La Eucaristia es el sacramento más importante, y participar en él cada domingo nos identifica como cristianos; sin embargo, cuantos hay que se dicen a sí mismos "católicos" y no van regularmente a celebrar su fe el domingo con la comunidad.
La misa empieza con el templo medio vacío, y luego se va llenando poco a poco, mientras transcurre la celebración; es una vez a la semana, y sin embargo no nos esforzamos por llegar a tiempo, y salimos luego de prisa sin saludar a nadie.
Cuando faltamos un domingo a la eucaristía, el domingo siguiente queremos confesarnos antes de comulgar, pero no venimos antes para hacerlo, sino que estamos en la fila de la confesión o hablando largamente con el sacerdote mientras transcurre la misa. Y volvemos a estar ausentes de la celebración. Nos parece importante confesarnos para comulgar, pero al parecer no es tan importante escuchar la Palabra o la homilía, o incluso entramos al confesonario cuando empieza el momento de la consagración.
En el momento de la consagración, muchos que están presentes no están atentos al altar; lamentablemente permanecen entretenidos, mirando a otro lado, como si lo que sucede en frente de ellos no sea importante ni significativo.
A veces la persona que se acerca a comulgar lo hace con poca o ninguna unción; la forma consagrada se recibe con la mano abierta o en la boca, pero no estira uno la mano para agarrarla. A veces la forma consagrada cae al suelo porque no hay el suficiente cuidado para recibirla.
¿Sabe la persona que comulga lo que está haciendo y lo que esto significa, cuando luego de recibir a Cristo en la comunión va y se arrodilla delante del sagrario a rezar?
Algunas personas llegan al final de la celebración, y van a pedirle al sacerdote o a un ministro que les de la comunión, como si recibirla fuera algo independiente, sin nada que ver con lo que se ha celebrado.
Fray Manuel de Jesús, ocd
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