miércoles, 27 de marzo de 2024

LAS TRES PROFECÍAS DE JESÚS

"Después de la oración habitual de los Salmos, todavía en camino hacia el lugar del reposo, Jesús hace tres profecías

Se aplica a sí mismo la profecía de Zacarías, cuando dijo que se heriría al «pastor» –que sería asesinado– y que, consiguientemente, se dispersarían las ovejas (cf. Za 13,7; Mt 26,31). Zacarías había aludido en una misteriosa visión a un Mesías que sufre la muerte y, por tanto, a una nueva dispersión de Israel. Sólo esperaba la salvación de Dios a través de estas tribulaciones extremas. Jesús da una forma concreta a esta visión, en sí misma sombría y dirigida hacia un futuro desconocido: sí, se hiere al pastor. Jesús mismo es el Pastor de Israel, Pastor de la humanidad. Y toma sobre sí la injusticia, la carga destructiva de la culpa. Se deja golpear. Se pone de parte de los vencidos de la historia. Ahora, en esta hora, eso significa también que la comunidad de los discípulos se dispersa, que esta nueva familia incipiente de Dios se disgrega antes incluso de haber comenzado a establecerse verdaderamente. «El pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11). Estas palabras de Jesús, basándose en Zacarías, aparecen bajo una nueva luz: ha llegado el momento en que se cumplen. 

Sin embargo, a la profecía de adversidad sigue inmediatamente la promesa de salvación: «Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14,28). «Ir delante» es una expresión típica en el lenguaje de los pastores. Jesús, pasando a través de la muerte, vivirá de nuevo. Como el Resucitado, es plenamente ese Pastor que en la travesía de la muerte guía por el camino de la vida. Ambas dimensiones forman parte del Buen Pastor: dar la propia vida e ir por delante. Más aún, el dar la vida es ya un preceder. Él guía precisamente por este dar la vida. Justamente mediante este «dar», Él abre la puerta hacia la inmensidad de la realidad. A través de la dispersión se produce la reunión definitiva de las ovejas. Al comienzo de la noche en el Monte de los Olivos aparece la palabra sombría del golpear y del dispersar, pero también la promesa de que precisamente así Jesús se manifestará como el verdadero Pastor, reunirá a los dispersos y los guiará hacia Dios, introduciéndolos en la vida

La tercera profecía es una ulterior modificación de las conversaciones con Pedro en la Última Cena. Pedro no se fija en la profecía de la resurrección. Percibe sólo el anuncio de muerte y dispersión, y esto le ofrece la oportunidad de ostentar su valor inquebrantable y su fidelidad radical a Jesús. Al ser contrario a la cruz, no puede entender la palabra resurrección y quisiera –como ya en Cesarea de Felipe– el éxito sin la cruz. Él confía en sus propias fuerzas.

 ¿Quién puede negar que su actitud refleja la tentación constante de los cristianos, e incluso también de la Iglesia, de llegar al éxito sin la cruz? Por eso se le ha de anunciar su debilidad, su triple negación. Nadie es por sí mismo tan fuerte como para recorrer hasta el final el camino de la salvación. Todos han pecado, todos necesitan la misericordia del Señor, el amor del Crucificado (cf. Rm 3,23s)".

Benedicto XVI
Jesús de Nazaret II

sábado, 23 de marzo de 2024

LA MUERTE DE JESÚS FUE CONSECUENCIA DE SU VIDA

"Al relatar la pasión de Jesús, cada evangelista coloca sus propios acentos en aquello que le interesa subrayar. Esto explica que, a partir del hecho histórico de la muerte de Jesús, se hayan construido relatos cargados también de intencionalidad teológica. 

Por ejemplo,  Lucas, en concreto, pone mucho cuidado en subrayar la inocencia de Jesús: Pilato la declara por tres veces; Herodes, implícitamente; y, de una forma expresa y contundente, el centurión romano al pie de la cruz. Lucas es también el único que pone en boca de Jesús las palabras sobre el perdón a quienes lo están crucificando, así como la promesa de vida al compañero de suplicio que se dirige a él. Suprime el grito del Salmo 22 (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), y lo sustituye por el Salmo 31,6, que expresa una confianza más explícita (“En tus manos encomiendo mi vida”). 

Con todo, más allá de las peculiaridades propias de cada autor, es claro en todos ellos que la muerte de Jesús fue consecuencia de su vida: lo mataron porque estorbó a la autoridad

El “descuido” grave de la tradición cristiana consistió, precisamente, en desconectar la cruz de lo que había sido la práctica concreta del Maestro. De ese modo, la cruz vino a convertirse en un valor “abstracto” en sí misma: lo que nos habría salvado sería la cruz; bastaba creer en ello, aunque se desconociera la vida histórica de Jesús. 

