBRES. Pablo pide la unión de todos los cristianos; esta unión debe abarcar a todos y debe brotar de la imitación de Cristo, quien acogió a todos, sin distinción entre judíos y gentiles. En su vida Cristo ofreció a los judíos la salvación; así manifestó la realización de las promesas hechas por el Padre y la fidelidad de Dios a su palabra. Ofreció también la salvación a los gentiles, para que se manifestara la misericordia de Dios Padre para con todos los seres humanos. Dentro del cristianismo, no cabe, pues, ninguna distinción que tenga como motivo la fe recibida. Esta es ofrecimiento universal para la salvación de todos los hombres

Comentario pastoral: La salvación que Cristo aportó a todos los seres humanos y que los cristianos deben ir realizando a través de los tiempos es ciertamente universal pero no unidimensional: el Evangelio fue ofrecido a judíos y gentiles, sin obligar a los gentiles a hacerse judíos ni viceversa


Tercer domingo (Santiago 5, 7-10): MANTÉNGANSE FIRMES. La exhortación a la santidad de vida, la apoya Santiago en la perspectiva de la venida del Señor. La espera de esta venida condiciona la vida del cristiano, que debe tener paciencia (aguante firme ante las exigencias cristianas, esperando los frutos de las buenas obras), fortaleza ( que es un aspecto de la misma paciencia) y amor a los hermanos (no juzgarlos ligeramente; el juez es el Señor). Toda la vida cristiana se tensa con esta perspectiva escatológica y con la espera firme en la Vuelta del Señor.

Comentario pastoral: La esencial actitud cristiana de espera y esperanza de la venida final del Señor no es una actitud pasiva y silenciosa, sino que ha de estar llena de la actividad batalladora y operante de la denuncia profética.


Cuarto domingo (Romanos 1, 1-7): JESUCRISTO, HIJO DE DIOS. En el encabezamiento de la carta a los Romanos, Pablo se proclama Apóstol, con la misión de proclamar el Evangelio de Dios. Y en un paréntesis largo expone las líneas esenciales de este Evangelio: Presentar a Jesucristo como Hijo de Dios; como el que fue anunciado en todo el Antiguo Testamento; como descendiente de David, perteneciente al pueblo judío; entroncando en la humanidad que viene a salvar; como confirmado por el Padre como Hijo en la resurrección. De este Jesús recibió Pablo su misión y el poder para proclamar la Buena nueva de la salvación.

Comentario pastoral: El Evangelio es la Buena Noticia, o sea: se ha encarnado en un hombre, Jesús, y así se realizan con la humanidad unas bodas sin posibilidad de divorcio, ya que a partir de ese momento la humanidad romperá las fronteras de la muerte para vivir la resurrección


(Notas tomadas del Misal de la Comunidad y de los Comentarios Bíblicos al leccionario dominical del SNL, España)


lunes, 28 de noviembre de 2022

ISAÍAS: UNA VOZ HENCHIDA DE ESPERANZA (Primera semana de Adviento)

 

Durante el Adviento oímos la voz eminentemente profética de la tradición bíblica, a través de su representante principal: Isaías; una voz henchida de esperanza. La conciencia profética del pueblo de Dios no sólo recuerda el pasado, sino sobre todo, anuncia el futuro aún pendiente de la humanidad y de la acción de Dios. 

 Como un caudal pletórico de aguas transparentes nos llega a través de Isaías toda la temática de la esperanza cristiana: el anuncio del nuevo centro del mundo: el monte Sión, donde se halla asentada la casa del Señor. Allí confluyen los pueblos de la tierra para celebrar el festín mesiánico. Allí se sentarán los hombres a la misma mesa reconciliados entre sí. 

 Se fundirán las espadas para hacer arados; el cordero y el lobo vivirán juntos. Se curarán las enfermedades, se enjugarán las lágrimas, brillará la justicia. 

 El Espíritu se derramará como aceite perfumado, haciendo brotar la sabiduría en todos los corazones. Los troncos resecos reverdecerán y de ellos brotarán tallos esbeltos, los seres humanos resucitados. Los ciegos verán y una luz esplendente irradiará por todos los paisajes del mundo. 

 Este es el lenguaje arcano, poético, casi mítico de los profetas de Israel. A nosotros nos toca desentrañarlo, interpretarlo, acercarlo, irlo haciendo real gracias al Señor, que nos regala una fe esperanzada

LUNES (Isaías 4, 2-6): El destino del pueblo de Dios es la vida en plenitud. Pero muchos modos de muerte le amenazan, mientras va como por inhóspito desierto. Un resto de sobrevivientes, purificados por el juicio, cobijados en la tienda del Dios de la vida, es el principio dinámico del pueblo. El profeta lo ve llegar a plenitud y lo dibuja mediante simbolismos de la historia pasada y de signos de la presencia de Dios entre los hombres.

