miércoles, 31 de marzo de 2021

MOMENTOS Y FIGURAS DE LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN

El domingo de Ramos leímos este año el relato de la Pasión de Jesús según Marcos, y lo comenté en una entrada anterior. El viernes próximo leeremos la Pasión según el evangelio de Juan. 
¿Cómo es Jesús en su Pasión, en el Evangelio de Juan?

Es un Jesús consciente de su preexistencia, que a través de la muerte retornará a la condición que había abandonado temporalmente para estar en este mundo. No es una víctima de sus enemigos; elige libremente entregar su vida con la absoluta certeza de que la recobrará. El Jesús joánico es omnisciente, no puede sorprenderle desprevenido lo que sucede en la pasión. Elige a Judas sabiendo que va a traicionarlo, y él mismo lo envía a que cumpla su misión malvada. En el huerto, Jesús no es sorprendido por Judas y el destacamento que va a prenderlo: él mismo se adelanta para encontrarse con ellos. El relato juega con los símbolos de la luz y las tinieblas: cuando Judas dejó a Jesús era de noche, ahora viene con antorchas para prender al que es la luz del mundo. Jesús aquí no se ha postrado en huerto para pedir que pase de él este momento, pues para este momento ha venido; no se siente abandonado por el Padre, porque el Padre y él son una sola cosa. Si alguien se va a postrar, son los que vienen a arrestarlo, representantes del poder religioso (judíos) y político (romanos): ellos caen al suelo cuando Jesús usa el nombre divino: YO SOY. Ellos no tienen poder sobre él, pero sí sobre sus seguidores, por eso Jesús protege a los suyos pidiendo que les dejen marchar.


El proceso de Jesús aquí es también es diferente
: no es un procedimiento formal ante Caifás, el sumo sacerdote, sino un interrogatorio policial ante Anás, su suegro. Buscan encontrar algún elemento subversivo en su movimiento o su enseñanza, para entregarlo a los romanos. Jesús se muestra seguro de sí mismo y supera a Anás, de modo que los guardias irritados lo abofetean.

Así, Jesús muestra su inocencia, mientras que su más conocido seguidor, Simón Pedro, muestra su debilidad. En este evangelio es Pedro el que corta la oreja del sumo sacerdote, pero luego niega incluso haber estado en el huerto. Su negación, contrastada con la actitud de Jesús, aparece más destacada acá que en los otros Evangelios. También aparece alguien más en la escena: otro discípulo, presumiblemente “el discípulo al que amaba Jesús”. Quienquiera que fuese históricamente, fue el testigo por excelencia de la comunidad de la que nació este evangelio (18,15; 19,35; 21,24); aparece como una figura de contraste con Simón Pedro, el testigo apostólico más conocido de la Iglesia en general, y en cada escena este Discípulo Amado aparece más favorecido que Pedro.

Luego ya el relato gira hacia el proceso romano: Jesús ante Pilato; muy diferente a los sinópticos, es una escena perfectamente montada en dos planos: los sacerdotes y la multitud fuera, Jesús dentro, y Pilato que va y viene entre ellos. Afuera gritos y presiones, y adentro un diálogo tranquilo y penetrante. Jesús aquí no se calla, responde con elocuencia a sus acusaciones; no rechaza el título de “Rey de los judíos”, si Pilato quiere presentarlo así, pero no fue esa la razón por la que vino al mundo, sino para dar testimonio de la verdad. Es Pilato el que acaba juzgado en su diálogo con Jesús; Jesús no le teme, es Pilato el que se asusta, y el que se encuentra en una encrucijada: es un hombre que conoce la verdad, pero no es capaz de dar testimonio de ella.

El evangelista desplaza la escena de la flagelación y los ultrajes a Jesús a este momento, antes de que sea sacado fuera, y ahí coinciden todos, resaltando la crudeza de los gritos que piden la crucifixión de Jesús como respuesta al Ecce homo de Pilato. Aparece como una acción literalmente inhumana, y como una renuncia de los judíos a sus esperanzas mesiánicas. En este evangelio el sentimiento antijudío es mucho más fuerte, y ha de enmarcarse en la situación concreta de aquella comunidad cristiana, expulsada de la sinagoga y perseguida. Finalmente, Pilato entrega a Jesús a los sacerdotes para que sea crucificado.

