martes, 4 de abril de 2017

VOLUNTAD DE DIOS

Unas palabras del papa, comentando el evangelio, que no comparto: “¿Lo más importante de Jesús es que sane? No. ¿Qué nos enseña? No. ¡Que salva! Él es el salvador y nosotros somos salvados por Él, y esto es más importante…”. Pero qué es eso que llamamos salvación, si no incluye salud y aprendizaje; ya he comentado sobre esto varias veces. Es como si mostráramos la meta y no invitáramos al camino que conduce a ella. La fe y la magia son cosas diferentes, y lo que llamamos salvación engloba a todo el ser humano: también su inteligencia, sus emociones, sus relaciones, su cuerpo físico. Por tanto está claro que necesitamos aprender de Jesús y recibir sanación física y espiritual, para experimentar eso que llamamos “salvación”. Lo he dicho antes, ese es el camino de los verdaderos discípulos: conocer a Jesús, caminar con él, escuchar sus palabras, ser removidos en nuestras seguridades, experimentar el misterio de la cruz y la resurrección, para poder decir: ¡Este es el Salvador! La salvación no viene simplemente por el rezo, o por decir: ¡Señor, Señor!, sino porque aprendemos de él un nuevo modo de vivir juntos: compasivos y solidarios, servidores unos de otros, ayudando a construir una humanidad fundada en el Amor.

En un comentario que leo en el Diario Bíblico 2014 (que entonces aproveché poco), encuentro esta frase: “No olvidemos que la mayoría de las veces la voluntad de Dios discrepa hondamente de nuestra voluntad”. No estoy de acuerdo con esta afirmación, que encaja a la perfección en el pensamiento tradicional (teológico y devocional); ahí hay dualismo y pesimismo, modelo de un Dios distante y rival del hombre. Ambas voluntades, si es que pueden separarse, van siempre juntas, se solapan y confunden, se sostienen y alimentan mutuamente, porque Dios está dentro y no fuera, recorriendo siempre los caminos humanos. Merton tiene buenas reflexiones sobre este asunto; ayer mismo leía sobre ello en mi tesina, y antier en “Los hombres no son islas”, respecto a la vocación humana. Vuelvo a citar: “Nuestro destino es obra de dos voluntades, no de una sola. No es un hado inmutable, impuesto a nosotros sin elección nuestra por una divinidad sin corazón. Nuestra vocación no es una lotería sobrenatural, sino la interacción de dos voluntades, y, por consiguiente, de dos amores” (125).

De lo anterior, saca Merton dos conclusiones importantes para la vida de cada ser humano: 
1. Al hacer planes sobre el transcurso de nuestra vida, hemos de recordar la importancia y la dignidad de nuestra libertad. El hombre que teme decidir su futuro por un acto bueno de su libre albedrío, no entiende el amor de Dios. Porque la libertad es un don que Dios nos ha dado para poder amarnos más perfectamente, y ser amado por nosotros más perfectamente en reciprocidad”. 
2. La perfección del amor es proporcional a su libertad, y el amor más puro a Dios no es servil ni ciego, ni limitado por el temor. El alma que ama a Dios se atreve a elegir libremente, sabiendo que su libertad será aceptable para el amor.


Por todo lo anterior se comprende mejor de lo que hablamos cuando decimos “voluntad de Dios”; incluye nuestra filiación divina, nuestra comunión esencial con Dios, nuestra libertad y nuestra confianza. No hay miedo al elegir, más que el temor y el temblor de apartarnos del amor, que es el sentido último de nuestra existencia.

 Manuel Valls

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