MARTES (Isaías 11, 1-10): La era mesiánica es la más audaz versión que el pueblo bíblico supo hacer de sus aspiraciones y esperanzas. Quiere la paz universal asentada en la justicia y sueña con que la conflictiva creación encuentre la armonía. Son términos aún insuficientes para expresar el anhelo de infinito. El profeta encarna la esperanza en Dios, en la espera del rey ideal que establezca un orden justo. 

MIÉRCOLES (Isaías 25, 6-10a): La imagen del banquete es conocida como símbolo de plena felicidad. Invitados a él son todos los pueblos de la tierra. El profeta desentraña lo que quiere anunciar con ese símbolo, alimentador de la esperanza. Dios se revela salvador, y caen los velos de todos los ojos para verlo; la realidad no defrauda a los que esperan; la muerte es vencida. El banquete es la vida en el reino de Dios. 

JUEVES (Isaías 26, 1-6): La comunidad creyente, el pueblo justo lleva en su interior la letra y la música de un canto de victoria. El profeta lo hace sonar. Habla de la elevación del humilde, de paz, de fortaleza. Dios es la ciudad amurallada en que se hace fuerte el pueblo de los justos. Las fuerzas del mal se estrellan allí, vencidas. 

VIERNES (Isaías 29, 17-24): El ojo profético vislumbra como cercana la salvación total. La totalidad está ya presente en el interior de los que esperan, aunque no aparezca en el orden externo, objetivo. Se la entiende como liberación de la pobreza de la tierra, de la tara personal, del abuso social. La liberación, cuando Dios está en su hondura, es salvación, y la historia humana es el lugar donde se realiza. 

SÁBADO (Isaías 30, 19-21. 23-26): El anuncio de salvación es traducido por el profeta en términos cercanos, de fertilidad y abundancia, de consuelo para el llanto, de luz para el camino. Los que se vuelven a escucharlo, encuentran en esa cercanía el infinito. Dios está ya en el movimiento del que gime en carencia, del que desea curación y del que aspira a mayor bien. 


MISAL DE LA COMUNIDAD

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: "SALIR AL ENCUENTRO DE CRISTO QUE VIENE"

 

Abre el nuevo ciclo litúrgico con el anuncio de nuestra liberación: "Levántense, alcen la cabeza, se acerca su liberación", suscitando un poderoso sentido de ESPERANZA. Cada generación, cada momento histórico, pero en mayor medida el nuestro, vive una  expectación absoluta de futuro, mezclada con cierto sentimiento de agonía y de cansancio, pues los sueños y anhelos conviven con la realidad cotidiana, transida de fracasos y fragilidades. 

De ahí que cobre mayor significado la misión profética del pueblo cristiano, que es encender la llama de la esperanza, y el ofrecer una visión. Es una tarea difícil, pues mirando la historia humana (tanto la pasado como la reciente) parece que hay poco espacio para el optimismo; también en otros lugares del planeta una vida muelle puede hacer naufragar esa visión, olvidando que la prosperidad es de unos pocos en el planeta, y que Dios desde los pobres y marginados de nuestro mundo sigue clamando por justicia, equidad y solidaridad

Todo ese anhelo es cristiano, y por ello exige CONVERSIÓN y apertura, y exige despertar de nuestros sueños alienantes (también los religiosos) para abrir paso a la realización del proyecto de Dios para la humanidad. Toda evasión de la realidad deja de ser cristiana y no encuentra justificación en Jesús ni en su mensaje; de ahí la necesaria tensión de vivir en cristiano: estar en el mundo y no ser de él, trabajar el presente mientras se espera y construye desde este el porvenir. La esperanza cristiana no da la espalda al mundo sino que se sumerge en él con semillas de subversión y novedad; no es malo el mundo, sino lo que hemos hecho con él

"De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. 

No alzará la espada pueblo contra pueblo, 

no se adiestrarán para la guerra".

El primer domingo de Adviento quiere, por tanto, despertar de nuevo en el pueblo que camina, el anhelo de liberación y la confianza en el porvenir de Dios. "Aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras", y que todo en nosotros se convierta en clamor de vida nueva.

Sabemos que la fe no es algo que se adquiere de una vez para siempre; implica un proceso en constante evolución, una permanente atención a las imprevisibles sorpresas de ese Dios nuestro que está siempre viniendo. Por eso Pablo nos exhorta con estas frases: 

1. Dense cuenta del tiempo en que viven, despierten del sueño...

2. Dejemos las actividades de las tinieblas, y pertrechémonos con las armas de la luz...

3. Vístanse del Señor Jesucristo...

Aun queda por delante un imprevisible camino hasta que la promesa de la nueva tierra, la tierra pacificada y reconciliada, tenga cumplimiento. Por eso cada Eucaristía nuestra es la plegaria del "maran-atha" (Ven, Señor Jesús) en el entretanto. Es la memoria que se convierte en profecía y esperanza; gracias a ella no temblarán nuestros pies cuando tengan que entrar cada año en la oscuridad de lo nuevo.

