domingo, 25 de diciembre de 2022

NAVIDAD: REFLEXIONES PARA LAS LITURGIAS DEL DÍA

MISA DE VÍSPERAS 

En el nacimiento de Jesús alcanza una cima señera la alianza de Dios con la humanidad. El Dios concreto de Israel es el Dios de la promesa; una promesa mantenida en la fidelidad. Y esa promesa nace de una alianza que da cuerpo a la forma de ser y de actuar que Dios tiene. Como un padre, como un esposo, como un pastor solícito, comparte nuestra historia sin abandonarnos nunca. Esta alianza ha surgido de su iniciativa personal y es un compromiso suyo de vivir en comunión constante con nosotros, aún cuando nosotros le seamos infieles. La alianza más elocuente y expresiva, más sugerente y profunda, es la que se forja entre dos amigos, dos amantes, dos esposos. La alianza de Dios con el pueblo es, según la Biblia, parecida a la alianza nupcial; mejor, es su raíz y su posibilidad. No es un contrato, una ley, sino un compromiso personal. La historia del pueblo de Dios, la historia bíblica, es la historia de esa alianza tejida de infidelidades por parte del hombre y de una fidelidad sin falla por parte de Dios. 

 La Navidad es la cota hasta ahora más alta de lo que da de sí la entrega y el compromiso de Dios con los seres humanos, simbolizado por la alianza. Ahora sabemos lo que encierra la promesa de fecundidad hecha a Abrahán, la promesa de descendencia hecha a David. Del amor de Dios al ser humano, de las nupcias del cielo con la tierra nace el rocío y la vida del Niño-Dios; del árbol frondoso de generaciones y generaciones mantenidas por Dios en la esperanza brota el retoño de Jesús, primogénito de una humanidad nueva

MISA DE MEDIANOCHE

La misa navideña de medianoche celebra el alumbramiento de María, que da a luz al Niño. Pero, en un sentido más profundo, esta noche festeja ese otro alumbramiento más universal por el cual Dios a través de Jesús, hace que surja la luz de en medio de las tinieblas. Las tinieblas son la oscuridad que hay en el mundo a causa de las injusticias, el hambre, la pobreza; a causa de la opresión de unos hermanos sobre otros; a causa del orgullo del hombre, de su avidez de poder y de dominio. Todo ello constituye como una oquedad tenebrosa, como un seno estéril, como una tumba. 

 Hasta aquí desciende María y el fruto de su vientre, cuando tienen que refugiarse en la gruta abandonada, cuando tienen que someterse a las órdenes de un gobernador impuesto por potencias extranjeras y abandonar la propia casa. Hasta aquí ha descendido Israel, país pequeño, su patria chica, ocupado durante siglos por países más poderosos. 

 En medio de esa noche oscura nace Jesús, como niño inefable que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Dios ha suscitado del corazón de la noche la aparición luminosa y real de un hombre, hijo del hombre e Hijo de Dios .Ha resonado la Buena Noticia, la alegría, la claridad de la aurora. Dentro de unos años, pocos, volverá a brillar de nuevo la gloria, el esplendor de Dios, también a través de Jesús, cuando le resucita el Padre por haber sabido descender hasta la muerte en cruz y hasta la tumba ignominiosa de los ajusticiados, el favor de los hermanos. 

 El alumbramiento de la noche, no el oscurecimiento del día, es la palabra definitiva de Dios.

MISA DE LA AURORA

La Iglesia pasa la noche de Navidad en vigilia festiva, imitando a María, que medita en su corazón. La noche es un tiempo propicio para el silencio y el diálogo meditativos. La meditación del creyente, como la de María, consiste en escuchar el propio corazón, en "re-cordar" y "a-cordarse". La memoria es un recordar, es decir, un hacer que todos los ecos del mundo y de la historia, que como ondas nos circundan, resuenen en nosotros, cobren vida y actualidad, sintonizando a su vez con las otras ondas más profundas que nacen del fondo de nuestro ser, con nuestras aspiraciones, experiencias, sufrimientos y esperanzas. 

 La memoria nos hace presente el pasado de la historia santa y de la historia humana, pero de una manera real, vital, "cordial", para llevar a cabo y a feliz término todas las posibilidades que en el pretérito han quedado malogradas, desaprovechadas, frustradas y son germen de futuro. La Navidad nos recuerda la historia liberadora que Dios inicia en Israel y quiere llevar a su culminación con Jesús, el enviado para quebrar todas las cadenas de opresión y servidumbre. 

 Jesús, según la voluntad de Dios, nos libera desde dentro de nuestra propia esclavitud compartiendo en su mismo nacimiento nuestra menesterosidad y desvalimiento. Su acción liberadora de los pobres quedó como truncada por su muerte, causada por la persecución de los propios hermanos. . La memoria de la vida y del nacimiento de Jesús, en fin, de su empresa liberadora nos permite hacerla presente en el corazón de los seres humanos que la aguardan con impaciencia y en la realidad de la historia, como una incitación, como una fuerza propulsora irreprimible que nos empuja hacia adelante. 

MISA DEL DÍA

 La fe de los cristianos celebra el misterio de la Palabra hecha carne. La Navidad especialmente es palabra densa, real, sustancial, porque es epifanía, revelación, manifestación. PALABRA significa revelación personal, apertura de lo más personal a Dios: su amor, su misericordia, su paternidad, su entrañable ternura. Sin la Navidad, sin la encarnación, nuestra vivencia de Dios habría estado sometida a aberraciones, porque nos faltaría la luz de esta revelación. 

 Gracias a la Palabra hecha carne sabemos que el Dios verdadero no es el de los filósofos, el Dios teísta, sino el que comparte nuestro destino en todo, el que entra en el juego y en el riesgo de la historia, que es el riesgo de la muerte. Por tanto su cercanía al ser humano cobra una proximidad inusitada. Dios echa sobre sus espaldas todo el rebajamiento y humildad de los pobres, los oprimidos, los olvidados. Y así nos descubre un rostro de Dios que nosotros no nos hubiéramos atrevido a imaginar. Tras la encarnación Dios es Señor no por su fuerza, sino por la humildad; no por el poder, sino por la debilidad; no por la coacción, sino por el silencio. 

 Ese es el lenguaje inefable de la Palabra hecha carne; un lenguaje de actos, de amor, de verdad profunda y personal. 

(Notas tomadas del Misal de la Comunidad)



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