Los
hombres sufren de distintos modos y por diversas circunstancias. Hasta tal
punto sufren todos los hombres, que el dolor es una especie de segunda
naturaleza humana. De hecho, la memoria de un hombre es memoria de sufrimiento.
Al
mismo tiempo todos combatimos el sufrimiento con toda clase de remedios. La
vida humana parece ser un intento trágico de suprimir o al menos de alejar el
sufrimiento. Sufrir por sufrir es absurdo, escandaloso. El sufrimiento debe ser
combatido; no tiene sentido desde sí mismo.
Hay,
sin embargo, sufrimientos que tienen origen en el acaparamiento por unos pocos
de los medios de producción, en las discriminaciones éticas o raciales, abusos
de poder, restricción de libertades básicas, etc. Son los sufrimientos típicos
de los países menos desarrollados, hacia los que se desplazan las
contradicciones de los países opulentos. El combate contra esos sufrimientos
insoportables engendra un nuevo tipo de dolor, que deriva de una pasión por la
justicia y por la libertad. Es un sufrimiento digno, gratificante y liberador.
En muchas ocasiones no se analiza el
sufrimiento concreto e injusto del pueblo o de ciertos grupos sociales. Con el
pretexto de que todos los seres humanos sufren y de que Cristo sufrió por
todos, es abstraído el dolor o desplazado ilusoriamente. Surge entonces una
serie de ideologías sobre el sufrimiento con unas claras connotaciones
religiosas que enmascaran unas
escondidas intenciones políticas.
(Introducción
a la liturgia del sexto domingo ordinario, en el Misal de la Comunidad).
Podemos
añadir como colofón a lo anterior:
1. Dios
no quiere el sufrimiento nuestro, no es nunca su voluntad.
2. El
sufrimiento tiene causas inevitables (por nuestra condición humana, finita) y
causas evitables (pecado, injusticias).
3. Nuestra
tarea: luchar para eliminar lo evitable, y buscar un sentido a lo inevitable
desde nuestra experiencia de fe.
4. El
sufrimiento nunca es “santo” por sí mismo.
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