Fray Manuel de Jesús, ocd

Misal de la comunidad

viernes, 25 de noviembre de 2022

ADVIENTO 2022: LOS CAMINOS DEL SEÑOR


La Palabra de Dios nos llega de muchas maneras, entra en nuestra vida no sólo a través de la Escritura, sino también a través de los acontecimientos de cada día. Al comenzar este nuevo tiempo litúrgico, tiempo de gracia, nos colocamos frente a nuestra propia vida, para contemplar el camino que vamos haciendo, ya sea a nivel personal, familiar y comunitario, pero también como parte de la humanidad, para la que tiene Dios un designio de salvación.

 Vamos a tomar un tema concreto: los caminos de Dios; esa palabra aparece a menudo en los textos litúrgicos, y tanto el profeta Isaías como Juan Bautista nos invitan a preparar los caminos del Señor.

Dt 8,2: “Acuérdate de todo el camino que Yahvé, tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto”.

Recordar el camino andado, y escuchar a Dios hablando en ese camino. Porque el camino es para nosotros LUGAR DE ESCUCHA. Salomón le pidió a Dios “un corazón que sepa escuchar”. Esto significa tratar de juzgar y discernir la realidad, nuestra vida y nuestro camino desde el punto de vista de la fe. Necesitamos tomar conciencia de lo que somos para renovarnos y permanecer fieles a nuestra misión de cristianos en medio del CAMINO que recorremos. “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Salmo 25). Los caminos del Señor están siempre llenos de misericordia y fidelidad, muy diferentes a los nuestros. No siempre nos resultan comprensibles los caminos del Señor, pero siguen siendo caminos de misericordia: Dios es fiel.

Hagamos la oración atribuida a Salomón, Sabiduría 9: “Dios de los Padres, Señor de la misericordia, que con tus palabras hiciste el universo, y con tu sabiduría formaste al ser humano para que dominase sobre los seres por ti creados, rigiese el mundo con santidad y justicia y ejerciese el mando con rectitud de espíritu; dame la sabiduría asistente de tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos. Que soy un siervo tuyo, hijo de tu sierva, un hombre débil y de vida efímera, incapaz de entender la justicia y las leyes”.

PRIMER TEMA: EL MISTERIO DEL TIEMPO (Eclesiastés 3, 1-8).

1.  Vivimos en el tiempo: Esta visión del autor sagrado preparó el camino y abrió las puertas de la revelación. El tiempo es un misterio; San Agustín dice que sabe lo que es, pero no sabría definirlo, “porque el tiempo es la cosa más larga y al mismo tiempo la cosa más breve”. No es igual para el que goza que para el que sufre o espera. Para los griegos era una divinidad (Cronos). Para nosotros, los creyentes, es el marco en que acontece la historia de salvación: profundo, lleno de potencialidades y posibilidades. La Escritura refiere siempre a un marco temporal: En el principio, vengo pronto, etc. Con la creación surge el tiempo, que para todo es transitorio: hay un tiempo para cada cosa. En el salmo 90, que habla de la fragilidad humana, encontramos un dato de su fugacidad: “Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna”. Pero el Verbo de Dios quiso entrar en el tiempo: “En la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo” (Gálatas). También el prólogo de Juan. Nuestra salvación se realiza en el tiempo, ahí está nuestra oportunidad. Por eso dice la palabra: “En el tiempo favorable te escuché, en el día de salvación vine en tu ayuda”. Pues ahora es tiempo propicio, ahora es día de salvación” (Isaías 49,8; 2Corintios 6, 1-2). El apóstol nos exhorta a no dejar pasar el tiempo inútilmente, a no echar la gracia abundante de Dios en saco roto. Es en el tiempo donde experimentamos nuestra fragilidad, nuestras perdidas y fracasos, mientras hacemos el camino de la vida; pero también aquí aguardamos la promesa de Cristo, en Apocalipsis: “Sí, vengo pronto”.

2.  UNA MIRADA AL PASADO: La memoria. ¿Cuánto hemos hecho? Podemos dedicar unos minutos a pensar en lo vivido, y veremos alegrías, problemas, éxitos y fracasos, esperanzas y desilusiones. Una realidad fugaz y transitoria, se ha ido rápido, hemos experimentado algo de todo. Pero también en esos recuerdos, gracias a Dios, está Dios, su gracia, su providencia. Todo es gracia, dijo el apóstol. Momentos grandes de gracia y también momentos pequeños. Hemos experimentado el “cronos”, pero también el “kairói”: Dios presente siempre en medio de nuestro tiempo. A veces se manifiesta Dios en momentos inolvidables de luz, pero también en terribles momentos de oscuridad. Aprendamos a dar gracias por todo lo vivido, también por las horas difíciles, las tentaciones, las caídas y las victorias. Sobre todo, porque Él ha estado siempre a nuestro lado en cada una de esas situaciones. Casi termina un año y a punto estamos de comenzar otro, y seguramente como dice Pablo, todo concurrirá para nuestro bien, porque nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Cristo, principio y fin de todo.

