miércoles, 25 de enero de 2012

BUSCANDO A DIOS 2


Paul Tillich (1886-1965) consideraba al Dios moderno una idolatría que los seres humanos debían dejar atrás. Un Dios que interfiriese con la libertad humana sería un tirano, no muy diferente de los tiranos humanos. Un Dios considerado una persona en un mundo de su propiedad, un ego que se relaciona con un , sería simplemente un ser. Incluso el Ser Supremo sería otro ser, el punto final de la serie. Sería un ídolo, una construcción humana que se había convertido en absoluto. Los seres humanos están predispuestos crónicamente a la idolatría. La “idea de que la mente humana es una fabricante perpetua de ídolos es una de las cosas más profundas que se pueden decir sobre nuestro pensamiento de Dios”, señalaba Tillich. Incluso “la teología ortodoxa no es otra cosa que idolatría”. El ateismo, al rechazar apasionadamente a un Dios que había sido reducido a un mero ser, es un acto religioso.
  Durante siglos, símbolos como Dios o la providencia permitieron a los seres humanos examinar los altibajos de la vida temporal para atisbar al Ser mismo. Esto les ayudaba a soportar el terror de la vida y el horror a la muerte, pero ahora, decía Tillich, muchos habían olvidado cómo interpretar el viejo simbolismo y lo consideraban algo puramente objetivo. En consecuencia, esos símbolos se habían vuelto opacos; la trascendencia no brillaba a través de ellos. De este modo murieron y perdieron su poder; por eso, al hablar de esos símbolos de una manera literal, hacemos afirmaciones que son inexactas y falsas. De ahí que Tillich, como otros teólogos premodernos, podía afirmar sin reserva: “Dios no existe. Él es, siendo más allá de la esencia y la existencia. Por lo tanto, afirmar que Dios existe es negarle”. Esta no era, como creyeron muchos de sus contemporáneos, una afirmación atea. Dios no puede ser un objeto de conocimiento, como los objetos y las personas que vemos a nuestro alrededor.
 Tillich invitaba a descubrir “al Dios que aparece cuando Dios ha desaparecido en la inquietud de la duda”. Le gustaba llamar a Dios “el fondo del ser”. Eso que llamamos Dios es fundamental a nuestra existencia. Por eso, el sentido de la participación en Dios no nos aliena de nuestra naturaleza o del mundo, como habían supuesto los ateos del siglo XIX, sino que nos remite a nosotros mismos. Tampoco él considera la experiencia del Ser como un estado exótico. La conciencia de Dios no tiene un nombre especial propio, sino que es fundamental a nuestras emociones ordinarias de valor, esperanza o desesperación. Para Tillich, Dios era “la preocupación última”, y pensaba que experimentamos lo divino en nuestro compromiso absoluto con la verdad última, el amor, la belleza, la justicia  la compasión, aun cuando pueda requerir el sacrificio de la propia vida”. (Continuará)

 (Tomado de: “En defensa de Dios”, de Karen  Armstrong, Paidós, 2009)