En
el diálogo con Dios aprende el verdadero profeta cuál es su misión; en la búsqueda
diaria del rostro de Dios se descubre a sí mismo y su lugar en el mundo. En la Escritura aparece esto representado con
la imagen del Vigía, que atento desde las murallas al peligro que acecha la
ciudad, y ceñido con la escucha de la palabra infinita, cumple su cometido,
traduciendo y trasmitiendo la llamada de Dios.
Pero el profeta no es salvador, no puede recorrer el camino por
nosotros; él habla y luego cada uno ha de tomar el camino de la vida por sí
mismo (Ezequiel 33, 7-9).
"A nadie le deban nada, más que
amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley... Uno
que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley
entera" (Romanos
13, 8-10)
El
Evangelio, una parte del discurso de Jesús acerca de la vida en comunidad, que
la entiendo desde las dos lecturas previas: misión profética y profundo amor al
otro, dos realidades que han de andar en perfecto equilibrio. Ni anuncio sin
amor, ni amor sin llamada; paciencia con el que falla, fuerza de la oración
comunitaria, que comparte toda ella la vocación de atar y desatar. La comunidad
cristiana es Cuerpo de Cristo, y al celebrar la Eucaristía cumple por
antonomasia la palabra del Señor: Yo
estoy en medio, cuando ustedes se reúnan en mi nombre.
Toca
ahora revisar los comentarios habituales para confrontar, enriquecer o ampliar
el mensaje que recibo a nivel personal. Por ejemplo, Castillo dice que no se puede tolerar la división dentro de la
comunidad: creo que hay que partir de lo real, de que esas divisiones y
enfrentamientos existen en la realidad, y por eso se habla de cómo resolverlos;
tampoco entiendo que el “trátenlos como
paganos o publicanos” implique expulsarlos, sino volver a empezar con ellos
el camino de evangelización.
Sobre esto escribe Enrique Martínez Lozano: “En todo grupo o
comunidad, las tensiones son inevitables. Son resultado de la diferencia de
necesidades y de aspiraciones que vive cada uno de los miembros. La clave está
en el modo de gestionarlas. Cuando su gestión no es adecuada, desembocan en
conflicto abierto; cuando es acertada, se convierten en oportunidad de
aprendizaje y de crecimiento para las personas y para la propia comunidad”.
Por
su parte, Fray Marcos resalta el
valor de la comunidad como última instancia de perdón y sanación de la persona
(no hay persona sin comunidad), y habla del pecado como algo que no es
solamente privado, interior, sino como realidad que daña y divide a la
comunidad cristiana. El mensaje de PAGOLA,
como siempre, sencillo y profundo: invita a habitar en un espacio creado por
Jesús; por su claridad lo copio acá, es una catequesis:
“En la Iglesia
de Jesús no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o
por miedo. Sus seguidores han de estar «reunidos
en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio. Esta es
también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos, aunque seamos dos o
tres. Reunirse en el nombre de Jesús es crear un espacio para vivir la
existencia entera en torno a él y desde su horizonte. Un espacio espiritual
bien definido no por doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el Espíritu de
Jesús, que nos hace vivir con su estilo. El centro de este «espacio
Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda
comunidad cristiana: «hacer memoria de
Jesús», recordar sus palabras, acogerlas con fe y actualizarlas con gozo.
Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra vida nos permite entrar en
contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir creciendo como discípulos y
seguidores suyos. En este espacio creado en su nombre vamos caminando, no sin
debilidades y pecado, hacia la verdad del evangelio, descubriendo juntos el
núcleo esencial de nuestra fe y recuperando nuestra identidad cristiana en
medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la rutina y tan paralizada por
los miedos”.
En resumen: Pensamos en Comunidad y Caridad como dos palabras y realidades afines, que se complementan necesariamente. Si se pierde un hermano, hay que buscarlo sin descanso y no cejar hasta encontrarlo, y dialogar en todas las instancias posibles, antes de declararlo perdido. “Día a día, poco a poco... el tiempo de Dios no es el nuestro, eso está claro... y en su paciencia infinita, sabe que por muy endurecido que esté nuestro corazón, el Amor, se abrirá camino... poco a poco... día a día” (Salomé Arricibita). El perdón puede transformar profundamente el interior de los seres humanos, y cuando lo presenciamos, nos transforma.
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