3.  UNA MIRADA AL FUTURO: Así, al reflexionar sobre el tiempo, en el que transcurre nuestra historia de salvación, renovamos nuestra esperanza en Jesús. El Señor seguirá presente con nosotros en el nuevo ciclo litúrgico y en el nuevo año civil. Él es autor del tiempo en que vivimos y de la eternidad hacia la que caminamos, pero a la vez está aquí y ahora en medio de nosotros, a nuestro lado y dentro nuestro. Caminamos con Él, mientras el tiempo pasa; no somos meros espectadores, nos movemos y actuamos; caminamos con el tiempo y en el tiempo. Dios aparece en la Escritura como el Dios de la Historia, la grande y la pequeña de cada uno; guía nuestra vida, como lo hizo con el pueblo elegido en el desierto, llevándolos a la tierra prometida. Con Él peregrinamos. Somos parcialmente responsables de nuestra historia, pero estamos todos dentro de los brazos de Dios: no elegimos el día de nacer o de morir, tampoco los avatares de nuestra existencia, pero creemos por fe que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Nos pide ser responsables, viviendo con fe y esperanza, cada tramo de este camino.

4.  LOS CAMINOS DEL SEÑOR:  Veamos algunas pistas sobre esos caminos en la Escritura; para nosotros son incomprensibles, pero podemos aceptarlos y aprender a reconocer en ellos la misericordia de Dios. En el AT, la experiencia de los caminos de Dios es experiencia de sabiduría, fruto de muchos años de pruebas; experiencia de observación, reflexión y visión de fe. Los caminos de Dios son gracia y fidelidad (Salmo 25); Dios no se muda, su amor es fiel y perpetuo, a pesar de nuestra infidelidad. “Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué Dios es grande como nuestro Dios?” (Salmo 77). Dios es capaz de abrir caminos por donde parece imposible (“Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas”).

La experiencia del Éxodo es experiencia de camino (Éxodo13, 21); Dios va delante, abriendo el camino. También Isaías, profeta del Adviento, en 55, 8-9: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos son sus caminos. Porque, así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes”. El precioso salmo 139 nos permite adentrarnos en el obrar de Dios para con nosotros: “Tú me sondeas y me conoces”.

En el NT también encontremos muchas referencias a los caminos de Dios: en el cántico de Zacarías (Lucas), en la Carta a los romanos (8,28), y en 11, 33-36; para Juan, Jesús es camino, verdad y vida.

 A la luz de todo esto, digamos 5 características de los caminos de Dios: diversos, de justicia, de misericordia, de fidelidad, Cristo como el único camino.

Diversos: son y serán siempre caminos muy diferentes a los nuestros.

De justicia: Todo concurre a nuestro bien, aunque no nos demos cuentas; no es castigo, sino bondad y corrección.

De misericordia: Todo aquello que Dios permite en nuestra vida es fruto de su amor por nosotros.

De fidelidad: Dios no cambia, permanece fiel, y nos acepta siempre como somos.

Cristo es el camino de Dios para nosotros, no hay otro, y nuestra vida y camino es seguirle a Él.

 

SOMOS PEREGRINOS: Miramos nuestra vida en el tiempo como expresión del misterio de Dios; en Dios adquiere nuestro tiempo y nuestra vida sentido pleno. Nuestra vida es un camino trazado por Dios, marcado por momentos gracia. No sabemos ni el tiempo ni la hora en que seremos llamados a la eternidad, pero podemos estar seguros de que todo concurrirá para nuestro bien durante el tiempo que vivamos. Aceptemos nuestra condición de peregrinos que caminan en el tiempo hacia la eternidad; aceptemos las circunstancias de nuestra vida, aunque no siempre podamos comprenderlas. No significa no actuar ante lo injusto o conformidad, sino reconocer la mano de Dios en todo, y buscar cómo responder mejor a esos desafíos, con fe y esperanza.

(Ideas de Camilo Maccise, ocd, adaptadas por Manuel de Jesús, ocd)

 

lunes, 21 de noviembre de 2022

SOBRE MARÍA Y LA IGLESIA (San Agustín)

"Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿Qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que lleva en el seno.

María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza.

Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Estos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos» y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos".

(San Agustín, Sermón 25)

domingo, 20 de noviembre de 2022

EL REINO DE CRISTO

Con la solemnidad litúrgica de Jesucristo, Rey del universo, llega a su final el año litúrgico; o bueno, queda una semana más, como una especie de intermedio, hasta el domingo próximo, primero de Adviento. El año litúrgico es como un caminar con Jesús, haciendo de cada eucaristía un encuentro vital, discipular, en el que vamos siendo transformados a imagen del Maestro. Todavía nos falta mucho a la mayoría para entender, valorar y vivir el verdadero sentido de esas celebraciones que hemos convertido en costumbre, tradición, hábito o mero cumplimiento; seguimos sin comprender la gratuidad e incondicionalidad con que Dios se entrega a nosotros en el misterio de Cristo, en los sacramentos.

