sábado, 26 de enero de 2019

JESÚS PROFETA QUE INVITA A LA CONVERSIÓN


En su  ministerio público, Jesús no nos da una doctrina sobre Dios, sencillamente porque no es filósofo ni teólogo. Es profeta, y en cuanto tal se le sitúa en la tradición de los profetas. Le preocupa el cambio del hombre y de la sociedad para que reine la justicia o el reinado de Dios.  Así lo dice: Conviértanse y crean la Buena Noticia; está cerca el Reino de Dios.  El Dios revelado por Jesús es el Dios del Reino: bueno, misericordioso, único, distinto, cercano a los pobres y a los necesitados de justicia.  Dios se manifiesta especialmente en la acción de Jesús.
La consecuencia es obvia: está cerca de Dios y de la conversión quien rompe un pasado o un presente de injusticia y se vuelve a Dios o al reino de la justicia. Lo importante no es definir las cualidades de Dios, sino mostrarlo implicado en el proceso transformador del hombre y de la sociedad. A Dios se le conoce, y se cree en Él, cuando el hombre se convierte, es decir, cuando se compromete con la justicia del mismo modo en que se comprometió Jesús.
Convertirse no es simplemente renunciar, hacer sacrificios o mortificaciones. No es tampoco disponerse, mediante la confesión, a recibir la gracia sacramental. Ni tan siquiera equivale a creer en Dios desde lo más privativo de la conciencia. La conversión no se da exclusivamente en el interior del corazón, sino que se enraíza, como la fe, la esperanza y la caridad, en la conciencia madura y adulta.
Por supuesto, nadie se convierte por imposición sino por invitación y, en definitiva, por invitación del Espíritu de Jesús.  Esta invitación exige una respuesta que se traduce en el rechazo de los falsos ídolos esclavizadores, en el reconocimiento de la finitud y responsabilidad con el mal, y en la aceptación del prójimo como hermano desvalido.

(Comentario del Misal de la Comunidad, al Tercer domingo ordinario)

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