sábado, 8 de agosto de 2020

CAMINAR SOBRE LAS AGUAS (DOMINGO XIX. A)

Repasando las lecturas bíblicas de este domingo XIX: buenos textos, que posibilitan compartir ideas en torno a la manera de presentar la fe, de ser cristiano, ahora mismo en nuestro mundo, con las dificultades inherentes a él. 


Elías (1 Reyes 19, 11-13) huye y se refugia en el monte de Dios, allí donde Moisés recibió la Ley; se esconde en una cueva. Pero Dios le dice: sal fuera, y mírame pasar… no soy terremoto, ni huracán, soy brisa suave… regresa de donde viniste, es allí en medio de la historia donde te necesito, donde debes encontrarme y anunciarme. 

San Pablo, escribiendo a los Romanos (9, 1-5), no condena iracundo a los judíos, su pueblo, el pueblo de Jesús, porque no quieran convertirse; al contrario, dice que sería capaz de aceptar ser aborrecido de Dios y separado de Cristo, si así pudiera favorecer a los de su sangre. 

Finalmente, en el Evangelio (Mateo 14, 22-33), mientras Jesús despide a la gente y ora en solitario, los discípulos se adelantan viajando en barca hasta la otra orilla, y así se ven en medio de la tempestad. Reacción: miedo, incluso de Jesús cuando le ven venir; pero Él les conforta: Soy Yo, no tengan miedo

Dice el Comentario Bíblico: “La barca de la que se habla es símbolo de la comunidad, es el lugar donde ha de vivirse la experiencia de la fe. Está llamada a experimentar la presencia de Dios en medio de las contradicciones de la historia”. Adheridos al Dios que se revela en la historia, se llega a lugar seguro, y permite descubrir la novedad de Dios en medio de los acontecimientos cotidianos. La fe no nos da ventaja en el sentido de exonerarnos de las dificultades y contrariedades de la vida. Jesús nos invita a caminar sobre el mar (por encima de la tempestad, de las olas encrespadas); no para desafiar la física, sino para asumir la historia, la vida, los contextos y lugares concretos donde hoy vivimos la fe de una manera humanizadora y esperanzadora. Los seguidores de Cristo miramos más lejos, tenemos visión de la orilla hacia la que navega nuestra barca. 

Al respecto, escribe José Antonio Pagola: “No hemos de confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o principios. Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del ser humano, su tarea y su destino último. Pero ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos y esperanza última de nuestro futuro. Por eso se puede ser verdadero creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregado a Dios en actitud de fe. Mateo ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro, que «caminaba sobre el agua» acercándose a Jesús. Eso es creer. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos y definiciones. Vivir sostenidos no por nuestra seguridad, sino por nuestra confianza en él”. 

En ese mismo sentido escribe Fray Marcos: “También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús parece no estar presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo. La gran tentación ha sido siempre que se manifestará de forma portentosa (el Dios que buscaba Elías). Seguimos esperando de Dios el milagro. Pero Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro” (...un latido, el de la vida). 

Algunas ideas interesantes de Fray Marcos, respecto al texto del Evangelio: parece más un relato pascual, una aparición de Jesús a sus discípulos después de la resurrección. La historia aparece en Mateo, Marcos y Juan; en los dos primeros Jesús les invita a adelantarse, en el otro ellos se van, molestos tal vez por el rechazo de Jesús a ser considerado rey. En los tres Jesús ha orado previamente, luego de haber multiplicado los alimentos, en los tres camina sobre el agua, en los tres los discípulos tienen miedo. Jesús responde siempre: Soy yo, no tengan miedo. “En el AT, el monte es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino. Como Moisés, la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en esa cercanía a la esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles piensan en medrar. Para superar la tentación, Jesús se pone a orar. Orar es darse cuenta de lo que hay de Dios en él para poder vivirlo. Es muy interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando así la idea simplista que tenemos de que él era Dios, sin más. Jesús tiene necesidad de momentos de auténtica contemplación”. 

Más de Fray Marcos: “En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la experiencia de la resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de Jesús. 

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente saciada. Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les hace descubrir al verdadero Jesús. 

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El “ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia. 

El episodio de Pedro, merece una mención especial ya que tiene mucha miga. Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; que es lo mismo que decir: haz que yo partícipe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ¡ven! 

Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano consciente. En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento. Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación. Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades. 

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, solo puede ser vivida…”. 

Finalmente, la mirada siempre peculiar de Enrique Martínez Lozano: “El relato concluye con una profesión de fe hacia la que iba dirigida toda esta catequesis: “Realmente eres Hijo de Dios”. La comprensión experiencial nos permite reconocer que esa expresión no es exclusiva de Jesús –por más que él la viviera de una forma consciente y coherente–, sino que nos alcanza a todos. Somos “hijos e hijas de Dios”, es Dios expresándose en las formas o personas en las que nos estamos experimentando. 

Nuestra realidad es una paradoja porque estamos constituidos por un “doble nivel”: nuestra personalidad –el yo particular, separado, lo que creemos que somos cuando nos pensamos– y nuestra identidad –aquello que somos antes de pensarnos o cuando quitamos todo pensamiento, pura consciencia, “Yo soy” sin más añadidos–. Por decirlo brevemente, somos, a la vez, “Jesús” y “Pedro”. La clave de la sabiduría –y quizás el “mensaje” de este relato– es la siguiente
¿cómo vivirnos como “Pedro” sabiendo que somos “Jesús”? ¿Cómo vivo entre el miedo y la confianza?”.

(Textos tomados de Fe Adulta)

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