 Los pasajes del Evangelio que la Iglesia propone para este domingo de Cristo Rey en los tres ciclos litúrgicos nos revelan el sentido de lo que celebramos: Mateo 25, 31-46; Juan 18, 33b-37; Lucas 23, 35-43. Pilato le pregunta a Jesús si él es rey, tal y como dicen los judíos, que siguen sin entender el camino mesiánico elegido por Dios para llevar salvación al mundo. Jesús acepta el título, pero advierte: "Mi reino no es de este mundo". Nada que ver con los que detentan el poder entre nosotros, poco preocupados por el bien común, y menos aun por los más pobres y débiles de nuestras sociedades. Se proclama a sí mismo "testigo de la verdad"; una verdad que escapa a los que la buscan a través de la fuerza, el poder, la violencia, la injusticia o el miedo. Reino y verdad en Jesús casan, al contrario, con amor, perdón, justicia, servicio, solidaridad. Y sobre todo, con abajamiento y entrega total de Dios a la humanidad frágil y marcada por la huella del pecado. 

 Reinar, para Dios, en Jesús, es vencer todo eso que no deja crecer y vivir la plenitud de nuestra vocación original, nacida del amor gratuito de Dios. "Y el último enemigo a vencer será la muerte", nos recuerda la Palabra. Y ya entonces, con el triunfo de Cristo, Dios será todo en todas las cosas, y reinará. Porque, a fin de cuentas, no es que Dios posea un reino, sino que el reino es Dios mismo, su seno amoroso, del que nacemos y al que regresamos plenos

 Los que buscamos la verdad por los caminos del Evangelio, escuchamos la voz de Cristo que nos invita a compartir con él la "Nueva Humanidad", y cuando experimentamos nuestra fragilidad le llamamos como hizo el buen ladrón desde la cruz: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". La salvación de Dios está en presente siempre, lo mismo que la certeza de su fidelidad inamovible: "Hoy estás conmigo en el paraíso". Ese es el lugar de los que confían, y buscan no a un mesías poderoso y con ejércitos, sino a un mesías crucificado y coronado de espinas, capaz de darlo todo, no para salvarse a sí mismo (que es lo que solemos hacer los humanos casi siempre), sino para que todos se salven y lleguen a conocer la verdad del amor de Dios: infinito, gratuito e incondicional

 Ese mismo Cristo, que compartió la humanidad con nosotros, que  lo apostó todo por los pequeños, los frágiles, los pecadores, hasta acabar en la cruz, fue el que removió la piedra del sepulcro, y nos ofreció su paz. Rey pacífico, sentado ahora junto al Padre en un trono de gloria, según lo describen las Escrituras, lleva en él toda la plenitud, y a la humanidad redimida la conduce a Dios, porque nos ha reconciliado, a la vez que nos convierte a nosotros también en reyes y reconciliadores

 Es Él quien nos espera al final del camino para examinarnos en el amor, y ver si pertenecemos o no a ese Reino de plenitud y vida que es el seno o el corazón del Padre. No habrá gozo mayor que escucharle decir: "Vengan, benditos de mi Padre y hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo". Porque, ofreciéndome sus vidas y sus manos, me dieron de comer y de beber, me vistieron y me visitaron, cada vez que estuve ante ustedes en cada prójimo que apareció en el camino. 

Las hermosas imágenes del Apocalipsis nos lo presentan viniendo entre las nubes del cielo, como rey de reyes, en su segunda venida. Su trono está firme, su amor inamovible; pero, ¿y nosotros? ¿nuestra fe? ¿nuestro compromiso con su reino? Tantas veces hemos intentado construir el reino con las armas ajenas a Cristo: con poder y violencia, con desprecio al de abajo y con imposición, que en lugar de evangelizar, hemos sembrado ateísmo y desconfianza hacia la Iglesia. La realeza de Cristo no se visibiliza en la Iglesia por sus poderes o su esplendor, sino por la justicia, el servicio y la caridad

Este domingo, último del ciclo litúrgico, queremos recordar nuestra condición de discípulos, de testigos, de reyes, trabajadores del Reino que esperamos no solo alcanzar, sino también construir en el aquí y el ahora de Dios. La Iglesia es el Cuerpo del Rey que no vino a ser servido, sino a servir; seamos reflejos de ese Señor al que adoramos y esperamos confiados, porque Él reina y, a pesar de nosotros, viene siempre, siempre, siempre...

