domingo, 19 de octubre de 2025

VOLVER PARA AGRADECER, VOLVER PARA VIVIR (Domingo XXVIII-C)

Las lecturas que nos propone la liturgia de la Iglesia para este domingo nos invitan a reflexionar sobre una actitud que puede parecer sencilla, incluso secundaria en nuestro camino de fe; sin embargo, esta actitud manifiesta, revela, el corazón del creyente: la gratitud.

Veamos la gratitud no solo como simple cortesía, sino como actitud de fe, como respuesta existencial ante el don recibido. Porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de Dios, y de tantas personas que hemos encontrado en el camino de la vida.

En el Evangelio, diez leprosos son curados, pero solo uno —un samaritano, extranjero, excluido— vuelve a Jesús para agradecer. Y Jesús pregunta: “¿Y los otros nueve dónde están?” Esta pregunta no es reclamo, sino lamento. Porque la gratitud no es solo decir “gracias”; es como una semilla llena de promesas, de frutos posibles. La confianza es suficiente para curar, pero sólo salva la respuesta agradecida al don recibido. Agradecer es volver al origen, reconocer la fuente, abrirse a una relación que transforma, que da sentido, que nos vincula con Dios y con los hermanos. Es el gesto que convierte la sanación recibida en salvación.

🌿 Naamán: cargar con la memoria del encuentro

La primera lectura nos presenta a Naamán, un general sirio que, luego de dudar y confiar, acepta sumergirse en el Jordán y queda limpio de su lepra. Pero lo más profundo no es la curación física que recibe, sino su transformación interior. Naamán no se va como si nada: pide llevar tierra de Israel consigo. Quiere cargar con la memoria del encuentro, como quien lleva tierra en las manos para no olvidar el lugar donde fue sanado y tocado por Dios.

Ese gesto es profundamente espiritual. Nos recuerda que la gratitud verdadera no se agota en el momento, sino que se convierte en memoria viva, en una nueva posibilidad de futuro, en compromiso. Naamán no vuelve a su tierra del mismo modo en que salió de ella: ha sido tocado, ha sido cambiado, y ahora empieza a vivir de otro modo.

También nosotros, al ser tocados por Dios, estamos llamados a vivir con memoria agradecida, que nos impulse a caminar con esperanza y coherencia.

🔥 Pablo: la fidelidad que nace de la gratitud

En la segunda lectura, Pablo escribe desde la cárcel. Está encadenado; y, sin embargo, dice: “La Palabra de Dios no está encadenada.” Su fidelidad no nace del deber, sino de la experiencia del amor de Cristo. Pablo ha sido alcanzado por la gracia, y su vida entera es respuesta.

Aquí, la gratitud por el don de la fe se ha vuelto compromiso sostenido. No es emoción pasajera, sino decisión diaria. Pablo vive agradecido, y por eso persevera en su fe, a pesar de las pruebas. Porque quien ha sido tocado por Cristo no puede vivir como antes. La gratitud madura en fidelidad, en entrega, en misión.

Muchos creyentes hoy viven su fe en medio de dificultades, enfermedades, incomprensiones. La gratitud, como en Pablo, puede sostener la fidelidad incluso en la prueba.

🌅 El samaritano: volver como acto de fe

Y en el Evangelio, el samaritano vuelve. No porque se le haya pedido, sino porque su corazón lo impulsa. Vuelve a Jesús, se postra, agradece. Y Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado.” No solo ha sido sanado, ha sido salvado. Porque la gratitud lo ha llevado al encuentro, y ese encuentro lo ha transformado.

Este es el núcleo del mensaje: la gratitud abre al encuentro con Cristo, y ese encuentro transforma. No se trata únicamente de curación física; se trata de abrirnos a una salvación integral, que abarca toda la vida de la persona. El samaritano no vuelve a su vida anterior: no solo porque ha sido curado, sino porque su encuentro con Jesús le abre a una nueva relación y a una nueva forma de vivir, desde la fe, desde el vínculo con el Señor.

También nosotros estamos llamados a volver, a postrarnos, a reconocer que el encuentro con Jesús nos abre a una vida nueva.

🌻 Gratitud como actitud de fe

La gratitud, entonces, no es una solo reacción emocional. Es actitud fundamental de nuestra fe. Es reconocer que todo es don, que no somos autosuficientes, que hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios. Y desde ahí, vivir en relación con Dios, con los hermanos, con la vida misma, es el fruto de saber agradecer.

El creyente agradecido no se encierra en sí mismo. Vuelve a Dios, y sale al encuentro de los demás. La gratitud nos hace humildes, disponibles y generosos. Nos hace comunidad de fe, nos hace Iglesia.

La gratitud no se queda en palabras. Se convierte en compromiso. En vida entregada. En fidelidad cotidiana. En memoria que transforma. Como Naamán, como Pablo, como el samaritano: quien agradece, se compromete. Proclama su salvación. Se convierte en testigo.

La gratitud nos hace discípulos misioneros, testigos del amor recibido, sembradores de esperanza. Estamos aquí, no porque seamos perfectos, sino porque hemos sido tocados. Que nuestra presencia sea como la del samaritano: humilde, agradecida, transformada.
 Que vivamos nuestra condición de creyentes con coherencia, como quienes han sido sanados, salvados, enviados. Que esta tierra santa que llevamos en el corazón se traduzca en gestos de misericordia, en palabras que sanan, en presencia que acompaña.

Amén.

🙏 Oración después de la comunión: “Volver con el corazón abierto

Señor Jesús,
hoy hemos vuelto a Ti, como el samaritano,
no solo para recibir, sino para agradecer.
Nos has tocado con tu Palabra,
nos has alimentado con tu Cuerpo,
nos has sanado en lo profundo.

Haz que esta comunión no sea solo rito,
sino memoria viva del encuentro,
como tierra santa que llevamos en el corazón,
como señal de que hemos sido alcanzados por tu misericordia.

Que nuestra gratitud no se quede en palabras,
sino que se convierta en compromiso,
en vida entregada, en fidelidad cotidiana,
en gestos concretos de amor hacia nuestros hermanos.

Como Naamán, queremos cargar con la memoria del lugar
donde fuimos tocados por tu gracia.
Como Pablo, queremos perseverar,
aunque haya cadenas, aunque haya cansancio.
Como el samaritano, queremos volver siempre a Ti,
porque solo en el encuentro contigo hay salvación.

Gracias, Señor, por habernos sanado.
Gracias por abrirnos a la fe.
Gracias por llamarnos a vivir desde el don recibido.

Que esta Eucaristía nos transforme,
nos envíe, nos comprometa.
Y que al salir, llevemos contigo
la tierra del encuentro,
la luz de la gratitud,
y el fuego del amor.

Amén.

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