A propósito de la insistencia de los medios nacionales de Cuba en los temas históricos, en detrimento siempre de las noticias de actualidad, vale lo que leo sobre historia y memoria, en un libro de Tony Judt:
“Cada monumento, cada alusión conmemorativa a algo del pasado que debería despertar en nosotros sentimientos de respeto, arrepentimiento, orgullo o tristeza, depende de un conocimiento histórico que se da por supuesto: no de la memoria común, sino de una memoria común de la historia tal y como la aprendimos”.
Hablo de la memoria pública moldeada por el retrato oficial (historia y memoria deben ir juntas, pero no sucede así de hecho). El gobierno ejerce una “pedagogía” de la historia: nos enseña o nos dice qué recordar y cómo recordarlo; vivimos sumergidos en “historia”, se insiste en mirar atrás todo el tiempo para definir nuestro presente desde esa perspectiva, pero resulta que en realidad empobrece nuestra mirada de la historia, nos limita en una verdadera comprensión de la realidad que recordamos y cierra el futuro a sus múltiples posibilidades, pues estamos obligados a imitar, no a recrear o inventar lo que está por delante.
Este otro texto aporta algo también a la idea anterior:“Las naciones no son datos inmodificables ni desde el punto de vista lógico ni histórico: se trata de ámbitos territoriales de convivencia que no tienen un origen divino ni son inmutables desde el punto de vista de la historia. Las naciones son construcciones culturales, sometidas a las exigencias cambiantes de sus destinatarios, de modo que no tendrá sentido un orden político que deviniese un corsé insoportable o una cárcel para las mismas”
(Juan José Solozábal, catedrático de derecho constitucional, en EL PAÍS, 10/1/18)
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