1. EL CAMINO SAGRADO DE LA VIDA (Año de salud del Señor): Jesús es el guía de nuestra vida, y de la VIDA, y a través de su propia historia nos inicia en el arte de vivir, nos toma consigo, nos alcanza lo pleno. La vida de Jesús no es solamente un hecho histórico del pasado del que hacemos memoria, sino un arquetipo (un modelo interior), que nos muestra cómo se hace el camino que nos lleva a Dios y a descubrir nuestro auténtico yo (esa verdad que solo desde Dios nos es revelada).
2. LA LITURGIA COMO
RECONOCIMIENTO DE NUESTRO MUNDO INTERIOR:
Cada una de las fiestas que celebramos en la liturgia de la Iglesia,
rememorando un momento de la vida de Cristo, saca a relucir nuestra propia vida
y la plantea de nuevo (la pone ante Jesús
como ante un espejo). Descubrimos en ella el drama de nuestra vida, de
nuestra psique, en el que lo que somos, todo nuestro mundo interior, aparece
representado. Las imágenes y símbolos del año litúrgico nos permiten descubrir abiertamente quiénes somos de verdad, y
quienes somos llamados a ser.
3. LA LITURGIA COMO JUEGO
REVELADOR: Se llama juego a la liturgia en el sentido de que no está al servicio de un
objetivo determinado o de una meta fuera de ella (utilitarismo), sino que es un
mundo propio, animado y rebosante de vida, que se apoya y tiene su razón en sí
mismo (gratuidad). No es un trabajo, y es más que una obligación, es un juego.
Es jugar ante Dios; “no crear, sino
ser uno mismo la obra de arte, he ahí la esencia de la liturgia”
(Romano Guardini).
4. LA LITURGIA COMO CAMINO
PARA ACCEDER A LO NUEVO: Lo decisivo de la
liturgia es que ella nos va transformando imperceptiblemente; hace que la
redención sea actual y que se realice hoy en nosotros, en la misma medida en
que celebramos. En ella todos juegan, no hay espectadores, todos tienen un
papel y en todos produce un efecto. Somos renovados, y tomamos parte de un
misterio que nos desborda. Pero además, Dios en este juego actúa en
nosotros. Dejamos espacio libre a Dios,
y así Él nos revela lo nuevo y nos renueva.
5. LA LITURGIA ES UNA FIESTA
QUE CELEBRA LA VIDA: La celebración de una fiesta libera
del cansancio de la vida cotidiana; quiere levantar al hombre de lo
habitual, y elevarlo sobre sí
mismo. Por eso el hombre, desde siempre,
ha celebrado fiestas y con ellas renueva su alegría vital. En la fiesta bebemos
de la fuente de la vida, rompemos la rutina, y repensamos el misterio de
vivir. La fiesta nos une con nuestras
propias raíces, nos integra y nos hace partícipes de ese misterio. Así, la celebración de fiestas es algo
vitalmente necesario porque nos regala la energía que necesitamos para superar
y dirigir nuestra vida. La liturgia es eso, una fiesta sagrada que celebra la
vida como lugar del encuentro con Dios, en Cristo, y en nuestra propia
historia.
6. LOS GESTOS COMO EXPRESIÓN
DEL ALMA: Por supuesto, la celebración de la liturgia
no es algo espontáneo; es un juego previsto, está ritualizado (organizado). En
la Iglesia, la alegría del Espíritu busca una expresión en el gesto del cuerpo.
Nos centramos en la celebración de la muerte y la resurrección de Jesús en la
Eucaristía, y esos gestos, hechos conscientemente se viven de otro modo que si
fuera algo meramente espontáneo. Cada gesto del cuerpo suscita algo en el alma,
cada gesto exterior despierta algo dentro. Así, los gestos de la liturgia
pueden ayudar a sanar nuestra alma y llevarnos internamente a la actitud
adecuada ante Dios.
7. El
CICLO LITURGICO, RITMO PARA UNA VIDA SANA: Durante el año litúrgico celebramos
acontecimientos de la vida histórica de Jesús y de la acción de Dios en la
historia. En la medida en que celebramos la acción divina, esta se reitera en
nosotros y nos salva. En el año litúrgico están insertos los cambios de la
naturaleza, las estaciones del año, los tiempos de la cosecha, los diversos
momentos que vivimos como comunidad o familia.
Más que un círculo que se repite una y otra vez, es una espiral que nos
eleva, que nos pone cada vez más cerca de la meta. No se trata de recibir simplemente los
cambios, de forma pasiva, sino de cooperar para hacerlos nuestros; incorporando
nuestros propios ritos y gestos a la vida familiar como parte de estas
celebraciones, descubrimos el sentido festivo de la propia vida (Redescubrir el sentido del domingo, de las
fiestas de los santos, o haciendo sagradas nuestras fiestas profanas). El
domingo no ha de ser el día del Señor por simple mandato, o este tiempo no es
Adviento solo porque la Iglesia lo dice: Tenemos que hacerlos nosotros lo que
son, con voluntad y propósito de nuestra parte.
RESUMEN:
En la liturgia, al hacer memoria de Cristo, a través de ritos, palabras y
gestos, estoy también ante mí, ante mi propia historia y camino, como persona y
como miembro de una comunidad. Y participar en estos ritos, con palabras y
gestos, tiene un efecto sanador sobre mi persona y la comunidad con la que
celebro.
En
cada fiesta una parte distinta de mi persona y de mi alma se sentirá aludida,
tocada, despertada, incorporándose más activamente a la vida de Cristo, es
decir, a la Vida.
No
debemos conformarnos con ser parte de la liturgia oficial de la Iglesia, sino
que a nivel personal, familiar, también podemos ser creativos, y vincular el
tiempo litúrgico con nuestros ritos cotidianos.
En
estos ritos de la Iglesia y en los nuestros nos entregamos a un juego sagrado
que desde lo íntimo nos transforma y nos cura. En los rituales cotidianos puede
desplegarse el misterio de Cristo y su efecto sanador en todos los sectores de
nuestra vida.
Así, cada tiempo del año litúrgico va a dejar
una huella importante en nuestro corazón y en el corazón de la comunidad que
celebra. Desde aquí también podemos actuar benéficamente a favor de la familia,
de la Iglesia universal y de nuestro mundo.
Una
comunidad eclesial que celebra consciente, activa y gozosamente el ciclo litúrgico
(la obra de Dios) es una comunidad vida, que evangeliza e irradia a Dios.
(Escrito
a partir de unas ideas básicas de Anselm Grün).
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