UN PROBLEMA INQUIETANTE: El infierno es un misterio oscuro, y su tratamiento se presta a todas las deformaciones posibles... Desde el nùcleo de la religiòn es un tema secundario y colateral, un resto de lo no logrado, la sombra de la salvaciòn fracasada, pero ocupa a menudo un lugar central, movilizando los resortes màs hondos de la experiencia religiosa. A la simple evocaciòn del infierno, la bondad divina y la libertad humana, el sentido de la creraciòn y el valor de la redenciòn parecen quedar cuestionados.
PRESUPUESTOS: 1. Una nueva percepciòn de Dios como el Abbá revelado por Jesús, que crea por amor y sòlo piensa en nuestra salvaciòn, que perdona a todos de manera incondicional y busca ùnicamente la vida del pecador, que no quiere ni siquiera permite el mal, sino que, situàndose a nuestro lado, lucha incansablemente contra él. Él, que como el Padre de la parábola, no piensa en el castigo, sino que sale cada día al camino con el corazón triste y esperanzado.
2. Entender la REVELACIÓN, ya no como un dictado de verdades a tomar a la letra, sino como una larga experiencia promovida por Dios, pero que tiene siempre que ser leída de nuevo en cada momento histórico.
3. La aceptación del carácter simbólico y no literal de todo el lenguaje sobre las postrimerías es hoy una adquisición común a toda la teología responsable.
4. No quedar anclados en la repetición de un pasado muerto, sino abrirnos a la recreación auténtica de una experiencia que ha de ser tan actual como la reflejada en los textos fundacionales.
LO INTOLERABLE EN EL TRATAMIENTO DEL INFIERNO: Nos referimos no al pasado, que no juzgamos, sino a lo que hoy no debería ser afirmado por una teología honesta con Dios, ni por una predicación respetuosa con la dignidad de los fieles.
1. NO castigo, sino tragedia para Dios: De ningún modo resulta ya lícito hablar del infierno como castigo por parte de Dios y, mucho menos, como venganza. En la condenación de un ser humano, sea lo que sea que esto signifique, solo cabe ver algo que Dios no desea, que no quiere, que no impone, sino algo que él sufre y padece, que le duele y que no puede evitar. Todo lo que Dios hace o manifiesta va exclusivamente dirigido a la salvación. Dijo un teólogo que la situación es trágica para Dios, porque "está obligado a tener que juzgar allí donde quería salvar"; el rechazo de un ser humano al amor de Dios aparece como una derrota de Dios, que fracasa en su propia obra de salvación.
2. Contra el abuso moralizante: Históricamente, muchas veces el infierno ha funcionado como factor de moralización; con la mejor intención, los predicadores alertaban sobre el mal uso de la libertad, pervertían el discurso cuando ese riesgo permanente se convierte en amenaza externa, utilizando a Dios como simple instrumento, identificándolo con esa amenaza o evocando su poder o su justicia para reforzarla. Muchas acusaciones hechas por la modernidad contra el cristianismo resultan mucho más cristianas que esas actitudes fomentadoras de una pastoral del miedo, que no sólo lleva al fracaso o al ateísmo, sino que paraliza el auténtico progreso moral. En nombre de una falsa imagen de Dios se estorba la auténtica realización de la bondad creadora de Dios.
3. Contra las lógicas del horror: No dejarnos arrastrar por la lógica de los fantasmas de la imaginación; luego de la austeridad de las imágenes del primitivo cristianismo respecto al más allá, llegó una imaginería de fuera, y así el infierno fue perdiendo su carácter de advertencia existencial, de recia y severa, pero digna, llamada a la autenticidad, para convertirse en una realidad monstruosa y alienante, llenando de terror a generaciones de creyentes. Imaginación vinculada a los estratos más oscuros del inconsciente colectivo, manipulado por los intereses del poder y creando muchos resentimientos. Se trataba de una lógica juridicista que justificaba el sufrimiento objetivo del culpable, incluso con cierta satisfacción de parte del creyente, aunque cuando se intentaba justificar a Dios, diciendo que "no se deleitaba con las penas de los condenados, pero sí con el orden de su justicia". En el Cielo, decían algunos, los bienaventurados contemplarían con nitidez las penas de los impíos.
ASÍ, una teología que no supo mantener la lógica del amor acabó construyendo "la máquina más implacable, más completa y más desesperanzadora, de triturar a los malvados que el genio humano hubiese podido inventar". Más cercano a la experiencia cristiana estuvo Orígenes cuando dijo: "Cristo permanece en la cruz, mientras un solo pecador quede en el infierno".