Fray Manuel de Jesús, ocd.


sábado, 12 de noviembre de 2022

SACRAMENTO: UNA PRESENCIA Y UNA AUSENCIA

El sacramento cristiano es, efectivamente, un signo. Tiene valor de signo. Pero podemos decir que se elabora sobre todo como una teoría del significante y, sin duda, como una teoría del lenguaje. En todo caso, plantea el problema de saber qué es un signo lingüístico, entendido como distancia entre la palabra y la cosa. Después de los estoicos, la elaboración de la primera gran teoría del signo, de la que depende en parte nuestra comprensión moderna del lenguaje, se la debemos principalmente a san Agustín. En De magistro, da una definición del signo como «una cosa que está puesta en el lugar de otra». Un signo es aquello que viene «en lugar de» algo, que representa algo en su ausencia; por lo tanto, solo puede haber signo si la cosa representada está ausente. Esto construye toda nuestra relación con el lenguaje, especialmente con la palabra: el lenguaje es el poder de la representación, es decir, es aquello que permite hacer aparecer una cosa cuando no está ahí. Tiene el poder de otorgar una presencia a los seres y a las cosas que están ausentes. Cuando alguien que queremos no está, cuando no está presente físicamente, eso no significa que estemos sin él. Disponemos de toda una serie de cosas –de significantes– que permiten que nos lo hacen presente en su ausencia, sin por ello negar su ausencia, puesto que sabemos que no está. Hay un poder de simbolización que es el que utiliza, por ejemplo, el niño pequeño para dar una presencia a su madre cuando ella no está ahí. Da una presencia a la ausente, pero, cuando ella está ahí, tampoco está presente por entero; su presencia está marcada por el sello de la ausencia.

De entrada, tenemos aquí una comprensión del sacramento cristiano como signo. El sacramento es lo que hace presente a un ausente, sin ocultar su ausencia, sin desmentirla. Aquí se trata de la ausencia de Cristo. El sacramento es una institución de la ausencia. Precisamente porque él no está, están los sacramentos. De ahí ese vínculo central con una memoria, un recuerdo, pero en el sentido de que la memoria no es únicamente una relación con el pasado; la memoria es una actualización y una capacidad de hacer presente lo que ha sido. En el sacramento eucarístico encontramos esa orden de Jesús, cuando dice a sus discípulos durante la última cena que comparte con ellos: «Haced esto en memoria mía». Ese «hacer memoria» es una manera, no de recordar banalmente un episodio del pasado, sino de reactivar su carácter de acontecimiento. El signo, como sacramento, es, pues, esta forma de enlazar la presencia y la ausencia. Un pastor del siglo XVII, Jean Claude, utilizó una fórmula sorprendente al afirmar que la cena es el sacramento de la ausencia real (había aquí, por supuesto, un contrapunto polémico a la doctrina de la eucaristía como «presencia real»). Hoy en día podemos comprenderlo como la expresión de un vínculo con el lenguaje. Ritualmente, además, si seguimos tomando el banquete eucarístico como ejemplo, los fieles están reunidos alrededor de una mesa de comunión en la que queda un sitio vacío. Y este lugar vacío es precisamente lo que el signo está designando. Los creyentes se reúnen alrededor de una presencia llamada espiritual, pero es igualmente cierto afirmar que esa presencia es una ausencia. El sacramento representa, pero no puede capturar aquello que está representando”.

 (Jean-Daniel Causse)
Viaje a través del cristianismo

viernes, 11 de noviembre de 2022

UNA GUÍA PARA VOLVER A CASA

 "Lo sepa o no, en todo lo que emprende, el ser humano no busca otra cosa que "volver a casa". Ese es su mayor anhelo y el motor de su existencia. La "casa" es nuestra verdadera identidad. Por tanto, y esta es la primera paradoja, buscamos lo que ya somos, pero que en gran medida ignoramos. La ignorancia nos hace buscar a tientas y la añoranza nos empuja a compensar. Porque, mientras nos creemos lejos de casa, sentimos frío y vacío, que tratamos de compensar con mil objetos sustitutorios: dinero o poder, imagen o títulos, placeres o creencias, sexo o religión, relaciones o soledad... La sensación de estar lejos de casa se manifiesta como ansiedad, que nos hace adictos a cualquier cosa que pueda aliviarla. Pero no hay satisfacción posible mientras permanezcamos en la ignorancia. La realidad es que no hay ninguna lejanía. Aunque hayamos pensado lo contrario, nunca hemos estado, ni podemos estar, fuera de casa. Lo que necesitamos es, sencillamente, caer en la cuenta de que ya estamos en ella".

Enrique Martínez Lozano

OTRO MODO DE LEER EL EVANGELIO

"Parece innegable que, muy frecuentemente, el evangelio ha sido leído desde una doble clave: el literalismo y el moralismo

La lectura literalista lo ha convertido en una especie de “anecdotario”, que parecía buscar la exaltación de Jesús como hacedor de milagros, pero al precio de mantener el relato anclado en el pasado y desconectado de las preocupaciones de quienes hoy se acercaban al mismo. 

Por su parte, la lectura moralizante reducía el texto evangélico a una especie de código moral, regulador del comportamiento, con el riesgo de hacerlo aparecer como un “policía divino” o superego controlador. 

En ambos casos, aunque fuera inconscientemente, se banalizaba y empobrecía el texto, dejando en el olvido lo más importante y decisivo: su carácter de libro de sabiduría, en el sentido más genuino y profundo del término. 

