Jesús ya está con ustedes desde el día en que fueron bautizados. Nos acompaña el Espíritu Santo, que es Dios en nosotros.
El día en que fuimos bautizados comenzó un camino: el camino de vivir como hijos/hijas de Dios, como parte de esta gran familia que es la Iglesia, sacramento universal de salvación.
Hoy, al recibir por primera vez el Cuerpo y la sangre de Cristo, ustedes dan un paso más: se acercan a la mesa de la comunidad, al banquete del Reino.
No se acercan a ella por méritos propios, porque lo merezcan. Es Jesús el que invita siempre: “Hagan esto en memoria mía”.
Tampoco vienen solos. Vienen con sus familias, con sus catequistas, con la comunidad que los ha acompañado en su preparación.
A ustedes, niños, les digo con alegría:
Jesús es un buen amigo, el mejor compañero de camino. Él ya te conoce desde que te regaló una vida nueva en el bautismo, te acompaña, y vive en ti.
Pero hoy te invita a algo nuevo: a compartir su vida, su cuerpo y su sangre, su misión.
A las familias, les digo con esperanza:
Este sacramento no es un punto final.
Es una invitación a seguir creciendo juntos en la fe.
A enseñar con la vida que Jesús no es un recuerdo, sino una presencia viva en la comunidad.
Y a todos, como Iglesia, nos toca cuidar este don.
Porque cada sacramento es un regalo para todos, no solo para quien lo recibe.
Cuando un niño comulga por primera vez, toda la comunidad se renueva.
Cuando una familia se acerca al altar, toda la Iglesia se fortalece.
Jesús dijo: “El que come de este pan vivirá para siempre.”
Y ese “vivir” no es solo para después de la muerte.
Es vivir con sentido, con amor, con esperanza… aquí y ahora, como cuerpo unido en Cristo.
Desde el Bautismo, hemos sido injertados en la vid que es Cristo. Cada sacramento que recibimos no es solo un regalo para cada uno y para sus familias, sino una forma concreta de crecer como sarmientos vivos en esa vid.
La Eucaristía, es por eso, una invitación a participar más plenamente en la vida de la comunidad eclesial. Porque los sacramentos no se reciben para guardarlos, o para presumirlos, sino para vivirlos juntos: para ser Iglesia, cuerpo unido, fecundado por la misma savia que es el amor de Dios.
Que hoy sea un momento especial para todos, niños y familias; para los primeros, alegría y compromiso, porque será su primera comunión (esperemos que no la única); para sus familiares, momento de renovar el compromiso bautismal.
Para todos, y dentro de la novena a nuestro patrono, compartir el gozo de ser de Cristo, de tener a María como Madre, y de sabernos parte de un pueblo que camina unido, sostenido por la fe, la esperanza y el amor.
Que esta celebración no se quede en una foto bonita, sino que sea semilla de comunidad viva.
Que cada niño que hoy comulga por primera vez, y cada familia que lo acompaña, sienta que no está sola, que pertenece a una historia más grande: la historia del amor de Dios que se hace pan, que se hace Iglesia, que se hace camino compartido.
Jesús camina con nosotros. Nos alimenta, nos une, nos envía.
Y nosotros, estamos llamados a dar fruto: fruto de fe, de alegría, de servicio.
Que esta primera comunión sea también una comunión más profunda entre nosotros, una oportunidad para volver a decir: ‘Sí, Señor, queremos seguirte, queremos vivir como tú, queremos ser comunidad que ama y acompaña.’”
Amén.

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