Este planteamiento produjo, entre otras, dos consecuencias graves: el dolorismo y el doctrinarismo. El dolorismo consiste en la afirmación de que “el dolor es siempre bueno”. Si lo que nos había salvado había sido la cruz, y la cruz es dolor, la conclusión se imponía por sí misma: el dolor es bueno y a Dios le agrada. 

El doctrinarismo hizo del cristianismo “la religión de la cruz”, y parecía que ser cristiano era más una cuestión de creer –en el sentido de creencia o doctrina– que de vivir. Olvidada la práctica de Jesús, en sus rasgos más concretos, críticos, novedosos e incluso subversivos, se instauró una nueva “ideología religiosa”. 

Frente a ambos riesgos –de matriz eminentemente “religiosa” y egoica, aparte de mítica–, haríamos bien en recuperar la sencillez del evangelio y la práctica de Jesús, que me parecen van en la dirección de los sabios versos del gran poeta Antonio Machado: “Y más que un hombre al uso, que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. 

La cruz contiene el relato de un hombre bueno, que es aplastado por un poder político y religioso inhumano. Es, por eso también, un grito contra toda injusticia y de solidaridad con todos los crucificados".

Enrique Martínez Lozano.

sábado, 2 de marzo de 2024

EL VERDADERO CULTO (TERCER DOMINGO DE CUARESMA.B)

EL TEXTO EVANGÉLICO PARA ESTE TERCER DOMINGO DE CUARESMA: "Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús" (Jn 2, 13-22).


Comparto el comentario de Enrique Martínez Lozano sobre el pasaje anterior del Evangelio de Juan, según aparece en dos de sus libros; 

"La historicidad del relato –que se narra en los cuatro evangelios que han llegado hasta nosotros– parece innegable. Sin embargo, los tres sinópticos lo sitúan al final de la vida de Jesús, mientras que Juan lo coloca prácticamente al inicio mismo de su actividad

Parece claro que esta actuación de Jesús tuvo mucho que ver con su muerte. De hecho, en el juicio ante el Sumo Sacerdote Caifás, constituirá una de las acusaciones más graves contra él: “Nosotros le hemos oído decir: «Yo derribaré este templo hecho por hombres y en tres días construiré otro no edificado por hombres»” (Mc 14,58). Incluso será un tema que aparezca como insulto dirigido al crucificado: “Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz” (Mt 27,40). 

Decía que, a diferencia de los sinópticos, el cuarto evangelio coloca este episodio al inicio mismo de la actividad de Jesús. El motivo parece ser el siguiente: Juan muestra una particular insistencia por subrayar la novedad de Jesús. Por eso, empieza por mostrarlo como el que realiza la nueva alianza (bodas de Caná) y el nuevo culto (episodio del templo y diálogo con la samaritana), asentando con rotundidad la necesidad de “nacer de nuevo” (diálogo con Nicodemo) para poder comprender y vivir su propuesta. 

Y eso es, exactamente, lo que se necesita para dar el paso de la “religión” a la “espiritualidad”: nacer de nuevo, pasar de una consciencia egoica, con la que nos habíamos familiarizado porque venimos de ella, a otra consciencia transpersonal, que quiere nacer en nosotros. Es difícil y costoso –Nicodemo dirá que es como pedirle entrar en el vientre de su madre para nacer otra vez–, pero es posible; más aún, es el camino de la sabiduría y de la bondad, que tanto nos impresiona en Jesús

Para la religión, el “templo” es un espacio sagrado separado; para la espiritualidad, el “templo” es todo lo real, porque todo es presencia y manifestación de Dios". 

(Otro modo de leer el Evangelio)

"Indudablemente, no se trató de una mera “purificación” del templo, sino de un “gesto profético” –en la línea de los realizados por los grandes profetas de su pueblo– que significaba proclamar el final del templo, tal como el propio evangelio expresará nítidamente un poco más adelante: “Créeme, mujer, está llegando la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén… Ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoran en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24). 

El mayor riesgo de la religión es su absolutización. Es entonces cuando se hace indigesta e incluso peligrosa. Y constituye una tentación en la que es fácil caer: por un lado, porque se articula en torno a la experiencia de lo Absoluto; por otro, porque sus mediadores encuentran en ello el modo más eficaz de sostener y alimentar su propio poder. 

Se trata de un riesgo en el que han caído todas las religiones, provocando confusión y sufrimiento, a la vez que alentando posturas ateas y anticlericales. El propio Jesús denunció con fuerza ese engaño, lo cual, por cierto, provocó su ejecución. 

Frente a esa trampa, la religión solo es constructiva cuando se vive al servicio de la espiritualidad –en cuanto dimensión profunda y constitutiva del ser humano– y de la vida. La religión es una construcción humana; la espiritualidad, una dimensión básica y universal del ser humano. Religión es lo que tenemos; espiritualidad es lo que somos.

(Guía para volver a casa)

Enrique Martínez Lozano