La sabiduría es atemporal, porque trasciende la mente y sus conceptos, aunque indudablemente tenga que hacer uso de una y otros. Por ese motivo, al acercarnos a textos que la expresan, a poco que lo hagamos con un mínimo de apertura, nos sentimos directamente concernidos y afectados. Descubrimos que esos escritos están, en realidad, hablando de nosotros. No importa la anécdota ni la moralina: hemos hallado un espejo en el que vernos reflejados. 

La sabiduría es originaria: no es sino la misma Consciencia expresándose o, si se prefiere, la “voz” del misterio último de lo Real, que también a nosotros nos constituye. Por ello, al leerla o escucharla, resuena con fuerza en nosotros, porque la reconocemos como nuestra propia voz, la voz de nuestro “maestro interior”. 

La sabiduría es luminosa, fuente de toda comprensión y certeza, porque es una con la Verdad. Por esa razón, nos saca de la ignorancia básica acerca de nosotros mismos, nos libera de la confusión y nos rescata del laberinto tortuoso del sufrimiento. Algo se ensancha en nuestro interior, el corazón se dilata y la mente se abre, en una sensación creciente de amplitud y de claridad. 

La sabiduría no tiene que ver, primariamente, con los conceptos ni con la erudición. Ni siquiera con la mente, por más que esta sea una herramienta precisa y preciosa. Tiene que ver, antes que nada, con el sabor, o más exactamente, con el saboreo inmediato de lo Real. Tal vez por ese motivo, las palabras de sabiduría provocan silencio en nuestro interior y, en ese silenciarnos, se produce el encuentro íntimo con la Verdad que somos...". 

Enrique Martínez Lozano

sábado, 5 de noviembre de 2022

LA MUERTE ES COMO UN AMANECER (Domingo XXXI-C)

"En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se caso y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles de Dios, porque participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos” (Lc 20, 27-38)

 Los saduceos conformaban la elite económica, social y religiosa de la sociedad judía en tiempos de Jesús. Colaboracionistas con los romanos y estrictamente conservadores en lo religioso, únicamente aceptaban, como Libro Sagrado, el Pentateuco, los cinco grandes libros de la Torá. En los relatos evangélicos apenas se narran encuentros de los saduceos con Jesús, lo cual no sorprende si tenemos en cuenta que se movían en dos ámbitos radicalmente diferentes: el del poder y el de la marginalidad. Aparecerán al final, decidiendo la condena de Jesús. 

A diferencia de los fariseos, este grupo no creía en la resurrección. Quizás porque, como decía aquel chiste, no podían imaginar que existiera una vida mejor de la que llevaban. En el caso que proponen –sobre la base de la ley del levirato (de “levir” = cuñado: Deut 25,5-6)–, pretenden llevar el debate al absurdo. Parecen no ver que el absurdo consiste precisamente en imaginar el más allá de la muerte con las categorías que ahora nos son habituales. Sería como querer imaginar la vida de vigilia mientras estamos dormidos. 

A eso mismo parecen apuntar las palabras de Jesús. A partir de ahí, el modo quizás menos inadecuado de percibir la muerte es verla como un despertar. Así como, al salir del sueño, emerge una nueva identidad, muy distinta al sujeto onírico, al morir amanecemos a nuestra identidad más profunda, en la que el ego encuentra también su final. No porque muera, sino porque se descubre que nunca había existido, salvo en nuestra propia mente

Al despertar, descubrimos lo que siempre habíamos sido –uno con todo– y que habíamos olvidado. Podemos decir, con razón, tomando prestado el título de uno de los libros de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, que “la muerte es un amanecer”.

 ¿Veo la muerte como una forma más que adopta la Vida?".

Enrique Martínez Lozano
Otro modo de leer el Evangelio

viernes, 4 de noviembre de 2022

LA ALEGRÍA DE DIOS

"La “alegría” que produce el encuentro con Dios es un tema muy querido de Lucas. A lo largo de su evangelio, aparece continuamente: Juan salta de gozo en el seno de su madre (1,44), María se alegra (1,47), los vecinos se regocijan con motivo del nacimiento del Bautista (1,58), el nacimiento de Jesús es motivo de gozo (2,10); es también motivo de alegría escuchar la palabra de Dios (8,13) y el éxito en la misión (10,17); el cielo se alegra cuando se convierten los pecadores (15,7.10); hay alegría cuando se encuentra algo perdido (15,5.6.9.32); los discípulos sienten gozo al ver al Resucitado (24,41). Y todo el evangelio se cierra con una nota de alegría: “Se volvieron a Jerusalén con gran gozo” (24,52). 

Estas pequeñas parábolas hablan de alegría…, de la alegría de Dios. Se ha transmitido, durante generaciones y generaciones, la imagen de un Dios tan “serio” –severo, juez, castigador…– que cuesta reconocerlo en las parábolas que contaba Jesús. 

Me parece que no es exagerado decir que las religiones no se han llevado bien con la alegría ni con el humor. Aparecen demasiado cargadas de solemnidad que, en la práctica, se traduce en severidad. Abundan los rostros serios y las palabras cortantes, los juicios y las condenas, propio todo ello de quien se encuentra en el poder. 

