viernes, 6 de noviembre de 2020

UN SACRAMENTO IRREMPLAZABLE

Comparto un texto de Louis Evely, de su libro "Una religión para nuestro tiempo", que vuelve a un tema que me inquieta,  y sobre el que he escrito acá muchas veces: la Eucaristía. 

San Juan, que escribió un Evangelio tan sacramental, es el único que no nos ha narrado la institución de la Eucaristía. ¿Y saben con qué la ha remplazado? Con el lavatorio de los pies. Habrá quizá exegetas que digan: «Como los demás ya la habían relatado, él no ha querido repetirlo.» Pero san Juan calculó tremendamente su Evangelio y midió bien sus palabras. 

Si leéis el Evangelio del lavatorio de los pies, verán que comienza con una misa, con una especie de prefacio: «Antes de la fiesta de Pascua, Jesús, que sabía que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin. Durante la cena, después de que el diablo había puesto ya en el corazón de Judas el designio de entregarlo, Jesús, que sabía que su Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que Él había venido de Dios y que marchaba hacia Dios, tomó una toalla y se ciñó.» Y ahora pasamos de la religión celestial a la religión encarnada: «Tomó una toalla y se ciñó...» Y pasa lo mismo que en la misa: «Haced esto en memoria mía... Yo os he dado el ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros lo hagáis también vosotros unos con otros


De todos los demás sacramentos se les puede dispensar. Podéis sustituir el bautismo de agua por el bautismo de sangre o de deseo. Pueden sustituir la comunión real con la comunión espiritual, la confesión por un acto de perfecta contrición. Pero hay un sacramento, esto es, una presencia sensible de Cristo, que no se puede remplazar; un sacramento que no admite sustitución alguna: el amor al prójimo. Seguramente no podrán comulgar todos los días. Tampoco pueden ir a confesarse todas las semanas, siempre que quieran. Pero hay un sacramento, una presencia de Cristo con la que todos los días pueden comulgar: el servicio humilde hecho a cualquier vecinos. Siempre estarán los pies de algún prójimo para ser lavados. Siempre habrá para todos unos zapatos que limpiar. Ante ustedes, a su alcance, hay un sacramento, una presencia de Dios que siempre podrán venerar. 

Siempre que me arrodillo ante el santísimo Sacramento, me digo que está bien el respeto que tenemos para con el Cuerpo que es nuestro alimento. Está bien. Pero, ¿qué respeto tenemos hacia aquel otro Cuerpo que formamos entre todos? ¿Cuál es más importante? ¿Para qué ha sido hecha la hostia? ¡Para ser comida! ¡Es el medio! ¡Pero lo más importante es el término: el individuo que debe alimentarse! Quédense arrodillados delante del sagrario y háganse esta pregunta: ¿quiénes van a comer esta hostia? Entonces suponed que la hostia va a dividirse en muchos fragmentos, ya que Cristo quiso ser un pan dividido para unir en un solo cuerpo a los hijos de Dios que se alimentan de Él. E intenten proseguir la adoración en cada una de las personas que comulgan. Es difícil: a la hostia todos están dispuestos a recibirla, pero tragar a un hermano... se necesita mucho estómago para eso. Sería una terrible indigestión: a ése yo no lo trago. Pero entonces tampoco puedes recibir a Cristo, ya que cuando Cristo viene a ti, viene con todo su cuerpo, con todos aquellos que Él ama, viene con toda la humanidad que le es solidaria. 


No hay más remedio: o tragas a todos tus hermanos o rechazas a Cristo. Eso es lo que nos quiso decir san Juan en su narración del lavatorio: que hay un sacramento indispensable y que seremos juzgados por él, no por nuestras comuniones ni nuestras confesiones ni nuestro bautismo..., sino por nuestro lavatorio de pies.

Louis Evely

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