En el mes de septiembre tiene la liturgia católica varias festividades marianas: la Natividad (y la Caridad), el Dulce Nombre de María, la Virgen de los Dolores, y hoy la Virgen de la Merced o las Mercedes, como también suele decirse. Esta advocación mariana está vinculada con la obra de San Pedro Nolasco, que trabajó arduamente por la redención de cautivos; de ahí que muchas personas privadas de libertad, o sus familiares, la tomen por intercesora.
Cada celebración mariana ha de remitirnos siempre a Cristo, y esa es la misión de María, tal y como nos sugiere el pasaje evangélico de esta fiesta, al menos por acá, donde es patrona: en las bodas de Caná, María llama la atención de Jesús ante las necesidades de los novios, diciéndoles: No tienen vino. Así, en la Iglesia, María, que es madre espiritual de todos los que siguen a su hijo, está presta para mediar ante nuestras carencias y limitaciones.
En este momento particular que la Iglesia vive, María intercede para que dejemos atrás nuestras cadenas, nuestras dependencias, y todo lo que impide que mostremos plenamente el rostro de Jesús en nuestra vida y nuestras obras. Y nosotros, como cristianos, debemos procurar la liberación de aquellos que están encadenados a la pobreza, la soledad, la marginalidad, el rechazo, la falta de esperanza o el pecado.
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