Jesús no quería “convertir” a nadie, porque no le interesaba el proselitismo ni estaba preocupado por el número ni el poder. Por eso podía hablar con tanta libertad. Comía a gusto con “pecadores y publicanos” para escándalo de fariseos y doctores. Y reconocía a Dios como Alegría sin límites, Gratuidad sin vuelta, Amor sin exclusiones.

¿Qué lugar ocupa el gozo en mi vida?

Enrique Martínez Lozano 
Otro modo de leer el evangelio

miércoles, 2 de noviembre de 2022

LENIN Y TOLSTÓI

LEV TOLSTÓI EN LA LUBIANKA

¡No puedo seguir callado! –exclamó alzando la voz el gran Tolstói, cuando el gobierno zarista condenó a muerte a unos terroristas revolucionarios–. Esto sucede en Rusia, en esa Rusia en la que el pueblo piensa que cualquier delincuente es un infeliz y en la que hasta hace poco tiempo la ley no contemplaba la pena de muerte. Recuerdo cómo antes me enorgullecía de esto ante los europeos, pero ahora... sólo hay ejecuciones, ejecuciones y más ejecuciones..

Tolstói rememoraba también que en la década de 1880 en toda Rusia había sólo un verdugo, pero con el tiempo el número no había hecho más que crecer. Se refería al terror de Estado en respuesta al terror revolucionario que constituían los ataques de los campesinos a los terratenientes, los atentados contra representantes del poder. 

«No se puede vivir de este modo. Yo, al menos, no puedo vivir así, no puedo ni quiero...», afirma Tolstói. Y exige a las autoridades que suspendan los asesinatos o que lo condenen a él mismo como hacen con «aquella gente enfurecida e irreflexiva que ha empezado esta lucha violenta». Y concluye: «[...] al participar en estos crímenes horrorosos, ustedes no sólo no ponen remedio a esta enfermedad, sino que la empeoran y la refuerzan por dentro». 

El artículo de Tolstói se publicó en todas partes y conmovió al mundo. El régimen zarista respondió con el silencio. Pero los revolucionarios, cuya vida había defendido el escritor, no permanecieron en silencio. Ese mismo año de 1908, Vladímir Uliánov-Lenin publicó su artículo «Lev Tolstói como espejo de la Revolución rusa», en el que no tenía miramientos con el autor clásico, al que calificaba de «terrateniente, iluminado por Cristo», profeta «grotesco», «que había descubierto nuevas recetas para salvar a la humanidad», utópico y reaccionario. Desde el punto de vista de Lenin, la doctrina de Tolstói «carece de todo sentido práctico y de cualquier justificación teórica». 

Así, de un plumazo, el líder de la Revolución proletaria se distanciaba de esos valores humanos, eternos y cristianos que Tolstói representaba y defendía. ¿Qué era lo que disgustaba a Lenin hasta tal punto? Precisamente el humanismo, el llamamiento a la misericordia, su afirmación de que todos los hombres, independientemente de si eran revolucionarios o no, tenían derecho a la vida que Dios les había dado. En el fondo, estos dos artículos, el de Tolstói y el de Lenin, expresan claramente dos filosofías diametralmente contrapuestas: el escritor ve la raíz del mal dentro de la persona, mientras que el político la ve fuera, en las otras personas, que, de este modo, se convierten en enemigos mortales

Pero, por desgracia, Lenin se convirtió en un profeta más agudo que Tolstói a la hora de prever el futuro de Rusia. Al cabo de diez años, la doctrina leninista triunfó en el país; la doctrina de Tolstói, como había predicho su adversario, «careció de todo sentido práctico». El terror de la Revolución resultó incomparable con el terror del poder anterior, tanto por el número de víctimas como por el número de verdugos. En una Rusia así, Tolstói era simplemente impensable; sus ideas eran incompatibles con la nueva realidad. Si hubiera vivido durante los años del gobierno bolchevique, es seguro que no habría podido evitar la espada represiva de la Checa. 

Pero a pesar de todo lo dicho Tolstói estuvo en la Lubianka, aunque a título póstumo. Su hija Aleksandra fue represaliada, así como casi todos sus discípulos, los partidarios de su doctrina, conocidos como tolstovtsi".

Tomado de: "La palabra arrestada" de Vitali Shentalinski

martes, 1 de noviembre de 2022

CAMINO DE SANTIDAD: TU MISIÓN EN CRISTO

 

"Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio

Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio», «toda la vida de Cristo es Revelación del Padre», «toda la vida de Cristo es misterio de Redención», «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación», y «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros». 

 El designio del Padre es Cristo, y nosotros en él. En último término, es Cristo amando en nosotros, porque «la santidad no es sino la caridad plenamente vivida». Por lo tanto, «la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya». Así, cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo

 

Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona

  Esto es un fuerte llamado de atención para todos nosotros. Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy

 Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina".

FRANCISCO

Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate

(#s 19-24)