El reciente documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Mater Populi Fidelis, ha suscitado reacciones diversas. Algunos lo celebran como una clarificación necesaria; otros lo lamentan como una pérdida de títulos entrañables. Personalmente, lo recibo como un paso humilde y valiente hacia una mariología más evangélica, más comunional.
Durante años, he sentido la necesidad de revisar ciertos lenguajes marianos que, aunque nacidos del amor, han terminado por oscurecer el misterio central de la fe: Cristo como único mediador y redentor. El documento reafirma que María no debe ser llamada “corredentora” ni “mediadora de todas las gracias”, porque tales títulos, aunque bien intencionados, pueden confundir y dividir.
Pero no se trata de empobrecer la devoción, sino de purificarla y centrarla. María sigue siendo madre, discípula, intercesora, figura de la Iglesia. El título propuesto —“Madre del pueblo fiel”— no es una concesión política, sino una invitación pastoral: reconocer a María como compañera del camino, no como figura paralela al Salvador.
En nuestras comunidades caribeñas, donde la devoción mariana es profunda y viva, este llamado puede ayudarnos a recuperar una liturgia más centrada, más comunional, menos ideologizada. María no divide; María une. No reclama protagonismo; lo ofrece. No eclipsa a Cristo; lo señala.
Este gesto doctrinal no cambiará de inmediato las prácticas populares, pero abre espacio para una pedagogía más sana, una catequesis que forma sin imponer, que acompaña sin confundir. Y eso, en tiempos de polarización eclesial, es ya una gracia.
Oración a María, Madre del Pueblo Fiel
Madre de Jesús y madre nuestra,
compañera silenciosa en los caminos del Evangelio,
enséñanos a mirar como tú:
con ojos de misericordia, sin protagonismos ni pretensiones.
Tú no pediste títulos ni altares,
solo dijiste “sí” y caminaste con tu pueblo.
Haznos discípulos como tú,
que escuchan la Palabra y la guardan en el corazón.
Líbranos de una fe que divide,
de imágenes que confunden,
de palabras que te colocan donde solo Cristo salva.
Queremos llamarte como te llama el pueblo:
Madre del consuelo, del aguante, de la esperanza.
Madre del pueblo fiel,
que no reclama tronos, sino que sostiene la cruz.
Ruega por nosotros,
para que la Iglesia sea comunión,
la liturgia sea encuentro,
y la devoción sea camino hacia el Reino.
Amén.

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