domingo, 19 de octubre de 2025

SACRAMENTOS SIN COMUNIDAD: UNA HERIDA QUE INTERPELA

En muchas celebraciones sacramentales, se percibe una fractura silenciosa: los sacramentos se viven como ritos sociales, desvinculados de la comunidad que debería acogerlos, sostenerlos y celebrarlos. Bautismos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios… se convierten en eventos puntuales, muchas veces organizados por costumbre o presión familiar, sin que medie un verdadero proceso de fe ni una inserción en la vida comunitaria.

Esta realidad no es nueva, pero sigue doliendo. Como agente pastoral, me cuestiona y me entristece. ¿Qué estamos celebrando cuando el sacramento no genera comunión, ni transforma la vida?

El sacramento como signo de comunión

La teología sacramental nos recuerda que los sacramentos son signos eficaces de la gracia, sí, pero también de la Iglesia como cuerpo vivo. No son actos privados ni logros individuales, sino momentos de inserción en el Misterio Pascual y en la comunidad creyente. El bautismo nos incorpora al Pueblo de Dios; la eucaristía nos une en la mesa del Señor; la confirmación fortalece nuestra misión compartida.

Celebrar un sacramento sin comunidad es como plantar una semilla en tierra seca: puede germinar, pero le faltará el entorno vital que la nutra.

La ruptura: sacramentos sin comunidad

Por diversas razones —tradiciones arraigadas, dinámicas sociales, falta de formación, clericalismo— hemos normalizado una práctica sacramental desconectada de la vida comunitaria. Algunos ejemplos:
Niños que hacen la primera comunión sin haber participado nunca en la eucaristía dominical.
Confirmaciones celebradas como requisito para “graduarse” de la catequesis, o para casarse, sin continuidad en la vida parroquial.
Matrimonios que se celebran en templos ajenos, sin vínculo con la comunidad que podría acompañar la vida conyugal.
Bautismos donde los padrinos no conocen ni practican la fe que se les pide transmitir.

Estas prácticas no son meramente deficientes: son síntomas de una herida eclesial. Nos hablan de una Iglesia que ha perdido el vínculo entre sacramento y camino, entre rito y comunidad.

¿Qué nos está diciendo esta herida?

Tal vez esta desconexión nos revela una crisis más profunda: la dificultad de vivir la fe como proceso, como pertenencia, como comunión. En una cultura marcada por el individualismo y el consumo, los sacramentos corren el riesgo de convertirse en “servicios religiosos” que se solicitan, se pagan, se cumplen… pero no se viven.

La liturgia, en este contexto, se convierte en espectáculo o trámite, y el ministerio ordenado en proveedor de ritos. Se pierde la dimensión celebrativa, comunitaria, transformadora.

Caminos de sanación

No basta con lamentarnos. Esta herida puede ser ocasión de conversión pastoral.
 
Algunas pistas:
Preparación sacramental vinculada a procesos comunitarios: que el catecumenado, la catequesis, el acompañamiento matrimonial o familiar estén integrados en la vida de la comunidad.
Acompañamiento post-sacramento: que el bautizado, el confirmado, el recién casado encuentren espacios donde seguir creciendo en la fe.
Liturgias que celebren la vida compartida: que la eucaristía dominical sea lugar de encuentro, no solo de cumplimiento.
Formación que ayude a entender el sacramento como camino: que se enseñe no solo el “qué” del rito, sino el “para qué” y el “con quién”.

Volver al corazón

Volver al corazón del sacramento es volver al corazón de la comunidad. Como en Emaús, el pan se parte en el camino compartido. Como en Pentecostés, el Espíritu se derrama sobre un grupo reunido en oración. Como en los Hechos, la comunidad “partía el pan con alegría y sencillez de corazón”.

Los sacramentos no son eventos aislados: son momentos de gracia que florecen en la tierra fecunda de la comunidad. Recuperar esa verdad es tarea urgente, humilde y esperanzadora.

Fray Manuel de Jesús, ocd

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