Varias veces en el transcurso del año litúrgico leemos el relato evangélico de la Transfiguración de Jesús en lo alto del tabor. Parece evidente que parte de una fuerte experiencia espiritual vivida por los discípulos, aunque luego se narre con los elementos típicos de las teofanías bíblicas. Jesús sube al monte, acompañado de tres de los suyos, los más cercanos, y allí vive una experiencia que se describe como altura, resplandor, nube, diálogo, voz... Los discípulos no comprenden, quieren prolongar el bienestar que sienten, y al final se les invita a no revelar lo vivido.
Lo mismo que el Bautismo de Jesús está teologicamente vinculado con las tentaciones en el desierto, así también la transfiguración está vinculada con la experiencia de la pasión y muerte de Jesús. Además, parecen estar en paralelo en Lucas los relatos de la transfiguración y la oración en el huerto; en ambas Jesús vive algo fuerte, sobrenatural, acompañado de los mismos discípulos, animado ya sea por Moisés y Elías o por un ángel, mientras los suyos están totalmente despistados o se duermen.
Como escribe Enrique Martínez Lozano, al comentar el pasaje bíblico de hoy: "Todas las circunstancias difíciles, incluido el dolor y la muerte, pueden ser vividas desde una experiencia de plenitud, siempre que seamos capaces de no desconectar de nuestra verdadera identidad". Ese el mensaje que queda a la comunidad creyente, y al discípulo luego: En medio de la prueba es fundamental conectar con la luz que nos habita. Nuestra identidad, de hijas e hijos de Dios, no desaparece en los momentos de oscuridad y prueba, sino que se refuerza, y por ello debemos entregarnos con confianza, pidiendo a Dios ser transfigurados a imagen de Cristo.
Esa imagen luminosa, la de Cristo Resucitado, está en cada uno de nosotros; es la imagen de Dios en sus creaturas, es el jardín interior de que habla Teresa, y el Sol que brilla en cada ser humano, según Merton. Es el resplandor de Cristo que nos alcanza, ofreciéndonos una vida nueva, que nace de la misericordia, del perdón y el amor infinitos de Dios.
Que esa luz, pedimos cada día, pueda más que el dolor, el pecado y la muerte, y nos TRANSFIGURE.
Esa imagen luminosa, la de Cristo Resucitado, está en cada uno de nosotros; es la imagen de Dios en sus creaturas, es el jardín interior de que habla Teresa, y el Sol que brilla en cada ser humano, según Merton. Es el resplandor de Cristo que nos alcanza, ofreciéndonos una vida nueva, que nace de la misericordia, del perdón y el amor infinitos de Dios.
Que esa luz, pedimos cada día, pueda más que el dolor, el pecado y la muerte, y nos TRANSFIGURE.
P.Manuel Valls, ocd
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