En el lenguaje bíblico hay dos palabras que se utilizan para hablar del “mal”. El término adikia, el mal que se le hace “a otro ser humano”. Y el término amartía, el mal en relación “a Dios”. A Juan Bautista le preocupó mucho el problema del pecado, sobre todo el mal que, según la religión, se le hace a Dios. Por eso, Juan presenta a Jesús como el que quita, suprime, perdona el pecado. A fin de cuentas, Juan Bautista fue hijo de un sacerdote, y aunque abrazó la vida y misión de un profeta, es deudor de la mentalidad sacerdotal, y el gran tema del clero es el pecado, como mancha, como impureza, que es necesario limpiar o purificar, para acceder a Dios.
Jesús aunque comenzó su ministerio en el entorno de Juan, e inicia su ministerio público una vez que Juan cae preso (por lo que hay cierta continuidad entre ambos), pronto comenzó a mostrar otras preocupaciones. A Jesús le preocupaba, más que nada, el problema del pecado en relación con sufrimiento de la gente. Empezando por el problema de la salud (de ahí, las numerosas curaciones de enfermos que se relatan en los evangelios). Siguiendo por el problema de la alimentación, del hambre (por eso, en los evangelios se habla tanto de las comidas de Jesús con toda clase gentes, sobre todo con los pobres). Y terminando por el problema de las relaciones humanas, tales como el respeto, la bondad, el perdón y sobre todo el sincero amor a los demás, sean quienes sean. Esto último es el gran tema del Sermón del Monte. Y se repite, de distintas maneras, en las parábolas.
Juan fue, indudablemente, un hombre profundamente religioso, como quedó patente en la austeridad de su vida y en su predicación. Su obsesión era cómo tener la mejor relación posible con Dios. Jesús fue también un hombre profundamente “religioso”, pero entendiendo y viviendo la religiosidad de otra manera. La obsesión de Jesús fue la felicidad de las personas, sobre todo de las personas que más sufren en la vida. No se trata de que Jesús fuera menos religioso. Se trata de que Jesús entendió la religión como el esfuerzo que humaniza este mundo. Con frecuencia, los “hombres de la religión”, al pensar tanto en el “pecado”, se olvidan del “sufrimiento concreto de las personas, de sus esfuerzos y dificultades para vivir. En esto está el virus que corrompe a las religiones.
Quede claro de una vez: el pecado no es tanto ofender a Dios, como hacer mal a quienes Dios ama. Lo afirma Sto. Tomás de Aquino: “Dios no se siente ofendido por nosotros, si no es porque actuamos contra nuestro propio bien”.
José María Castillo
(con algunos añadidos y algunas omisiones)
La religión de Jesús
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.