Cada Adviento nos recuerda que siempre es Adviento. Que Dios sale siempre a nuestro encuentro en Cristo, y que nuestra tarea, usando las palabras del Bautista, es PREPARARLE UN CAMINO. ¿Cómo?
1. Alimentando la conciencia de nuestra identidad: hijos amados de Dios.
2. Manteniendo viva la certeza de una Presencia, sanadora y liberadora, en nosotros. ¿De qué modo?
3. Lectura cotidiana de los Evangelios, diálogo con Jesús Maestro; aprovechamiento de los sacramentos, en especial la participación dominical en la Eucaristía, porque…
4. El vínculo mayor con Dios lo tenemos cuando nos reunimos en su nombre, como pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo.
5. Es todo lo anterior lo que nos permite vivir testimoniando a Dios con una vida buena, justa, rechazando todo lo que Dios rechaza (lo que no es amor). Lo primero es SER y como consecuencia, como fruto, está el HACER. Si descuidamos lo primero, entonces se hace más difícil e inalcanzable lo segundo.
¿Cómo debe vivir un cristiano? HACIENDO EL BIEN.
CONCLUSIÓN:
“Cada tiempo fuerte de nuestro año litúrgico es siempre una nueva oportunidad para penetrar cada vez con mayor profundidad en el misterio de Cristo, para asumir como propio su proyecto de amor, de libertad y de justicia y para reforzar nuestro compromiso cristiano” (Diario Bíblico, introducción al Adviento).
“Jesús no vino a colgar pequeñas velas en nuestras encrucijadas, sino a encender toda la existencia humana para que todos brillemos desde dentro con luz propia. Cada uno lleva dentro el combustible inextinguible de la luz que llega hasta nosotros desde el misterio mismo que sustenta constantemente nuestra existencia.”
“La luz venida de Dios es pequeña, vulnerable, y brilla sin deslumbrar a nadie… No se impone; simplemente es una propuesta dirigida al corazón del hombre, a la libertad de todos, claramente comprensible para los más sencillos."
(Benjamín González Buelta)
Y así ya quedamos dispuestos para salir andando hacia la NAVIDAD, hacia “la fiesta esperanzadora de nuestra redención”, y pedimos en las oraciones de cada día, a partir de ahora, alegrarnos, aceptar a Cristo como juez de nuestra vida, gozar del esplendor de su gloria, y todo eso desde la experiencia concreta de la “encarnación” en nuestra propia vida, la de nuestra comunidad, familia y nación. No es una celebración alienante, que nos saca de lo real, sino que nos sumerge más profundamente en ello, con una sabiduría, una libertad y un gozo, que nos permiten experimentar y comunicarla salvación.\
P.Manuel Valls, ocd
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