Las lecturas bíblicas para este fin de semana me tienen pensando de qué manera presentaré el mensaje, cuando celebre las eucaristías desde esta tarde en la parroquia. El pasaje del Evangelio que corresponde leer es Marcos 10, 2-16: Los fariseos preguntan a Jesús si le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer, y resulta inevitable entrar en temas vinculados con la moral católica, polémicos y álgidos, aun más en determinados contextos. Conversando ayer tarde con los frailes, comentábamos que celebrar la misa, y sobre todo predicar, creaba cierta tensión en el celebrante que llegaba a agotar, y eso sucede sobre todo cuando piensas en un tema como este. Pongo siempre por delante algunas de las recomendaciones del papa en su Exhortación LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO, respecto a la predicación y modo de presentar el mensaje de Jesús, especialmente cuando dice que toda palabra en la Escritura es primero don, antes que exigencia...
Para empezar, tengo claro que cuando en el texto se habla de divorcio, no se refiere exactamente a lo que hoy conocemos como tal; la situación en aquel tiempo y espacio era diferente en cuanto problemática a tratar. La religión judía permitía el divorcio, pero privilegiando al hombre, y además las diversas escuelas rabínicas eran más o menos tolerantes al respecto. La pregunta a Jesús por parte de los fariseos buscaba probablemente hacerle optar por una de esas posturas, de manera pública, pero la respuesta del maestro, como siempre, va más allá, al meollo del asunto, apostando por la igualdad del hombre y la mujer ante Dios, y criticando el esquema patriarcal imperante (también van por ahí sus críticas a ese modelo de familia, o su modo de tratar a las mujeres).
Jesús invita a mirar el vínculo hombre-mujer, no como un mero contrato legal, con beneficios económicos y desventaja de la mujer (que prácticamente es una mercancía mas), sino como vínculo afectivo, amoroso, de manera que sea parte del proyecto de Dios para la humanidad; en dicho vinculo ambos sexos tienen los mismos derechos, y las mismas responsabilidades (y las consecuencias de sus actos son las mismas).
La frase a la que acude Jesús, en referencia al Génesis, “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, debería en primer lugar hacernos conscientes de cuan a menudo, como Iglesia, hemos aceptado celebrar sacramentos cuyas motivaciones no han sido las correctas, y luego no ayudando a cargar con el peso de los cónyuges en su ruptura. La Iglesia tiene un gran desafío por delante en cuanto a presentar su mensaje y su ética a un tiempo que los necesita, a la vez que los desafía, y hacerlo de tal manera que arrastre y convenza, como Jesús. Para ello tiene que hablar el lenguaje del amor, del perdón, de la acogida, de la misericordia, y no quedarse en la condena, el rechazo, la demonizaciónde la realidad.
La homilía no es el lugar donde se dan normas morales particulares, sino donde se lee e interpreta el Evangelio a la luz de la realidad de una comunidad concreta, por lo que en esta ocasión yo pondría como elementos fundamentales, primero, el proyecto de Dios como totalidad de referencia amorosa en el que cabe la comprensión de todo vínculo humano; en segundo término, la manera de comunicar y contagiar el Evangelio, y sus valores, a la gente de nuestro tiempo, no quedándonos en una predica moralizadora e intimidante, y aceptar la fragilidad de todo proyecto humano y lo que supone poner en su núcleo la propuesta cristiana, con paciencia y caridad.
Lamentablemente muchos de estos intentos son rechazados y criticados por personas o grupos radicales, para los que la norma o la tradición están por encima de la felicidad o realización humana de personas concretas. No creo que Jesús lo hubiera hecho de esa manera, y lo importante es que en cada situación de la vida ante la cual nos encontremos, apostemos y trabajemos por sembrar y recoger amor, sin rebajar las exigencias del Evangelio, pero con la paciencia y capacidad de perdón del Padre de Jesús.
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