En tiempos de fragmentación y ruido, la liturgia aparece como un espacio donde el Evangelio se encarna no solo en palabras, sino en gestos, silencios, ritmos y comunión. No es solo rito: es pedagogía. En ella, el Pueblo de Dios aprende a vivir como cuerpo, como comunidad, como discípulos del Reino.
📖 Más que doctrina, experiencia compartida
La liturgia no transmite ideas abstractas. Transmite vida. En ella, el pan se parte, la Palabra se escucha, el cuerpo se inclina, el canto se eleva. Cada gesto enseña algo: que somos llamados a compartir, a escuchar, a responder, a esperar. La liturgia forma el corazón sin imponerlo. Educa sin moralizar. Como decía Romano Guardini, “la liturgia no enseña directamente, sino que forma”. Forma en la gratuidad, en la espera, en la comunión. Nos enseña a vivir el Evangelio sin necesidad de explicarlo todo.
🕊️ El Reino se aprende celebrando
Jesús no dejó un manual. Dejó gestos: partir el pan, lavar los pies, bendecir a los pequeños, mirar con compasión. La liturgia recoge esos gestos y los ofrece al pueblo como camino. Celebrar es aprender a vivir como Él vivió: con humildad, con apertura, con ternura.
Cuando la liturgia se convierte en espectáculo o en trinchera ideológica, pierde su fuerza formativa. Pero cuando se vive como comunión, como escucha, como respuesta, entonces el Reino se hace presente —no como doctrina, sino como experiencia.
🌿 ¿Qué estamos enseñando al celebrar?
Cada comunidad debería preguntarse: ¿Qué aprende nuestro pueblo cuando celebra con nosotros? ¿Aprende a juzgar o a acoger? ¿A competir o a compartir? ¿A repetir fórmulas o a abrir el corazón?
La liturgia no es neutral. Forma o deforma. Por eso, recuperar su dimensión pedagógica es una urgencia pastoral. No para controlar, sino para liberar. No para imponer, sino para acompañar.
🙌 Conclusión: celebrar como discípulos
La liturgia es escuela del Reino cuando forma discípulos que viven lo que celebran. Cuando el gesto compartido se convierte en estilo de vida. Cuando el silencio litúrgico enseña a escuchar en la vida. Cuando el pan partido se convierte en pan compartido fuera del templo. Celebrar bien no es cuestión de estética, sino de fidelidad. Fidelidad al Evangelio, al pueblo, al Espíritu que sigue enseñando a través de gestos humildes y palabras encarnadas.
(P. Valls)
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