LO QUE DE VERDAD SABEMOS:
1. El infierno es la no-salvación: Es decir, es negatividad, sólo tolera un discurso negativo. La revelación habla de la salvación, que constituye la acción de Dios en la historia humana, desde la creación; es la salvación la que nos dice entonces que el infierno es lo que Dios no quiere, aquello que nunca debería ser. Parece simple, pero es un principio interpretativo fundamental para discernir de posibles desviaciones. El infierno no puede ser considerado, de ninguna manera, una acción positiva de Dios, un castigo que el inflige. El infierno está siempre del otro lado de Dios, es lo que él no quiere, lo que él combate, ya que es la culminación del mal, su rostro último y definitivo. El infierno está contra Dios en la misma medida en que está contra el hombre.
Pero además, el infierno subraya el carácter terrible de la condenación: lo terriblemente duro de ella está en la pérdida que supone, pues esta se mide por la grandeza de lo que se pierde: la salvación.
(Al hablar del infierno estamos hablando de nuestro modo de comprender la salvación; una comprensión extrínseca, juridicista y heterónoma le tiene únicamente miedo al castigo, pero por ello mismo demuestra que no sabe lo que es la salvación).
2. El infierno está en nosotros, al otro lado de Dios: Dios crea por amor y para la salvación; el infierno, sea lo que sea, es lo que no se logra con este propósito, algo que a Dios le duele como el mal último de sus criaturas, algo que Dios no puede evitar. No es Dios quien condena, sino que es el pecador el que se condena a sí mismo. KANT dijo: toda actuación por amor al premio o por miedo al castigo corrompe la moralidad en su misma raíz. Consecuencia: El lugar natural del infierno es la libertad del ser humano, en cuanto amenazada siempre por un posible mal uso. Es la propia libertad la que puede crear la perdición; ahí radica su riesgo y su grandeza. NO es verdadera la frase de SARTRE: el infierno son los otros. Los otros pueden herir, hacer daño, pero no pueden llegar allí donde cada uno decide su destino: nadie puede suplantar la libertad.
Todo cuanto podamos decir hoy acerca del infierno, tiene su raíz en la propia experiencia, tras el mal uso de la libertad por parte nuestra, y podemos experimentar un anticipo en lo que hacemos. El verdadero infierno en la tierra acontece en la medida en que un ser se experimenta a sí mismo como torciendo la propia vida, frustrando la propia existencia y corrompiendo a su alrededor el orden de la historia o de la creación. Todo ello es un anuncio de esa terrible posibilidad llamada condenación. Pero, mientras haya una chispa de libertad, todo permanece provisorio y siempre resulta posible la otra posibilidad: la salvación. El infierno TODAVÍA NO ES mientras duran la vida y la historia: está sólo como amenaza, como posibilidad, y las palabras que lo expresan , lo describen, han de ser interpretadas, no en un sentido literal, ni alimentando los peores fantasmas de la imaginación, sino como lenguaje performativo que llame a una vivencia más auténtica y suscite responsabilidad y esperanza.
3. Lo definitivo: ¿Qué es lo que se revela acerca del infierno?: Dado que la revelación no es un reportaje del más allá, sino lo que captamos de lo que manifiesta Dios a lo largo de la historia, y no con altavoces celestiales, sino desde dentro, desde nosotros, a través de un largo proceso, y por mediadores inspirados, pero humanos como nosotros... sintetizamos todo lo anterior en cinco puntos:
a. Esencialmente, el infierno es algo negativo, es no-salvación; es decir, lo radicalmente opuesto a lo que única y exclusivamente interesa. Es una posibilidad inscrita en la libertad humana, frágil, y capaz de malicia y frustración, mientras que la salvación es una certeza.
b. Por tanto, el infierno es, ante todo y sobre todo, lo que Dios no quiere para el ser humano, lo que frustra sus planes de salvación para nosotros. Nunca debe ser visto como acción positiva de Dios, como castigo suyo, y menos, como venganza suya contra los seres humanos por sus faltas.
c. En consecuencia, el infierno procede siempre de nuestro lado, de la limitación o de la malicia de la propia libertad; de llegar a realizarse, es porque nosotros lo escogemos, y es anticipable en nuestras propias opciones actuales.
d. Sólo en este sentido se nos habla de infierno en la revelación y sólo en este sentido podemos saber algo de él: como llamada a no frustrar la salvación, convirtiéndola en conciencia de nuestra fragilidad y en fuerza cara a la autenticidad.
e. A nivel objetivo, nada sabemos de esa posibilidad, fuera de su carácter terrible, entendible desde la pérdida de lo más grande, y no por lo creado por los sueños monstruosos de nuestra imaginación.
Esto es lo fundamental que, desde una adecuada lectura e interpretación de la Biblia, el magisterio y la tradición, se puede conjeturar con seriedad, de cara a orientar la vida a la salvación.
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