Ábrete al Dios que ha llegado a tu vida, primero llamando y luego irrumpiendo con fuerza, desatando un viento interior que te saca del encierro en que vives (el ego, tus prejuicios, tus temores, tu ceguera y tu mudez, tu sordera y tu cojera) para convertirte en un hacedor de puentes, en un profeta, en un sacerdote, en un rey… es decir, en un hijo.
Ábrete a tus hermanos, los demás seres humanos, sin separarlos o discriminarlos, por su posición social, por su raza, su opinión, su religión. Todos somos pobres y pequeños para Dios, todos necesitamos de los demás, todos anhelamos la plenitud, la libertad y la alegría verdaderas, aunque no siempre lo sabemos.
“Sean fuertes y no teman”, miren que viene Dios a liberar a los cautivos, y quiere que seamos sus colaboradores en esta gran empresa. Mira a tu alrededor y verás cuántos no pueden ver, ni oír ni hablar, ni saltar de gozo: pero si no te abres tú primero, no podrás ser puerta abierta y camino ancho y esperanza viva para los otros.
Fray Manuel de Jesús, ocd
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