viernes, 20 de enero de 2012

BUSCANDO A DIOS


 Después de la Segunda Guerra Mundial, filósofos y teólogos lucharon con la idea de Dios, tratando de recatarla del literalismo que la había hecho increíble. Al hacerlo, con frecuencia, resucitaron las maneras premodernas, más antiguas, de pensar y hablar de lo divino”. Así escribe en su libro, “En defensa de Dios”, Karen Armstrong, y de él tomamos algunos pasajes para estas entradas, como un estímulo para la lectura completa de este libro.

Ludwig Wittgestein (1889-1951), dejó de creer que el lenguaje debiera limitarse a afirmar hechos, y reconoció que las palabras también trasmitían órdenes, hacían promesas y expresaban emociones. Volviendo la espalda a su inicial ambición moderna de establecer un solo método de llegar a la verdad, Wittgestein mantenía ahora que existía un número infinito de discursos sociales. Cada uno de ellos era significativo, pero sólo en su propio contexto. Por eso es un grave error “hacer de la creencia religiosa una materia susceptible de prueba a la manera en que lo es la ciencia”, dado que el lenguaje teológico funciona “en un plano enteramente diferente”. Tanto los positivistas y los ateos, que aplicaban las normas de racionalidad científica y el sentido común a la religión, como aquellos teólogos que trataban de probar la existencia de Dios, habían hecho un “daño infinito”, porque suponían que Dios era un dato externo, idea que a Wittgestein le resultaba intolerable. “Si yo penara en Dios como otro ser fuera de mí, sólo que infinitamente más poderoso, entonces consideraría que es mi deber desafiarle”. El lenguaje religioso es esencialmente simbólico; es repugnante si se interpreta de modo literal, pero desde un punto de vista simbólico tiene capacidad para manifestar una realidad trascendente de la misma manera que los relatos cortos de Tolstói.  Nunca llegaremos a conocer a Dios meramente hablando de Él. Tenemos que cambiar de comportamiento, “tratar de ser útiles a otras personas”, y dejar atrás el egoísmo.  Si alguien, un solo día, fuera capaz de hacer que toda su naturaleza se inclinara “en humilde resignación hasta el polvo”, Dios, por decirlo sí, vendría a él.
Rudolf Bultmann (1884-1976) insistía en que Dios debe ser desobjetivado y en que las Escrituras no trasmiten una información objetiva, y que sólo pueden ser entendidas si los cristianos se implican existencialmente en su fe. “Creer en la cruz de Cristo no significa preocuparse por un acontecimiento objetivo, sino más bien hacer nuestra la cruz”. Los europeos han perdido la sensación de que sus doctrinas son meros gestos hacia la trascendencia. Su enfoque literario muestra un malentendido total del propósito del mito, que “no es ofrecer un cuadro objetivo del mundo tal cual es… El mito no debe interpretarse cosmológicamente, sino existencialmente”. La interpretación bíblica no puede siquiera comenzar sin un compromiso personal, por eso la objetividad científica es tan ajena a la religión como al arte. La religión sólo es posible cuando las personas se sienten “inquietas ante la pregunta por su propia existencia y pueden escuchar la propuesta que hace el texto”.  El examen atento de los Evangelios muestra que Jesús no veía a Dios como “un objeto de pensamiento o la especulación”, sino como una demanda existencial, un “poder que obliga al hombre a una decisión, que le enfrenta con la demanda del bien”.Bultmann entendía que el sentido de lo divino no es algo que se capte de una vez por todas; llega a nosotros de forma repetitiva, por la atención constante a las demandas del momento. No hablaba de una experiencia mística exótica; habiendo vivido durante los años del nazismo, sabía con cuánta frecuencia hombres y mujeres se ven enfrentados, en esas circunstancias, a una exigencia interna que parece venir del exterior y que no pueden rechazar sin negar lo que es más auténtico para ellos. Dios es, por tanto, una demanda absoluta que arrastra al ser humano, más allá del interés propio y el egoísmo, hacia la trascendencia.
(Continuará...)