miércoles, 10 de septiembre de 2025

LITURGIA, PODER Y COMUNIÓN

 

Liturgia, poder y comunión: una reflexión pastoral en tiempos de polarización

En medio de las tensiones que atraviesan la Iglesia hoy —entre lo antiguo y lo nuevo, entre la búsqueda de identidad y el riesgo de exclusión— la liturgia se ha convertido en un campo de batalla simbólico. Pero no fue pensada para eso. La liturgia es el lugar donde el misterio se hace carne, donde el pueblo se reúne para escuchar, celebrar y ser transformado. Es comunión, no ideología.

📜 Tradición y ruptura: ¿Qué nos enseña la historia?

El gesto de Benedicto XVI al publicar Summorum Pontificum en 2007 fue, en su intención más profunda, un intento de reconciliación. No se trataba de restaurar el pasado, sino de integrar lo mejor de él en el presente. Sin embargo, con el paso del tiempo, algunos sectores comenzaron a utilizar el rito tridentino como bandera de resistencia frente al Concilio Vaticano II, desvalorizando su apertura pastoral y su visión de Iglesia como Pueblo de Dios.

Francisco, al promulgar Traditionis Custodes en 2021, quiso recordar que la liturgia reformada no es una concesión moderna, sino la expresión legítima de la lex orandi de la Iglesia. Su decisión no fue una negación del pasado, sino una afirmación del presente como lugar de gracia.

🔥 ¿Qué tradición queremos transmitir?

La tradición viva no es repetición de gestos, sino memoria fecunda. Como decía san Vicente de Lérins, la verdadera tradición crece “consolidándose con los años, desarrollándose con el tiempo, profundizándose con la edad”. No es museo, sino semilla.

La liturgia reformada por el Vaticano II no suprime el misterio, sino que lo abre al pueblo. La participación activa no es activismo, sino comunión. El silencio, la escucha, la respuesta, el canto, el gesto compartido: todo habla de un Dios que se hace cercano, no distante.

🧎‍♂️ El sacerdocio como servicio, no como poder

En algunos ambientes, el sacerdocio se ha revestido nuevamente de formas que lo separan del pueblo: ornamentos, lenguaje, gestos que evocan más el privilegio que la entrega. Pero el Evangelio nos muestra otra cosa. Jesús, en la última cena, no se sentó en el lugar de honor: se ciñó la toalla y lavó los pies. El ministerio ordenado, si no se vive como kenosis —vaciamiento, servicio, mediación humilde— corre el riesgo de convertirse en poder clerical.

La liturgia no es teatro sacro. Es sacramento de comunión. Y esa comunión se rompe cuando el pueblo se convierte en espectador pasivo, cuando se le niega el derecho a celebrar, a responder, a encarnar el misterio.

🌿 ¿Qué seguridad buscamos?

Muchos jóvenes —clérigos y laicos— buscan en el pasado una seguridad que el presente no les ofrece. Es comprensible. Pero el Espíritu no nos llama a refugiarnos en formas antiguas, sino a encarnarnos en el hoy, con fidelidad creativa. La nostalgia puede ser una tentación, pero la tradición verdadera es siempre apertura.

Como dice el profeta Isaías: “No recuerden lo pasado, no piensen en lo antiguo. Miren que yo hago algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notan?” (Is 43,18-19). La liturgia es ese brote nuevo, que nace en la tierra vieja, pero que florece en el presente.

Conclusión

La Iglesia está llamada a vivir la liturgia como fuente de unidad, no como campo de batalla. Recuperar el sentido profundo del rito —como lenguaje del alma, como espacio de comunión, como expresión del cuerpo eclesial— es una tarea urgente. No se trata de elegir entre lo antiguo y lo nuevo, sino de abrirnos al Espíritu que hace nuevas todas las cosas.

La liturgia no es propiedad de unos pocos. Es el lugar donde todos —clérigos y laicos, jóvenes y ancianos, buscadores y creyentes— pueden encontrarse con el Dios que se hace pan, palabra, gesto compartido.

(P. Valls)

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