Hay, en los últimos tiempos, una profusión de imágenes de "custodias" y formas eucarísticas pululando en las redes; facebook está lleno de ellas. Las miro, leo los textos que las acompañan, y siento que algo falta, que no está completo el mensaje que pretenden trasmitir. Pienso que, si no se entiende que esa "Presencia" tiene su origen en la celebración litúrgica de una comunidad creyente, estamos trasmitiendo una imagen errada de nuestra fe.
Puede que en teoría digamos que las cosas están claras, que ya eso se sabe, pero nuestra práctica cotidiana dice otra cosa: se habla poco o nada de la comunidad de fe, se aisla la capilla del Santísimo del resto del templo, los fieles entran y salen de ella en medio de la celebración eucarística. Al mantenerse expuesto el Santísimo permanentemente, parece que este es independiente y centro de la vida de la comunidad, y no la celebración eucarística.
Al pan consagrado, signo de la Encarnación del Hijo de Dios, lo acabamos desencarnando, sublimando, elevando tanto, que deja de ser signo de una verdadera presencia real de Cristo en su comunidad, en medio del mundo. Todo lo anterior necesitaría una adecuada catequesis para que no vaya convirtiéndose en lo que NO ES nuestra fe.
Hay un vínculo estrecho entre la comunidad de Jesús, la celebración eucarística y la conservación de las formas consagradas para el servicio a los enfermos y la adoración, y ha de entenderse siempre en ese orden.
Primero la Iglesia, es decir, la comunidad creyente, el cuerpo de Cristo; luego, la comunidad que celebra, cumpliendo el mandato del Señor: la Eucaristía, ese momento que es fuente y culmen de la vida eclesial. En ella celebramos, alimentamos y anunciamos nuestra fe, y se cumple el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en medio de su comunidad. "Hagan esto en memoria mía".
Al pan consagrado, signo de la Encarnación del Hijo de Dios, lo acabamos desencarnando, sublimando, elevando tanto, que deja de ser signo de una verdadera presencia real de Cristo en su comunidad, en medio del mundo. Todo lo anterior necesitaría una adecuada catequesis para que no vaya convirtiéndose en lo que NO ES nuestra fe.
Hay un vínculo estrecho entre la comunidad de Jesús, la celebración eucarística y la conservación de las formas consagradas para el servicio a los enfermos y la adoración, y ha de entenderse siempre en ese orden.
Primero la Iglesia, es decir, la comunidad creyente, el cuerpo de Cristo; luego, la comunidad que celebra, cumpliendo el mandato del Señor: la Eucaristía, ese momento que es fuente y culmen de la vida eclesial. En ella celebramos, alimentamos y anunciamos nuestra fe, y se cumple el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en medio de su comunidad. "Hagan esto en memoria mía".
¿Qué es lo que quiere Jesús que hagamos? No un rito, sino un estilo de vida, una comunión fraterna, que comparte el alimento que es Cristo; el rito representa, expresa, actualiza. Es reunirse en torno a la mesa para volver a celebrar la Vida con Cristo, su entrega generosa hasta el extremo, y escuchar su Palabra y recibir el Pan y el Vino de la Vida. Ese misterio de comunión, de la Iglesia que celebra, queda luego en ese lugar que llamamos "sagrario", en el que se conserva el pan consagrado, el cuerpo de Cristo, como expresión de todo lo anterior: de la comunión, de la atención a los pequeños, de la cercanía del Señor con su Iglesia.
El "Santísimo", que también le llamanos, no es independiente de lo anterior, ni es más importante que lo anterior; suelo decir que es como un eco de lo anterior, una presencia "sacramental" en medio del templo y de la vida de la comunidad, como el corazón que late, en medio de la vida comunitaria. ¿Es Presencia real? Por supuesto, como también es real la presencia de Cristo en su comunidad y en su celebración, en su Palabra y en los demás sacramentos. Todas las formas de Presencia de Jesús en el mundo son reales. Y el pan y el vino consagrados durante la misa son "Cuerpo y sangre de Cristo", y los que la reciben son, por supuesto, Cuerpo de Cristo, Iglesia, y le llamamos "comunión" a ese momento de la celebración, porque alimenta y expresa la comunión de los bautizados. No se pueden separar esas tres realidades, o falseamos nuestra fe.
Pero entonces presentamos esas "custodias" enormes, a menudo super lujosas, como si representaran el centro de nuestra fe, lo máximo, y me pregunto siempre qué entenderan de ello los que no conocen nuestro credo. En la más reciente celebración del Corpus me vino esta imagen: tanta iluminación en esas grandes custodias ocultan la luz del pan partido y compartido. Sí, porque Jesús no se quedó sólo en el pan, sino en el pan que compartimos como comunidad creyente que celebra la Vida recibida de su Señor. Ese detalle es fundamental para entender la "Presencia" de Jesús en medio de los suyos, en la Eucaristía, y en las formas que conservamos luego en el Sagrario. Se trata de una "comida" en la que nos hacemos uno con Él, crecemos como discípulos y expresamos nuestro ser Iglesia.
Ahí está el Misterio que adoramos, y que tiene su origen, no en unas palabras mágicas dichas por un sacerdote, sino en una promesa de nuestro Señor, en unas palabras y una invitación: "Hagan esto en memoria mía... donde dos o tres se reunan en mi nombre, ahí estaré en medio de ellos... hasta el fin del mundo".
Si me preguntan dónde está la definitiva Presencia real de Cristo, a la que nos remite la enseñanza del mismo Jesús, y por ello nuestras celebraciones, nuestras devociones, nuestros ritos, yo diría: el prójimo, la hermana o el hermano, también el desconocido que sale a nuestro encuentro en el camino de la vida. Ese es el Gran Misterio que custodiamos y anunciamos: que el Verbo de Dios se hizo parte de nuestra carne y nuestra historia, y que en ella tenemos que buscarlo; el Misterio necesita de ritos, signos, palabras, imágenes, pero corremos el peligro de quedarnos en ellos, y no mirar más allá. No mirar, iluminados por aquellas palabras que resuenan siempre con fuerza: "Cada vez que lo hiciste con uno de esos, conmigo lo hiciste".
En lo sencillo y pequeño de este mundo Dios está y sale a nuestro encuentro: en la fragilidad de nuestra carne, en la tenue luz del pan compartido, en la fe de una comunidad creyente, en la oración confiada, en el abrazo entre hermanos, en la sonrisa de nuestros niños y la alegría de nuestros jóvenes, en la sabiduría y constancia de nuestros mayores, e incluso en el anhelo y la nostalgia insatisfechos de los que dicen no creer. Y todo eso está ahí, en la Eucaristía, pero dicho de tal manera que para escuchar y entender tenemos que "nacer de nuevo".
Acabo pues esta reflexión, resumiendo: Comunidad-Eucaristía-Sagrario, en ese orden siempre. No es magia, ni siquiera me gusta hablar de "milagro". Es FE, es confianza en la promesa de Jesús, que pide, exige, un verdadero, profundo y confiado AMÉN. Para quién escuchó su invitación a seguirle no hay ninguna duda: Cristo está REALMENTE PRESENTE en medio de nosotros.
Fray Manuel de Jesús, ocd
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