domingo, 31 de julio de 2022

EN TODO, AMAR Y SERVIR

Jesús era un hombre libre
y su propuesta, el camino del reino, tenía que ver con la liberación plena del ser humano; el mismo que vive bajo diversas esclavitudes, por no saber quién es ni cuál es el sentido de su existencia. Suele hablarse de las tres dependencias o esclavitudes fundamentales: el poder, el placer y el tener, y la propuesta de Jesús de invitarnos a ser nuevas criaturas, a nacer de nuevo, tiene que ver con redescubrir un nuevo centro en nosotros, de tal manera que ninguna de esas esclavitudes ocupe el centro, el lugar de lo absoluto en nosotros. 

Jesús no era un hombre ajeno o contrario al placer, como a veces se ha presentado, porque le gustaba comer, beber, compartir; pero sí fue un hombre libre frente a las posesiones materiales, y era contrario a un poder que no fuera servicio. Hoy la Palabra nos presenta de alguna manera dos caminos: el del sabio de la primera lectura que parece despreciar cualquier aspiración humana, llamándola ilusión o vanidad, porque acaba en la muerte, y la propuesta de Jesús, que comparte determinados elementos con el sabio del Antiguo Testamento, pero no es pesimista como la primera, sino optimista. La propuesta de Jesús es liberadora; nos dice: busquemos lo esencial, lo mejor, y lo pongamos en el centro y todo lo demás que esté al servicio de esto. 

Para Jesús lo más importante, lo que prepara un lugar en la casa del Padre, es el compartir; el redescubrirnos en Dios para encontrarnos como hermanos, trabajando por un proyecto común. Ese proyecto es fuente de vida, vida verdadera, porque no acaba con la muerte, porque nos permite participar del Ser de Dios, que es eterno. Aquí la avaricia es un pecado grave, porque no construye, sino separa, excluye; porque quita a otros lo que necesitan y de hecho les pertenece. No se trata simplemente de que todos sean pobres; ojalá todos fueran ricos, pero lo serían más si todos aprendiéramos a compartir mejor.

El salmo 90 nos hace caer en la cuenta este domingo de algo importante, convirtiéndolo en oración: “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”. La seguridad que buscamos no está en acumular bienes materiales, tampoco espirituales (no necesitamos sumar méritos ante Dios, pues la salvación es gratuita). Nuestra seguridad, lo sabemos, está en Dios.

Hacer morir todo lo terrenal” no es despreciar la vida humana, don de Dios, sino alcanzar la humanidad de Cristo, que vino a servir y no a ser servido, y que pasó por el mundo haciendo el bien. Y, “ser rico ante los ojos de Dios”, tener bienes en el cielo, es aprovechar lo que tenemos para ser mejores hermanos y amigos del prójimo, compartir para que crezca el Reino de fraternidad, justicia y paz cuyo centro es Dios.

Vanidad e ilusión es lo que nos aparta del camino de Vida que propone Jesús; él dice que no vino a mediar en discusiones por posesiones materiales, pero nos alerta: Cuídense de cualquier codicia, porque la Vida (el sentido, la felicidad, la plenitud) no depende de los bienes que tengamos. Cielo y tierra no son opuestos, sino complementarios. El camino para llegar a Dios empieza aquí, y está hecho de pocas palabras: comunidad y compartir. Como diría Ignacio de Loyola, cuya memoria litúrgica celebramos hoy: “En todo amar y servir”.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

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