Comparto algunas ideas sobre la festividad litúrgica de Pentecostés, que celebraremos el domingo próximo, como cierre del tiempo pascual. Pero lo más importante es la repercusión de lo que celebramos en la vida cotidiana de hombres o mujeres de fe.
1. Preparamos esta fiesta con la oración personal y comunitaria, con novenas y vigilias, rezando o cantando la secuencia al Espíritu Santo que todos conocemos. Como los apóstoles esperamos reunidos como comunidad eclesial la renovación del don que un día recibimos en el bautismo; solemos decir: "Ven, Espíritu Santo", pero el Espíritu habita en nosotros, ya está. Es él quien despierta la vida que hay en nosotros, quien nos recrea una y otra vez. La respiración puede ayudarnos a tomar conciencia del actuar del Espíritu, cuando cada inspiración es figura del aliento de Dios en nosotros. El Espíritu nos apoya y consuela, es regalo y presencia del Padre y del Hijo, enciende nuestros sentidos e irriga amor en nuestros corazones.
2. Para hablar del Espíritu usamos símbolos o figuras: viento, fuego, agua. No podemos tener una imagen concreta, pero mediante estás figuras comprendemos su ser y su actuar en nosotros. Es aliento, respiración, suave brisa o tormenta; nos alienta, nos da vida, nos empuja y nos refresca. Es fuego, que purifica y calienta, que arde y mantiene la vida interior ("Llama de amor viva"), y es agua, fuente que sacia la sed, que hace crecer, que salta como un manantial de vida.
3. El Espíritu Santo nos da un lenguaje común, contrario al de la torre de Babel; nos permite entendernos y comunicarnos, crecer en comunión. Es la respuesta de Dios a la desunión, al desamor, a la violencia entre nosotros, a los partidismos y sectarismos. Nos enseña el lenguaje del amor, de la alegría y de la paz; sana y libera a las personas para que construyan el mundo nuevo de Dios.
4. El camino del Espíritu Santo es el camino de la vida, y se expresa a través de sus dones o carismas, que San Pablo enumera en la Primera carta a los Corintios: sabiduría e inteligencia, consejo y fortaleza, ciencia y piedad, y temor de Dios. El Espíritu nos regala sus dones cuando los necesitamos, y cada uno de nosotros tiene dones particulares que lo distinguen de los demás, y con los que puede aportar a la comunidad y al mundo la luz de Dios.
5. Pentecostés es el gran milagro de la comunidad, según la mirada de Lucas, el regalo del Espíritu o aliento de Dios según otros evangelistas. Ese milagro se repite cada vez que nos reunimos como Iglesia, anunciamos la Palabra con libertad y sin temor. Cada vez que la Iglesia se mueve y renueva, rema mar adentro y lanza las redes en el nombre de Cristo, y también cuando acaricia, perdona, acoge. Es el Espíritu Santo quien construye la Iglesia, la mantiene unida y la hace crecer en el amor.
6. En fin, el don de Dios, su Espíritu, tiene que ver con la plenitud humana, con abrirnos a todo lo que somos y podemos, con levantarnos de nuestros sepulcros y soltar nuestras cadenas, con crecer hasta el mismo Cielo, que es Dios. En el día de Pentecostés celebramos el nacimiento de la Iglesia, la plenitud de nuestra vida en Dios, y los dones que hemos recibido para trabajar en la construcción del Reino y en el mejoramiento humano.
Una Iglesia que se mueve por el Espíritu Santo es una Iglesia viva, militante, compasiva, solidaria, esperanzada.
Fray Manuel de Jesús
(Según un texto de Anselm Grün)
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