sábado, 1 de agosto de 2020

UNA MESA ABUNDANTE PARA TODOS (Domingo XVIII, A)

"¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?" (Isaías 55).

 Si la Eucaristía celebra una entrega, la de Cristo, una donación, un servicio, no es posible celebrarla más que buscando una justicia mayor, metidos de lleno en la dinámica de la caridad. Sin embargo, la caridad ha sido frecuentemente falseada, reducida a consuelo de afligidos, y materialmente a la limosnas. Para recuperar su sentido primigenio, se  dijo que la caridad era amor; pero también el amor lo hemos prostituido por la retórica, volviéndolo inoperante. Lo hemos reducido a mero sentimentalismo, a pura exterioridad, a simples palabras. 


Un primer paso en el rescate del amor o la caridad ha consistido en situarla como constitutivo antropológico humano, es decir, como realidad que pertenece a su esencia, a su ser; pero no puede quedarse entonces la caridad en el ámbito personal, familiar o conyugal. La relación de amor no es simplemente yo-tú o yo-nosotros, sino también yo-pueblo, yo-hermanos. Sin praxis, sin una acción que contribuya a la transformación del mundo, no hay amor verdadero, no hay caridad. El amor cristiano es caridad política: ha de alcanzar la sociedad entera.

El prójimo en los Evangelios no es tanto el que está próximo, sino el que padece necesidad, el desheredado, el desvalido, el marginado. En nuestro mundo no solamente hay personas así, sino también grupos, clases sociales, países enteros. La liberación y su celebración cristiana en la Eucaristía y demás sacramentos sólo son posibles y creíbles a partir de la práctica concreta de una caridad "política" que abarque a todos.

Veamos cómo esto se refleja en los textos que nos propone la Iglesia para nuestra celebración de este domingo:

En la primera lectura (Isaías 55, 1-3) Dios invita a buscar lo verdadero en medio de las muchas opciones cotidianas, a encontrar lo que realmente satisface y calma ese anhelo interior que hay en cada ser humano y en la humanidad en general. "Vengan y coman", es la invitación, incluso si no tienes cómo devolver el favor; no se agoten buscando lo perecedero. 

En el Salmo (144) reconocemos que es Dios el que da en abundancia: "Abres Tú la mano y nos sacias de favores".

Si queremos, si respondemos a ese amor abundante, no habrá nada que nos pueda apartar de Él, dice San Pablo, en su Carta a los Romanos (8,35. 37-39). Jesús es la máxima expresión de la abundancia de Dios, y lo expresa en el relato de la multiplicación de los panes; él, que no usa su poder para escapar de la muerte, manifiesta la bondad infinita de Dios para con todos (Mateo 14, 13-21). 

La pregunta sería entonces: ¿Por qué hay tanta necesidad, tanto sufrimiento, tanto dolor en nuestro mundo? Porque no hay caridad, porque no hay amor, porque prima el egoísmo, y nuestros afectos son pequeños, mediocres, condicionados. ¿Somos diferentes los que nos llamamos discípulos de Cristo?

La Eucaristía no es un mero rito que debemos cumplir, es un estilo de vida, una exigencia que brota de la caridad desbordante del corazón de Cristo; al celebrarla sembramos la semilla para una cosecha grande, la del Reino de Dios, y en él, se hará realidad todo anhelo, toda justicia, todo amor. La promesa de Dios no es para unos pocos privilegiados, es para todas y todos, y nuestra fe concreta ha de ser por ello realmente "católica", es decir, abierta, universal.

Cuando participemos en la próxima Eucaristía recordemos esto: no es una devoción, un cumplimiento; es un trabajo necesario el que nos toca como discípulos (pescar, sembrar, pastorear) de modo que "Nuestra caridad no sea una farsa", sino un desafío, una aventura, la más grande de todas: construir con Cristo, y desde el amor, una nueva humanidad, en la que todos seamos hermanos, que glorifique a su Creador

Fray Manuel de Jesús, ocd

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