lunes, 8 de diciembre de 2025

GÉNESIS 2-3: LA HISTORIA DE NUESTROS PRIMEROS PADRES

  
1. La expulsión del Edén no es una historia que tiene que ver exclusivamente con nuestros padres primitivos hace muchísimo tiempo, sino que refleja más bien el estado de nuestra propia vida interior. Hoy sabemos que esos relatos no son precisamente históricos, sino que pertenecen a la llamada literatura sapiencial (sabiduría), pero lo que narran sucede siempre en el corazón de cada persona, y por ende en esta Humanidad.

2. El Edén es el mito de nuestra mayoría de edad: con mucha facilidad sentimos la tentación de renunciar a la intimidad con Dios a cambio de una ilusoria autonomía o supuesta libertad, y esa es la fuente de nuestras miserias, de nuestro pecado.

3. La escena de Génesis 2-3 es dramática: se sitúa en un jardín paradisíaco donde la humanidad y la Divinidad coexisten en íntima unión. Se retrata a Dios con rasgos humanos (antropomórficos): camina, habla, tiene un conocimiento limitado. La historia del Edén pone a la humana al nivel de Dios: ven a Dios, hablan directamente con él, colaboran en la creación, y viven en un lugar que es propio de Dios. (Edén significa delicia).

4. Adam no es en principio un nombre, sino una descripción (“rojo”, hecha de arcilla o barro). Sólo cuando Dios crea a Eva (fuente de vida), Adán se convierte en nombre: nunca somos realmente “alguien” hasta que somos “alguien” en relación.

5. Esa intimidad que comparten ellos con Dios se presenta en término de “desnudez”. Y no se dan cuenta de que están desnudos hasta que comen del árbol del bien y del mal, que está justo en el centro del jardín del Edén; hasta que intentan afirmar su autonomía de Dios, comiendo de ese árbol del que se les había prohibido comer.

6. Creen que la sabiduría (el conocimiento del bien y del mal) se puede alcanzar al margen de Dios. Dice Tomás de Aquino: Que el árbol es el símbolo del deseo de autoafirmación y autonomía radical de la humanidad. Y ese árbol se erige alto, con raíces profundas y frutos tentadores, dentro de cada uno de nosotros. Y desde sus ramas extendidas susurra una serpiente muy astuta tentándonos a convertirnos en dioses por derecho propio, conocedores del bien y del mal, al margen de Dios.

7. Sin Dios, tratamos de construirnos una identidad alternativa que, sin el verdadero fundamento del ser, no es más que una apariencia ilusoria que llamamos el “falso yo”. Y ese es NUESTRO MAYOR ÍDOLO: la percepción ilusoria de nuestro yo autónomo, y atiborrados de su fruto, vivimos separados de nuestra identidad más profunda, que solo puede ser redescubierta en la unión desnuda con Dios.

8. Una vez que comieron del fruto esa desnudez ante Dios les avergonzaba (ya no es libertad ni signo de intimidad), y por eso SE ESCONDEN. Dios ya no puede localizarlos en el jardín y comienza a buscarlos desesperadamente: ¿DÓNDE ESTÁN?, grita Dios. Y allí, avergonzada, caída, alienada, está la Humanidad, agazapada en la oscuridad, temerosa de Dios.

9. Lo que sigue en la historia es una pregunta a la vez que una acusación: ¿QUIÉN TE HA HECHO VER QUE ESTÁS DESNUDO? Es la pregunta existencial a la que cada uno debe responder. ¿QUIÉN TE HA APARTADO DE MÍ, QUE SOY LA FUENTE DE TU EXISTENCIA? ¿POR QUË TE ESCONDES?

10. Hemos sucumbido a la terrible mentira de pensarnos separados de Dios, y estamos atrapados en una gran ilusión de dualidad. EN CONCLUSIÓN: hemos quedado ciegos ante la verdad de nuestra necesidad de Dios, como Fuente, Esencia y Destino, como el principio rector de nuestra existencia.

11. Queda un último detalle, que suele ser pasado por alto: Gn 3,21: “El Señor Dios hizo una túnica de pieles para el hombre y la mujer y los vistió”. Sin querer profundizar mucho en este aspecto, podemos decir que esta ropa prestada es nuestro EGO, que hay que saber diferenciar del falso yo. Nuestras prácticas de oración, ascetismo y virtudes tienen como objetivos fundamentales liberar al ego de la influencia del falso yo, y dejarnos desnudos ante Dios en una perfecta unión de amor.

12. La meta final es REVESTIRNOS DE CRISTO, el nuevo yo recuperado, restaurado, sanado (despojarse del hombre viejo y revestirse de Cristo). Dice Pablo: “Revístanse de amor, que es el broche de la perfección”.

13. Por ello, dentro de nosotros resuena un grito terrible: “Levántate y camina”, un grito de amor que pide lo imposible, luchando, a veces de manera violenta contra nuestra propia inercia y esterilidad para dar a luz a Dios dentro de nosotros.

14. El Edén y nuestra expulsión del paraíso es una realidad interior que cada uno de nosotros en su propia evolución espiritual está condenado a repetir, una condena que la tradición cristiana llama “pecado original”. Cada persona participa de esta lucha, y por eso necesita “convertirse”. Nos resistimos al crecimiento: inercia y esterilidad que tienden siempre a la muerte y la decadencia son los efectos paralizantes del pecado original. ESTE ES NUESTRO EXILIO.

15. Pero al mismo tiempo, el don del exilio es el ANHELO. Ser humano consiste en anhelar, y nada, salvo la unión desnuda con Dios, podrá satisfacer jamás ese anhelo. Y así podemos entender místicamente el camino del discípulo, del cristiano, del hombre o la mujer de oración: convencidos de que nos encontramos en un estado de exilio, anhelamos la intimidad divina del Edén.

16. La ENCARNACIÓN es la respuesta de Dios a todos los hijos de Adán, que han clamado: ¿Hasta cuándo te esconderás de mí? (Salmo 89, 47-49). En realidad, somos nosotros los que intentamos, una y otra vez, escondernos de Dios, aunque anhelamos todo el tiempo que nos encuentre. Y este don de nuestro anhelo solo puede producirse porque ya hemos sido encontrados (Salmo 139, 7-11).

17. El Dios trascendente del que habla el salmista es el mismo Dios ahora presente en Cristo, en quien nuestro exilio debe concluir final y definitivamente. Ese es el significado de la Encarnación: En Cristo fuimos encontrados.


(Resumen del segundo capítulo del libro "Contemplar a Cristo", de Vincent Pizzuto)


Origen del exilio interior

Alejamiento de Dios: el gesto de esconderse tras comer del fruto simboliza la ruptura de la confianza. Ya no se vive la desnudez como intimidad, sino como vergüenza.

Alejamiento de la creación: el jardín, que era “delicia”, se convierte en un lugar hostil. La tierra ya no es colaboradora, sino que se vuelve trabajosa y resistente.

Alejamiento de los demás: Adán y Eva ya no se reconocen en mutua comunión, sino que se acusan. La relación se fractura en sospecha y competencia.

Alejamiento de uno mismo: la identidad se fragmenta; aparece el “yo ilusorio” que busca afirmarse sin Dios, y con ello la sensación de vacío y miedo.