Cierra el mes de Julio con la memoria litúrgica de San Ignacio de Loyola, y comienza agosto con la de San Alfonso María de Ligorio; dos santos grandes, que aunque vivieron en momentos diferentes de la historia tienen algunas cosas en común. Ignacio vivió en el siglo XVI y Alfonso en el XVII, pero ambos tuvieron una experiencia de conversión en la edad adulta; el primero fue soldado, paje del rey, militar, y vivió la experiencia de la derrota en la guerra, terminando muy mal herido, mientras que el segundo estudió leyes, y al perder un juicio muy importante, se sintió herido en su orgullo y abandonó la profesión. Dos experiencias de derrota que abrieron la puerta de algo nuevo: para Ignacio, la lectura reposada de la vida de Cristo y de muchos santos; para Alfonso, descubrir el camino del sacerdocio. En ambos casos enfrentando obstáculos y dificultades, en ambos casos impulsados por una fuerza interior que les convirtió finalmente en fundadores: la Compañía de Jesús (Jesuítas) y la Congregación del Santo Redentor (Redentoristas). Del segundo quiero escribir un poco más:
En el año 1762 fue consagrado obispo de una pequeña diócesis, y en ella trabajó por reformar la administración y procurar la formación del clero. Con la salud debilitada renunció en 1775, para dedicarse a su congregación, que no terminaba de ser reconocida y aceptada por la Iglesia, a causa sobre todo de cuestiones políticas de fondo, lo cual le causó múltiples sufrimientos, físicos y espirituales, sumadas a contiendas dentro de la propia congregación. El golpe definitivo llegó cuando fue expulsado de la familia que había fundado, a causa de una firma equivocada; su salud y ceguera avanzada no sirvieron como excusa.
"Las persecuciones son, a las obras de Dios, lo que la helada de invierno a las plantas; lejos de destruirlas, las ayudan a hundir las raíces en la profundidad del suelo y las llenan de más vida".
Fray Manuel de Jesús, ocd
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