martes, 6 de abril de 2021

EL TIEMPO PASCUAL

La Iglesia celebra siempre en cada una de las Misas la misma realidad: El misterio pascual de Cristo, el Señor, su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección de entre los muertos y su admirable ascensión. “Muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida” (Prefacio de Pascua). Todas las celebraciones de la Eucaristía, las de los domingos y las de cada día, actualizan entre nosotros la salvación continuada del misterio pascual.

Pero existe una época del año litúrgico en la que la Iglesia despliega ante nuestros ojos toda la riqueza doctrinal y de vida de este misterio a fin de hacérnoslo vivir proponiéndolo plásticamente a nuestra fe. Y así como en las misas normales se realiza todo esto en la unidad de una celebración, en el Triduo Pascual se van proponiendo los diversos aspectos de este gran misterio, pero de manera que no pierdan el sentido unitario que enriquece y contiene a cada uno de los otros aspectos. El Triduo constituye la cumbre de todo el año litúrgico, la solemnidad de las solemnidades a la cual nos ha ido preparando toda la Cuaresma.

Por Fiestas Pascuales entendemos aquí no solamente dicho Triduo Pascual, sino su continuación lógica de todo el tiempo de Pascua que, según el calendario litúrgico actual, se continúa a lo largo de 50 días hasta la fiesta de Pentecostés.

En cada uno de los tres aspectos del misterio pascual podemos ver puntos de contacto con la mentalidad del hombre de hoy. El hombre actual huye del sufrimiento, de la privación y de la muerte; pero a la vez también está más capacitado para comprender su radical caducidad y su destino de muerte. La experiencia de cada día nos enseña que, a pesar de todos los esfuerzos, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte continúan siendo patrimonio común de la Humanidad.

El misterio de la sepultura de Cristo, segundo aspecto de este misterio pascual, subraya la importancia de la esperanza en el cristianismo. El sábado del sepulcro vacío prepara la gran esperanza del triunfo a pesar de todas las apariencias contrarias. El hombre de hoy no soporta los tiempos vacíos y los compases de espera; parece ebrio de rapidez y de eficacia. A la misma vez, es un hombre amarrado a la historia, abierto al futuro, que equivale a decir sediento de esperanza. En el alma moderna encaja perfectamente esta esperanza cristiana si sabemos presentarla, no como esperanza pasiva, sino como activa preparación al triunfo de Cristo, que es, al mismo tiempo, triunfo del ser humano.

El tercer aspecto del misterio pascual es el triunfo de Cristo sobre la muerte; su resurrección presenta un carácter francamente afirmativo. La fe cristiana conduce a la victoria, pero es necesario comprender su verdadero sentido. El triunfo ha sido conseguido plenamente por Cristo, pero aún no se ha hecho patente a todos los seres humanos. Entre la batalla ganada por Cristo y su victoria final transcurre el tiempo de la Iglesia, la tarea de conseguir sumar a todos los hombres y mujeres de este mundo para que hagan suya la victoria del Señor. Hay que tener presente que el mundo actual se entusiasma ante cualquier perspectiva de afirmación de los valores genuinamente humanos, pero también rechaza un triunfalismo avasallador que no respeta la libertad y la dignidad de las personas. La victoria de Cristo es nuestra liberación de todo servilismo, y se apoya en. el servicio generoso a todos.

La Iglesia visible y espiritual es el lugar del encuentro entre Dios y los seres humanos
: es una señal levantada entre las naciones que encuentra su momento más significativo en esta solemnidad de la Pascua; por lo que nuestras celebraciones y nuestras vidas han de manifestar como en ningún otro del año al Cristo vivo que camina en la historia humana.

En los días de semana durante estas siete semanas de Pascua tomamos como primera lectura el libro de los Hechos de los Apóstoles. Dentro de la Octava de Pascua se proponen los Evangelios de las apariciones del Señor resucitado, conservando las conclusiones de los Sinópticos para la solemnidad de la Ascensión. Después de la Octava se lee el Evangelio de San Juan, tomando los textos de índole pascual y completando así la lectura que se ha hecho de este Evangelio en el tiempo de Cuaresma.

(Notas tomadas de los comentarios bíblicos al Leccionario Ferial)

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