martes, 16 de febrero de 2021

POLVO ERES... MAS POLVO ENAMORADO

 

En la liturgia del Miércoles de ceniza, celebración con la que damos inicio al Ciclo Pascual, se nos recuerda: "Polvo eres y al polvo volverás"; esta frase puede alternarse o sustituirse por otra: "Conviértete y cree en el Evangelio". Así lo hacemos año tras año, y en muchos lugares ese rito adquiere mayor connotación que en otros, pues algunos incluso exigen que quede la marca de la ceniza en la frente para llevarla como signo de su condición creyente durante todo ese día. Al combinar el polvo de ceniza con la señal de la cruz, se hace patente nuestra condición humana, nuestra fragilidad, nuestra nada, al mismo tiempo que nuestra redención, pues es un recordatorio de nuestra salvación en Cristo. 

El punto de partida es ese: somos polvo, somos carne, o como solemos decir con frecuencia, somos pecadores; las tres imágenes hablan de lo mismo, y es importante meditar en ellas. No significa que una parte del hombre sea polvo o carne y otra no; ellas hablan de todo el hombre, en su condición esencial. Todo ser humano es polvo, es carne, es pecado, pero todo ser humano es también otras muchas cosas, y de ellas nos habla el camino que emprendemos cada año, cada Cuaresma, cada Pascua. 

Dice Karl Rahner: "El movimiento hacia abajo del que cree, el descenso con Cristo al polvo de la tierra, se ha convertido en un movimiento hacia arriba, una subida sobre todos los cielos. El cristianismo no nos salva de la carne y del polvo, ni prescindiendo de la carne y el polvo, sino a través de la carne y el polvo. Y por eso la frase: tú eres polvo, sigue siendo nuestra fórmula, y entendida rectamente nuestra fórmula total. Ella nos dice que somos hermanos del que se ha hecho carne, y al mismo tiempo se nos dice también: Eres nada que ha sido llenada con la infinitud, muerte que es portadora de vida, infructuosidad que salva, polvo que es cuerpo de Dios para toda la eternidad. Decirlo es fácil. Padecerlo es difícil".


De eso trata este tiempo fuerte que cada año vivimos los bautizados: recordar quiénes somos y de dónde venimos, para entender cuánto se nos ha dado, y cuán alta es nuestra vocación. Los cuarenta días evocan el desierto, la prueba, la necesidad, pero también la cercanía de Dios, y la tierra a la que ese larga camino nos conduce. El desierto nos prepara para el paraíso, para entrar en la tierra prometida, entendiendo esto simbólicamente, como imágenes del misterio profundo del ser humano y de Dios. 

Thomas Merton recuerda que el miércoles de ceniza, aunque inicia el ayuno cuaresmal, es un día de gozo, una fiesta cristiana, porque es el inicio del gran ciclo pascual, recordando el significado original de este tiempo litúrgico: la sagrada primavera de la Iglesia. Comenzamos el tiempo del ayuno, pero eso nos permite tener  más claridad y ser más receptivos para asimilar el sagrado alimento de la palabra de Dios que compartimos a lo largo de este tiempo de gracia. 

La cruz de ceniza nos recuerda nuestra mortalidad (Eres polvo), pero es también prenda de vida, de resurrección (Conviértete y cree en la Buena Nueva). Es una preparación para poder alegrarnos luego al reconocer la misericordia de Dios, su amor entrañable, lo que hizo por nosotros. Esto es importante señalarlo: no enfocarse tanto en la pecaminosidad del penitente, que se olvide la misericordia de Dios para con él, para con todos. 

Cuaresma nos recuerda nuestra vulnerabilidad, nuestra fragilidad, lo fácil que equivocamos el camino y nos perdemos de lo que es verdaderamente importante; pero también nos recuerda que no estamos solos en el esfuerzo cotidiano, que contamos con Dios y con los hermanos, que trabajamos por un proyecto de justicia y amor al que llamamos "Reino de Dios". Y lo reconocemos: somos barro, Dios nos hizo del polvo de la tierra, pero sobre ese polvo sopló su Espíritu, y se gozó con ello. 

Como dijo el poeta: somos polvo, sí, mas polvo enamorado...


Manuel de Jesús, ocd.

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