En
la enfermería de un convento de religiosas el capellán se había propuesto
animar la celebración dominical. Prescindió ese día de la casulla, se revistió
solamente con un alba y la estola de tierras sureñas que le regalara la ONG sin
fronteras. Se sentó en un sencillo taburete a dos pasos del primer banco y
saludó sonriendo: Buenos días, hermanas,
que el Señor siga estando con nosotros, como lo está continuamente. Y dicho
esto, comenzó a compartir desde la fe la vida: la de su semana de ministerios,
la del país con sus debates políticos crispados, la el ancho mundo lleno de
problemas que podríamos resolver si quisiéramos cambiar…
Una
religiosa anciana en silla de ruedas y con dificultad de audición se esforzaba
en entender, pero se perdía desconcertada. Al fin preguntó a la acompañante: ¿Qué pasa? ¿Es que hoy no hay misa?
Contestó en voz baja la novicia: Hoy,
hermana, lo que tenemos es una eucaristía… La veterana contestó: Ah, bueno… con aire de resignación.
Juan
Masiá, S.J.
(Revista VIDA NUEVA, 15 de octubre de 2005).
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