Aquí tampoco hay un Simón de Cirene; es el propio Jesús quien carga la cruz, como signo constante de que es dueño de la situación. Juan destaca en pequeñas viñetas los elementos fundamentales de su particular teología: Pilato afirma la realeza de Jesús al poner un cartel en todas las lenguas del imperio: latín, hebreo y griego. Algunas referencias a los salmos 106 y 22, prestando especial atención a la túnica sin costuras que no es rasgada. Esta túnica ha sido interpretada por algunos como símbolo sacerdotal (Jesús sería no solo rey, también sacerdote) y por otros como símbolo de unidad.

Al pie de la cruz Jesús no está solo, como en los sinópticos; al contrario, ahora le acompañan varias mujeres, entre las que destaca su madre, y el Discípulo Amado. Son dos figuras simbólicas para este evangelista, y que se encuentran al final del relato; cada una de ellas es un personaje histórico, pero aquí cobran un relieve mayor. El Jesús que agoniza deja su madre natural como Madre del Discípulo Amado, y este discípulo es designado como su hijo, y por tanto se convierte en hermano de Jesús. Queda así constituida una familia de discípulos, que nace ya al pie de la cruz (y que pasa a ser el lugar de nacimiento de la Iglesia).

En 19, 29-30, mojan una esponja empapada en vinagre en un hisopo y se la ofrecen a Jesús; el hisopo también tiene un sentido simbólico, ya que en la Escritura (Éxodo 12,22) se usa para asperjar con la sangre de los corderos pascuales las casas de los israelitas. Jesús muere a la hora de nona, la misma hora que en la Pascua judía los sacerdotes empiezan a sacrificar los corderos pascuales en los recintos del templo. Con su muerte, Jesús da sentido a la misteriosa aclamación de Juan Bautista: “Ahí está el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1,29).

Para este cuarto evangelista, incluso el grito de Jesús (“Tengo sed”) se sitúa dentro del control soberano que este tiene sobre todo lo que sucede, pues lo hace para que se cumpla la Escritura, y sabiendo que todo había ya terminado. Toma el vinagre, dice “Todo se ha cumplido”, y entrega el espíritu. Todo muy diferente al final en Marcos (que leímos el pasado domingo), en que el grito de Jesús expresa angustia. Incluso la frase “inclinando la cabeza, entregó el Espíritu” hace pensar en la teología joánica, pues aquí se conserva mucho más la antigua comprensión cristiana según la cual la comunicación del Espíritu Santo era una parte esencial de la muerte y resurrección de Jesús. Es ahí cuando el Espíritu es una realidad para los discípulos, que parece entregarse de modo anticipado a los dos seguidores idealizados por la comunidad joánica como sus antecesores.

Finalmente, aquel que ha muerto de modo soberano también sigue realizando su obra salvífica después de morir: de su costado manan agua y sangre. El agua es símbolo del Espíritu, pero también es posible que aquí refieran a los dos canales a través de los cuales se comunica el Espíritu a la comunidad de discípulos: bautismo y eucaristía. Para sepultar al Jesús soberano hay un sepulcro nuevo, y se usa una cantidad extraordinaria de mirra y áloe, y envuelven el cuerpo en lienzos impregnados en perfumes aromáticos. Y el encargado es también José de Arimatea, pero también aparece Nicodemo, un personaje exclusivo de Juan, que antes había visitado a Jesús de noche, pero no era discípulo. Parece cumplirse aquello de “cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

De principio a fin, el relato de la pasión en el cuarto evangelio muestra a Jesús como un rey soberano que vence al mundo; es el contraste del relato que leímos al comenzar la semana, y es la imagen de Jesús que ha primado siempre en la mente de los cristianos.

(Lo anterior es un resumen de un texto de Raymond Brow)

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