sábado, 25 de octubre de 2025

UNA PREGUNTA INCÓMODA SOBRE EL MINISTERIO CONSAGRADO

A veces, al mirar cómo se vive el ministerio consagrado en la Iglesia, surge una pregunta que parece atrevida: ¿estamos más cerca del Antiguo o del Nuevo Testamento?

No se trata de comparar épocas, sino de discernir el espíritu que anima nuestras prácticas. ¿El ministerio se vive como mediación humilde, como servicio que transparenta a Cristo? ¿O como un sacerdocio separado, revestido de sacralidad, más cercano al templo que al camino?

En el Antiguo Testamento, el sacerdote era mediador entre Dios y el pueblo, separado por normas, purezas, vestiduras. En el Nuevo Testamento, Jesús rompe esa distancia. Se hace mediador desde abajo, lavando pies, compartiendo mesa, abrazando heridas. El ministerio cristiano nace de ahí: de una humanidad entregada, no de una sacralidad apartada.

Pero cuando el ministerio se reviste de poder, de privilegio, de distancia… ¿no estamos volviendo, sin querer, a modelos que Jesús vino a transformar?

No se trata de juzgar, sino de volver a mirar. De preguntarnos si nuestras formas ministeriales transparentan al Cristo servidor, o si lo han desplazado. Si nuestras liturgias y estructuras ayudan al pueblo a encontrarse con Jesús, o si lo esconden detrás de mediaciones que ya no comunican.

Tal vez sea tiempo de volver al Evangelio. De dejar que el ministerio se purifique en la fuente. De recordar que el único sacerdote eterno es Cristo, y que todo ministerio cristiano es participación humilde en su entrega.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.